Carlistas transaccionistas

TEMA 13. EL REINADO DE ISABEL II. LA OPOSICIÓN AL LIBERALISMO: CARLISMO Y GUERRA CIVIL. LA CUESTIÓN FORAL

En 1830, el nacimiento de una hija del rey, Isabel, dio lugar a un grave conflicto en la sucesión del trono. La Ley Sálica, de origen francés e implantada por Felipe V en España, impedía el acceso al trono a las mujeres, pero Fernando VII, influido por su mujer María Cristina, derogó la ley mediante la Pragmática Sanción, que abrió el camino al trono a su hija y heredera.El sector más ultraconservador de los absolutistas, los carlistas, se negaron a aceptar la nueva situación. En 1832, presionaron fuertemente al monarca, gravemente enfermo, para que repusiera la Ley Sálica, que beneficiaba como candidato al trono a su hermano el príncipe Carlos María Isidro.Estos enfrentamientos se trataban de la lucha por imponer un modelo u otro de sociedad. Alrededor de don Carlos se agrupaban las fuerzas más partidarias del Antiguo Régimen. María Cristina comprendió que si quería salvar el trono para su hija, debía buscar apoyos en los sectores más cercanos al liberalismo. Nombrada regente durante la enfermedad del rey, formó un nuevo gobierno de carácter reformista.En 1833, Fernando VII murió, reafirmando en su testamento a su hija, de tres años de edad, como heredera del trono, y nombrando gobernadora a la reina María Cristina hasta la mayoría de Isabel. El mismo día, don Carlos se proclamó rey, iniciándose un levantamiento absolutista en el norte de España y, poco después, en Cataluña. Comenzaba así la primera guerra carlista.

Los insurrectos proclamaron rey al infante Carlos María Isidro, confiando en su persona la defensa del absolutismo y de la sociedad tradicional. Se iniciaba así una larga guerra civil, que enfrentaría a los defensores del Antiguo Régimen con los partidarios de iniciar un proceso reformista de carácter liberal.

El carlismo se presentaba como una ideología tradicionalista y antiliberal. Bajo el lema “Dios, Patria y Fueros” se agrupan los defensores de la legitimidad dinástica de don Carlos, de la monarquía absoluta, del mantenimiento del Antiguo Régimen y de la conservación de un sistema foral particularista.Entre quienes apoyaban al carlismo figuraban numerosos miembros del clero y una buena parte de la pequeña nobleza agraria. Los carlistas también contaron con una amplia base social campesina y cobraron fuerza en las zonas rurales del País Vasco, Navarra y parte de Cataluña, así como en Aragón y Valencia. Muchos de ellos eran pequeños propietarios empobrecidos, artesanos arruinados que desconfiaban de la reforma agraria defendida por los liberales, temían verse expulsados de sus tierras y recelaban de los nuevos impuestos estatales. Además, los carlistas se identificaban con los valores de la Iglesia, a la que consideraban defensora de la sociedad tradicional

La causa isabelina contó, en sus inicios, con el apoyo de una parte de la alta nobleza y de los funcionarios, así como de un sector de la jerarquía eclesiástica. Pero ante la necesidad de ampliar esta base social para hacer frente al carlismo y para comprometer a la burguesía y a los sectores populares de las ciudades en la defensa de su causa, la regente tuvo que acceder a las demandas de los liberales que exigían el fin del absolutismo y del Antiguo Régimen.Los carlistas inicialmente actuaban según el método de guerrillas. Las primeras partidas carlistas se levantaron en 1833 y el foco más importante se situó en las regiones montañosas de Navarra y el País Vasco. También se extendió por el norte de Castellón, el Bajo Aragón y el Pirineo y las comarcas del Ebro en Cataluña. Desde el punto de vista internacional, don Carlos recibió el apoyo de potencias absolutistas como Rusia, Prusia y Austria, que le enviaron dinero y armas, mientras Isabel II contó con el apoyo de Gran Bretaña. Francia y Portugal, favorable a la implantación de un liberalismo moderado en España.El conflicto armado pasó por dos fases bien diferenciadas:La primera etapa (1833-1835) se caracterizó por la estabilización de la guerra en el norte y los triunfos carlistas, aunque éstos nunca consiguieron conquistar una ciudad importante. La insurrección tomó impulso en 1834 cuando el pretendiente abandonó Gran Bretaña para instalarse en Navarra, donde creó una monarquía alternativa. El general

Zumalacárregui, logró entonces organizar un ejército con el que conquistó Tolosa, Durango, Vergara y Éibar, pero fracasó en la toma de Bilbao, donde encontró la muerte, quedando los carlistas privados de su mejor estratega.En la zona de Levante, los carlistas estaban más desorganizados. Los de las tierras del Ebro se unieron a las del Maestrazgo y el Bajo Aragón, conducidas por el general Cabrera, que se convirtió en uno de los líderes carlistas más destacados.En la segunda fase (1836-1840), la guerra se decantó hacia el bando liberal a partir de la victoria del general Espartero en Luchana (1836), que puso fin al sitio de Bilbao. Los insurrectos, faltos de recursos para financiar la guerra iniciaron una nueva estrategia caracterizada por las expediciones a otras regiones. La más importante fue la expedición real de 1837, que partió de Navarra, marchó hacia Cataluña y se dirigió a Madrid con la intención de tomar la capital, pero las fuerzas carlistas fueron incapaces de ocupar la ciudad y se replegaron hacia el norte.La constatación de la debilidad del carlismo propició discrepancias entre los transaccionistas, partidarios de alcanzar un acuerdo con liberales, y a los intransigentes, defensores de continuar la guerra. Finalmente el jefe de los transaccionistas, el general Maroto, acordó la firma del Convenio de Vergara (1839) con el general liberal Espartero. El acuerdo establecía el mantenimiento de los fueros en las provincias vascas y Navarra, así como la integración de la oficialidad carlista en el ejército real. Sólo las partidas de Cabrera continuaron resistiendo en la zona del Maestrazgo hasta su derrota en 1840.