Reinado Anadeo

Reinado de amadeo

Amadeo de Saboya fue elegido rey por el empeño del general Prim, quien quería evitar la proclamación de la república. Pero el mismo día en que el nuevo monarca desembarcaba en Cartagena, el 30 de diciembre de 1870, Prim moría en Madrid víctima de un atentado. Desaparecía así el principal valedor de Amadeo y, sin él, su reinado Fue un largo desierto.

3.1. El difícil reinado de Amadeo de Saboya

Nunca se supo quién asesinó a Prim. Las investigaciones inculpaban, sin pruebas, a Serrano y otros políticos, al duque de Montpensier o a los esclavistas españoles de Cuba, porque Prim era partidario de abolir la esclavitud.

Amadeo entró en Madrid el 2 de enero de 1871,juró la constitución y comenzó la primera experiencia de una monarquía democrática en España. Pronto sufrió el menosprecio o la indiferencia de los altos mandos militares y de la aristocracia: fue muy comentado el desplante de las damas de la «afta sociedad» madrileña en la «manifestación de las mantillas» en la Castellana, donde exhibieron flores de lis, símbolo de los Borbones.

El nuevo rey tuvo que encargar la formación de gobierno a Serrano, a pesar de que nunca llegaron a entenderse.

La inestabilidad política y social

Uno de los principales problemas políticos Fue la división interna en los partidos que apoyaban a Amadeo, unionistas y progresistas, especialmente estos últimos. Esta división era reflejo del personalismo, pero también del bipartidismo que perfilaba la vida política. Dentro del progresismo se formaron dos tendencias:

• Una más conservadora, con Sagasta a la cabeza: eran los llamados constitucionalistas, que tuvieron el apoyo de los unionistas de Serrano.

• Otra más reformista, dirigida por Ruiz Zorrilla, los radicales, a la que se unieron los cimbrios, provenientes del partido demócrata que se había escindido entre los que defendían la monarquía y los partidarios de la república.

Ambas facciones se enfrentaron, lo que hacía inviable la acción de gobierno. Esto llevó a la crisis de julio de 1871, en la que Amadeo encargó gobierno a Ruiz Zorrilla, que decretó una amnistía y logró un empréstito para sanear la Hacienda. Pero en octubre fue sustituido por un militar próximo a Sagasta. La ruptura se confirmó en las elecciones de abril de 1872.

Por otro lado, existía una gran agitación sociopolítica derivada de los efectos de la Comuna de París y la difusión de los principios de la 1 Internacional en España. El miedo a la revolución proletaria empujó a Sagasta a adoptar medidas represivas contra las organizaciones obreras: dos circulares de mayo de 1871 y enero de 1872 prohibieron las actividades de los internacionalistas y cualquier acto público en España.

Sagasta presidió el gobierno desde diciembre y buscó alianzas cambiantes con unionistas o demócratas, pero hizo uso de la manipulación electoral, a pesar de las demandas de Amadeo de que las elecciones fueran limpias. El desprestigio del gobierno obligó a Amadeo a sustituir a Sagasta y poner en su lugar a Serrano, quien en aquel momento (mayo de 1872) estaba dirigiendo la guerra contra la sublevación carlista al frente del Ejército del Norte. Pero Serrano duró pocos días, pues la firma unilateral del Convenio de Amorebieta (24 mayo de 1872), por el que indultaba a los carlistas, indignó a militares y radicales. Ie sustituyó Ruiz Zorrilla, que presidió el último gobierno de la monarquía amadeísta.

A toda esta inestabilidad política y social contribuyó la importante oposición de los republicanos federales, cada vez más radicalizados.

Las guerras y los problemas con el ejército

A todos estos problemas se unió el estallido de otra rebelión carlista y de la guerra de Cuba, que se inició en 1868, en la que el gobierno se enfrentó tanto a los independentistas de Carlos Manuel de Céspedes como al «partido español» de la isla que controlaba los negocios, exigía mantener la esclavitud y se oponía a cualquier reforma del sistema de explotación.



El malestar en el ejército se acrecentó por el nombramiento del general Hidalgo como capitán general de las Vascongadas. El arma de artillería protestó por considerar que había participado en la represión de los artilleros del cuartel de San Gil en 1866. Para presionar, los mandos artilleros solicitaron la separación colectiva del servicio. El gobierno y las Cortes estaban decididos a reafirmar el poder civil sobre el ejército y aceptaron la renuncia de los oficiales. Este nuevo foco de enfrentamiento colmó la paciencia del rey Amadeo se negó en un primer momento a firmar el decreto de reorganización del arma de artillería, pero al haberlo apoyado el Congreso, lo firmó, y el día 10 de febrero de 1873 renunció a la corona (Doc. 8).

El balance del reinado habla por sí solo: seis gabinetes, tres elecciones generales a Cortes y el fracaso del primer experimento de monarquía democrática, de clases medias. Mientras, el rechazo de la nobleza, de los círculos selectos de Madrid, fue aprovechado por Cánovas para favorecer la causa del futuro Alfonso XII, hijo de Isabel II, y formar el partido alfonsino.

A las tres de la tarde del 11 de febrero de 1873, el Congreso y el Senado, en sesión conjunta, asumieron los poderes y proclamaron la república por 258 votos a favor y tan solo 32 en contra.

3.2. La tercera guerra carlista (1872-1 876)

El carlismo adquirió nuevo impulso durante el Sexenio. La llamada segunda guerra carlista (1846-1849) y el incidente de San Carlos de la Rápita* (1860) son capítulos de poca entidad en la historia de las guerras civiles del siglo XIX. Fue la guerra de 1872-1876 el otro gran acto de la lucha entre los gobiernos liberales y el carlismo (Doc.9). Reorganizado en esta nueva fase, el partido carlista experimentó un rearme militar e ideológico. A él se sumaron los neocatólicos*, partidarios de la lucha legal y del acceso pacífico al poder, lo que hizo que en el carlismo convivieran dos corrientes:

• Una facción más abierta, identificada con el general Cabrera y otros militares, acusada de heterodoxa y, próxima a la masonería.

• Otra más ortodoxa, a cuyo frente estaban Carlos VII y Cándido Nocedal, que optó por la lucha legal hasta que el retroceso electoral de 1872 les decidió por la acción militar

La tercera guerra carlista se inició en abril de 1872, tres días después de abrirse las Cortes, con el levantamiento fallido del general Castells en Barcelona, Dorregaray en Valencia, Savalls en Gerona y Ferrer en el Maestrazgo. El fracaso de la sublevación en el País Vasco dio por cerrada esta primera fase de la guerra. Don Carlos había entrado en territorio español, pero tras la derrota carlista en Oroquieta, se firmó el Convenio de Amorebieta, por el que Serrano concedía indulto general a los insurgentes, lo que le valió serias críticas. El convenio desmovilizó las partidas carlistas, pero don Carlos no lo aceptó y la lucha siguió en Cataluña.

La reorganización del ejército carlista tras la derrota de Oroquieta llevó a reanudar las hostilidades en diciembre de 1872. La guerra se generalizó durante 1873, don Carlos entró de nuevo en España enjulio y sus partidarios ocuparon el País Vasco, Navarra y parte de Aragón, de la Comunidad Valenciana y Castilla-La Mancha (Cuenca, Albacete). El capítulo más importante del conflicto fue el sitio de Bilbao, que ganaron las tropas liberales.

La forma en que se produjo la guerra y las peculiaridades del territorio permitieron la creación de un Estado alternativo en el norte del país, integrado por las tres provincias vascas y Navarra. Su base institucional fueron las diputaciones, y se llegó a legislar en cuestiones de enseñanza, orden público, levas de soldados o economía; emitió moneda (Doc. 11) y tuvo servicio de correos propio. Las sedes fueron Estella y Durango. La ideología carlista del Sexenio, de base romántica, idealizaba el mundo rural y las tradiciones, todo ello teñido de un intenso catolicismo, un autoritarismo monárquico y la defensa de los fueros.

Tres razones o «resistencias» explican la persistencia del conflicto carlista a lo largo del siglo XIX:

• La primera fue la resistencia del mundo campesino a la penetración de las formas productivas del capitalismo moderno.

• La segunda sería la resistencia de los territorios forales, o que habían disfrutado de privilegios forales en el pasado (caso de los reinos de la antigua Corona de Aragón), al centralismo liberal.

• La tercera resistencia era al proceso de secularización iniciado en España con la revolución liberal. Frente a ese proceso se alzó una religiosidad tradicional, integrista, que se apoderó del discurso de la «tradición».

La centralización establecida en 1876, tras el fin de la guerra, acabó con los restos del sistema foral vasco y abrió e! camino para la transformación, durante el período de la Restauración, del viejo fuerismo en el nacionalismo de base étnica, católica y xenófoba.