7. LA POESÍA DE 1939 A FINALES DEL Siglo XX. TENDENCIAS, AUTORES Y OBRAS
PRINCIPALES
La Guerra Civil dividíó a los escritores en dos bandos. Se escribe entonces una poesía de guerra, de
circunstancias, al servicio de los ideales de cada uno de los dos bloques contendientes, con una difusión
primordial en revistas y periódicos. La mayoría de los poetas del 27 se encontraban fuera de España. La
poesía del exilio tiene, en un primer momento, tonos de angustia y desgarro pero, paulatinamente, va dando
paso a la nostalgia de la patria lejana y de los amigos perdidos. Por otro lado, se produce el rechazo, por parte
de los dirigentes del nuevo régimen, de la tradición cultural inmediatamente anterior y su propósito de
conectar con los ideales de la España Imperial del Siglo de Oro A ello se une la implantación de una
censura para erradicar posibles disidencias frente al ideario del nuevo Régimen.
En estos años inician su vida poética un grupo de escritores que viven su juventud en la Guerra Civil. De
un lado, retoman los modelos clásicos (Garcilaso, Quevedo); de otro, el gusto por autores contemporáneos
como Unamuno, A. Machado y algunos poetas de la Generación del 27 –como el grupo Cántico, que retoma
la poesía pura del 27. Así, la poesía de la posguerra se divide en dos cauces: poesía arraigada y poesía
desarraigada, según Dámaso Alonso en Poetas españoles contemporáneos.
Los poetas de la poesía arraigada pertenecen a la llamada Generación del 36, inmediatamente posterior
a la del 27. Ideológicamente se sienten identificados con el régimen franquista. Escriben una poesía sencilla y
de evasión, con una vuelta a los temas directamente humanos: el amor, la patria o la religión. Mantienen
una especial preocupación por la belleza formal- formalismo- de sus composiciones a través de las estrofas
clásicas, siguiendo los modelos de los poetas de los Siglos de Oro o de neoclásicos como Meléndez Valdés.
Publicaron en revistas como Escorial o Garcilaso –el poeta renacentista fue el modelo a imitar, de ahí que se
les llamara “garcilasistas”. El mayor representante de esta corriente es Luis Rosales (La casa encendida)
La poesía desarraigada surge en aquellos poetas que se sienten angustiosamente instalados en la
España del momento. Publican en la revista Espadaña. Para ellos el mundo es un caos y una angustia, y la
poesía una frenética búsqueda de ordenación y de ancla, lejos de toda armónía y serenidad. En 1944, Dámaso
Alonso inicia esta corriente con la publicación de Hijos de la ira, que encierra una imagen monstruosa del
mundo, una visión del hombre como criatura “desnortada” y acosada por el odio y la injusticia. Otros poetas
destacados de esta corriente son José Luis Hidalgo y Carlos Bousoño.
Muchos de los poetas que comienzan escribiendo poesía existencial sienten la necesidad de dar el paso
del yo al nosotros. La tendencia dominante en la década de los cincuenta es la POESÍA SOCIAL, derivada
de la desarraigada. Se propone denunciar, o dar testimonio de miserias e injusticias. Surge así una “poesía
comprometida”, opuesta a la “poesía pura”, para “transformar el mundo”. La poesía es un arte de
comunicación con «la inmensa mayoría», de contenido ético, que impone unas exigencias estéticas y
temáticas. Se desvincula de todo esteticismo mediante un lenguaje inmediato y desnudo de recursos
retóricos, a veces cercano al prosaísmo, centrándose en el nosotros para crear una conciencia solidaria que
proteste por la injusticia social y el problema de España, dentro de los límites de la censura.
Blas de Otero fue uno de sus mayores artífices. Evoluciona de una primera etapa desarraiga (Ángel
fieramente humano) a una poesía social (Pido la paz y la palabra). Su tercera etapa se caracteriza por una
búsqueda de nuevas formas poéticas, consciente de que debe renovar el lenguaje poético para obtener un
mayor enriquecimiento formal (Mientras e Historias fingidas y verdaderas)
La obra poética de Gabriel Celaya es muy extensa, y la mayor parte representativa de la poesía social.
Entre sus obras más importantes están Las cartas boca arriba, epístolas poéticas de claro contenido social;
Cantos Íberos, en el que toma partido con un tono beligerante de incitación y arenga ante los problemas del
mundo. Para Celaya, «la poesía es un instrumento para transformar el mundo, un arma cargada de futuro».
José Hierro ha conectado con las líneas poéticas más vivas, sin adscribirse a ninguna de ellas, aunque se
le incluyó en la poesía social. Él mismo señaló “dos caminos” en su poesía: el de los “reportajes”, poemas
que dan testimonio de algo “de manera directa”; y el de las “alucinaciones”, composiciones en que “se habla
vagamente de emociones”. Sin embargo, hay un elemento unificador: el conflicto entre un hondo amor a la
vida y una lúcida conciencia del dolor y de las limitaciones. De su extensa obra, los libros más cercanos a la
poesía social son: Quinta del 42, Cuanto sé de mí y Libro de las alucinaciones.
Bajo el nombre de GENERACIÓN DEL 50 se sitúan poetas nacidos tras 1925 que, sin rechazar
completamente el Realismo ni el carácter comprometido y comunicativo de la poesía, pretenden aportar nuevas
consideraciones. Desaparece la creencia en la eficacia política de la poesía, que pasa a ser considerada, sobre
todo, un instrumento de conocimiento del mundo interior y exterior del poeta. Entre sus miembros se
encuentran Ángel González, Gil de Biedma, Claudio Rodríguez, José Ángel Valente, J. Agustín Goytisolo…
De Ángel González cabe destacar Áspero mundo, donde emplea el recurso de la poesía social para hablar
de la soledad del hombre y construir el testimonio histórico de una época; Palabra sobre palabra -de asunto
amoroso- o Tratado de urbanismo, en tono vital próximo al escepticismo.
Para José Ángel Valente la poesía es un medio de conocimiento de la realidad, lo que le hace avanzar por
una línea más intelectualizada, de creciente hermetismo, hacia un “punto cero” en que el lenguaje presenta un
máximo de ambigüedad y de sugerencias. Punto cero dio nombre a su obra completa.
La obra de Jaime Gil de Biedma se caracteriza por su visión desencantada del mundo, el uso de la ironía,
el tono coloquial y una cuidada retórica, de la que se desprende una gran vitalidad y entusiasmo. Publicó su
obra en conjunto como Las personas del verbo.
Los Novísimos, o Generación del 70, toman su nombre de la antología publicada por José María
Castellet, Nueve novísimos poetas españoles, en la que figuran nueve poetas nacidos entre 1936 y 1950,
representantes de una nueva renovación estética, No formaron grupo, pero comparten la necesidad de buscar
la originalidad y alejarse del tono conversacional, que derivaba en falta de calidad y técnica. Retoman
tendencias anteriores y las usan como modelo-vanguardias, simbolismo, Modernismo…- sin olvidar el tema
metapoético o la cultura de masas (el cine, la televisión, el rock, las novelas policíacas, la publicidad, los
cómics, etc.). Destacaron Pere Gimferrer (Arde el mar, en el que el poeta utiliza las tradiciones literarias:
simbolismo, Modernismo, Surrealismo…) y Antonio Martínez Sarrión (Teatro de operaciones).
El fin del franquismo y el inicio de la Transición supondrán la consolidación de la democracia entre las
décadas de los 80 y los 90. Surgirán tantas tendencias poéticas que es casi imposible establecer una
clasificación. Entre sus rasgos generales están la rehumanización y recuperación del yo, el afán de
comunicación y renovación lingüística, el humor y la ironía, la vuelta al compromiso; la influencia del
Realismo sucio y la metapoesía. Varias son las tendencias y corrientes que marcarán la lírica de las últimas
décadas: poesía de la experiencia, neosurrealismo, poesía del silencio y poesía épica o coral.
Se cultiva una poesía de la experiencia caracterizada por la creación ficticia del yo poético, la propensión
al monólogo dramático, la sencillez expresiva y el anticulturalismo (Luis García Montero, Luis Alberto de
Cuenca, Felipe Benítez Reyes, Carlos Marzal, Ana Rosseti…); el neosurrealismo, de herencia surrealista,
con poemas teñidos de emoción irracional e ironía (Pedro Casariego, Blanca Andrey…); poesía del silencio
concibe el género lírico como instrumento de reflexión y conocimiento (Álvaro Valverde, Amparo Amorós,
Olvido García Valdés…); poesía épica o coral, busca la memoria colectiva a partir del yo (Julio Llamazares,
Julio Martínez Mesanza…)
La Guerra Civil y la dictadura interrumpen una de las generaciones poéticas más prometedoras, la del 27, y
condenan a España al aislamiento. La llegada de la Democracia supondrá la apertura a la influencia exterior y
la aparición de una amplia gama de tendencias.
A pesar de la proliferación de antologías, resulta difícil establecer una nómina de corrientes y autores de la
poesía del Siglo XXI. Sin embargo, sí podemos observar una serie de rasgos comunes: el regreso a la poesía
de la experiencia –a veces con influencia del Realismo sucio- (García Montero, Benítez Reyes); la
instrospección o reflexión de cuestiones personales en búsqueda de sí mismos; la renovación lingüística,
con influencia del cine, la publicidad, Internet, la televisión…; diversas actitudes ante la realidad histórica
(el contexto de la primera década del Siglo XXI -terrorismo internacional, crisis global…- provoca un regreso
a la expresión de una conciencia crítica y colectiva). Destacan autores como Mariano Peyrou, Elena Medel,
Javier Vela o Andrés Neuman.