Temas tratados en el monte de las aniams

TIEMPO; El tiempo externo de la novela viene indicado en el subtítulo: 1947-1949


Es en esos años de la posguerra cuando se sitúa el grueso de la historia narrada.

La estructura externa de la obra obedece a un criterio cronológico, pues cada una de las tres partes que la constituyen abarca uno de esos tres años: la primera, 1947; la segunda, 1948; la tercera, 1949. A ellas hay que añadir una cuarta parte, mucho más breve, que, a modo de epílogo, extiende la duración de la obra hasta 1977, fecha de las primeras elecciones democráticas tras la dictadura de Franco.


Si descendemos, sin embargo, al análisis del tiempo interno, veremos que esa disposición cronológica lineal de la estructura del libro se ve alterada numerosas veces. Cada parte constituye una unidad cronológica, pero dentro de ellas, el orden sólo es lineal entre los capítulos que las conforman. En el interior de los capítulos el orden lineal se ve continuamente alterado por abundantes analepsis y algunas prolepsis

Estas idas y vueltas temporales de la historia son mucho más complejas en la primera parte, se estabilizan a partir de esta segunda y desaparecen en la cuarta, de modo que podemos deducir que esta disposición temporal está al servicio de la presentación de los personajes y de la dosificación de la trama.

A la vez, sirven para ampliar el alcance del tiempo externo de la obra: mediante las analepsis, la historia se extiende hasta el origen de todo el conflicto, que es la Guerra Civil.

ESPACIO:


Al igual que el tiempo externo, el subtítulo precisa también el espacio geográfico en que se desarrolla la novela: El lector de Julio Verne. La guerrilla de Cencerro y el Trienio del Terror. Jaén, Sierra Sur, 1947-1949.

Es, pues, en ese lugar, en la sierra de Jaén, donde se sitúa la obra

En este sentido, hay que relacionar esta novela, segunda de la serie, con la primera. Inés y la alegría se ocupaba de los republicanos del exterior y El lector de Julio Verne se centra en los republicanos que quedaron en el interior y se echaron al monte para integrarse en la guerrilla del maquis. Fuensanta de Martos es el pueblo que elige Almudena Grandes para anclar espacialmente la novela. La razón la da el propio protagonista: “mi pueblo no era el más grande ni el más importante de la sierra, pero ocupaba el centro geográfico de la comarca”. Por eso destinan allí a un contingente elevado de guardias civiles y por eso se convierte en un destacamento de frontera, un lugar en la primera línea de fuego de la lucha contra el maquis. En la novela, el espacio se va a dividir en dos: el monte para los guerrilleros y el pueblo para los guardias civiles. El cruce que lleva a los cortijos de la falda del monte actúa de línea de demarcación de cada territorio. 

Estos dos espacios enfrentados se reproducen en otros subespacios del interior del pueblo. La casa cuartel de la Guardia Civil, epicentro de la represión ideológica, se convierte así en el espacio antitético de la casa de las Rubias, foco principal de la clandestinidad en el pueblo,  y, en menor escala, la taberna de Cuelloduro juega el mismo papel frente al Casino.

 TEMA principal de El lector de Julio Verne es histórico. La guerra a la que se alude es la Guerra Civil y a su carácter fratricida se debe la tesis que viene a sostener la autora: la fractura social fue tan grande que las dos partes en contienda no llegaron a reconciliarse tras la victoria del bando nacional, de modo que la paz era sólo aparente y estaba basada en una feroz represión. El tema de la violencia represora, el tema de la resistencia y de esos dos el tema de la mentira como principio organizador de la sociedad totalitaria. Subtemas: los ritos de paso, los complejos, el temor a defraudar las esperanzas y aspiraciones de los padres o la elección de un ídolo como modelo de conducta. Otro tema importante el tema de la lectura y la literatura, la lectura se presenta como una vía de escape de la realidad. La literatura deja de ser solamente un modo de evasión de una realidad desagradable, para convertirse en un referente para orientarse y actuar en esa realidad. 


Durante las décadas del Siglo XX anteriores al estallido de la Guerra Civil, es posible señalar en los escenarios españoles dos tipos de teatro diferentes:
uno un tanto más comercial, que consigue el favor del público, y otro más innovador, ligado a las tendencias europeas más novedosas, pero que sin embargo no acaba de conectar con los espectadores.
Dentro del primer grupo, varios esquemas dramáticos distintos se reparten la mayoría de los estrenos:
El teatro de tipo benaventino, que es continuador, en cierto modo, del teatro realista del Siglo XIX. Es, en líneas generales, un teatro bien dialogado, en un tono conversacional y ligero en el que se tratan temas y problemáticas morales que preocupan al público burgués, aunque sin hacer uso de una carga crítica demasiado profunda. Las llamadas “comedias de salón”, obras de espacio eminentemente interior en las que se representa la vida matrimonial de las clases sociales medias y altas, son el mejor exponente de este teatro. Destaca especialmente el creador de este modelo: Jacinto Benavente (La noche del sábado, Los intereses creados).
El teatro modernista en verso, que sigue los presupuestos estéticos del Modernismo: gran relevancia de los valores musicales de la lengua, abundancia de procedimientos retóricos altisonantes… En la mayoría de montajes de esta línea, se priorizan los temas de tipo histórico y se le da especial importancia a los aspectos visuales. Eduardo Marquina o los hermanos Machado son exponentes claros de este teatro.E l teatro cómico, que engloba a varios géneros con carácterísticas comunes: busca la risa, imitación del habla coloquial o dialectal, personajes que responden a tipos populares, esquemas argumentales sencillos, ocasional apoyo musical…
Un claro ejemplo lo constituyen los sainetes de Carlos Arniches, piezas breves cuya comicidad se basa en juegos de palabras y en la imitación del habla madrileña, aunque sin desdeñar cierta preocupación por la desigualdad y la injusticia.

Los autores que tratan de llevar a cabo una auténtica renovación del lenguaje escénico plantearán siempre una concepción del texto teatral mucho más ambiciosa y arriesgada.

Valle-Inclán comienza su andadura pasando de un teatro de inspiración modernista (El marqués de Bradomín) hacia un teatro ambientado en una Galicia feudal y bárbara en el que el autor descompone y deshumaniza con estética expresionista a unos personajes que habitan una realidad fea y mísera (Comedias bárbaras, Divinas palabras). Finalmente, siguiendo por ese camino de deformación, llegará Valle a sus máximas cotas de deformación expresionista: el esperpento. Compara su obra con un espejo cóncavo que deforma la realidad, encerrándose dentro de esta mirada que exagera lo grotesco y lo absurdo una crítica social que no propone soluciones o alternativas (Luces de bohemia). 


Durante las décadas del Siglo XX anteriores al estallido de la Guerra Civil, es posible señalar en los escenarios españoles dos tipos de teatro diferentes:
uno un tanto más comercial, que consigue el favor del público, y otro más innovador, ligado a las tendencias europeas más novedosas, pero que sin embargo no acaba de conectar con los espectadores.
Dentro del primer grupo, varios esquemas dramáticos distintos se reparten la mayoría de los estrenos:

El teatro de tipo benaventino, que es continuador, en cierto modo, del teatro realista del Siglo XIX. Es, en líneas generales, un teatro bien dialogado, en un tono conversacional y ligero en el que se tratan temas y problemáticas morales que preocupan al público burgués, aunque sin hacer uso de una carga crítica demasiado profunda. Las llamadas “comedias de salón”, obras de espacio eminentemente interior en las que se representa la vida matrimonial de las clases sociales medias y altas, son el mejor exponente de este teatro. Destaca especialmente el creador de este modelo: Jacinto Benavente (La noche del sábado, Los intereses creados).
El teatro modernista en verso, que sigue los presupuestos estéticos del Modernismo: gran relevancia de los valores musicales de la lengua, abundancia de procedimientos retóricos altisonantes… En la mayoría de montajes de esta línea, se priorizan los temas de tipo histórico y se le da especial importancia a los aspectos visuales. Eduardo Marquina o los hermanos Machado son exponentes claros de este teatro.
El teatro cómico, que engloba a varios géneros con carácterísticas comunes: busca la risa, imitación del habla coloquial o dialectal, personajes que responden a tipos populares, esquemas argumentales sencillos, ocasional apoyo musical…
Un claro ejemplo lo constituyen los sainetes de Carlos Arniches, piezas breves cuya comicidad se basa en juegos de palabras y en la imitación del habla madrileña, aunque sin desdeñar cierta preocupación por la desigualdad y la injusticia.

Los autores que tratan de llevar a cabo una auténtica renovación del lenguaje escénico plantearán siempre una concepción del texto teatral mucho más ambiciosa y arriesgada.

Valle-Inclán comienza su andadura pasando de un teatro de inspiración modernista (El marqués de Bradomín) hacia un teatro ambientado en una Galicia feudal y bárbara en el que el autor descompone y deshumaniza con estética expresionista a unos personajes que habitan una realidad fea y mísera (Comedias bárbaras, Divinas palabras). Finalmente, siguiendo por ese camino de deformación, llegará Valle a sus máximas cotas de deformación expresionista: el esperpento. Compara su obra con un espejo cóncavo que deforma la realidad, encerrándose dentro de esta mirada que exagera lo grotesco y lo absurdo una crítica social que no propone soluciones o alternativas (Luces de bohemia).
Federico García Lorca es cultivador de una abultada obra en la que caben tanto fórmulas más tradicionales -drama poético (Mariana Pineda), la tragedia rural (Bodas de sangre, La casa de Bernarda Alba)- como creaciones experimentales marcadas por la influencia del Surrealismo. De hecho, obras como El público o Así que pasen cinco años han merecido, por su complejidad y hermetismo, el calificativo de “criptodramas”. En cualquier caso, en todo el teatro de Lorca son esenciales los componentes líricos, a veces de origen popular, que toman en sus obras más avanzadas una orientación onírica. Los personajes femeninos serán siempre figuras centrales: simbolizan la libertad y la fuerza del instinto (el erotismo y la fecundidad), pero sucumben trágicamente ante el autoritarismo o la fuerza represiva.


Hay quien defiende la existencia de una auténtica generación de autores diferenciada que cumple los requisitos básicos para poder ser considerada como tal: nacimiento en fechas cercanas; formación intelectual semejante; relaciones personales y participación en actos colectivos (homenaje a Larra ante su tumba); existencia de un acontecimiento generacional que los une (desastre del 98); presencia de un guía (Unamuno)… Sin embargo, también se debe atender a toda una serie de críticos que niegan la posibilidad de tal generación, quienes llaman la atención sobre el hecho de que en la propia época no se les reconocía como grupo independiente y sencillamente se les apodaba despectivamente “modernistas”. Sea como sea, y aunque el concepto es controvertido, nadie duda de la existencia de un grupo de autores con preocupaciones coincidentes. En la Generación del 98 se introducen siempre los siguientes nombres: Unamuno, Baroja, Azorín y Ramiro de Maeztu.
 

Rasgos temáticos y estilísticos


relevancia de las preocupaciones existenciales (el sentido de la existencia, la esencia del hombre, la divinidad…);
desengaño por la situación intelectual, social, cultural y económica de la España del momento. Se trata del tan citado “tema de España”, cuya solución pasaba a juicio de los tres por el cambio ideológico y de mentalidad de todos los españoles.

Algunos de ellos hallarían en la sencillez y sobriedad del carácter castellano el camino a seguir


Visión completamente subjetivista de la realidad:

todos los problemas (culturales, sociales…) pasarán a través del tamiz del alma inconformista del autor; a pesar de las diferencias personales de estilo, se pueden señalar como carácterísticas comunes la voluntad de pulir los excesos del esteticismo modernista o los largos periodos del Realismo, la tendencia hacia el lirismo en las descripciones, el gusto por las palabras menos habituales pertenecientes a nuestro acervo lingüístico.
..

 

Miguel de Unamuno


Filósofo, ensayista, dramaturgo, poeta, novelista, Unamuno es una de las figuras más relevantes de la literatura española del Siglo XX.
Crea una narrativa cargada de problemas que afectan al interior     del ser humano, de expresión de conflictos interiores. Temas como l
a propia personalidad, la identidad, la fe o la inmortalidad le preocuparon hondamente.

Sus novelas no se basan en el desarrollo tradicional de una compleja estructura narrativa, sino que se centran sobre todo en el desarrollo de amplios diálogos, ágiles vehículos de las tensiones y del ritmo narrativo

. Obras principales: Niebla, San Manuel Bueno, mártir; La tía Tula.                          



Azorín (José Martínez Ruiz): Cultivó un tipo de novela ajeno a la tradición decimonónica. Se manifiesta en su narrativa la obsesión por el paso del tiempo, mientras se recrea en la ausencia de un auténtico ritmo de la historia.
Su narrativa tiene mucho de ensayístico y se encuentra repleta de personajes en los que domina la abulia, el hipercriticismo y el rechazo de la realidad.
Estos personajes llevarán a cabo largas reflexiones tras las que se enmascaran muchos pensamientos del autor.

Su prosa de frase breve, ritmo muy marcado, adjetivación impresionista, reflejan una clara voluntad de estilo

Obras principales: La voluntad; Antonio Azorín.


-Pío Baroja

Autor de una extensísima obra narrativa.
Casi todas sus novelas están concebidas de una manera similar.

Sus personajes son    inadaptados, que con cierta dosis inicial de energía intentan cambiar las  cosas,   pero muy pronto la realidad les puede, los derrota y lleva a un estado de extravío y tedio existencial, de inacción y Nihilismo. Inconformes, antisociales, marginales, los protagonistas barojianos son modelo de antihéroes. Estos personajes, que con mucha frecuencia encarnan la ideología del escritor, deambulan dando lugar a una sucesión de escenas, anécdotas o secuencias. Se trata de una sucesión de novelas cortas en las que el nexo de uníón es el protagonista. Los personajes secundarios, en cambio, a pesar de su elevado número, carecen de relieve y no pasan de personajes bastante planos. Esta sucesión de espacios y tipos produce una narración de gran dinamismo y agilidad. Aparte de este modo de construir, tres rasgos son denominador común de su quehacer literario: el predominio de la acción con respecto a la mera descripción; la abundancia de digresiones sobre los temas que más preocupan a Baroja (el tema de España, la religión, la moral, las costumbres…); la descripción rápida e impresionista de ambientes en los que se capta la ruindad social, la inmoralidad, la mezquindad. En el estilo, es preciso remarcar su preferencia por la frase corta y su agilidad a la hora de elaborar diálogos

Obras principales: El árbol de la ciencia; Zalacaín, el aventurero; La busca…