El Arte de la Oratoria en la Antigua Grecia: Maestros y Discursos

El Arte de la Oratoria en la Antigua Grecia

En la Grecia de los siglos V y IV a. C., la oratoria adquirió una relevancia crucial en la vida política, judicial y social. En una sociedad democrática como la ateniense, la capacidad de expresarse en público con claridad, persuasión y elegancia era esencial para todo ciudadano. Ya fuera para defenderse en un juicio, intervenir en la Asamblea o liderar políticamente, el dominio de la palabra era un arma fundamental. La aparición de los sofistas, quienes enseñaban a hablar y argumentar con eficacia, marcó el desarrollo de la retórica como arte y ciencia, y dio lugar al auge de la oratoria.

El orador griego se concebía como un auténtico “artífice de persuasión”. La palabra bien utilizada podía cambiar opiniones, convencer multitudes e incluso alterar la percepción de la verdad. Así, el dominio del lenguaje, tanto hablado como escrito, se convirtió en el instrumento más poderoso para destacar en la Atenas del siglo IV a. C.

Tipos de Discurso en la Oratoria Griega

La oratoria griega se organizó en torno a tres tipos principales de discurso, según su finalidad y contexto:

  1. Discursos Deliberativos o Políticos

    Se pronunciaban en la Asamblea o ante un auditorio indeciso, donde el orador evaluaba distintas posibilidades antes de tomar una decisión. Eran discursos orientados al futuro, en los que se planteaban cuestiones como “¿qué debemos hacer?”. El papel del orador era clave, y la persuasión se centraba en las acciones por venir.

  2. Discursos Judiciales o Forenses

    Se desarrollaban en los tribunales y giraban en torno a hechos pasados. Su estructura incluía un prólogo, una narración de los hechos con pruebas, y un epílogo. Más que buscar la verdad, estos discursos intentaban conmover al jurado para obtener un veredicto favorable. La emotividad y la estrategia retórica eran fundamentales.

  3. Discursos Epidícticos o de Aparato

    De tono elevado y lenguaje cuidado, estaban destinados al elogio o conmemoración, como los panegíricos o los discursos fúnebres. Su finalidad era más estética y literaria que persuasiva, y su tiempo de referencia era el presente. Estos discursos fueron modelo para las escuelas de retórica posteriores en el mundo helenístico y romano.

Partes del Discurso

La elaboración de un discurso seguía una estructura en cuatro fases fundamentales:

  • Ἕυρησις (Invención): búsqueda del contenido y los argumentos principales.

  • Τάξις (Disposición): organización del contenido en un esquema coherente con introducción, cuerpo argumentativo y conclusión.

  • Λέξις (Elocución): estilo y forma del discurso. Se cuidaba la corrección, la claridad, el ritmo y la belleza del lenguaje, utilizando recursos estilísticos como figuras retóricas.

  • Pronunciación e interpretación: el orador debía actuar como un intérprete, combinando voz, gesto y emoción para cautivar al público.

La oratoria griega dejó una profunda huella en la cultura occidental. La retórica fue enseñada sistemáticamente en escuelas durante siglos, y los discursos de los grandes oradores como Demóstenes siguieron siendo modelos de estilo, persuasión y elocuencia tanto en Grecia como en Roma. La palabra, en la democracia ateniense, fue poder. Y los oradores, los dueños de ese poder.

Los Oradores Griegos Más Influyentes

Durante el siglo IV a. C., la oratoria alcanzó un desarrollo excepcional en Grecia, especialmente en el ámbito judicial y político. Mientras Aristóteles plasmaba en su obra Retórica las bases teóricas de esta disciplina, surgieron numerosos oradores y logógrafos —escritores profesionales de discursos judiciales que otras personas declamaban ante los tribunales—. Muchos de ellos eran metecos (extranjeros residentes en Atenas), como Antifonte, Andócides, Iseo y Lisias, quienes no podían intervenir en política pero encontraron en la oratoria forense una vía de expresión y prestigio.

Simultáneamente, una generación de oradores se especializó en discursos políticos y públicos. Entre ellos destacaron Hipérides, Licurgo, Dinarco, Isócrates, Esquines y, por encima de todos, Demóstenes. La tradición posterior agrupó a estos seis oradores políticos junto con los cuatro forenses anteriores para formar el llamado canon de los “Diez oradores áticos”, considerados los máximos exponentes de la elocuencia en la antigua Grecia.


Lisias (458–380 a. C.)

Lisias fue uno de los más destacados logógrafos de Atenas. Aunque en un principio se dedicó a redactar discursos judiciales para que otros los pronunciaran, más tarde también intervino como orador en causas propias. No obstante, su figura fue opacada por la grandeza de Demóstenes.

Se conservan 35 de sus discursos, la mayoría centrados en litigios judiciales. Los temas que aborda son muy variados: homicidios, adulterios, corrupción, negligencia militar y otros asuntos cotidianos de la vida ateniense. Lisias se caracterizó por su estilo claro, ordenado y sobrio. Evitaba los artificios y la grandilocuencia, optando por una estructura lógica y eficaz. Sus discursos suelen presentar una introducción, una narración clara de los hechos acompañada de pruebas, y una conclusión bien cerrada.

Isócrates (436–338 a. C.)

Isócrates fue una figura central en el desarrollo de la oratoria griega, tanto como autor de discursos como maestro de retórica. Tuvo una clara inclinación hacia el pensamiento político, defendiendo una visión panhelénica: creía en la necesidad de unir a las ciudades griegas bajo el liderazgo de Atenas para enfrentar juntos amenazas externas, especialmente la persa. Expresó estas ideas en obras como el Panegírico, donde ensalza el papel de Atenas como guía del mundo griego.

A diferencia de Demóstenes, Isócrates simpatizaba con Filipo de Macedonia, a quien consideraba un candidato idóneo para liderar la unidad griega. Aunque fue muy admirado en vida y tras su muerte, no logró eclipsar la figura monumental de Demóstenes. Su estilo se caracterizaba por su elegancia y por una elaboración cuidadosa del lenguaje.


Demóstenes (384–322 a. C.)

Demóstenes nació en el demo de Peania, en el Ática. Quedó huérfano de padre a los siete años y sufrió el abuso de sus tutores, quienes dilapidaron su herencia. A los 18 años, los llevó a juicio, experiencia que marcó su inicio en la oratoria, gracias a la ayuda del logógrafo Iseo. Comenzó su carrera como logógrafo y maestro de retórica, pero pronto se adentró en la vida política, donde alcanzó una proyección sin igual.

Fue el mayor defensor de la independencia ateniense frente a la amenaza expansionista de Filipo II de Macedonia. Sus discursos políticos más famosos son las Filípicas y Olínticas, en los que denuncia la pasividad de los griegos ante el avance macedonio. Su obra cumbre, Sobre la corona, es un alegato brillante en el que se defiende de las acusaciones de su rival Esquines, reivindicando su vida política y su lealtad a Atenas. Este discurso es considerado uno de los más grandes de la oratoria antigua.

En los últimos años de su vida, Demóstenes fue perseguido por los macedonios tras la muerte de Alejandro Magno. Acusado de corrupción, huyó de Atenas, aunque regresó brevemente en el año 323 a. C. Al año siguiente, cuando Antípatro entró en la ciudad, se refugió en la isla de Calauria. Para evitar caer en manos de sus enemigos, se suicidó ingiriendo veneno. Su muerte simboliza el fin de una época de resistencia democrática frente al poder absoluto.