La Iglesia, el Bautismo y la Dignidad Humana: Pilares de la Fe Cristiana

La Iglesia: Misterio, Sacramento y Comunión

La Iglesia es un Misterio relacionado con la realidad de Dios y, por tanto, manifiesta esta realidad en la historia. Al afirmar esta realidad, estamos afirmando que la Iglesia responde al plan del Padre, es decir, hay un designio divino. Es posible ver y pensar este plan por la encarnación de Jesucristo. Por eso, la Iglesia es un misterio relacionado con la Trinidad, en el que están implicadas la voluntad del Padre (que quiere que todos los hombres se salven), el Hijo (el enviado del Padre) y el Espíritu (del Padre y del Hijo) que es el que alienta la vida.

Por eso, la Iglesia tiene un aspecto invisible y un aspecto visible; es una forma muy simple de afirmar que lo que la realidad nos muestra es expresión de lo que Dios quiere de nosotros (y eso no se ve). Entonces, podemos afirmar con el Concilio Vaticano II, Lumen Gentium 1, que la Iglesia es como un sacramento, es decir, signo e instrumento de salvación para el hombre. Esto quiere decir que la Iglesia nace de la obra que hace Cristo y tiene la misión de hacer presente esta salvación de Cristo anunciada a los hombres. Por eso, se manifiesta como comunión de vida, de dones, como servidora de los hombres; se manifiesta en la oración, en la Palabra de Dios y, en especial, en un sacramento: la Eucaristía.

Imágenes de la Iglesia

Toda la realidad de la Iglesia no se puede reducir a un concepto, por eso hay tres imágenes que San Pablo utiliza y que nos ayudan a entender qué es la Iglesia:

  • La Iglesia como Pueblo de Dios: Pueblo de su propiedad, Pueblo en el que se es miembro a través del bautismo y que tiene una identidad: la libertad de los hijos de Dios. Como pueblo, tiene una dimensión histórica, una misión ministerial (servicios), de distintas maneras los cristianos sirven en ella, una misión cultural, litúrgica y una misión kerigmática.
  • La Iglesia como Cuerpo de Cristo: Cada uno tenemos una función en este cuerpo.
  • La Iglesia como Templo de Dios, del Espíritu Santo: Por esto podemos afirmar que los cristianos nacen en el pueblo de Dios, por la acción del Espíritu y del bautismo. Entonces, formamos un solo cuerpo y un único templo donde habita la gracia.

El Sacramento del Bautismo: Sus Efectos y Significado

El bautismo es un sacramento fundamental que confiere múltiples gracias y transformaciones en la vida del creyente. Sus principales efectos son:

  • Perdón de los Pecados y la Vida Nueva

    Se borra el pecado original y todos los pecados. Es una experiencia de liberación porque se impone la ley del amor de Dios. Esto significa que luego el cristiano tendrá que luchar contra el pecado.

  • Unión a la Muerte y Resurrección de Cristo

    El bautizado se une a la muerte y resurrección de Jesús, a su Pascua. Se trata de morir con Cristo para resucitar con Él. De tal forma que el bautizado es hijo de Dios, pero es hijo en el Hijo, es decir, cuando salgo de las aguas soy hijo/a de Dios en Cristo. Con respecto al Hijo somos hermanos, con respecto al Padre somos hijos y, con respecto al Espíritu somos amados.

  • Participación en la Misión Sacerdotal, Profética y Real de Cristo

    Cuando nos han bautizado nos han hecho sacerdotes. Se dice que participamos en la misión sacerdotal, es decir, en el sacerdocio, porque el bautizado quiere hacer de su vida una ofrenda, una plegaria agradable a Dios. Es por eso por lo que hay un sacerdocio común del que participamos todos, distinto al sacerdocio como sacramento. Pero en el bautismo todos estamos implicados en la alabanza a Dios.

    Pero también participamos de la misión profética. Es decir, en el anuncio, en dar la cara por Cristo, en anunciar la Verdad, en ser profetas como Él. Hay una tercera misión, en participar en la misión real, es decir, participar con Él en la construcción del Reino de Dios.

  • Incorporación a la Iglesia

    Esto significa que se forma parte del Cuerpo de Cristo. Incorporar es insertar un cuerpo en otro, es decir, entrar en el Cuerpo de Cristo, pertenecer a Cristo para crecer con Él. Además, es un sacramento que imprime carácter; hay tres sacramentos que imprimen carácter: el bautismo, el orden sacerdotal y la confirmación. Imprimir carácter significa que ese sacramento no se puede repetir. Es decir, deja en el sujeto, en la persona que lo recibe, una marca que no se puede borrar. Apostatar es negar a Dios explícita e implícitamente.

El Hombre: Imagen de Dios y Dignidad Humana

El hombre es imagen de Dios. Esto significa que el ser humano tiene una dignidad única desde la creación. Por eso el hombre es “alter ego” de Dios, es decir, “su otro yo” de Dios, y por eso ejerce su señorío y cuida la creación, pero no es el dueño absoluto. El hombre es el “tú” de Dios. Puede dialogar con Dios, por eso todo hombre/mujer es algo único, irrepetible e insustituible, pero mira al Creador. Es la única criatura a la que Dios ha amado por sí mismo. El hombre es persona, relación, imagen de Dios.

Ningún hombre puede estar en función de nada ni de la producción, ni de la raza, ni de la nación, ni del Estado, etc. Ningún ser humano puede ni debe utilizar a otro como medio o instrumento para sus fines, porque cada hombre tiene valor por sí mismo, es persona. Por eso, cada ser humano es imagen de Dios. Cuando el ser humano actual se limita al selfie, es decir, la foto de sí mismo, pierde la referencia del “tú” de Dios. La idea es que, si yo vivo mi vida como un selfie, necesariamente olvido a los demás, porque el selfie es una retroalimentación.

Por eso, el ser humano es uno en cuerpo y alma. El cuerpo no es un añadido a la persona humana, el cuerpo comparte con la persona su dignidad. El cuerpo expresa también la dignidad del ser humano. Hay gente que va modificando el cuerpo, creyendo que modifica las edades del hombre, y eso es un error; el culto al cuerpo está ahí. Si perdemos la interioridad, la unidad de las personas se pierde.

Por otro lado, también desde el punto de vista moral, la afirmación que hacemos es que Dios nos creó hombre y mujer, y, por tanto, promueve la comunión entre personas distintas, iguales en dignidad. Desde la creación es así, esto hace posible pensar al ser humano en comunidad, es decir, el hombre no ha sido creado para la soledad, sino para el encuentro en nosotros. Bajo el punto de vista bíblico, el hombre es un ser sexuado, el cuerpo es una realidad psicofísica y somática, distinta en mujeres y en varones, lo cual no hace sino afirmar el respeto en la diferencia. Por eso, en esta polaridad complementaria de los sexos, está fundado el matrimonio. Dios mismo es autor del matrimonio, para lo cual es necesario un consentimiento personal: “los dos serán una sola carne”. Cada ser humano, hombre o mujer, es imagen de Dios.