El Sexenio Democrático (1868-1874): La Búsqueda de un Nuevo Orden en España

El Sexenio Democrático (1868-1874)

Contexto: El Fin del Reinado de Isabel II

La revolución de 1868, conocida como “La Gloriosa”, significó el final de la monarquía de Isabel II. Se sucedieron después seis años de gran inestabilidad, en los que hubo varios regímenes políticos. La característica común a todo el período fue la búsqueda de un nuevo orden político y social, en el que tuvo un protagonismo fundamental la pequeña burguesía de las ciudades y el naciente movimiento obrero. Por ello, esta etapa se denomina Sexenio Democrático o Sexenio Revolucionario.

El Sexenio Democrático fue la última etapa de la revolución liberal en España y representó un intento de ampliar el liberalismo e instaurar la democracia. Pero aquellos años estuvieron llenos de conflictos de diversa importancia: políticos, con la aparición del federalismo, el levantamiento carlista y el estallido de la guerra en Cuba; sociales, con las reivindicaciones de las clases populares y los primeros pasos del obrerismo socialista y anarquista; y económicos, derivados de un contexto de crisis y de lucha entre proteccionistas y librecambistas.

La burguesía democrática no consiguió estabilizar un régimen político definido. La regencia, la monarquía democrática de Amadeo I de Saboya y más adelante la Primera República no pudieron controlar los diversos conflictos que se presentaron. El Sexenio fracasó en su intento de modernización política del país y se impuso de nuevo la solución monárquica, que condujo al período de la Restauración de los Borbones, en la persona de Alfonso XII, el hijo de Isabel II.

Las Causas de la Revolución

La Crisis Económica y de Subsistencia

El último período del reinado de Isabel II pasó por una fase de expansión económica, pero esta empezó a cambiar y se convirtió en una crisis económica. Esto se manifestó a un nivel financiero e industrial. Además, coincidió con una crisis de subsistencia que tuvo importantes consecuencias en las clases populares, que dejaron de apoyar a Isabel II.

  • La crisis financiera fue provocada por la bajada del valor de las acciones en Bolsa a raíz de la crisis de los ferrocarriles. La construcción de la red ferroviaria implicó una gran inversión de capitales en Bolsa y el valor de las acciones se desplomó. También se desplomó la deuda pública, lo que provocó la crisis de muchas entidades financieras.
  • La crisis industrial afectó sobre todo a Cataluña. La industria textil se abastecía en gran parte con algodón importado de Estados Unidos, pero la Guerra de Secesión encareció la importación. Muchas pequeñas industrias del sector algodonero no pudieron afrontar el alza de precios en un momento en que descendía la demanda de productos textiles debido a la crisis económica general y al fuerte aumento de los precios de los alimentos provocado por la crisis de subsistencias.
  • La crisis de subsistencias la causó una serie de malas cosechas que dieron como resultado una escasez de trigo, por lo que los precios empezaron a subir.

La combinación de ambas crisis, la agrícola y la industrial, agravó la situación. En el campo, el hambre condujo a un clima de fuerte violencia social. En las ciudades, la oleada de paro provocó un descenso del nivel de vida de las clases trabajadoras.

El Deterioro Político

Los grandes negociantes reclamaban un gobierno que tomase medidas para salvar sus inversiones en Bolsa, los industriales exigían proteccionismo, y los obreros y campesinos denunciaban su miseria.

O’Donnell fue apartado del gobierno, pero los siguientes gabinetes del Partido Moderado continuaron gobernando, cerraron las Cortes e hicieron oídos sordos a los problemas del país.

Ante la imposibilidad de acceder al poder, el Partido Progresista, dirigido por Prim, practicó una política de retraimiento.

En la misma posición se situaba el Partido Demócrata, de modo que ambos firmaron el Pacto de Ostende con la voluntad de unificar sus actuaciones para acabar con el moderantismo en el poder.

Al pacto se adhirieron los unionistas tras la muerte de O’Donnell. Estos aportaron una buena parte de la cúspide del ejército. Por otro lado, su carácter conservador contrarrestó el peso de los demócratas y redujo el levantamiento a un simple pronunciamiento militar.

La Revolución de Septiembre de 1868

Hubo un alzamiento militar contra el gobierno de Isabel II. Prim y Serrano se reunieron con los sublevados y consiguieron el apoyo de la población gaditana.

El gobierno de la reina Isabel II se aprestó a defender el trono con las armas. Envió un ejército para enfrentarse con los sublevados. Ambas fuerzas se encontraron en el Puente de Alcolea, donde se libró una batalla que dio la victoria a las fuerzas afines a la revolución. El gobierno dimitió y la reina se exilió. Salió con dirección a Francia, donde fue acogida por el emperador Napoleón III.

Además del pronunciamiento militar y de los hechos bélicos, tuvieron un gran protagonismo las fuerzas populares dirigidas por un sector de los progresistas.

En muchas ciudades españolas se constituyeron Juntas revolucionarias, que organizaron el levantamiento y lanzaron llamamientos al pueblo.

El radicalismo no era compartido por los dirigentes unionistas y progresistas.

Los sublevados propusieron a la Junta revolucionaria el nombramiento de un Gobierno provisional de carácter centrista.

Serrano fue proclamado regente y Prim, presidente de un gobierno integrado por progresistas y unionistas. El nuevo ejecutivo ordenó disolver las Juntas y desarmar la Milicia Nacional.

El Gobierno Provisional y la Constitución de 1869

El nuevo Gobierno provisional promulgó una serie de decretos para dar satisfacción a algunas demandas populares y convocó elecciones a Cortes constituyentes. Los comicios reconocieron el sufragio universal masculino. Dieron la victoria a la coalición gubernamental partidaria de la fórmula monárquica, pero aparecieron dos minorías: la carlista y la republicana. Las Cortes se reunieron y crearon una nueva Constitución.

La Constitución de 1869 y la Regencia

La Constitución de 1869, la primera democrática de la historia de España, estableció un amplio régimen de derechos y libertades. Proclamaba la soberanía nacional, de la que emanaba tanto la legitimidad de la monarquía como los tres poderes. El Estado era monárquico, pero la potestad de hacer las leyes residía en las Cortes.

Las Cortes se componían de un Congreso y un Senado. Las provincias de ultramar, Cuba y Puerto Rico, gozaban de los mismos derechos que las peninsulares, mientras que Filipinas quedaba gobernada por una ley especial.

Proclamada la Constitución y con el trono vacante, las Cortes establecieron una regencia, que ocupó Serrano, mientras que Prim era designado jefe de gobierno. Su tarea no era fácil.

El nuevo gobierno fue recibido con simpatía por gran parte de los países europeos. Ponía fin a la inestabilidad política y los nuevos dirigentes parecían más adecuados para emprender las reformas económicas necesarias a fin de garantizar las inversiones y los negocios extranjeros.

El Intento de Renovación Económica

Uno de los objetivos de “La Gloriosa” era reorientar la política económica. Pretendía establecer una legislación que protegiera los intereses económicos de la burguesía nacional y de los inversores extranjeros. La política económica se caracterizó por la defensa del librecambismo.

El ministro de Hacienda suprimió la contribución de consumos. Para compensar la pérdida de ingresos, introdujo la contribución personal, que gravaba a todos los ciudadanos de forma directa según su renta. Estableció la peseta como unidad monetaria.

Pero el problema más grave era el caótico estado de la Hacienda española. Había una elevada deuda pública. Además, la grave crisis de los ferrocarriles solo tenía solución utilizando recursos públicos para subvencionar a las compañías ferroviarias. Se pretendió solucionar mediante la Ley de Minas.

La última acción fue la liberación de los intercambios exteriores, aprobada mediante la Ley de Bases Arancelarias.

Frustración de las Aspiraciones Populares

La Constitución de 1869 consolidó un régimen político basado en los principios liberal-democráticos, pero frustró las aspiraciones de otros grupos políticos.

La forma de gobierno monárquica disgustó a los republicanos; el mantenimiento del culto y del clero desagradaba a los sectores más laicos; y la persistencia de las desigualdades sociales generó descontento popular.

Durante el período de la regencia hubo una fuerte conflictividad social que se mantuvo a lo largo de todo el Sexenio.

El campesinado demandaba un mejor reparto de la tierra, lo que provocó revueltas. En las ciudades también hubo levantamientos urbanos.

El movimiento obrero sufrió un proceso de radicalización en demanda de la mejora de las condiciones salariales y de trabajo.

El fracaso de las insurrecciones de los republicanos condujo a que la mayoría de estos sectores se inclinasen hacia posiciones más radicales y apolíticas (internacionalismo). La expansión de las ideas vinculadas a la Primera Internacional (anarquismo y socialismo) abrió una nueva etapa y condujo a la organización del proletariado y del campesinado alrededor de las nuevas organizaciones de clase, alejadas de los partidos clásicos.

Las Fuerzas Políticas: El Auge del Republicanismo

El Nuevo Panorama Político

El panorama político estuvo dominado por cuatro tendencias:

  • A la derecha: Los carlistas, que aceptaban el juego parlamentario y se presentaban a las elecciones con un programa que defendía la preeminencia del catolicismo y la monarquía tradicional. También en la derecha, los moderados se mantuvieron fieles a Isabel II y reclamaron su vuelta al trono (apoyados por la burguesía agraria).
  • En el centro: La conjunción monárquico-democrática (progresistas, unionistas y demócratas monárquicos), que defendía un gobierno monárquico pero subordinado a la soberanía nacional y a un amplio respeto por las libertades públicas. Agrupaba a la burguesía financiera e industrial, clases medias urbanas, parte del ejército e intelectuales y profesionales liberales.
  • A la izquierda: El Partido Republicano Federal, que propugnaba un sistema de pactos libremente establecidos entre los distintos pueblos o regiones como una nueva forma de articular el Estado. Defendía el republicanismo, la separación de la Iglesia y el Estado y el laicismo. Se oponía a la intervención del ejército en la política y promulgaba un proyecto de transformación social.

El Republicanismo Federal

En los republicanos federales, había dos tendencias: los benévolos y los intransigentes. Los primeros controlaban la dirección del partido y eran partidarios del respeto a la legalidad. Los intransigentes apoyaban la insurrección popular como método para proclamar la república federal y propugnaban que los distintos territorios podían declararse independientes para después pactar libremente su unión a una república federal.

Un sector de los republicanos eran conocidos como unitarios. Discrepaban del modelo federal de Estado y defendían una república unitaria, manteniendo posiciones conservadoras desde el punto de vista político y social.

El republicanismo federal estaba apoyado por la pequeña burguesía, las clases populares urbanas y parte del movimiento obrero y campesino.

Las primeras preocupaciones sociales nacieron en el seno del republicanismo y de él surgieron las primeras proposiciones de leyes protectoras de los trabajadores.

Su auge fue debido al desencanto de las masas populares. Se convirtió en la posición política que parecía preocuparse más por la mejora de las condiciones de las clases trabajadoras. Republicanismo y cambio social fueron realidades estrechamente asociadas en el Sexenio.

En la revolución de 1868 se plantearon reivindicaciones de carácter social avanzadas debido a la alta implicación de las clases populares en el proceso revolucionario. Para un amplio sector de la población, la consecución de estos objetivos iba ligada al triunfo de la república federal.

Los primeros levantamientos se produjeron en Cádiz. En todos se expresaron reivindicaciones sociales. Los republicanos impulsaron también diversas movilizaciones populares para imponer un cambio en el injusto sistema de sorteo y redención (quintas).

Los republicanos federales de casi toda España establecieron una serie de pactos para provocar levantamientos y constituyeron en Madrid un Consejo Federal provisional.

Prim tuvo que recurrir al ejército para contener estos levantamientos. El jefe del gobierno proclamó que el movimiento republicano federalista no había vencido. La proliferación de levantamientos dejó profundas huellas y en los años siguientes volvieron a reproducirse las insurrecciones.

El Reinado de Amadeo de Saboya (1871-1873)

Prim fue el encargado de sondear a los embajadores extranjeros y de llevar a cabo las negociaciones para establecer un consenso internacional sobre el candidato más idóneo para el vacante trono español.

Consiguió imponerse la candidatura de Amadeo de Saboya, que tenía una concepción democrática y era miembro de una dinastía de gran popularidad.

El nuevo monarca fue elegido rey de España por las Cortes. Tres días antes, el general Prim había sido asesinado, con lo que el nuevo monarca se quedó sin su valedor y consejero más fiel. Fue proclamado rey y las Cortes constituyentes se disolvieron para iniciar una nueva etapa de monarquía democrática.

Las Dificultades de un Rey sin Apoyos

La nueva dinastía contaba con escasos apoyos. Satisfacía a los progresistas y unionistas y, aun así, no todo el mundo estaba de acuerdo. Además, contó desde el principio con la clara oposición de la aristocracia, el clero y las camarillas cortesanas de la época de Isabel II.

Una parte del ejército no vinculada a progresistas ni a unionistas mostró su resistencia a expresar fidelidad al nuevo monarca. Este tampoco obtuvo el favor popular.

Una vez establecido el sufragio universal y las libertades políticas, el nuevo monarca pretendió consolidar un régimen plenamente democrático. Pero los dos años del reinado estuvieron marcados por dificultades constantes. Los problemas económicos generaron más deuda pública. Además, hubo una lucha permanente entre los grupos políticos, una revitalización del conflicto carlista y de las insurrecciones republicanas.

La Permanente Inestabilidad y la Abdicación

Amadeo I contó desde el principio con la oposición de los moderados. Conscientes de la impopularidad de Isabel II, empezaron a organizar la restauración borbónica en la persona del príncipe Alfonso, que fue captando a muchos unionistas y progresistas, y les convenció de que la monarquía borbónica era una garantía de orden y estabilidad. Contó con los apoyos de la Iglesia y de la élite del dinero.

Los carlistas se habían reorganizado como fuerza política. La llegada de Amadeo dio argumentos a un sector del carlismo para volver a intentar métodos de insurrección armada y se sublevaron animados por las posibles expectativas de sentar en el trono a su candidato, Carlos VII (Tercera Guerra Carlista).

Tampoco contaba con el respaldo de los sectores republicanos ni de los grupos populares. Se produjeron nuevas insurrecciones de carácter federalista que, aunque fueron rápidamente reprimidas, hicieron aumentar aún más la inestabilidad del régimen.

Se inició un conflicto en la isla de Cuba (Guerra de los Diez Años). La insurrección contó rápidamente con el apoyo popular al prometer el fin de la esclavitud. La guerra se convirtió en un grave problema.

La crisis del reinado de Amadeo de Saboya fue resultado de la desintegración de la coalición gubernamental. Finalmente, Amadeo presentó su renuncia al trono y abandonó España, dejando una impresión de país ingobernable y contrario a una monarquía democrática.

La Primera República Española (1873-1874)

La proclamación de la Primera República fue la salida más fácil ante la renuncia de Amadeo de Saboya. Las Cortes decidieron someter a votación la proclamación de una república, que fue aprobada por una amplia mayoría. Para presidir el gobierno fue elegido el republicano federal Estanislao Figueras.

Gran parte de la cámara era monárquica y su voto republicano fue una estrategia para ganar tiempo y organizar el retorno de los Borbones al trono español. La República nació con escasas posibilidades de éxito, lo que se evidenció en el aislamiento internacional del nuevo sistema.

El Intento de Instaurar una República Federal

La República fue recibida con entusiasmo por las clases populares. Los federales ocuparon las corporaciones de muchos municipios y constituyeron Juntas revolucionarias para desplazar de la Administración a los antiguos cargos monárquicos. En las ciudades se produjeron amplias movilizaciones populares.

Gran parte de los dirigentes del republicanismo federal estaban lejos de las aspiraciones revolucionarias de las bases de su propio partido. El interés de los dirigentes republicanos se exteriorizó en la disolución de las Juntas y en la represión de las revueltas populares. Pacificado el panorama, se convocaron elecciones a Cortes constituyentes, que ganaron los republicanos.

Las Cortes se abrieron y proclamaron la República Democrática Federal. La presidencia fue de Estanislao Figueras. Pero la falta de recursos del Estado y la desorganización del ejército provocaron su dimisión, y el gobierno pasó a manos de Francisco Pi y Margall, encargado de elaborar una Constitución federal para España.

Se presentó en las Cortes el proyecto de la nueva Constitución, pero no llegó a ser debatido y tampoco fue aprobado. La Constitución Republicana Federal seguía la línea de la Constitución de 1869 en relación con la implantación de la democracia y al reconocimiento de amplios derechos y libertades. La República tendría un presidente y se mantendrían las dos cámaras, el Senado y el Congreso. Se declaraba la libertad de culto y la separación de la Iglesia del Estado, la abolición de la esclavitud, la supresión de las quintas, la reforma de los impuestos y el inicio de una legislación proteccionista en el ámbito laboral. La Nación española estaba compuesta por diecisiete estados, con tres niveles: municipios, Estados regionales y Estado federal. La Constitución planteaba un Estado no centralista.

La Primera República tuvo que enfrentarse a graves problemas que paralizaron la acción de gobierno, como la insurrección carlista. Algunos éxitos militares de las tropas gubernamentales impidieron la extensión del conflicto a las ciudades, pero fueron incapaces de acabar con él y se prolongó. También continuó la guerra de Cuba, que seguía extendiéndose y cuya situación la República fue incapaz de mejorar.

La Sublevación Cantonal y el Giro Conservador

La sublevación cantonal fue el conflicto más grave que se produjo y el que provocó la mayor situación de crisis para el gobierno. En el cantonalismo se mezclaban las aspiraciones autonomistas propiciadas por los republicanos federales intransigentes con las aspiraciones de revolución social inspiradas en las nuevas ideas internacionalistas. La proclamación de cantones independientes fue la consecuencia de aplicar la estructura federal impulsada por el deseo de avanzar en las reformas sociales.

En las zonas con fuerte implantación republicana, la población se alzó en cantones independientes. Los protagonistas de los levantamientos cantonalistas eran un conglomerado social compuesto por artesanos, pequeños comerciantes y asalariados, dirigidos por los federales intransigentes.

El presidente Pi y Margall se opuso a sofocar la revuelta por las armas y dimitió. Se inició una acción militar contra el movimiento cantonalista. La intervención acabó con la insurrección.

La presidencia recayó entonces en Emilio Castelar, dirigente del republicanismo unitario. La República inició un progresivo desplazamiento a la derecha. El nuevo ejecutivo intentó aplicar una política de autoridad y fuerza para controlar los problemas que aquejaban al país. Castelar consiguió plenos poderes para reorganizar el ejército, obtener un crédito y gobernar con el Parlamento cerrado.

El Fin de la Experiencia Republicana

La República dio un claro vuelco conservador. Castelar, temiendo ser destituido, había suspendido las sesiones parlamentarias y gobernó autoritariamente.

Ante esta situación, un sector importante de los diputados llegó al acuerdo de plantear una moción de censura al gobierno para forzar su dimisión. La intención era volver a controlar el gobierno y poder devolver al régimen republicano sus planteamientos iniciales.

Se abrieron las Cortes y el gobierno de Castelar fue derrotado. Era inminente la formación de un gobierno de izquierda, pero el capitán general de Castilla la Nueva, Manuel Pavía, exigió la disolución de las Cortes republicanas.

El poder pasó a manos de una coalición de unionistas y progresistas encabezada por el general Serrano, que intentó estabilizar un régimen republicano de carácter conservador. Pero la base social ya había optado por la solución alfonsina: la vuelta de Alfonso XII.

El 29 de diciembre de 1874, el pronunciamiento militar de Martínez Campos en Sagunto proclamó rey de España a Alfonso XII. El príncipe Alfonso de Borbón había firmado el Manifiesto de Sandhurst, que sintetizaba el programa de la nueva monarquía alfonsina: un régimen conservador y católico que garantizaría el orden social.