Los Cuentos de Canterbury de Chaucer
Considerado por algunos como el primer autor que demuestra la legitimidad artística de la lengua inglesa, Geoffrey Chaucer es reconocido por muchos profesores de lengua como el padre del inglés. Su magistral obra iba a contribuir significativamente al desarrollo de la literatura inglesa. Chaucer murió el 25 de octubre de 1400 y está enterrado en la Abadía de Westminster, siendo el primer ocupante del Rincón de los Poetas.
El tema central de la obra se encuentra en el ambiente de la época, donde contar cuentos y realizar peregrinaciones eran prácticas comunes. La obra de Chaucer es incompleta, tanto en su conjunto como en sus diversas partes. El único elemento claro de conexión que persiste desde el principio hasta el fin es la omnipresente personalidad del hostelero, quien da unidad de carácter a toda la obra, incitando, criticando, admirando y denunciando, pero manteniéndose siempre en primer plano.
El marco de la novela lo constituye una peregrinación al santuario de Santo Tomás de Canterbury. El poeta finge encontrarse junto con otros 30 peregrinos en la posada del Tabardo, en un suburbio de Londres. Estos peregrinos, cuyos retratos se trazan con sobrio acierto en el Prólogo, son:
- Un caballero, con su hijo escudero y su asistente.
- Una priora.
- Una monja de oratorio con tres sacerdotes.
- Un monje benedictino.
- Un fraile mendicante.
- Un mercader.
- Un clérigo o estudiante de Oxford.
- Un agente de la ley.
- Un propietario rural.
- Un mercero.
- Un carpintero.
- Un tejedor.
- Un tapicero.
- Un tintorero.
- Un cocinero.
- Un marinero.
- Un doctor.
- Una comadre de Bath.
- Un párroco.
- Un gañán.
- Un molinero.
- Un ecónomo de colegio.
- Un administrador de bienes.
- Un agente del tribunal eclesiástico.
- Un vendedor de indulgencias.
Durante el viaje, se une a la comitiva un canónigo con su paje. Todos aceptan la proposición hecha por el hostelero de que, para pasar mejor el tiempo durante el recorrido, cada uno de los peregrinos narre dos cuentos a la ida y dos a la vuelta. El hostelero será el árbitro y juez, y al regreso se dará una cena en la posada del Tabardo al narrador de los mejores cuentos.
De esta obra, que quedó sin terminar, han llegado hasta nosotros nueve fragmentos con 21 cuentos completos y 3 incompletos.
Cuento del estudiante
Esta es la historia de un hombre que, para tener a quien heredar sus riquezas, encuentra a una mujer muy humilde y pobre, pero de una belleza incomparable. La gente estaba de acuerdo con su matrimonio, así que este manda llamar a la hermosa mujer, quien acepta casarse con él. Al tener una hija, el rey decide probar la humildad de su mujer, así que le miente y la señora manda a su hija a un pueblo cercano. Esto se repite cuando tienen un hijo. Pasados doce años, el rey le hace una última prueba y le dice que, como su hija no es de la nobleza, puede casarse con quien ella elija, pero que después tenía que irse. Esta acepta y se va del castillo. Poco después, la manda a llamar para arreglar lo de su boda y le pregunta qué le parecía su nueva esposa, y ella le contesta que es de una belleza incomparable. El rey, al ver esto, quedó sumamente sorprendido y no aguantó más y confesó lo ocurrido. Ella se desmaya, pero viven felices para siempre.
Cuento del aguacil
En el condado de York había un fraile que predicaba y les decía a las personas que dieran limosna para sacar a las almas del purgatorio. Recorría las casas y escribía los nombres de los que le pagaban. Un día llegó a una casa donde el dueño estaba enfermo y se puso a platicar. Luego saludó a la esposa con mucha familiaridad y le dice que quiere hablar a solas con su marido. Ella le dice que antes de que se vaya le contara de que su hijo ha muerto. El fraile le dice que ya lo sabía por la revelación y que ha visto a su hijo entrar a la gloria, y le dice que va a rogar por la salud de Tomás. Le cuenta que ha gastado mucho en frailes y no mejora. El fraile le dice que no es constante y que solo debía socorrer a su convento, y así discutieron a tal grado que el fraile lo saca de quicio y le dice que le dará algo, pero que le jure que lo compartirá con todos los frailes, y le dice que meta la mano detrás, y cuando lo hace le suelta una ventosidad. El fraile se va muy enojado pensando cómo va a cumplir su juramento de repartir las ventosidades a todos.
Cuento del mayordomo
Una persona llamada Simoncico tenía un molino y molía granos para la gente. Un buen día, dos jóvenes llegaron y le pidieron que si les podía moler su carga. Simoncico aceptó, pero se aprovechó y les quitó la mitad de la carga. Como ya había anochecido, este los dejó quedarse en su casa; sin embargo, uno de ellos se quedó con su hija y el otro a mitad de la noche se pasó con su esposa. A la mañana siguiente, un muchacho le cuenta a otro que se había quedado con la hija, pero no se dieron cuenta de que era Simoncico. Este, muy enojado, se paró y comenzaron a pelearse. Su esposa se asustó y agarró un palo, aunque por error le pegó a su esposo. Con esto, los muchachos aprovecharon y se escaparon.
Cuento del molinero
En Oxford vivía un rico carpintero que además rentaba cuartos, y ahí vivía un estudiante pobre que podía predecir las cosas. Nicolás, que así se llamaba el estudiante, era muy refinado y le gustaba cantar. El carpintero se había casado con una joven bella. Nicolás coqueteaba con ella, pero también el sacristán, el cual le cantaba todas las noches bajo su balcón. Él, para poder estar con ella, ingenió un plan el cual consistía en que Nicolás iba a tener una predicción de un diluvio. El sacristán llega a pedirle un beso a la joven, pero ella no accede y en vez de eso le pone el trasero para que lo bese. Al darse cuenta de esto, él va y al herrero le pide una vara caliente, regresa con la joven, pero esta vez el que pone el trasero es Nicolás, el cual al sentir la vara ardiente sale pidiendo agua. Al carpintero se le cae el agua y, como algo cómico, la gente se ríe por el supuesto diluvio predicho.