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Marco Tulio Cicerón
Marco Tulio Cicerón (106–43 a. C.) fue una figura central de la Roma tardorrepublicana. Nació en Arpinio en una familia rica, aunque plebeya, lo que lo convirtió en un homo novus al entrar en la política sin antecedentes familiares senatoriales. Tras una sólida formación en retórica y filosofía, viajó a Grecia y Asia para perfeccionarse con los grandes maestros. Inició su carrera política como cuestor en Sicilia (75 a. C.), y fue ascendiendo hasta alcanzar el consulado en el año 63 a. C., durante el cual reprimió la conspiración de Catilina, acción que le valió tanto fama como problemas legales, incluyendo un breve exilio. Durante la guerra civil entre César y Pompeyo, Cicerón apoyó al bando de Pompeyo. Tras su derrota, fue perdonado, pero se alejó de la vida pública. Regresó a la política tras el asesinato de César en el 44 a. C., oponiéndose a Marco Antonio y apoyando a Octaviano. Esta postura lo llevó a la muerte en el 43 a. C., asesinado por orden de Antonio.
Cicerón fue un orador excepcional que dominó todos los géneros literarios de su tiempo. Su estilo combinaba claridad y elegancia con musicalidad y fuerza expresiva. Pronunció y escribió numerosos discursos, de los cuales se conservan 58. Entre los más importantes se encuentran:
- 1- Catilinarias, contra la conspiración de Catilina.
- 2- Verrinas, contra el gobernador corrupto Verres.
- 3- Pro Archia, en defensa de un poeta acusado de falsedad.
- 4- Pro Milone, en defensa de Tito Milón.
- 5- Filípicas, contra Marco Antonio.
También escribió tratados retóricos como De oratore, Brutus y Orator, donde reflexionaba sobre la técnica del discurso y el ideal del orador. En filosofía, escribió obras influidas por el estoicismo y el eclecticismo griego, como De officiis, Tusculanas y De natura deorum, muchas en forma de diálogo. Cicerón cultivó también la correspondencia personal, y se conservan más de 900 cartas que ofrecen una visión única de la vida política y privada de su época. Su prosa, armónica y bien estructurada, tuvo una influencia enorme en la literatura latina y en el Renacimiento, siendo considerado un modelo estilístico por siglos.
Marco Fabio Quintiliano
Marco Fabio Quintiliano (ca. 35 – ca. 96 d. C.) fue un destacado retórico nacido en Hispania, en Calagurris (actual Calahorra). Formado en Roma, ejerció como maestro de retórica y recibió del emperador Vespasiano una cátedra oficial con sueldo público, hecho inédito hasta entonces. Su obra más importante es la Institutio oratoria, un tratado en doce libros sobre la formación completa del orador. En esta obra, Quintiliano plantea que el orador debe formarse desde la infancia no solo en el arte de hablar bien, sino también en virtud y cultura general.
Para él, el orador ideal es el “hombre bueno y hábil en hablar”, una figura pública que guía a la sociedad con responsabilidad ética. Aunque toma como modelo a Cicerón y el orador republicano, no percibe que en su época imperial ya no existen las condiciones políticas para esa clase de oratoria libre. Aun así, promueve un estilo claro, equilibrado y libre de exageraciones, adaptado a un contexto más didáctico que político.
Lisias
Lisias fue uno de los oradores más destacados del siglo V a. C., aunque su mayor fama la obtuvo como logógrafo, es decir, como redactor profesional de discursos judiciales para que otros los pronunciaran. Esta labor era común en la Atenas democrática, donde los ciudadanos debían defenderse a sí mismos ante los tribunales, pero muchos carecían de habilidades retóricas.
Lisias era meteco (extranjero residente en Atenas sin ciudadanía), lo que le impedía participar directamente en la vida política o pronunciar discursos públicos. Por eso, centró su carrera en la oratoria forense. Aun así, en algunas ocasiones excepcionales pronunció sus propios discursos y con éxito.
De su obra se conservan 35 discursos, todos relacionados con el ámbito judicial. Tratan casos como asesinatos, adulterios, fraudes, malversaciones o abandono de deberes cívicos. Lo que distingue a Lisias es su estilo claro, sobrio y directo. Evita adornos innecesarios y busca la naturalidad del lenguaje, como si quien lo pronunciara hablara espontáneamente.
Sus discursos siguen una estructura meticulosa: comienzan con un prólogo (para captar la atención del jurado), seguido de la narración de los hechos, las pruebas y un epílogo que concluye con un llamamiento emocional o lógico al tribunal. Su éxito se debió a la precisión, claridad argumentativa y tono mesurado, cualidades que lo convierten en un referente de la oratoria forense.
Isócrates (436–338 a. C.)
Isócrates fue una figura central en el desarrollo teórico de la oratoria. Aunque fue menos activo en política que Demóstenes, tuvo una influencia enorme como educador, pensador político y escritor de discursos elaborados. Fundó una escuela de retórica en Atenas que formó a muchos líderes del mundo helenístico.
A diferencia de Lisias, Isócrates no se centró en la oratoria judicial, sino en los discursos epidícticos y políticos, muchos de los cuales estaban destinados más a ser leídos que pronunciados. Su estilo es más literario y elevado, y su oratoria más reflexiva que combativa. Creía que la oratoria debía educar y servir al bien común.
En el plano político, Isócrates fue un ferviente defensor de la unidad de los griegos (panhelenismo) frente a amenazas externas, especialmente Persia. A diferencia de Demóstenes, que se oponía frontalmente a la expansión macedónica, Isócrates veía en Filipo de Macedonia un posible líder que podría unir a las ciudades griegas. Esta diferencia marcó una clara oposición ideológica entre ambos oradores.
Su obra más conocida es el Panegírico, un discurso de alabanza a Atenas, donde defiende su papel como guía moral y política del mundo griego. Su estilo destaca por el equilibrio, el tono noble y la riqueza de contenido.
Demóstenes (384–322 a. C.)
Demóstenes es considerado el mayor orador de la Grecia antigua. Su vida fue un ejemplo de lucha personal y política. Huérfano desde niño, tuvo que enfrentarse a sus propios tutores en un juicio por la mala gestión de su herencia, lo que despertó en él el interés por la retórica. Empezó su carrera como logógrafo y superó numerosos obstáculos, como una tartamudez inicial, mediante una férrea disciplina y ejercicios extremos.
Con el tiempo, se convirtió en un líder político activo y el más firme opositor de Filipo de Macedonia. Fue el portavoz del nacionalismo ateniense, defensor de la democracia y de la independencia de Grecia frente a la amenaza del imperialismo macedónico.
Su obra es muy extensa: se conservan más de 60 discursos, aunque no todos son seguramente de su autoría. Se dividen en discursos privados (judiciales) y públicos (políticos). Los más famosos son las Filípicas, una serie de discursos vehementes que instaban a Atenas a resistir la expansión de Filipo.
El Discurso de la corona, pronunciado en 330 a. C., es su obra maestra. En él se defiende ante las acusaciones de su rival Esquines y aprovecha para hacer un balance de su carrera política, reafirmando sus ideales democráticos. Su tono es apasionado, combativo, lleno de ironía y argumentación fuerte.
Demóstenes no solo destacó por su contenido, sino también por su estilo expresivo, enérgico y con estructuras sintácticas complejas. Aunque denso al leer, era muy eficaz cuando se escuchaba. Dominaba las pausas, las emociones y las apelaciones directas al público. Luchó hasta el final por sus ideales, y al verse perseguido por los macedonios, prefirió suicidarse antes que rendirse.
El canon de los “Diez oradores áticos”
Lisias, Isócrates y Demóstenes forman parte del grupo conocido como los Diez oradores áticos, un canon establecido por la tradición griega y luego romana. Este grupo reunía a los más grandes exponentes del arte de la palabra en la antigua Grecia, incluyendo también a Esquines, Antifonte, Andócides, Iseo, Hipérides, Licurgo y Dinarco.
La Oratoria en la Atenas Democrática
En la Atenas democrática de los siglos V y IV a. C., la oratoria se convirtió en una habilidad esencial para el ciudadano. Saber hablar en público, defenderse en un juicio o convencer en la Asamblea era clave en una sociedad donde la participación directa era el eje de la política. El auge de la retórica, favorecido por los sofistas, consolidó la oratoria como un arte indispensable tanto en la vida pública como privada.
La palabra se convirtió en un instrumento de poder. El orador era considerado un verdadero “artífice de la persuasión”, capaz incluso de transformar la percepción de la verdad. No se trataba solo de resolver problemas filosóficos profundos, sino de ofrecer soluciones prácticas a los conflictos diarios.
Los discursos se clasificaban en tres grandes tipos:
- Deliberativos o políticos, orientados al futuro y usados en decisiones colectivas.
- Judiciales o forenses, centrados en hechos pasados y pronunciados ante tribunales.
- Epidícticos o de aparato, con carácter más literario y usados para alabar o conmemorar.
Todo buen discurso debía seguir un proceso bien definido: la invención (εὕρησις) del tema, su organización (τάξις), el cuidado del lenguaje y estilo (λέξις), y finalmente, la interpretación oral. El orador era también un actor: debía cuidar su voz, su expresión corporal y la conexión emocional con el auditorio.
Durante el siglo IV a. C., surgieron figuras brillantes en el campo de la oratoria. Muchos fueron logógrafos, expertos en escribir discursos para otros, y algunos se convirtieron también en oradores públicos reconocidos. Entre ellos destacan especialmente Lisias, Isócrates y Demóstenes.