Heráclito y Parménides: El Ser, el Devenir y la Realidad

Heráclito (siglos VI-V a.C.)

La especulación de los jonios culmina en la doctrina de Heráclito, que por primera vez aborda el problema mismo de la investigación y del hombre que la emprende. Heráclito de Éfeso perteneció a una familia noble de su ciudad, fue contemporáneo de Parménides y, como él, floreció hacia el 504-01 a.C. Es autor de una obra en prosa que fue después conocida con el acostumbrado título Acerca de la naturaleza, constituida por aforismos y sentencias breves y tajantes, no siempre claras, que le valieron el sobrenombre de «el Oscuro».

El punto de partida de Heráclito es la comprobación del incesante devenir de las cosas. El mundo es un flujo perpetuo (*panta rhei*). La sustancia que sea principio del mundo debe explicar el incesante devenir de este con su propia y extrema movilidad; Heráclito la identifica con el fuego. Pero puede decirse que en su doctrina el fuego pierde todo carácter corpóreo: es un principio activo, inteligente y creador. Estos fundamentos de una teoría de la naturaleza son presentados por Heráclito como resultado de una sabiduría difícil de adquirir e ignorada por la mayor parte de los hombres.

En las palabras iniciales de su libro, Heráclito se lamentaba de que los hombres, a pesar de haber escuchado al *logos*, la voz de la razón, se olvidan de ella tanto en las palabras como en las obras, de modo que no saben lo que hacen despiertos, de la misma manera que no saben lo que hacen dormidos.

La Investigación y el Logos

Según Heráclito, la misma naturaleza exige la investigación; en efecto, a ella le gusta ocultarse. Se detiene especialmente en las condiciones que la hacen posible. La primera consiste en que el hombre se observe a sí mismo: «Yo me he investigado a mí mismo». La investigación dirigida al mundo natural está condicionada por la luz que el hombre pueda lanzar sobre su propio ser. Pero esta razón, que es la ley del alma, es además ley universal.

La segunda y fundamental condición de la investigación es la comunicación entre los hombres. El pensamiento —el *logos*— es común a todos, según Heráclito. Así pues, el hombre no solo debe dirigir la investigación hacia sí mismo, sino también y con el mismo impulso, a aquello que lo vincula a los demás: el *logos* que constituye la esencia más profunda del hombre individual es también lo que une a los hombres entre sí en una comunidad de naturaleza. Este *logos* es como la ley para la ciudad, él mismo la ley, ley suprema que lo rige todo: el hombre individual, la comunidad de los hombres y la naturaleza exterior. No es solamente la racionalidad, sino el ser mismo del mundo; así es como se manifiesta en todas las facetas de la investigación.

Heráclito plantea constantemente al hombre la alternativa de estar despierto o dormir: entre el abrirse, mediante la investigación, a la comunicación interhumana, que le descubre la auténtica realidad del mundo objetivo; y el encerrarse en su propio pensar aislado, en un mundo ficticio que no tiene comunicación con los demás (fr. 2, 34, 73, 89). Tal alternativa establece el valor decisivo que la investigación tiene para el hombre. No es solo pensamiento (*noesis*), sino sabiduría para la vida (*phronesis*); determina el temperamento del hombre, el *ethos*, que es su destino mismo.

La Unidad de los Opuestos

Pero Heráclito ha determinado también cuál es esa ley cuyo significado debe aclarar y profundizar la investigación. Así pues, el gran descubrimiento de Heráclito es que la unidad del principio creador no es una unidad idéntica ni excluye la lucha, la discordia, la oposición. Para entender la ley suprema del ser, el *logos* que lo constituye y gobierna, es preciso unir lo completo y lo incompleto, lo concorde y lo discorde, lo armónico y lo disonante (fr. 10), y darse cuenta de que la unidad surge de todos los opuestos y de ella salen todos estos.

La armonía no es para Heráclito la síntesis de los opuestos, la conciliación y anulación de su oposición; sino que es la unidad que subyace precisamente a la oposición y la hace posible. La tensión es una unidad (es decir, una relación) que solo puede darse entre las cosas opuestas en tanto que opuestas. La conciliación, la síntesis la anularía. Según Heráclito, la unidad propia del mundo es una tensión de este género: no anula, ni concilia, ni supera el contraste, sino que lo hace ser y lo hace entender como contraste.

Parménides (siglos VI-V a.C.)

Con Parménides aparece un número impresionante de conceptos filosóficos griegos que van a perdurar a través de la historia hasta nosotros mismos. Por una parte, es interesante el género literario de la obra perdida de Parménides, conservada fragmentariamente: un poema. Sorprende que la primera obra, relativamente madura, de la filosofía, sea un poema; cosa que no se debe pasar por alto.

Y aparece un poema con una serie de referencias mitológicas: aparecen las hijas del Sol, que abandonan las moradas de la noche —de la oscuridad, son hijas del Sol— que han arrancado los velos que cubren lo real —lo cual es, en forma metafórica, el gran concepto griego de la verdad, *aletheia*, que es descubrimiento, desvelamiento, manifestación, patencia; ahí tenemos ya ese concepto en el momento inicial de la filosofía— y se va a tratar de descubrir, con corazón inquebrantable, la verdad.

Y aparece otro concepto fundamental, el de camino: hay varias vías, varios caminos en Parménides. La palabra para camino en griego es *odos*; una forma derivada de ella es *methodos*, el método es el camino hacia algo. Y aparece también expresamente la idea de las vías, de los métodos, en Parménides. Y va a distinguir tres vías posibles —las vías son la expresión del principio de no-contradicción—:

  1. Una vía es la vía de lo que es, que es la vía practicable, que es la vía filosófica.
  2. Otra vía es la de lo que no es, que no es practicable.
  3. Y hay la vía de lo que es y de lo que no es, que es lo que llamará —otro gran concepto griego— la *doxa*, la opinión, y añadirá: la opinión de los mortales.

Los mortales opinan; los mortales se mueven en lo que es y no es. Es decir, diferente a la verdad, que descubre la vía de lo que es, es la apariencia. Y aparece también la dualidad, que se perpetuará en el pensamiento helénico, entre lo que es realmente, efectivamente, y lo que es apariencia.

El Ser y el Conocimiento

Parménides determina con perfecta claridad el criterio fundamental de la validez del conocimiento que había de dominar toda la filosofía griega: el valor de verdad del conocimiento depende de la realidad del objeto; el verdadero conocimiento no puede ser más que conocimiento del ser, esto es, de la realidad absoluta. Tal es el significado de las famosas afirmaciones de Parménides: «El pensamiento y el ser son lo mismo».

Parménides emprende el análisis del carácter del ser. Dichos caracteres serán asumidos por Platón como características de sus ideas. El ser es «no engendrado» e «incorruptible». El ser es un «presente» eterno, sin comienzo ni final. Como consecuencia, el ser también es inmutable e inmóvil, porque tanto la movilidad como la mutación suponen un no-ser hacia el cual tendría que moverse el ser o en el cual debería transmutarse.

El ser es limitado y finito en el sentido de que es «acabado», «determinado» y «perfecto». La igualdad absoluta, la finitud y la completitud —las cosas son consistentes—, le sugirieron la idea de esfera, figura que ya para los pitagóricos indicaba la perfección.

La Doxa (Opinión)

La tercera vía plantea un problema: ¿cómo se podrán explicar los fenómenos, sin contravenir el principio fundamental? Heráclito afirmaba la tensión de opuestos; Parménides le reprocha no ver que ambos son, es decir, son «ser». Trata de explicar los fenómenos partiendo de la pareja de opuestos «luz» y «noche». Los fragmentos de esta parte del poema se han perdido y esto hace imposible una resolución al problema. Si luz y noche son «ser», los fenómenos quedan inmovilizados en la invariabilidad del ser.

Sin embargo, ¿cuáles son los caracteres de la *doxa*?

  1. La *doxa* se atiene a las informaciones del mundo, de las cosas. Estas informaciones son muchas y cambiantes. Las cosas son verdes, rojas, duras, frías, agua, aire, etc. Además se transforman unas en otras y están en constante variación.
  2. Pero la *doxa* entiende ese movimiento, ese cambio, como un llegar a ser. Y aquí está su error. El ser no se da en los sentidos, sino en el *noús* —inteligencia—. Es decir, la *doxa*, moviéndose en la sensación, que es lo que tiene, salta al ser sin utilizar el *noús*, de que carece. Y esta es su falsedad.
  3. La *doxa*, además de ser opinión, es de los mortales. Porque su órgano es la sensación, y esta se compone de contrarios y por eso es mortal, perecedera como las cosas mismas. La opinión no tiene *noús*. Por eso interpreta Parménides el movimiento como una luz y unas tinieblas, como un alumbrarse y oscurecerse. Es decir, el llegar a ser no es más que un llegar a ser aparente. Por tanto, el movimiento es variación, no generación; por tanto, no existe desde el punto de vista del ser.