Maestros de la Escultura Barroca Española: Gregorio Fernández, Montañés, Mesa, Cano y Salzillo

La Escuela Castellana

Gregorio Fernández

Gregorio Fernández nació en Lugo y falleció en Valladolid en 1636. Es, sin duda, el maestro indiscutible del Barroco castellano. Su producción se divide en dos etapas: una fase manierista y otra de madurez. Sus obras son de talla completa y bulto redondo, y están cubiertas por telas pesadas de pliegues geométricos que recuerdan a los del arte hispano-flamenco. Estos paños artificiosos contrastan con elementos postizos de gran realismo, como los dientes de marfil, los ojos de cristal o las heridas elaboradas con grumos de corcho, que les confieren una verosimilitud impactante.

Trabajó para iglesias parroquiales y diocesanas, pero sus principales clientes fueron las órdenes religiosas, como franciscanos y jesuitas. Como creador de tipos iconográficos, dio forma definitiva a la Inmaculada y la Piedad castellanas. Sin embargo, sus verdaderas aportaciones se encuentran en temas pasionistas, como el Cristo Flagelado, atado a una columna baja troncocónica. Se cuenta la leyenda que el propio Jesús bajó al taller del artista para preguntarle dónde se había inspirado, a lo que Gregorio contestó: «Señor, en mi corazón». Otra obra destacada es el Cristo Yacente, que reclina su cabeza sobre una almohada, extendido sobre la sábana. La leyenda popular también narra que, al terminar esta obra, el autor exclamó: «El cuerpo lo he hecho yo, pero la cabeza solo la ha podido hacer el mismo Dios». Entre sus pasos procesionales más célebres se encuentra el Descendimiento, que consta de siete figuras.

La Escuela Andaluza

Juan Martínez Montañés

Juan Martínez Montañés nació en Alcalá la Real y falleció en Sevilla en 1649. Fue el imaginero que más fama, respeto y admiración obtuvo entre sus contemporáneos, siendo conocido como «el dios de la madera». Fue un artista precoz que se formó en Granada con Pablo de Rojas, trasladándose muy joven a Sevilla, donde adquirió el título de «maestro escultor» con tan solo 19 años. Su estilo, clásico e idealizado, a cuyos postulados jamás renunció, abarca desde retablos hasta imágenes para España y las Indias.

Como retablista, se mostró partidario de estructuras claras y ordenadas. Destacan el de San Isidoro del Campo (Santiponce), el de Santa Clara (Sevilla) o el de San Miguel (Jerez de la Frontera). Como escultor, su producción se centra en temas devocionales y piadosos, definiendo el modelo del Niño Jesús y el de la Inmaculada. En 1606, realizó el Niño Jesús del Sagrario, dotado de gracia y ternura, para la Catedral de Sevilla. Esta obra se convirtió en su creación más prestigiosa debido a la inmensa cantidad de copias que se distribuyeron por numerosos rincones del mundo. La Purísima es concebida por el autor como una niña que junta las manos en actitud de orar, descansando sobre una peana colmada de querubines, y conservando una composición trapezoidal. Su obra maestra es La Cieguecita de la Catedral Hispalense. Pero el verdadero genio escultórico de Montañés se manifiesta en sus imágenes de la Pasión. Destacan el Cristo de la Clemencia, el del Auxilio o el nazareno, Jesús de la Pasión. Este último es una talla procesional ideada para vestir con túnicas de tela.

Juan de Mesa

Juan de Mesa nació en Córdoba en 1583 y falleció en Sevilla en 1627. Fue discípulo de Martínez Montañés y destacó por introducir el naturalismo en los ambientes clásicos donde se formó. Se dedicaba a estudiar con profundidad la anatomía humana en cadáveres, para imprimir los signos de la muerte a sus crucificados y yacentes.

Se convirtió en el artista predilecto de las cofradías de penitencia, entre otras razones, por su fama de «barato». Acuñó dos tipos iconográficos procesionales: el Crucificado, que aparece firmado con una curiosa espina que atraviesa la ceja y la oreja de Jesucristo, y el Nazareno, firmado del mismo modo.

Entre sus crucificados, destacan el Cristo del Amor, el más dramático de su catálogo artístico; el de La Conversión del Buen Ladrón; o el de La Buena Muerte. Esta última obra causó tal sensación en Sevilla que sus contemporáneos la usaron como modelo para sus propios crucificados. Se le encargaron numerosas réplicas. Pero sería el Cristo de la Agonía su obra más personal y su crucificado más perfecto. Simultáneamente, Mesa realizó su trabajo más respetado y su obra devocional más imponente: Nuestro Padre Jesús del Gran Poder. Es un corpulento nazareno con la cruz al hombro, captado en el momento de dar una larga zancada, concebido para ser vestido con túnicas de tela. En su corta carrera profesional, talló por último a Nuestra Señora de las Angustias de Córdoba.

Alonso Cano

De todos los artistas del Siglo de Oro español, Alonso Cano es el que más se aproxima al ideal polifacético del genio universal, ya que fue arquitecto, pintor, dibujante, diseñador de mobiliario litúrgico, lámparas y coros, retablista y escultor.

Pasó su adolescencia en la capital andaluza, donde aprendió en el taller de Francisco Pacheco, siendo discípulo del mismo Velázquez. En 1629, realizó su monumental y legendario Retablo de Santa María de Lebrija, cuya imagen titular, la Virgen de la Oliva, sería su primera creación mariana. Más tarde, realizaría el Niño Jesús de la Pasión, que representa a un nazarenito camino del Calvario con la cruz al hombro.

Tras la tormentosa muerte de su mujer, decidió recibir el orden sacerdotal y se trasladó a Granada. Estos años conformaron su periodo más glorioso como escultor, encargándosele las imágenes de San Antonio de Padua, San José con el Niño Jesús o San Diego de Alcalá, todas a tamaño natural. Pero este polifacético artista expresó todo su genio en las figuras de pequeño formato, creando la dulce Inmaculada que remataría el coro catedralicio. No obstante, al verla los canónigos tan hermosa, ordenaron su traslado a la sacristía, siendo reemplazada por la Virgen de Belén. De este tamaño son también las imágenes de San Juan de Dios y San Diego de Alcalá. La policromía que Cano aplicaba a sus obras se caracterizaba por su ternura y delicadeza, haciendo alarde de su también condición de pintor. La única obra firmada del autor es la de San Antonio de Padua, que muestra la serenidad y la gracia con las que Cano dotaba a sus imágenes, renunciando libremente al dinamismo propio del Barroco.

La Escuela Murciana

Francisco Salzillo

Francisco Salzillo nació y falleció en Murcia en 1783. Es, sin duda alguna, el mayor imaginero levantino y el artista más fervoroso de todo el siglo XVIII español. Se formó con su padre, el napolitano Nicolás Salzillo, cuyo taller heredó. El resultado de sus obras se caracteriza por el movimiento, la expresión, las carnes aporcelanadas y la infinita gracia.

Como autor de conjuntos procesionales, se mostró como un hábil escenógrafo. Se le encargaron los pasos de la Caída y la Oración en el Huerto, siendo este último su obra más famosa y el Ángel que reconforta a Cristo la imagen más ensalzada. Con destino a la misma cofradía, realizó la Santa Cena, el Prendimiento y los Azotes. Pero no solo destacó como escenógrafo de misterios, sino también como autor de obras procesionales de una sola figura, como la Verónica, el San Juan o la Dolorosa, que cifra en sus facciones el canon de belleza de la mujer murciana.

Cuando Carlos III llegó a España, se encargó de introducir los belenes en nuestro país, y Salzillo se convirtió en un prestigioso especialista en la materia. Don Jesualdo Riquelme le encargó a Salzillo un monumental Belén para situarlo en Navidad en el portal de su casa. Salzillo modeló posteriormente figuras en barro de pequeñísima factura de los personajes del Belén, el misterio, así como animalillos y vegetación de la época.