Relatos de la Guerra Civil Española: Historias de Supervivencia y Dilemas Morales

Si el corazón pensara, dejaría de latir

Esta es la historia del capitán Alegría, quien decidió traicionar al Ejército Nacional porque, según él, rindiéndose habría humillado más al ejército de Franco que resistiendo tenazmente, pues sin muertos no habría gloria, y sin gloria, solo derrotados.

La historia comienza a finales de 1938, cuando se dirigió al borde de una trinchera republicana y se declaró rendido. Cuando fue capturado y hecho prisionero, un grupo de militares lo acompañó hasta la Capitanía General en Madrid. Horas después de su llegada, lo encerraron en una celda. Sin embargo, apenas un par de horas después, la Capitanía General fue ocupada. El capitán Alegría enseguida reconoció a sus compañeros. No obstante, ante ellos, se declaró traidor y, por ello, fue ejecutado horas después. Hasta el día 18 permaneció en una cárcel cerca de Burgos, adonde había sido trasladado tres días antes. Pero justo aquel 18 de abril, para él, llegó el final de su vida: un disparo. Cuando el capitán Alegría recobró el conocimiento, se encontraba en una fosa común; había transgredido la ley del mundo, donde el regreso está prohibido. Todos olían a sucio, macilentos, y él, herido, con la sangre fluyendo por su cara, consiguió levantarse y se puso en marcha para buscar ayuda. Al ver a ese hombre sucio, cubierto de sangre, solo una mujer se detuvo, pues los demás prefirieron huir de este «muerto». Esa fue la señal de que algo humano había sobrevivido a los estragos de la guerra. Después de tres días en casa de esta mujer, el capitán Alegría se puso en marcha hacia su pueblo, pero su camino se detuvo abruptamente: la muerte llegó otra vez para recogerlo, y esta vez, sin regreso.


Manuscrito encontrado en el olvido

Este es el manuscrito, el único documento que nos cuenta la historia de tres jóvenes, ya cadáveres, que intentaron sobrevivir a la guerra.

Sus historias comienzan con la muerte de Elena durante el parto y el niño superviviente, que lloraba a su lado. Al principio, el otro joven, cuyo nombre no se cita, no sabía si ayudarlo a vivir o dejarlo morir. Se quedó con esta duda durante muchos días. Su llanto le provocaba indiferencia. Hasta el día en que le dio a chupar un trapo mojado en leche y agua. Fue la primera vez que lo alejó de la muerte. Los días pasaban y cada vez sobrevivir era más difícil. Había comida para ambos, pero no mucha, y eso, en aquel sitio tan vacío, significaba solo una cosa: la muerte se acercaba. Un día bajó al fondo del valle y vio a unos leñadores. Por un segundo, sintió revivir un miedo familiar y denso. Aunque, en realidad, aquello habría podido representar una posible esperanza para él y para el niño, no quiso darles la satisfacción de que los mataran, quedando ellos victoriosos.

La vida de ambos siguió adelante algunos días más. Pero la comida ya no era suficiente para los dos, y el niño no logró aguantar esta situación. Solo después de su muerte, el joven le dio un nombre: Rafael. Eso fue lo último que hizo antes de morir al lado de este niño pequeño que, para él, representaba su familia y su esperanza, desvanecida con la muerte.


El idioma de los muertos

Esta historia comienza con una palabra, la que permitió que esta historia tuviera inicio: «sí». Gracias a esta palabra simple, de dos letras, la vida de un hombre pudo seguir adelante; y este cuento nos habla precisamente de ese hombre: Juan Senra.

Fue capturado y conducido ante el coronel Eymar, quien le hizo una simple pregunta: «¿Conoce a Miguel Eymar?» A una pregunta sencilla le corresponde una respuesta sencilla: «sí». Pero justo gracias a ese monosílabo, Juan no fue ejecutado aquel día. Fue encerrado en una celda donde conoció a Eugenio Paz, un joven de 17 años, y le dieron una escudilla, una señal que indicaba estar vivo. Después de tres días, su nombre fue el primero de la lista y él vio su muerte muy cercana. Se encontró por segunda vez ante el coronel, quien le preguntó sobre su hijo Miguel. Juan era el único que podía ofrecerle noticias. Desde aquel interrogatorio, Juan empezó a contar historias sobre este Miguel. Esta —entendió Juan— era la única manera para seguir viviendo.

Para Eugenio y Juan, la vida seguía adelante y juntos aprovechaban el tiempo hablando de sus novias, de sus vidas… Pero esta «normalidad» acabó el día en que un centinela llamó a Eugenio. Había sido condenado. En ese momento, Juan decidió su muerte. Cuando fue llamado para hablar con el coronel, Juan dijo la verdad. Contó la verdadera historia de aquel Miguel: un criminal, un cobarde, que fue juzgado y fusilado justamente. Juan Senra, que se salvó gracias a un «sí», ahora debía morir por haber rechazado ser un cobarde y por no contar mentiras.


Los girasoles ciegos

En este cuento, hay un enredo entre dos visiones diferentes de la misma historia. El relato comienza con una carta escrita como confesión de un fraile a un cura; después, la escritura cambia y se introduce el personaje de un hombre, ya maduro, que intenta recordar su pasado. Sus vidas se enlazan en el período de la guerra. El niño Lorenzo era el alumno del fraile, el hermano Salvador.

El niño vivía en una casita donde la mayor parte del tiempo las luces estaban apagadas porque en aquella casita, junto a él y a su madre, vivía su papá que, como era un fugitivo, estaba obligado a esconderse y a no dejar huellas de su existencia. El hermano Salvador tenía interés por ese niño tan tranquilo y triste, el cual se oponía a cantar canciones de la patria. Y fue justo en un momento en el que le estaba regañando cuando conoció a su madre. Se llamaba Elena y, para ganar dinero, se ocupaba de traducciones de libros y otros trabajillos que le permitían ganar algo. El fraile Salvador, interesado por esta mujer, empezó a hacerle muchas preguntas al niño sobre su mamá y su papá, pero Lorenzo siempre contestaba lo mismo: su papá había muerto. Todas estas preguntas y respuestas eran sospechas. Pero un día, el hermano Salvador encontró las respuestas que quería. Un día se presentó en casa de Elena y, después de entrar, empezó a mirar los libros. Miró por todos lados… Hasta que, saliendo del baño, le enseñó a Elena una cuchilla de afeitar, a fin de buscar una respuesta sobre aquel objeto típico del hombre. Elena enseguida consiguió encontrar una excusa para alejar sospechas. Pero desde aquel día, dejó de acompañar a Lorenzo a la escuela y, con su marido, empezaron a proyectar la huida hacia Francia. Vendieron muebles e impidieron al niño ir a la escuela con la excusa de que tenía anginas. Eso animó de nuevo al fraile, quien se fue a la casa para visitarlo. Entró en casa y, asegurándose de que el niño estuviera dormido, se aprovechó de su madre. Eso provocó la salida del marido de su escondite. El papá de Lorenzo ya había sido descubierto, pero nunca habría permitido que lo matasen. Así, cogió un cuchillo, se cortó la garganta y se tiró por la ventana.