Descartes y Rousseau: Pilares del Pensamiento Moderno sobre Razón, Ser y Sociedad

El Pensamiento de René Descartes

CYR: El Método Cartesiano y la Unidad del Saber

Descartes sostiene que todas las ciencias deben seguir un mismo método, ya que el conocimiento es una unidad. Compara el saber con un árbol nutrido por la razón. Su método se basa en la intuición de axiomas evidentes y la deducción de nuevas verdades, siguiendo el modelo matemático. Para garantizar la certeza, establece cuatro reglas fundamentales:

  • Evidencia: Aceptar solo aquello que se presente a la mente de forma clara y distinta, sin posibilidad de duda.
  • Análisis: Dividir cada problema complejo en tantas partes simples como sea posible para su mejor solución.
  • Síntesis: Conducir ordenadamente los pensamientos, comenzando por los objetos más simples y fáciles de conocer, para ascender gradualmente hasta el conocimiento de los más complejos.
  • Enumeración: Realizar recuentos tan completos y revisiones tan generales que se esté seguro de no omitir nada.

Descartes, en su búsqueda de un fundamento sólido para el conocimiento, somete todo a la duda metódica. Sin embargo, encuentra una verdad indudable: el hecho mismo de dudar implica pensar, y si piensa, existe. Esta certeza primordial se expresa en su famosa máxima: “Cogito, ergo sum” (“Pienso, luego existo”). A partir de esta primera verdad, Descartes se propone reconstruir todo el edificio del conocimiento mediante un método riguroso basado en la razón, aceptando únicamente aquellas ideas que se presenten como claras y distintas.

Además, intenta demostrar la existencia de Dios y del mundo exterior. Argumenta que la idea de un ser perfecto (Dios) presente en su mente finita e imperfecta debe tener como causa a ese mismo ser perfecto, cuya existencia real es, por tanto, necesaria. Con estos cimientos, Descartes funda el racionalismo moderno, corriente filosófica que postula a la razón como la fuente principal y el criterio último del conocimiento verdadero.

La razón cartesiana emerge de la duda al intuir como evidente esa primera verdad, el “Cogito”. A través de ella, el sujeto se hace consciente de sí mismo como una entidad necesaria: es el descubrimiento del “yo” como sustancia pensante (res cogitans finita). El “Pienso, luego existo” no solo afirma la existencia del yo, sino que también le sirve a Descartes como criterio de certeza: toda proposición tan clara y distinta como esta será considerada verdadera. A partir de este “yo”, se deducirán otras verdades sobre la realidad:

  • La existencia de Dios (res cogitans infinita), demostrado como la causa necesaria de la idea innata de “ser perfecto” que el yo encuentra en sí mismo.
  • La existencia del mundo material externo (res extensa), que incluye todos los cuerpos existentes, cuya realidad es garantizada por la veracidad divina.

De este modo, Descartes reconstruye un dualismo metafísico: por un lado, las mentes (sustancias pensantes finitas) y Dios (sustancia pensante infinita) constituyen la realidad espiritual; por otro lado, se distingue la realidad material o extensa.

PD: El Papel Crucial de Dios y el Análisis de las Ideas

La importancia de Dios en el sistema cartesiano es fundamental. Se aprecia claramente cuando Descartes, al profundizar en los niveles cada vez más radicales de su duda metódica, plantea la hipótesis metafórica de un “genio maligno”. Este ser hipotéticamente poderoso y engañador podría hacer que la mente se equivoque incluso cuando cree estar ante verdades que parecen evidentes (como las matemáticas). La demostración de la existencia de un Dios bueno y veraz es crucial para Descartes, ya que elimina esta duda hiperbólica y garantiza la fiabilidad del conocimiento claro y distinto.

Una vez que la mente es consciente de sí misma como res cogitans, “mira” dentro de sí y descubre diversos contenidos o modos de pensamiento. Descartes distingue principalmente entre:

  • Ideas: Son como imágenes o representaciones mentales de las cosas.
  • Voluntades o afecciones: Son los deseos, temores, amores, odios, etc., que la mente experimenta.
  • Juicios: Son actos del entendimiento mediante los cuales afirmamos o negamos algo sobre nuestras ideas, uniendo unas con otras. Los juicios pueden ser verdaderos o falsos.

Al analizar el origen de las ideas, Descartes las clasifica en tres tipos:

  • Ideas adventicias: Aquellas que parecen provenir de la experiencia externa, de algo que existe fuera de la mente (por ejemplo, la idea de una nube o un árbol).
  • Ideas facticias (o ficticias): Aquellas que la mente construye o elabora a partir de otras ideas (por ejemplo, la idea de un centauro o una sirena).
  • Ideas innatas: Aquellas que no provienen de la experiencia externa ni son construidas por la mente, sino que parecen estar implantadas en nosotros desde el nacimiento. Entre ellas se encuentran la idea de existencia, la idea del “yo” (pensamiento), y fundamentalmente, la idea de un Ser Infinito o Ser Perfecto (Dios).

La idea innata de un ser perfecto (Dios) es utilizada por Descartes como fundamento de varias pruebas para demostrar su existencia. Entre ellas destacan:

  • El argumento gnoseológico (o causalidad de la idea de Dios): Descartes se pregunta por el origen de la idea de un Ser Perfecto que encuentra en su mente. Concluye que esta idea no puede ser adventicia (pues no ha experimentado a Dios sensiblemente) ni facticia (ya que una mente imperfecta como la suya no podría crear la idea de una perfección infinita). Por lo tanto, deduce que solo ese Ser Perfecto (Dios) pudo haber puesto tal idea en él, lo que implica que Dios existe como causa de esa idea.
  • El argumento ontológico (similar al de San Anselmo de Canterbury): Descartes analiza la idea misma de Ser Perfecto. Sostiene que la perfección implica necesariamente la existencia, de la misma manera que la idea de triángulo implica que la suma de sus ángulos es 180 grados. Así, la idea de un Ser que posee todas las perfecciones debe incluir la perfección de existir no solo en la mente, sino también en la realidad. Por tanto, el Ser Perfecto (Dios) tiene que existir.

Descartes también ofrece una tercera prueba que recuerda a la tercera vía de Tomás de Aquino, argumentando a partir de la contingencia del yo y la necesidad de una causa primera incausada para su existencia.

SH: El Dualismo Antropológico Cartesiano

La filosofía de Descartes presenta un ejemplo radical de dualismo antropológico. Concibe al ser humano como un compuesto de dos sustancias completamente distintas e irreductibles: la mente (res cogitans o sustancia pensante) y el cuerpo (res extensa o sustancia extensa). Para Descartes, el ser humano es prioritariamente una mente, un alma pensante, que se encuentra unida a un cuerpo material.

La mente se descubre a sí misma como existente y como sujeto de actos mentales (pensar, dudar, querer, etc.), lo cual constituye una verdad indudable (el “Cogito”). En contraste, la existencia del propio cuerpo y del mundo material no se conoce con la misma inmediatez, ya que la información proveniente de los sentidos es considerada engañosa por Descartes. Para afirmar con certeza que la mente está unida a un cuerpo y que existe un mundo material externo, es necesario recurrir a la demostración previa de la existencia de Dios. Siendo Dios bueno y veraz, Él garantiza que las fuertes inclinaciones naturales a creer en la existencia de los cuerpos no son un engaño sistemático, siempre que se usen correctamente la razón y los sentidos.

La mente humana es esencialmente res cogitans, definida por el “cogitare” o pensar, es decir, por su capacidad de desarrollar actividades mentales. El cuerpo, por su parte, es res extensa, definido por la extensión en longitud, anchura y profundidad. Como toda materia, ocupa un lugar en el espacio y su funcionamiento es comparable al de una máquina, regido por leyes mecánicas. Descartes denomina “res” (sustancia) tanto a lo mental (res cogitans) como a lo corporal (res extensa), destacando su independencia mutua: cada una puede ser concebida clara y distintamente sin la otra. Aunque ambas sustancias creadas (mente y cuerpo) necesitan de Dios para existir (como Causa Primera), son independientes entre sí en su esencia y operación. Esta independencia permite a Descartes afirmar la inmortalidad del alma, ya que, tras la muerte del cuerpo, el alma (mente) puede seguir existiendo y ejerciendo sus funciones como sujeto de operaciones mentales, mientras que el cuerpo (cadáver) se descompone según las leyes naturales de la materia.

Este dualismo también le permite a Descartes “resolver” el problema de la libertad humana. Acepta el determinismo mecanicista que rige el funcionamiento de la “máquina corporal” (el cuerpo está sujeto a las leyes físicas). Sin embargo, gracias a la radical distinción e independencia del alma (mente) con respecto al cuerpo, esta queda como el ámbito de la voluntad libre, no sometida al determinismo de lo material-mecánico. Por lo tanto, el alma está dotada de libertad y, consecuentemente, de responsabilidad moral por sus acciones.

Problemas del Dualismo Cartesiano

El dualismo antropológico de Descartes, a pesar de sus intentos de solución, genera varios problemas filosóficos significativos:

  • El problema de la interacción mente-cuerpo: Si la mente y el cuerpo son sustancias tan radicalmente distintas (inmaterial e inextensa la primera, material y extensa el segundo), ¿cómo pueden interactuar causalmente? ¿Cómo puede un pensamiento (inmaterial) mover un brazo (material)? Descartes propuso la glándula pineal, situada en el cerebro, como el punto de contacto e interacción entre ambas, pero esta explicación fue considerada insatisfactoria incluso por sus contemporáneos y hoy en día no es aceptada.
  • El estatus científico de la mente: Al separar tajantemente mente y cuerpo, Descartes sugirió que solo la “máquina corporal” podía ser objeto de estudio científico (mecánico y cuantitativo). La mente, al ser una sustancia espiritual, inmaterial y libre, quedaba fuera del alcance de los métodos de la ciencia natural de la época. Esta concepción dificultó y retrasó la constitución de la Psicología como una ciencia empírica y experimental, que no comenzó a desarrollarse como tal hasta finales del siglo XIX con figuras como Wilhelm Wundt (fundador del primer laboratorio de psicología experimental en 1879).

El Pensamiento de Jean-Jacques Rousseau

Crítica a la Civilización y el Estado de Naturaleza

Jean-Jacques Rousseau desarrolla una profunda crítica a la sociedad civilizada de su tiempo, argumentando que esta corrompe la bondad natural inherente al ser humano. Para fundamentar su crítica, recurre al concepto de estado de naturaleza, una noción también explorada por filósofos como Locke y Hobbes, aunque con interpretaciones distintas. Es importante destacar que, para Rousseau, el estado de naturaleza no representa un período histórico real y constatable, sino más bien una hipótesis metodológica o un constructo teórico que permite discernir la esencia humana original, previa a la influencia y las deformaciones impuestas por la vida social.

A diferencia de Hobbes, quien concebía el estado de naturaleza como una “guerra de todos contra todos”, Rousseau sostiene que el ser humano es naturalmente bueno. Considera que los pueblos entonces llamados “salvajes” o primitivos, al estar menos afectados por las complejidades y artificios de la civilización, se encuentran más cerca de esa bondad original. Aunque a menudo se le asocia con el “mito del buen salvaje”, Rousseau matiza esta idea, afirmando que, antes de ser corrompido por la civilización y una educación inadecuada, el ser humano es bueno porque posee dos sentimientos primordiales:

  • El amor de sí mismo (amour de soi): Un instinto natural de autoconservación que busca el propio bienestar y satisfacción de necesidades básicas, sin ser intrínsecamente egoísta ni perjudicial para los demás.
  • La compasión (pitié): Una repugnancia innata a ver sufrir a sus semejantes, una forma de empatía instintiva que modera el amor de sí mismo y fomenta la ayuda mutua.

Además, en su estado natural, el ser humano es caracterizado por ser libre (no sometido a la voluntad de otros), espontáneo en sus acciones y sentimientos, e individual (aunque no necesariamente solitario, sí independiente en sus juicios y deseos), similar a un niño que expresa sus emociones sin la represión impuesta por las convenciones sociales.

De la Bondad Natural a la Corrupción Social: El Amor Propio y la Desigualdad

Según Rousseau, el sentimiento natural de amor de sí mismo (amour de soi) se transforma y degenera en amor propio (amour-propre) con el advenimiento de la vida en sociedades más complejas. El amour-propre es un sentimiento relativo, artificial y egoísta que nace de la comparación con los demás y del deseo de ser preferido y reconocido. Este se desarrolla a medida que los seres humanos comienzan a vivir en comunidades más grandes, donde la razón, en lugar de servir al bien común, se instrumentaliza para organizar la complejidad social de manera que a menudo se impone sobre el sentimiento natural de compasión.

En este proceso de socialización y complejización, se establece la propiedad privada, que Rousseau considera el origen de la desigualdad entre los hombres. La propiedad privada promueve el ansia de riqueza y posesiones, generando divisiones sociales, dependencia, servidumbre y, en última instancia, esclavitud. El poder político, en muchas de sus formas históricas, se establece entonces no como un garante del bien común, sino como una institución que busca principalmente defender los intereses y privilegios de los propietarios y los poderosos. Las leyes, en lugar de promover la justicia y la libertad genuinas, a menudo fomentan la competitividad, la envidia y la infelicidad, al reprimir la espontaneidad natural y anular la creatividad individual en aras de un orden social injusto.

La Propuesta de Regeneración: El Contrato Social y la Voluntad General

Rousseau es consciente de que un regreso literal al estado de naturaleza es imposible e indeseable para el ser humano ya socializado. No propone, por tanto, abolir la sociedad, los gobiernos o la propiedad privada en su totalidad. En su lugar, plantea la necesidad de una regeneración política y moral de la sociedad a través de un nuevo pacto o contrato social. Este contrato tiene como objetivo legitimar el poder político de una forma radicalmente distinta a las justificaciones tradicionales, como el derecho divino de los reyes o los pactos de sumisión a un monarca (como los interpretados en ciertas lecturas de Hobbes o incluso Locke).

El contrato social de Rousseau es un “pacto de asociación entre iguales”, no de sumisión. Mediante este pacto, cada individuo enajena todos sus derechos, bienes y su libertad natural, poniéndolos al servicio de la comunidad entera. Sin embargo, al entregarse a todos, no se entrega a nadie en particular y, a cambio de su libertad natural perdida, cada individuo gana libertad civil y la propiedad legítima de sus posesiones, ahora protegidas por la fuerza de toda la comunidad. El resultado de este acto de asociación es la creación de un cuerpo moral y colectivo, la República o cuerpo político, cuya dirección suprema es la “voluntad general” (volonté générale).

La voluntad general es el único soberano legítimo. No es la simple suma de las voluntades particulares (voluntad de todos), sino que representa el interés común, aquello que es objetivamente bueno para toda la comunidad. Aunque la propiedad privada pueda subsistir, el Estado debe regularla para evitar grandes desigualdades económicas que pongan en peligro la libertad y la igualdad de los ciudadanos. Esta visión política se fundamenta en la creencia en la bondad humana natural (que puede ser recuperada y cultivada) y en la importancia crucial de la educación cívica, que debe formar ciudadanos virtuosos, capaces de discernir y actuar conforme al bien común.

La voluntad general es la base de la soberanía popular, que es inalienable e indivisible. Idealmente, esta soberanía se ejerce a través de una democracia directa, donde los ciudadanos participan activamente en la elaboración de las leyes. Rousseau reconoce que este modelo es más factible en repúblicas pequeñas. Para estados más grandes y complejos, admite la figura de un “legislador” sabio y virtuoso, cuya función no es gobernar, sino proponer un sistema de leyes adecuado a las costumbres y circunstancias particulares del pueblo, siempre con el objetivo de que estas leyes expresen y realicen la voluntad general.