Dignidad Humana y Bioética: Reflexiones sobre Sexualidad, Vida y Muerte

La Sexualidad Humana

1.1. Verdad y Significado de la Sexualidad

La persona es una totalidad de cuerpo y alma. La persona es un ser sexuado: masculino o femenino.

  • La Dimensión Intuitiva

    Tenemos tendencias, como comer o beber, que nos ayudan a conservarnos. A la vez, procuramos hacerlas propiamente humanas: comemos en familia, hablando y compartiendo con los demás. De modo semejante, la sexualidad no se reduce ni a un instinto ni a una búsqueda ciega de placer o descendencia. Al realizar con ella un proyecto conjunto, el proyecto en el que desea que consista su vida. En cada persona está inscrita, mediante la sexualidad, una llamada a la comunión: «Y serán los dos una sola carne».

  • La Dimensión Procreativa

    La relación sexual entre un hombre y una mujer permite, por su propia naturaleza, generar nuevos seres humanos. Las personas no se reducen a ser meras productoras de hijos (ya que nunca son medios, sino fines en sí mismas). El placer, bueno y positivo, no es un fin en sí mismo. Practicar una relación sexual cerrada a la vida sería análogo a comer sin deseo de alimentarse. Desnaturalizar un acto es hacer que pierda su sentido, no proporciona felicidad y deshumaniza.

1.2. La Revelación Ilumina el Significado de la Sexualidad

El Antiguo Testamento enseña, además, que el ser humano fue creado varón y mujer, ya que «no es bueno que el hombre esté solo». La Revelación de Dios muestra, de este modo, que la sexualidad es algo sagrado, es decir, pleno de valor y belleza. Él quiso que todos fuéramos llamados a la vida por medio de ella y que, también gracias a ella, colaborásemos en la creación de otros seres humanos. Además, la sexualidad conduce al compromiso, a la entrega a otra persona. De ahí que sea tan triste y burda la imagen de una sexualidad reducida a mero juego erótico. Esta reducción significa el olvido de la grandeza de la misión que Dios ha querido dar al ser humano por medio de su condición sexuada. Para entender en qué consiste esta ayuda es preciso que cambiemos nuestra perspectiva: los Mandamientos potencian la libertad. Son mandatos dirigidos al amor y, consecuentemente, prohíben lo contrario, pero no para limitar la libertad, sino para encaminarnos hacia la felicidad.

1.3. La Grandeza de la Castidad

La experiencia diaria muestra que la pasión y el afán de posesión dominan nuestras sociedades. Y, sin embargo, ¿cómo no vamos a luchar por adquirir la habilidad que nos permita amar y ser amados? Una primera condición para esa adquisición es aprender a amar con el cuerpo. Y este es el objetivo de la virtud de la castidad: educar el amor. La castidad requiere una profunda comprensión de la persona, del sexo opuesto, del valor del compromiso, del matrimonio y de la virginidad. Para amar a alguien como se merece, hay que conocerlo y respetarlo; de esta manera, el amor por el otro no se reducirá a un medio para amarnos a nosotros mismos. En el noviazgo o en el matrimonio debemos encontrar afecto, pero siempre con esa idea: se salva el bien propio y el del amado, o el amor se corrompe y se daña a uno mismo y a la persona amada. El ideal cristiano no es la indiferencia afectiva. Para vivir la castidad necesitamos la ayuda de la gracia y el esfuerzo personal. Los medios sobrenaturales principales son la oración, el sacrificio, la recepción de los sacramentos —especialmente la Eucaristía y la Confesión— y la devoción a la Santísima Virgen María. Y, como siempre, un espíritu deportivo que permitirá no rendirse ante las dificultades ni los fracasos.

6.2. El Derecho a Nacer y el Aborto

La Iglesia, impulsada por el amor de Dios, siente la solicitud materna por cada ser humano. Por eso, rechaza las amenazas y los atentados contra el bien de las personas, especialmente el de los más débiles. Desde su inicio, la Iglesia ha seguido el ejemplo de su Maestro, defendiendo la igual dignidad de todos los seres humanos, sin considerar la raza, el sexo, las circunstancias económicas, la salud ni la edad. Algunos de estos atentados contra la vida, como el aborto provocado, son especialmente graves. A veces, encuentran justificación en las leyes e, incluso, se presentan como conquistas de la libertad. Es más, existe un cierto pensamiento único que exige el respaldo incondicional de esas leyes por parte de toda la sociedad. Existe otro tipo de atentados contra seres humanos —como el genocidio de una etnia— que gran parte de la comunidad internacional no duda en denunciar. El aborto provocado es la muerte voluntaria de un feto o embrión humano en el seno materno. El uso de expresiones como «interrupción del embarazo» es una manipulación lingüística, en la medida en que el aborto provoca una muerte (el feto deja de ser), no interrumpe, sino que mata algo que está vivo. En el caso del aborto, lo que hay que dilucidar es sencillo: ¿el embrión o el feto son seres humanos?

Argumentos sobre la Condición Humana del Embrión

  1. Es lógico afirmar que lo que se concibe en una relación sexual humana es un ser humano.
  2. Sin embargo, hay quien opina que lo primero que se concibe no es todavía un ser humano, sino una realidad prehumana. Sería el denominado preembrión. No hay seres que sean casi personas. O se es ser humano o no se es: no caben seres intermedios.
  3. Todavía sería menos plausible afirmar que se es humano cuando no se depende de otra persona para vivir. En ese caso, no se podría considerar humanos, no solo los fetos o embriones, sino tampoco los bebés o los infantes; en consecuencia, el infanticidio debería dejar de considerarse un crimen.

Por lo tanto, un ser humano empieza a existir como individuo de la especie humana cuando aparece el código genético en la unidad del cigoto. Esa información genética procede de sus progenitores, pero es distinta, lo que le otorga una identidad personal. De ese principio parte el proceso de desarrollo que va desde la concepción hasta la ancianidad.

El Final de la Vida y la Eutanasia

Nadie, en su sano juicio, busca el sufrimiento. Sin embargo, es una realidad evidente que este acompaña la vida del hombre. De hecho, se hace especialmente presente en algunos momentos de la vida, como cuando sufrimos una enfermedad o cuando alcanzamos la vejez. Ante el enfermo o el anciano nos ocurre lo mismo que en el caso de los niños: descubrimos que exigen nuestro cuidado y atención porque no se valen por sí mismos. Pero, gracias a ellos, redescubrimos dónde se encuentra el verdadero tesoro de la vida humana: en el espíritu de servicio, en la entrega desinteresada y en la dedicación a los otros. Sin embargo, ante el misterio del sufrimiento, algunos proponen terminar con la vida del que padece mediante la eutanasia. ¿Por qué, entonces, no habría que respetar la decisión de quien quiere morir o que lo maten?

Argumentos contra la Eutanasia

  1. Si la vida humana, como hemos visto, es sagrada en cualquier contexto o circunstancia, habrá que defenderla, incluso frente a los ataques de una persona contra sí misma. Existen personas que, ante situaciones dramáticas, quedan cegadas para descubrir el sentido de la vida.
  2. Podríamos llegar a pensar que esa práctica estaría justificada por una mínima calidad de vida que toda persona merece. Aunque, en realidad, el verdadero problema se encuentra en pretender que hay vidas de diferente calidad: unas que merecerían la pena ser vividas y otras que no tendrían la calidad mínima suficiente.

Obviamente, la defensa de la vida no implica que haya que ensañarse con el enfermo para que su vida dure más. La muerte es el desenlace natural de la vida y resulta inevitable. Es un deber ayudar a las personas a morir bien, sin dolores físicos ni dolores innecesarios, acompañados por quienes las quieran. En muchos ámbitos clínicos se han desarrollado extraordinariamente la especialidad de cuidados paliativos y las unidades de dolor: es inmoral matar a los enfermos, como también lo es someterlos a tratamientos desproporcionados. Por último, hay que afirmar que la defensa de la vida se presenta como un asunto plenamente humano y racional, no solo religioso. Existe, por tanto, la obligación de defender al que no puede hacerlo por sí mismo.