El Método Cartesiano
Para alcanzar el objetivo de una filosofía libre de error, es imprescindible encontrar un método adecuado. El método se convierte en la obsesión de su filosofía. Todo resultado depende de la aplicación del método. Si el conocimiento es uno, el método también debe ser uno. En definitiva, no hay más que una sola ciencia, aunque posea varias ramas interconectadas. De ahí que deba haber un solo método científico.
Desconfiado de los sentidos sensibles y de la imaginación, Descartes propone encontrar la certeza absoluta recluyéndose en el interior de la conciencia. También desconfía de los largos raciocinios, que pueden introducir algún error. Además, las reglas están pensadas para evitar los prejuicios, las precipitaciones, las falsas creencias o la impaciencia del investigador. En la primera parte del Discurso del Método afirma que los que andan muy despacio pueden llegar mucho más lejos. Las reglas deben ser utilizadas en toda clase de investigación que pretenda ser rigurosa y acceder a la certeza.
Intuición y Deducción: Las Vías del Conocimiento
Hay dos formas de conocer mediante la razón: la intuición y la deducción. Descartes entiende por intuición el captar de manera inmediata y sin dudas ideas simples evidentes en sí mismas. La intuición tendrá por objeto ideas claras y distintas. En cuanto a la deducción, será el inferir de forma necesaria una conclusión a partir de unas premisas que son indudablemente ciertas. Su método empleará ambas vías.
Las Cuatro Reglas Concretas del Método
Las reglas concretas se presentan en la segunda parte del Discurso del Método. Estas son cuatro:
La Evidencia
No solo es la primera, sino la más importante. Si procedemos de acuerdo con esta regla, nunca erraremos en nuestros conocimientos. No hay que admitir nada que sea dudoso, ni precipitarse (tomar por verdadero algo falso) o ser demasiado precavido (tomar por falso algo verdadero), sino suspender el juicio hasta que la idea se presente en la mente de forma clara y distinta, no dejando lugar al error. Literalmente: “no admitir cosa alguna como verdadera si no se la había conocido evidentemente como tal”.
El Análisis
Es la segunda regla del método: “Dividir cada una de las dificultades a examinar en tantas parcelas como fuera posible y necesario para resolverlas más fácilmente”. Por medio de la intuición solo podemos percibir con evidencia ideas simples. Para poder percibir de la misma manera las complejas, compuestas y, por tanto, no evidentes y oscuras, basta con descomponerlas en sus elementos simples. Con el análisis se llega a los átomos del pensamiento, aptos para poder ser percibidos por la intuición. Esta regla comprenderá el momento de la intuición.
La Síntesis
La tercera regla es la síntesis: “conducir por orden mis reflexiones comenzando por los objetos más simples y más fácilmente cognoscibles, para ascender poco a poco, gradualmente, hasta el conocimiento de los más complejos”. Una vez que los conceptos compuestos se han descompuesto en conceptos simples, debemos volver a recomponerlos por medio de la síntesis, intuyendo su encadenamiento, yendo de los conceptos más simples a los más oscuros. Esta regla comprenderá el momento de la deducción.
La Enumeración y Revisión
Es la cuarta y última regla del método. Literalmente: “realizar recuentos tan completos y revisiones tan amplias que pudiese estar seguro de no omitir nada”. El análisis se comprueba con la enumeración y la síntesis con la revisión.
La Duda Metódica
La duda es la actitud de incertidumbre que obliga a no decidirse ni por la verdad ni por la falsedad de un enunciado mientras no existan pruebas razonables en un sentido o en otro. Puede distinguirse entre duda metódica y duda escéptica. Un ejemplo de escepticismo fue Pirrón de Elis, iniciador del escepticismo antiguo, que sostiene una duda universal y radical, que termina en la suspensión del juicio sobre la verdad o falsedad de cualquier enunciado y, por tanto, en la imposibilidad de pronunciarse a favor o en contra.
En Descartes, la duda es su método, con el cual pretende demostrar la certeza de sus creencias, así como el punto de apoyo de una certeza que sea completamente indubitable. La duda hiperbólica (aunque Descartes apenas utilizó el término ‘metódica’) es el proceso de duda que emprende con la intención de averiguar si hay alguna verdad indudable, a partir de la cual poder comenzar las deducciones sin miedo a caer en el error. Se trata de una duda metódica, orientada hacia la búsqueda de la verdad. Propone combatir el escepticismo; su aspiración es alcanzar la certidumbre absoluta, una verdad capaz de resistir los ataques de los escépticos y que le sirva como base para construir su filosofía. La duda es el medio para alcanzar una filosofía sólidamente construida.
Los Tres Niveles de la Duda
Los motivos para la duda se presentan en tres niveles concretos:
El Engaño de los Sentidos (Percepción)
El primer nivel plantea que los sentidos nos engañan, y es prudente no confiar nunca en quien nos ha engañado al menos una vez. Es difícil admitir que los sentidos nos engañen siempre, pero por remota que sea, cabe la posibilidad, no teniendo así absoluta certeza. Por lo tanto, deben considerarse como falsos todos los datos proporcionados por los sentidos.
La Confusión entre Vigilia y Sueño (Existencia del Mundo Exterior)
¿Quién no ha soñado alguna vez con algo que se le ha presentado en la vigilia? Como podemos ser engañados por las ilusiones del sueño, nunca podremos estar absolutamente convencidos de la existencia de un mundo exterior a mi pensamiento. Por tanto, consideraré falsa la existencia del mundo exterior.
La Hipótesis del Genio Maligno (Verdades Matemáticas)
Es posible, dice Descartes, dudar de todas las percepciones de los sentidos, porque a veces nos engañan. Además, los hombres hay veces que no distinguimos la vigilia del sueño, llegando a dudar de la misma existencia.
Aun así, la duda metódica de Descartes busca otra alternativa. No es imposible que estemos sometidos a un dios maligno “no menos artero y engañador que poderoso” que nos confunde en lo tocante a la certeza de las supuestas verdades. La hipótesis del genio maligno es una metáfora que expresa la duda sobre la razón misma. Nuestra propia razón puede engañarnos, manifestándonos como cierto algo que no lo sea. Nuestra naturaleza puede ser tal que nos confunda cuando creemos entender que algo es verdadero o falso. Incluso es posible dudar de la certeza de las matemáticas.
La Primera Verdad y el Criterio de Certeza
Descartes aspiraba a asentar el edificio de la filosofía sobre una base de tal solidez que resistiera incluso la duda más radical de los escépticos, y cree poder lograrlo siguiendo un método estrictamente racional y deductivo, semejante al que usaba en matemáticas y que tan buenos resultados proporcionaba. Emprende su tarea con el convencimiento previo de que hallará alguna verdad tan evidente, clara y distinta, de la cual no será posible dudar y que se convertirá en base y fundamento para levantar un nuevo edificio filosófico.
Para ello necesita un punto de partida incontrovertible, un principio indiscutible, seguro e indudable: una primera verdad que nadie pueda discutir. A partir de esa idea se construirá todo lo demás. Esa idea deberá ser:
- Ser evidente: Debe ser conocido por sí mismo, ser captado por la intuición. Es un conocimiento inmediato, donde el objeto conocido es captado directamente por el entendimiento, con claridad y distinción, y sin posibilidad alguna de error.
- Ser clara: La claridad es la presencia y manifestación de una idea en la mente que la intuye de forma inmediata.
- Ser distinta: Una idea no debe contener nada que pertenezca a otras. Las ideas distintas son necesariamente claras, mientras que una idea clara puede no ser distinta, puede existir junto a otras.
El Cogito ergo sum es el modelo por excelencia de idea clara y distinta, que se afirma con la máxima certeza, por encima de toda duda, pues del hecho de su propio pensamiento y de la propia existencia no es posible dudar: incluso si dudara, eso demostraría que existo, pues para dudar es necesario existir.
Para llegar a la existencia como consecuencia del pensamiento no es necesaria ninguna deducción, pues la existencia misma se impone por intuición, con evidencia inmediata. La existencia es un hecho irrefutable, una percepción inmediata, intuitiva y evidente. El cogito es la expresión de la simple percepción de un hecho de mi conciencia inmediata: la existencia del yo que piensa.
Esta primera verdad no solo demuestra la existencia del sujeto, sino que aporta conocimiento sobre qué es. No es un cuerpo u otra cosa, sino que es puro pensamiento. Yo soy una cosa que piensa.
Esta es la primera verdad y también es el criterio de certeza: servirá como modelo de certeza. Todo lo que se capte de la misma forma será cierto. Es decir, todo lo que se percibe de forma clara y distinta es verdadero.
Teoría de las Ideas
La intuición y la regla de evidencia dan como resultado la primera verdad; ahora tratará de deducir la existencia de las cosas extramentales o materiales. La existencia del mundo deberá deducirse de esta primera verdad.
La filosofía cartesiana ya no estudiará el mundo objetivo, sino que estudiará las ideas. Hay que señalar que Descartes ya no entiende por idea una realidad objetiva en el sentido platónico, sino que la idea será en Descartes una realidad mental o subjetiva. En este sentido, hay que distinguir entre el propio pensamiento, las ideas (ya que no puede haber pensamiento sin ideas) y el contenido de esas ideas (ya que la idea tiene que ser idea de algo). El problema que surge es cómo demostrar que las ideas se corresponden con una realidad extramental.
Para solucionar este problema, descubre tres tipos de ideas:
Ideas Adventicias
Aquellas que parecen proceder del exterior (ej. azul, árbol).
Ideas Facticias
Construidas por la mente a partir de las anteriores (ej. sirena, Pegaso).
Ideas Innatas
Aquellas que no proceden del exterior ni son construidas a partir de estas. No nacemos con ellas, son fruto natural de la razón. Son ideas innatas la idea de extensión, de infinito, de pensamiento, etc. Las ideas innatas son la clave del racionalismo. A partir de ellas puede demostrarse la existencia del mundo y solucionar el problema del solipsismo (“Solo yo existo”).
Descartes identifica la idea de infinito con la idea de Dios. El infinito no puede ser una idea adventicia ni facticia, por lo que tiene que ser necesariamente innata. De ahí deduce que la idea de Dios tiene que ser una idea innata. Esto es crucial en el racionalismo cartesiano, ya que partiendo de la Idea de Dios deducirá la existencia del mundo y aceptará la veracidad de los sentidos.
Demostración de la Existencia de Dios
El tratamiento de Dios en Descartes es fundamental en su filosofía; es imprescindible demostrar su existencia para poder continuar sus deducciones filosóficas una vez hallado el primer principio.
La perfección de Dios, dice ahora Descartes, permite conocer que Dios no engaña al hombre. Por eso podemos fiarnos de nuestros sentidos en lo referente a la existencia del mundo exterior a mi conciencia. Esto no significa que los sentidos adquieran ahora un papel relevante en la filosofía de Descartes.
Mientras se mantiene encerrado en su conciencia, habiendo roto su comunicación con el mundo exterior, renunciando a los datos procedentes de los sentidos, el hombre necesita una garantía para dar el salto de su idea de mundo a la realidad del mundo corpóreo extramental. Esta es la razón de su insistencia en buscar una prueba de la existencia de Dios, la cual, una vez demostrada, se convierte en un nuevo criterio de veracidad.
Descartes se refugia en la bondad de Dios, que procura lo mejor para los hombres, impidiendo que los hombres se equivoquen en sus deducciones, y que ni mucho menos nos dejará en manos de un genio maligno. La intuición es suficiente por sí misma, pero la veracidad divina es necesaria para garantizar la fidelidad de los razonamientos o intuiciones sucesivas. Por eso es fundamental demostrar su existencia.
Las Pruebas de la Existencia de Dios
Prueba a partir de la idea de infinito
Afirma que si tenemos la idea de infinito en nuestra conciencia es porque esa idea debe provenir de un ser infinito. La idea de una sustancia infinita, eterna, inmutable, independiente, omnipresente, omnipotente, omnisciente, una idea tan grande no puede salir solo de un hombre mortal.
Prueba basada en la imperfección y dependencia de nuestro ser
La segunda prueba parte de la contingencia del propio hombre como un ser finito y limitado, que no tiene en sí mismo la causa de su ser. Dios es, en consecuencia, la causa de nuestro ser.
Prueba basada en el “Argumento Ontológico”
La tercera es una versión del argumento de San Anselmo, llamado por Kant argumento ontológico. La misma idea de Dios contiene en sí misma la de su existencia. No es posible que a la idea de Dios le falte la existencia. Un ser perfecto tiene que existir o no sería perfecto.
Demostrada la existencia de Dios, que garantiza la veracidad de mi conocimiento, ya es posible demostrar la existencia de las cosas corpóreas que percibo mediante los sentidos.
Las Tres Sustancias
Descartes distingue tres ámbitos de la realidad: Dios, alma y mundo. Estas tres realidades corresponden a tres sustancias: sustancia infinita (Deus), sustancia pensante (res cogitans) y sustancia extensa (res extensa).
Además de Dios o la sustancia infinita, Descartes sostiene un dualismo radical, distinguiendo dos realidades esencialmente diferentes: por un lado, el pensamiento o res cogitans; y por otro, los cuerpos o res extensa. El atributo básico de la res cogitans es el pensamiento, mientras que el atributo básico de los cuerpos será la extensión.
Este dualismo también es aplicable a la antropología. El ser humano será un compuesto de las dos sustancias: el pensamiento y la materia, el alma y el cuerpo. El pensamiento pertenecerá al reino de la libertad, mientras que la extensión estará gobernada por unas férreas leyes mecánicas, las leyes de la naturaleza. Es decir, que este dualismo es el que garantiza la libertad del hombre, ya que si perteneciera por completo al mundo de los cuerpos, no sería libre, sino que estaría sometido al imperio de las leyes naturales.