1.3.3. Otras Teorías sobre el Origen de la Filosofía
Con anterioridad a las tesis de Vernant, helenistas británicos como John Burnet (Early Greek Philosophy, 1892) y Francis M. Cornford (De la religión a la filosofía, 1912) ofrecieron explicaciones menos aceptadas en la actualidad.
La Teoría del «Milagro Griego» (Burnet)
El primero, con su teoría del «milagro griego», atribuyó el origen de la filosofía a la genialidad de la cultura helénica. Según Burnet, la filosofía nació abruptamente y sin antecedentes, con una originalidad absoluta, gracias a la inteligencia racional de los griegos.
La Evolución Gradual desde el Mito (Cornford)
Por su parte, Cornford minimiza el carácter novedoso de las primeras explicaciones racionales al entender que resultan de una evolución gradual de los mitos. Las primeras cosmovisiones de los milesios refinan el lenguaje de la mitología y superponen una explicación aparentemente original a sus narraciones, pero en realidad no ofrecen, según Cornford, nada nuevo. Existen numerosos elementos mitológicos y religiosos entremezclados con las teorías aparentemente racionales y científicas de los primeros filósofos.
1.4. Los Pitagóricos
Pitágoras de Samos (569-475 a. C.) congregó a una comunidad místico-religiosa y científica que perduró a lo largo de varias generaciones o escuelas hasta el siglo IV a. C. y cuyas teorías influyeron notablemente en Platón.
La Esencia Numérica del Universo
Según los pitagóricos, la esencia del universo son los números y las figuras geométricas. Tras los fenómenos visibles y los movimientos aparentes de seres, tanto terrestres como celestes, se esconden relaciones de proporción y armonía que la mente ha de esforzarse en descubrir. Los números y las figuras tienen realidad, son la esencia de las cosas, pero esta se oculta a los sentidos. Los pitagóricos establecen así uno de los problemas más importantes de la filosofía antigua: la distinción entre apariencia y realidad.
La Armonía de las Esferas
Un ejemplo de esta concepción del universo lo tenemos en su idea de la armonía de las esferas. Los pitagóricos creían que los astros, al girar en sus órbitas, producían un sonido proporcional a sus movimientos: la llamada armonía o música de las esferas. Esta música no era audible para los humanos —según algunos autores, porque sonaba de manera constante desde nuestro nacimiento y no podíamos percibirla—, pero representaba el orden matemático y armónico del cosmos. Filósofos posteriores, como Platón en el Timeo, y luego autores neoplatónicos y medievales, retomaron esta idea como una forma de describir la perfección del universo.
Antropología Pitagórica: Cuerpo y Alma
La antropología de los pitagóricos, enraizada en religiones antiguas como la hindú, también influyó notablemente en Platón. Los pitagóricos conciben al ser humano como una unión transitoria de cuerpo y alma.
- El Alma (ψυχή, psyché): Considerada la antítesis del cuerpo, era el lado de la perfección humana: lo bueno, lo puro, lo racional o lo eterno. El alma es inmortal.
- El Cuerpo: Simbolizaba lo malo, lo impuro, lo irracional o lo corruptible.
Al morir el cuerpo, el alma se separa de este y, si no ha alcanzado durante la vida la purificación (catarsis) por medio del conocimiento, el alma se une sucesivamente a otros cuerpos (no solo humanos, sino también de algunos animales y plantas). Este proceso recibió el nombre griego de metempsícosis (reencarnación o transmigración del alma).
1.5. Heráclito de Éfeso (c. 540-c. 480 a. C.)
Apodado «el Oscuro», conocemos su pensamiento a través de algunos aforismos o frases breves, de significado simbólico y a menudo enigmático. Lo más destacable de Heráclito es su concepción de la naturaleza como dinamismo o movimiento continuo, como devenir (estar transformándose en algo distinto), expresado con el aforismo: «Todo fluye» (panta rei, πάντα ῥεῖ).
El Fuego y el Devenir
Heráclito simbolizó con el fuego ese continuo dinamismo (el movimiento incesante de la llama y la capacidad del fuego de alterar cuanto le rodea): «Este mundo, el mismo para todos los seres, no fue creado por los hombres ni por dioses, sino que fue, es y será fuego siempre vivo, que se enciende con medida y se apaga con medida».
El continuo devenir aparece en uno de sus célebres aforismos: «En los mismos ríos entramos y no entramos, pues somos y no somos los mismos», más conocido con la versión de «No podrás bañarte dos veces en el agua del mismo río».
La Lucha de Contrarios y el Logos
El devenir en el universo es el resultado de la tensión de fuerzas contrapuestas (lucha de contrarios), que se mantienen en equilibrio o armonía gracias al Logos (razón universal).
1.6. Parménides de Elea (n. circa 515 a. C.)
Natural de Elea, en la colonia griega de la Magna Grecia, donde nace en fecha incierta (los estudiosos la sitúan entre el 530 y el 515) y muere en Elea en fecha desconocida. Su pensamiento se conoce a través de los fragmentos conservados y transmitidos de un poema épico-didáctico (conocido como «Poema de la naturaleza»), escrito en torno al 485 a. C. Sin embargo, a pesar del título del poema, su pensamiento se aleja del naturalismo físico de los milesios y propone una concepción de la realidad que puede considerarse como el verdadero origen de la metafísica. Influyó notablemente en Platón, como veremos más adelante.
La Vía de la Verdad
En el poema (rico en elementos mitológicos y religiosos), el propio Parménides es guiado por las Helíades (hijas del Sol) ante la diosa de la sabiduría, que lo ha convocado para revelarle la verdad («el corazón inconmovible de la verdad persuasiva»). La diosa (que algunos estudiosos identifican con una de las Musas, las divinidades inspiradoras de las artes) revela a Parménides, como elegido entre los mortales, la única vía de conocimiento posible:
«El ser es; el no-ser no es». No te permitiré que del no-ser digas algo o pienses algo, pues es inexpresable e ininteligible, ya que no es.
El concepto de ser o ente (lo que es) va a ser fundamental en la filosofía griega posterior.
Los Atributos del Ser
A partir de la contradicción lógica entre ser y no-ser, Parménides (a través de las palabras de la diosa) deduce los atributos del ser. Este es único, indivisible, perfecto, eterno, ingénito, imperecedero, inmutable e inmóvil.
- Único: Porque solo hay ser. Si hubiera otra cosa, sería no-ser, y eso es imposible.
- Indivisible: Puesto que su fragmentación daría lugar a espacios intermedios ocupados por nada, el no-ser.
- Perfecto: Pues si le faltara algo para ser completo, ese algo sería distinto, sería el no-ser, y esto es imposible.
- Eterno, Ingénito e Imperecedero: No puede pensarse ni su nacimiento (un antes del ser) ni su muerte (un después del ser), pues ambos casos serían no-ser, y eso es imposible.
- Inmutable e Inmóvil: Ya que todo cambio o movimiento serían un paso del ser al no-ser, o del no-ser al ser.
Las consecuencias de esta última afirmación son muy importantes, pues Parménides sostiene la imposibilidad lógica y metafísica del movimiento. Aunque sea un fenómeno perceptible para los sentidos, desde un punto de vista racional es inadmisible, pues supone la violación del principio fundamental (el ser es; el no-ser no es).
Distinción entre Opinión y Conocimiento
Parménides establece la distinción entre opinión (doxa) y conocimiento (episteme). La opinión es el conocimiento basado en el testimonio de los sentidos; el conocimiento en sentido estricto (episteme) se aleja de las apariencias sensibles y trata de aprehender racionalmente el Ser.
El arjé de los milesios era un principio único, pero se transformaba en una multiplicidad de seres. Este paso de lo único a lo múltiple es negado por Parménides. El Ser (principio común de todo lo que es o existe) tiene que ser único e inmutable. Y como no hay nada más que Ser, tampoco puede afirmarse que haya una causa externa que lo haga cambiar.
1.7. Los Pluralistas: Empédocles y Anaxágoras
Empédocles de Agrigento y Anaxágoras de Clazómenas son dos pensadores presocráticos conocidos como pluralistas porque, a diferencia de los milesios, no explican la naturaleza a partir de un único principio o arjé que se transforma por sí mismo, sino a partir de la mezcla o combinación de diversos elementos. Además, introducen una novedad importante, ya que distinguen entre los elementos y la causa que da lugar a su mezcla o combinación.
Empédocles: Los Cuatro Elementos y las Fuerzas Cósmicas
Empédocles de Agrigento (495-435, o 484-424 a. C., ya que en todo caso solo sabemos que vivió 60 años) propuso la teoría de los cuatro elementos, según la cual la naturaleza procede de la combinación del aire, el agua, el fuego y la tierra. La mezcla o separación de estos elementos se debe a la intervención de dos fuerzas cósmicas, el Amor y la Discordia, que hacen que los elementos se mezclen o se separen respectivamente. Como vemos, estas dos fuerzas cósmicas presentan rasgos antropomórficos propios de la mitología.
Anaxágoras: Homeomerías y el Noûs
Por su parte, Anaxágoras (500-428 a. C.) afirma que la naturaleza es el resultado de la mezcla y composición de las homeomerías (ὁμοιομέρεια [homoioméreia], ‘igual parte’) o semillas (spermata) de las cosas. Son innumerables partículas o elementos cualitativamente distintos (tantos como características podemos encontrar en las cosas).
Estos elementos, que en un principio se hallaban dispersos y en movimiento caótico, comienzan a girar en torbellino y a mezclarse por la acción de una inteligencia ordenadora llamada Noûs (de noéin, pensamiento o inteligencia), que las hace componerse de forma armoniosa y proporcionada. El Noûs de Anaxágoras es un claro precursor de los dioses de las cosmologías de Platón (demiurgo) y Aristóteles (motor inmóvil). La concepción de la naturaleza de Anaxágoras es finalista, porque afirma la existencia de una inteligencia ordenadora que controla de forma consciente la naturaleza con una finalidad o intención determinada.
1.8. Los Atomistas
Aunque a menudo se les incluye dentro de los pluralistas (pues también piensan que los seres naturales surgen de la combinación de varios elementos), Leucipo de Mileto (cronología desconocida) y su discípulo Demócrito de Abdera (460-370 a. C.) proponen una cosmología completamente materialista y desprovista de elementos mitológicos.
Átomos, Vacío y Movimiento
Los atomistas afirmaron que los seres naturales son el resultado de la combinación de innumerables partículas, homogéneas, indivisibles e imperceptibles para los sentidos, a las que denominaron átomos. Los átomos (que se diferencian entre sí por su forma, tamaño y disposición) se encuentran en movimiento eterno y sus colisiones, uniones y separaciones forman los diferentes elementos y cuerpos naturales.
Para los atomistas, en el movimiento de los átomos no existe una causa inicial ni una finalidad (una inteligencia que los dirija intencionalmente, como en la cosmología de Anaxágoras). El movimiento se produce por azar y necesidad, sin propósito alguno y por causas intrínsecas (propias de las características materiales de los átomos).
Otro aspecto importante de los atomistas es la afirmación del vacío como condición de posibilidad del movimiento. Para que los átomos se muevan, es necesario que exista entre ellos un espacio sin materia. Este espacio sin materia, el vacío, es algo real (es «ser»), no es la nada absoluta o el no-ser que negó Parménides.