Relaciones internacionales y evolución del régimen
De la neutralidad a la no beligerancia
La Segunda Guerra Mundial condicionó de manera decisiva la consolidación del régimen franquista y su evolución política. Inicialmente, Franco declaró la neutralidad de España, ya que el país no estaba en condiciones de involucrarse en un nuevo conflicto. En esta primera etapa, la FET y de las JONS tuvo un papel hegemónico en el nuevo Estado nacionalsindicalista, una doctrina e ideología política basada en el totalitarismo de inspiración fascista, el tradicionalismo nacionalista y el sindicalismo vertical. Serrano Súñez, cuñado de Franco y ferviente germanófilo, fue una figura clave en las relaciones con las potencias del Eje.
La victoria alemana sobre Francia en 1940 provocó un cambio en la postura española, pasando a la no beligerancia. Franco se entrevistó con Hitler y Mussolini con el objetivo de integrar a España en el conflicto. Sin embargo, Hitler consideró que las compensaciones económicas y de expansión que planteó Franco eran demasiado altas. Finalmente, España colaboró con el Eje de forma limitada, principalmente mediante el envío de una unidad de voluntarios, la División Azul, para combatir junto a las tropas alemanas en el frente de la URSS, y con el envío de miles de españoles a trabajar a Alemania.
Del aislamiento al reconocimiento en la Guerra Fría
Cuando en 1943 se hizo evidente el declive de las potencias fascistas, los gobiernos aliados presionaron a Franco para que regresara a una estricta neutralidad y disolviera la División Azul. El fin de la guerra y la derrota del Eje provocaron el aislamiento y rechazo internacionales hacia el régimen español. Como consecuencia, España sufrió un boicot diplomático y quedó excluida de las principales iniciativas de la posguerra:
- No pudo beneficiarse de la ayuda norteamericana para la reconstrucción de Europa (Plan Marshall) en 1947.
- Fue excluida de la nueva alianza defensiva occidental, la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), en 1949.
A partir de 1947, el inicio de la Guerra Fría y la formación de dos bloques antagónicos (EE. UU. y la URSS) alteraron radicalmente la situación internacional. Para Estados Unidos, la lucha contra el comunismo se convirtió en una prioridad, por encima de la democratización de España. Este nuevo contexto geopolítico facilitó la progresiva aceptación internacional del régimen. En 1951, Franco remodeló el gobierno para proyectar una imagen más moderada y acercarse a las potencias occidentales. Esta maniobra dio lugar a la etapa del nacionalcatolicismo, una doctrina política caracterizada por la estrecha relación entre la Iglesia católica y el Estado. Luis Carrero Blanco fue nombrado subsecretario de la Presidencia, consolidando su poder, y el régimen fue admitido en organismos como la FAO.
La consolidación internacional: los acuerdos de 1953
El año 1953 fue clave para el reconocimiento internacional definitivo del régimen, gracias a la firma de tres acuerdos fundamentales:
- Los acuerdos con Estados Unidos, que permitían al ejército estadounidense utilizar instalaciones militares en España a cambio de material bélico y ayudas económicas y técnicas, regulando además las relaciones diplomáticas y comerciales.
- El Concordato con la Santa Sede, que otorgaba a la Iglesia católica numerosos privilegios y la confesionalidad del Estado a cambio del respaldo del Vaticano.
- La incorporación de España en la UNESCO, un paso previo a su admisión en la ONU en 1955.
El ascenso de los tecnócratas
Entre 1956 y 1958, se produjeron protestas obreras en algunas ciudades y los primeros movimientos de disidencia en la universidad. En 1957, Franco remodeló de nuevo el gobierno, apartando a los falangistas de los ministerios clave e introduciendo a los tecnócratas, muchos de ellos procedentes del Opus Dei (una institución de la Iglesia católica que propugna un determinado modelo de vida cristiana). Esta nueva etapa se caracterizaría por un intenso crecimiento económico.
La estructura del Nuevo Estado
Las Leyes Fundamentales: una legalidad a medida
Para dotar al régimen de una apariencia de legalidad, se crearon un conjunto de Leyes Fundamentales y unas Cortes que no respondían a un sistema democrático. En 1945, tras la derrota de las potencias del Eje, Franco promulgó leyes que pretendían congraciarse con los aliados, como el Fuero de los Españoles y la Ley del Referéndum Nacional. Más tarde, en 1947, la Ley de Sucesión definió a España como un reino y permitió a Franco designar a su sucesor a título de rey. Finalmente, la Ley Orgánica del Estado de 1966 reorganizó la estructura jurídica del Estado, pero manteniendo la concentración de todos los poderes en la figura de Franco.
La “democracia orgánica” y los Sindicatos Verticales
El franquismo rechazaba el sistema democrático liberal y, en su lugar, se inspiró en el Estado corporativista italiano. Este modelo, denominado oficialmente democracia orgánica, negaba la validez de los partidos políticos y organizaba la participación popular a través de lo que consideraba las entidades naturales de la sociedad: la familia, el municipio y el sindicato. La representación popular se articuló a través de la Ley Constitutiva de las Cortes, definidas como el “órgano superior de participación del pueblo español”. Sin embargo, sus miembros, los procuradores, no eran elegidos democráticamente, sino que eran designados directamente por el poder o en función de su cargo.
Otro pilar del Estado fueron los Sindicatos Verticales, agrupados en la Organización Sindical Española (OSE). En este sistema, empresarios y trabajadores se integraban obligatoriamente en el mismo sindicato por ramas de producción. El Estado tutelaba a la clase obrera y dictaba las condiciones laborales, prohibiendo la negociación colectiva y el derecho a huelga. Estas condiciones, junto con los bajos salarios, permitieron la acumulación de amplios beneficios empresariales.
Autarquía y racionamiento: la economía de posguerra
La victoria de Franco en la Guerra Civil tuvo consecuencias económicas muy negativas para el país, sumiéndolo en el hambre, la miseria y una profunda dificultad para el crecimiento económico durante la larga posguerra. Uno de los objetivos centrales de la primera etapa del franquismo fue conseguir la autosuficiencia económica, un modelo conocido como autarquía, que se basaba en el aislamiento exterior y una férrea intervención del Estado en la economía.
En 1941 se fundó el Instituto Nacional de Industria (INI), un conglomerado de empresas públicas creado para impulsar la industrialización y producir los bienes que el sector privado no fabricaba por falta de rentabilidad o por requerir una inversión excesiva. El Estado controlaba férreamente el mercado, lo que provocó un desabastecimiento generalizado de alimentos y bienes de primera necesidad. Esto obligó a implantar el racionamiento de productos entre 1939 y 1952, distribuidos mediante cartillas. La baja tasación oficial de los alimentos fomentó la aparición de un próspero mercado negro (estraperlo), donde los productores podían obtener mayores ganancias.
La sociedad bajo el franquismo: valores e ideología
El franquismo impuso un conjunto de valores muy rígidos en la sociedad española. Estos se basaban en una estricta moral cristiana, caracterizada por el puritanismo en la vida social y una férrea censura en la vida pública. Se promovió un modelo familiar patriarcal que establecía la inferioridad jurídica de la mujer. La educación, controlada en gran medida por la Iglesia, se convirtió en un poderoso instrumento de adoctrinamiento político y religioso, con asignaturas como la Formación del Espíritu Nacional, que exaltaba los principios del régimen.