El Nacionalismo en el Siglo XIX: Dos Visiones Enfrentadas
El nacionalismo liberal o “voluntarista”
Defendido por pensadores como Giuseppe Mazzini, este enfoque sostenía que una nación surge de la voluntad consciente de los individuos que la componen y de su compromiso para convivir bajo instituciones comunes. Según esta perspectiva, la pertenencia a una nación es una elección libre. Cualquier colectividad podría constituirse como nación si así lo deseara, ya sea separándose de un Estado preexistente o creando uno completamente nuevo. Este tipo de nacionalismo, fundamentado en la decisión individual y en los ideales de la Ilustración, tuvo un desarrollo destacado en países como Italia y Francia.
El nacionalismo conservador u “orgánico”
Promovido por filósofos como Herder y Fichte, este modelo concebía la nación como un organismo vivo, definido por rasgos objetivos y heredados como la lengua, la cultura, un territorio compartido y tradiciones forjadas a lo largo de la historia. Para esta corriente, la nación posee una existencia objetiva que trasciende la voluntad individual. La pertenencia a ella no es una elección, sino una condición inherente y permanente, casi como una “carga genética” de la que es imposible desprenderse. Este fue el modelo de nacionalismo predominante entre los artífices de la unificación alemana.
La Unificación Italiana: El Nacimiento del Risorgimento
A mediados del siglo XIX, la península itálica poseía el potencial humano y económico para convertirse en una gran potencia, pero se encontraba políticamente fragmentada y parcialmente bajo el dominio del Imperio Austríaco. El Risorgimento, un influyente movimiento cultural y político, fue el principal impulsor de la idea de unidad nacional, encontrando su mayor eco en el norte, una región más industrializada y de ideología liberal.
Contexto Previo a la Unificación
El Mosaico Político Italiano
La península estaba dividida en siete Estados principales, con marcadas diferencias políticas y económicas:
- Territorios bajo influencia austríaca:
- Reino de Lombardía-Venecia (gobernado directamente por los Habsburgo).
- Ducados de Parma, Módena y Toscana (bajo la órbita austríaca).
- Estados independientes:
- Reino de Piamonte-Cerdeña: Gobernado por la dinastía de Saboya, se convirtió en el motor de la unificación gracias a su desarrollo económico y su sistema liberal.
- Estados Pontificios: Gobernados por el Papa Pío IX, quien se oponía firmemente al liberalismo y a la unificación.
- Reino de las Dos Sicilias: Un estado absolutista y predominantemente agrario, gobernado por la dinastía de los Borbones.
Además, existía una profunda brecha socioeconómica entre un norte industrializado y moderno y un sur agrario y tradicional, lo que representaba un obstáculo significativo para la cohesión nacional.
Etapas Clave de la Unificación
1848: Las Revoluciones y el Fracaso Inicial
Se produjeron levantamientos populares contra el dominio austríaco en Milán y otros territorios. El Reino de Piamonte-Cerdeña intervino en apoyo de los rebeldes, pero fue derrotado en las batallas de Custozza (1848) y Novara (1849). Simultáneamente, en Roma se proclamó una república liderada por Mazzini, que fue finalmente aplastada por la intervención de tropas francesas. A pesar del fracaso militar, estos eventos fortalecieron el sentimiento nacionalista.
1859: La Anexión de Lombardía
El astuto primer ministro piamontés, Camillo Benso, conde de Cavour, forjó una alianza secreta con el emperador francés Napoleón III. La victoria franco-piamontesa sobre Austria en las batallas de Magenta y Solferino permitió la anexión de Lombardía. Sin embargo, la intervención de Francia impidió la incorporación de Venecia en ese momento.
1860: La Integración del Centro y la Expedición de los Mil
Mediante plebiscitos populares, los ducados de Parma, Módena, Toscana y la Romaña (parte de los Estados Pontificios) se unieron al Reino de Piamonte-Cerdeña. Al mismo tiempo, el revolucionario Giuseppe Garibaldi, al frente de su legendario ejército de voluntarios, los “mil camisas rojas”, conquistó Sicilia y Nápoles, poniendo fin al dominio borbónico en el sur. En 1861, se proclamó oficialmente el Reino de Italia, con Víctor Manuel II de Saboya como su primer rey.
1866-1870: La Incorporación de Venecia y Roma
La unificación se completó en dos fases finales:
- Venecia (1866): Italia se alió con Prusia en la guerra austro-prusiana. Tras la decisiva victoria prusiana en la batalla de Sadowa, Italia recibió el Véneto como recompensa.
- Roma (1870): Aprovechando la retirada de las tropas francesas que protegían al Papa (debido al estallido de la guerra franco-prusiana), el ejército italiano ocupó Roma. En 1871, la ciudad fue declarada capital del reino. El Papa Pío IX se declaró “prisionero” en el Vaticano, iniciando la llamada “Cuestión Romana”.
Problemas del Nuevo Estado Italiano
La unificación política trajo consigo la unidad legal y monetaria, pero también generó importantes desafíos:
- Conflicto con el Papado: La “Cuestión Romana” creó una profunda fractura entre el Estado y la Iglesia Católica, que no se resolvería hasta los Pactos de Letrán en 1929.
- Desigualdad Norte-Sur: La brecha económica y social entre el norte industrial y el sur agrario no solo persistió, sino que se profundizó.
- División política: Existía una fuerte tensión entre los liberales del norte y los sectores más conservadores y tradicionales del sur.
- Sufragio restringido: El derecho al voto era muy limitado, excluyendo a la gran mayoría de la población. No se amplió significativamente hasta 1913.
- Predominio de la élite norteña: La burguesía del norte dominó la vida política, mientras que los republicanos y demócratas quedaron marginados.
A pesar de estos problemas, la unificación transformó a Italia en una de las principales potencias europeas, aunque el Estado tuvo que trabajar activamente para “nacionalizar” a una población que no siempre compartía un sentimiento de identidad común.
La Unificación Alemana: Forjada a “Hierro y Sangre”
Tras el Congreso de Viena de 1815, los territorios de habla alemana quedaron agrupados en la Confederación Germánica, una laxa alianza dominada por las dos grandes potencias rivales: el Imperio Austríaco y el Reino de Prusia. El primer paso hacia la unidad fue económico: la creación del Zollverein (unión aduanera) en 1834, liderada por Prusia, que fortaleció su economía y marginó a Austria. Este proceso fue impulsado por la influencia del Romanticismo, el nacionalismo conservador y los intereses de la burguesía liberal, que anhelaba un mercado nacional unificado. La unificación fue finalmente dirigida por Prusia, a través de una calculada combinación de diplomacia y poder militar, bajo el liderazgo de su carismático canciller, Otto von Bismarck.
Las Tres Guerras de la Unificación
Bismarck orquestó tres conflictos bélicos decisivos para lograr su objetivo:
1864: La Guerra de los Ducados
Los ducados de Schleswig y Holstein, de población mayoritariamente alemana, estaban bajo soberanía danesa. Cuando Dinamarca intentó anexionarlos por completo, Prusia y Austria intervinieron militarmente y lograron una rápida victoria (Paz de Viena, 1864). Mediante el Acuerdo de Gastein (1865), Prusia pasó a administrar Schleswig y Austria, Holstein. Este reparto deliberadamente conflictivo aumentó las tensiones entre las dos potencias y demostró la superioridad del ejército prusiano.
1866: La Guerra Austro-Prusiana
Bismarck preparó meticulosamente el terreno diplomático para aislar a Austria: aseguró la neutralidad de Francia y Rusia y firmó una alianza militar con el Reino de Italia. Utilizando como pretexto disputas sobre la administración de Holstein, Prusia provocó la guerra. El conflicto, conocido como la “Guerra de las Siete Semanas”, culminó con una aplastante victoria prusiana en la batalla de Sadowa. La Paz de Praga (1866) tuvo consecuencias trascendentales:
- Prusia anexionó Schleswig-Holstein, Hannover, Nassau, Hesse-Kassel y Frankfurt.
- Italia recibió el territorio de Venecia.
- Austria quedó definitivamente excluida de los asuntos alemanes.
- Se disolvió la Confederación Germánica y se creó la Confederación Alemana del Norte, bajo el control absoluto de Prusia.
1870-1871: La Guerra Franco-Prusiana
El último obstáculo para la unificación total eran los estados católicos del sur (Baviera, Baden, Wurtemberg), recelosos del dominio prusiano. Para atraerlos a su causa, Bismarck provocó un conflicto con el Segundo Imperio Francés de Napoleón III. Manipuló hábilmente un comunicado diplomático, el telegrama de Ems, para que pareciera un insulto a Francia. Indignada, Francia declaró la guerra en julio de 1870. El moderno y eficiente ejército prusiano, al que se unieron los estados del sur, obtuvo una victoria decisiva en la batalla de Sedán, donde el propio emperador Napoleón III fue capturado. La derrota francesa fue total.
La Proclamación del Imperio Alemán y sus Consecuencias
La victoria sobre Francia selló la unificación. El 18 de enero de 1871, en un acto de gran simbolismo y humillación para Francia, Guillermo I de Prusia fue proclamado Emperador (Káiser) del Imperio Alemán (II Reich) en la Galería de los Espejos del Palacio de Versalles. Las consecuencias de la guerra fueron duraderas:
- Francia fue obligada a ceder las ricas regiones de Alsacia y Lorena y a pagar una enorme indemnización de guerra.
- El nacimiento del Imperio Alemán alteró drásticamente el equilibrio de poder en Europa, convirtiéndose en la principal potencia continental.
- La humillación sufrida por Francia alimentó un profundo sentimiento de revancha (revanchismo), que sería una de las causas subyacentes de la Primera Guerra Mundial.