El Congreso de Viena se celebró entre 1814 y 1815.
Su objetivo principal fue organizar Europa tras la caída de Napoleón Bonaparte.
Participaron potencias como Austria, Rusia, Prusia y Gran Bretaña.
Francia también estuvo presente, a pesar de haber perdido la guerra.
Se buscaba el retorno a las monarquías absolutas.
Los reyes recuperaron sus tronos y se aplicó el principio de legitimidad, el cual dictaba que solo los monarcas legítimos podían gobernar.
Se redefinieron las fronteras de varios países para mantener el equilibrio de poder.
Se creó la Santa Alianza con el fin de frenar las ideas liberales.
Los ejércitos tenían la potestad de intervenir ante posibles revoluciones.
Aunque el absolutismo regresó a muchos lugares, el descontento social persistió, lo que provocó nuevas revoluciones en Europa.
Revoluciones de 1820, 1830 y 1848
Las revoluciones de 1820 surgieron con la intención de limitar el poder de los monarcas.
Tuvieron lugar en España, Portugal, Nápoles y Grecia; en este último país, también se luchaba por la independencia.
Las revoluciones de 1830 se originaron en Francia, logrando destronar al rey Carlos X.
Se instauró una monarquía liberal y Bélgica consiguió su independencia.
Las revoluciones de 1848 tuvieron un carácter más popular, con la participación de obreros, campesinos y burgueses.
Se demandaban derechos políticos y sociales en un contexto de pobreza que impulsó los levantamientos.
Estos movimientos ocurrieron en Francia, Alemania, Austria e Italia.
En Francia, se abolió la monarquía una vez más.
A pesar de que muchas revoluciones fueron reprimidas, dejaron avances significativos para el futuro.
Unificaciones de Italia y Alemania
En aquel periodo, Italia y Alemania se encontraban divididas en múltiples estados y territorios.
El nacionalismo fue el motor que impulsó la unión de estos países.
En Italia, el conde de Cavour lideró la estrategia política, mientras que Garibaldi luchó con sus ejércitos de voluntarios.
Tras diversas guerras contra Austria, en 1861 se proclamó el Reino de Italia, convirtiéndose Roma en su capital en 1870.
En Alemania, Otto von Bismarck fue el líder principal, utilizando la guerra como herramienta política.
Alemania se enfrentó a Dinamarca, Austria y Francia.
En 1871 se proclamó el Imperio alemán y el rey de Prusia asumió el cargo de emperador.
Alemania se consolidó como una potencia fuerte, y estas unificaciones alteraron definitivamente el equilibrio de poder en Europa.
Causas de la Revolución Francesa
La Revolución Francesa tuvo su origen en la profunda desigualdad social.
La sociedad se dividía en tres estamentos: el clero, la nobleza y el Tercer Estado.
El clero y la nobleza gozaban de privilegios y estaban exentos de pagar impuestos.
El Tercer Estado cargaba con toda la presión fiscal, mientras la mayoría de la población vivía en la pobreza.
Francia acumulaba grandes deudas debido a las guerras y a los excesivos gastos de la corona.
El rey derrochaba fortunas en lujos, mientras las malas cosechas provocaban hambre y el aumento del precio del pan.
El descontento social creció, alimentado por las ideas de la Ilustración que defendían la libertad e igualdad.
La burguesía aspiraba a participar en el gobierno y la independencia de los Estados Unidos sirvió como inspiración.
Todas estas causas culminaron en el estallido de la Revolución en 1789.
Etapas de la Revolución Francesa
La Revolución se desarrolló en tres etapas clave:
Asamblea Nacional Constituyente: Se abolieron los privilegios nobiliarios, se proclamaron los Derechos del Hombre y del Ciudadano y se estableció una monarquía constitucional.
Convención Nacional: Se proclamó la República y se ejecutó al rey Luis XVI. Fue un periodo violento conocido como el Terror, liderado por Robespierre y los jacobinos, donde hubo numerosas ejecuciones.
Directorio: Fue la etapa final, caracterizada por un gobierno débil y corrupto donde la burguesía recuperó el poder.
El ejército comenzó a ganar influencia política, y la Revolución concluyó cuando Napoleón Bonaparte tomó el poder.
Congreso de Viena
El Congreso de Viena se llevó a cabo entre 1814 y 1815.
Su meta fue la reorganización de Europa tras la era napoleónica.
Contó con la participación de Austria, Rusia, Prusia y Gran Bretaña, además de Francia.
Se buscaba restaurar las monarquías absolutas y devolver los tronos a los reyes bajo el principio de legitimidad.
Se modificaron las fronteras nacionales para asegurar un equilibrio de poder duradero.
Se instituyó la Santa Alianza para combatir el liberalismo, permitiendo la intervención militar ante brotes revolucionarios.
A pesar del retorno del absolutismo, el descontento popular sembró la semilla de futuras revoluciones europeas.
Revoluciones de 1820, 1830 y 1848
En 1820, las revoluciones buscaron limitar el poder absoluto en España, Portugal, Nápoles y Grecia (donde también se buscaba la independencia).
En 1830, el foco fue Francia, donde se derrocó a Carlos X para instaurar una monarquía de corte liberal; paralelamente, Bélgica se independizó.
Las revoluciones de 1848 destacaron por su carácter popular, involucrando a obreros y campesinos en la lucha por derechos sociales.
La pobreza motivó levantamientos en Francia, Alemania, Austria e Italia.
En Francia se suprimió nuevamente la monarquía. Aunque muchas de estas revueltas fueron sofocadas, sentaron las bases de importantes avances sociales.
Unificaciones de Italia y Alemania
Tanto Italia como Alemania estaban fragmentadas en diversos estados y territorios.
El sentimiento nacionalista fue el motor de la cohesión nacional.
En el caso italiano, destacaron las figuras de Cavour en la política y Garibaldi en el campo de batalla.
Tras conflictos bélicos contra Austria, en 1861 nació el Reino de Italia, fijando su capital en Roma en 1870.
En Alemania, el canciller Bismarck unificó el territorio mediante una estrategia de guerras contra Dinamarca, Austria y Francia.
En 1871 nació el Imperio alemán, con el rey de Prusia como emperador, convirtiéndose en una nación de gran fortaleza.
Estos procesos de unificación transformaron radicalmente el mapa geopolítico de Europa.