Conclusión de Al-Ándalus

La conquista musulmana de la Península puso en contacto dos civilizaciones tan distintas como la islámica (urbana y mercantil) y la cristiana (campesina y ganadera). Entre los siglos VIII y X se formaron centros de resistencia cristiana en el norte peninsular ante la invasión; no obstante, la mayor parte de la población aceptó la conquista musulmana.

La conquista fue rápida, apenas una década, y se inició con la entrada en el 711 por el Estrecho de Gibraltar de tropas bereberes llamadas por caudillos visigodos para solventar una disputa sucesoria, dirigidas por el walí Muza ibn Nusayr y su lugarteniente Táriq, quienes aprovecharon la ausencia de don Rodrigo y la pasividad de la población para controlar parte del territorio. Tras la decisiva victoria musulmana en la Batalla de Guadalete, se inició la conquista de toda la península y las principales ciudades (Sevilla, Mérida) fueron cayendo en manos musulmanas, llegando a Pamplona en el 714


Táriq y Muza abandonaron la península y al mando de la conquista quedó Abd al-Málik, que tomó Barcelona en el 718. Muchos nobles visigodos firmaron pactos con los conquistadores.

La conquista se dio por terminada en el 718, estableciendo las fronteras en Toledo, valle del Guadalquivir y cordillera Cantábrica. En el 722 se encontraban al borde de la cornisa cantábrica, y los walís siguientes trataron, sin éxito, de cruzar los Pirineos, quedando relegados a la Península. El valle del Duero quedó despoblado y se convirtió en una tierra de nadie entre los incipientes reinos cristianos y el territorio controlado por los musulmanes, que se superpusieron a la administración visigoda.

La península fue sometida de dos formas: por las armas y por pactos. La población de las ciudades que capitulaban tras luchar no podía abandonar la ciudad y entraba en servidumbre perdiendo sus posesiones;


una quinta parte pasaba a manos del Estado y el resto se repartía entre los conquistadores. Las ciudades que pactaban conservaban sus leyes y las posesiones de la población (excepto los muertos, los huidos y la Iglesia) y se sometían al pago de impuestos al no ser musulmanes. Esto provocó que la mayor parte de territorios pactaran con los conquistadores y que gran parte de la población se convirtiera al Islam para pagar menos impuestos (muladíes).

EVOLUCIÓN POLÍTICA DE AL-ÁNDALUS

Emirato dependiente de Damasco (711-756)


Al-Ándalus era una provincia gobernada por un walí que en lo político y lo religioso dependía del califa omeya de Damasco. La inestabilidad política no impidió que se emprendieran campañas militares contra los cristianos, aunque algunas, como las de Covadonga (722) o Poitiers (732), supusieron importantes derrotas para los musulmanes y garantizaron la presencia cristiana.


Emirato independiente de Bagdad (756-929)


La familia omeya, la más poderosa del mundo islámico, fue asesinada casi en su totalidad por los abasíes, que trasladaron la capital a Bagdad. Un superviviente omeya, Abderramán, se refugió en Al-Ándalus, tomó el poder y se declaró, en lo político, independiente de Bagdad.

Abderramán I (756-788)


tuvo que bregar con los enfrentamientos entre los distintos clanes y familias musulmanes: kalbíes contra kaisíes, bereberes contra sirios, mozárabes contra muladíes… Para fortalecer su poder, el emir impulsó diversas reformas: creación de un ejército profesional compuesto por mercenarios, fieles solo a quien les pagase; concentración del poder ejecutivo y legislativo y nombramiento de jueces fieles a su persona (cadíes) que impartían justicia de acuerdo a la ley coránica y a la tradición; nombramiento de un primer ministro (hachib) y de ministros (visires).


Estas reformas aumentaron el gasto del Estado, lo que favorecíó el avance de los reinos cristianos del norte hacia el Duero. Abderramán aceptó esta nueva frontera, aunque mediante amenazas consiguió que los reyes cristianos rindieran vasallaje y le pagaran tributos. El gobernador de Zaragoza, por su parte, solicitó la ayuda de Carlomagno, que intervino a fin de crear una frontera (Marca Hispánica) que lo protegiera de ataques musulmanes. Los enfrentamientos continuaron durante los gobiernos de Hisham I y Al-Hakam I.
Durante el gobierno de Abderramán II (822-852)
continuaron las revueltas muladíes. Además, el emir convocó un concilio en Toledo para prohibir a los mozárabes buscar el martirio insultando las creencias musulmanas. Los saqueos de vikingos y normandos a las costas peninsulares (Galicia, Asturias, Sevilla) provocaron que Abderramán II mandara construir una flota de guerra con la que conquistó Baleares (848).


La inestabilidad continuó durante los gobiernos de Muhammad I, Al-Mundir y Abd-Allah a causa de las epidemias y de las malas cosechas, que provocaron una grave crisis económica.

Abderramán III (912-961)


y el Califato de Córdoba (929-1031):
Abderramán III llevó a Al-Ándalus a su época de mayor esplendor, pese a que al subir al trono el Estado vivía una crisis política y económica muy grave que tardó 25 años en solventar, recuperando el control del territorio y obligando a las élites a rendirle vasallaje, pagar impuestos y enviarle ayuda militar. Fue en el año 929 cuando el emir instauró un califato en Al-Ándalus, independiente totalmente de Bagdad, y se autoproclamó califa de Córdoba, líder político y espiritual de su pueblo. Sus atribuciones fueron la jefatura del ejército, la administración del Estado, la dirección de la política exterior y el control de los recursos estatales.


Realizó veinte campañas militares, conociendo tanto grandes victorias (Valdejunquera) como importantes derrotas (Simancas). Reformó profundamente el ejército, el cual integraban mercenarios, muchos de ellos eslavos, lo que se tradujo en el envío de embajadas por parte de los reinos cristianos en señal de pleitésía, además de en el pago de tributos. Por otro lado, Abderramán III intervino en el norte de África para proteger sus intereses comerciales, ocupando Melilla y Ceuta, e intercambió embajadas con el Sacro Imperio de Otón I y con el Imperio Bizantino. Al-Ándalus era la nacíón más rica de Occidente, y Córdoba rivalizaba en lujo y grandeza con Bagdad y Bizancio. Su reinado supuso el máximo esplendor científico y cultural del islam andalusí. Los sucesores de Abderramán III delegaron sus funciones en generales.
Al-Hakam II recibíó un país en paz, una hacienda saneada y un ejército eficaz, por lo que se dedicó a realizar ambiciosas obras públicas y a reunir una extensa biblioteca de más de 400.000 obras.


Su sucesor, Hisham II, fue un débil califa que dejó al mando de la nacíón a Almanzor, quien reorganizó el ejército para someterlo a su autoridad, cuyos mercenarios fueron de gran ayuda para someter a la nobleza. Dirigíó más de cincuenta campañas militares contra los cristianos, arrasando y saqueando numerosas ciudades. El gasto militar asociado a las continuas guerras vació las arcas andalusíes, por lo que hubo que subir los impuestos y el malestar social crecíó. Almanzor murió en Medinaceli en el 1002.

La inestabilidad subsecuente provocó que entre 1009 y 1031 hubiera diez califas, por lo que en ese mismo año una junta de notables expulsó de Córdoba al califa Hisham III, proclamándose cada gobernador hachib de su territorio y dando origen así a 26 reinos de taifas.

Los reinos de taifas (1031-1090)


sufrieron grandes disputas entre ellos, reducíéndose su número inicial al anexionarse unas a otras. La división provocó su debilitamiento, por lo que para sobrevivir tuvieron que pagar parias a los reinos cristianos, aunque esta debilidad política no se tradujo en crisis económica ni cultural, pues seguían siendo territorios ricos.

La ofensiva cristiana emprendida a partir del Siglo XI (reconquista) obligó a las taifas a solicitar la ayuda de pueblos africanos, los almorávides (en 1086 tras la conquista de Toledo por Alfonso VI), los almohades (en 1146), derrotados estos en las Navas de Tolosa (1212), y los benimerines.


El Reino Nazarí de Granada (1238-1492)


fue el último reducto musulmán que quedó en la península tras el avance de la Reconquista hasta su incorporación por los Reyes Católicos. La supervivencia de este reino se debíó al vasallaje prestado al rey de Castilla, su conveniencia para este como refugio para los musulmanes, la orografía montañosa del reino, el apoyo norteafricano, la crisis castellana bajomedieval y la indiferencia de Aragón, además de la fuerte cohesión cultural de la población granadina. Su desaparición en 1492 se debíó, además de a sus muchas luchas internas, a la ambición de los reyes católicos por construir un Estado moderno basado en la soberanía de la Corona y en la unidad territorial.