El Estallido y las Facciones de la Guerra Civil Española

El Inicio del Conflicto

El Golpe de Estado de 1936

A partir de las elecciones de febrero de 1936, España vivió un clima de creciente radicalización, violencia callejera y polarización política. En este contexto, ocurrieron dos asesinatos clave: el 12 de julio fue asesinado el teniente socialista Castillo por la extrema derecha, y al día siguiente, en represalia, fue asesinado el líder monárquico Calvo Sotelo. Este último hecho aceleró los planes de los militares conspiradores, que ya desde febrero planeaban un golpe contra la República. Como resultado, el 17 de julio de 1936 se sublevó la guarnición de Melilla, iniciando una rebelión que se extendió rápidamente por el Marruecos español y la Península. El golpe militar fue un fracaso parcial, ya que una parte del Ejército y de las fuerzas del orden (Guardia Civil y Guardia de Asalto) se mantuvo leal a la República. En Madrid, el general Fanjul fue rodeado en el Cuartel de la Montaña por milicianos de izquierda armados por el gobierno. En Barcelona, el general Goded fue derrotado gracias a la acción de milicianos anarquistas y la lealtad de las fuerzas del orden. Situaciones similares ocurrieron en Valencia y otras ciudades, donde la sublevación fue contenida por la inesperada resistencia de los milicianos. La sublevación militar triunfó en varias zonas de España. El general Franco, que estaba en Canarias, tras asegurar el triunfo de la sublevación, voló hacia el Protectorado español en Marruecos y asumió el mando del Ejército de África. En Sevilla, el general Queipo de Llano se hizo con el poder, con la ayuda de milicianos falangistas, y entró en contacto con los sublevados de Granada, Córdoba y Cádiz. En Navarra, la sublevación fue liderada por el general Mola, apoyado por los requetés carlistas. En Zaragoza, el general Cabanellas logró imponer la sublevación. Se formaron dos Españas enfrentadas con ideologías irreconciliables. Por un lado, los partidarios del “Glorioso Alzamiento Nacional” buscaban restablecer el orden y eliminar a los considerados enemigos del país, a quienes llamaban “rojos”. Por otro lado, estaban los defensores de la República, aunque este grupo carecía de unidad de acción.

Las Fuerzas Militares Enfrentadas

La República controlaba el norte, centro y este de España, zonas con mayor población y riqueza industrial y minera, mientras que los nacionales dominaban regiones con menor desarrollo industrial pero con más recursos agrícolas. La República conservó los recursos financieros, incluyendo el oro del Banco de España, que usó para comprar armamento, especialmente a la URSS.

La Internacionalización del Conflicto

Francia y Gran Bretaña, temiendo una guerra a gran escala, promovieron la política de “No Intervención” en la Guerra Civil Española, impulsada por Francia en agosto de 1936. Esta política fue apoyada por 27 países europeos, incluyendo un Comité de Londres y un subcomité formado por Italia, Alemania, Francia, Gran Bretaña y la URSS para supervisar su cumplimiento. Se estableció un control marítimo y el cierre de fronteras terrestres para impedir el envío de armas a España. Sin embargo, en la práctica, la No Intervención fue una farsa: Alemania, Italia y la URSS facilitaron material bélico a los contendientes. Estados Unidos, aunque oficialmente neutral, permitió que camiones y petroleros abastecieran a los sublevados, y que barcos de guerra se refugiaran en Gibraltar. Francia incluso dificultó el aprovisionamiento de la flota republicana en Tánger, obligándole a dirigirse hasta Cartagena para abastecerse, situación aprovechada por los sublevados para desembarcar tropas en Cádiz.

La ayuda a la República

La República recibió apoyo militar principalmente de la URSS y, en menor medida, de Francia y México. Este respaldo soviético hizo que la opinión pública internacional asociara a la España republicana con el comunismo, calificándola como una “República roja y marxista”. La ayuda soviética tuvo que ser pagada con el oro del Banco de España, el llamado “oro de Moscú”.

Las Brigadas Internacionales

La ayuda humana llegó a través de las Brigadas Internacionales: unos 40.000 voluntarios de 30 países, sin demasiada experiencia militar, pero disciplinados, que vinieron bajo el lema: “España será la tumba del fascismo”. La mayoría eran comunistas, aunque también había socialistas y anarquistas, y procedían de diversos orígenes como obreros, intelectuales, periodistas o aventureros. Su objetivo era frenar el avance del totalitarismo en Europa y defender la democracia republicana en España. Su centro de entrenamiento estuvo en Albacete, y fueron organizados en 6 brigadas con batallones por nacionalidad, como el batallón Telemann (alemanes), Lincoln (estadounidenses) y Garibaldi (italianos). Su participación fue clave en la defensa de Madrid en el otoño de 1936. Fueron retirados en 1938, y unos 18.000 murieron en combate en España.

La ayuda a los sublevados

El bando sublevado recibió ayuda de Italia y Alemania de forma masiva y pagadera en materias primas, especialmente en minerales, que eran muy necesarios para la industria de guerra alemana. Alemania envió fuerzas de aviación organizadas en la llamada Legión Cóndor, también asesores militares y tanquistas. Italia a sus 40.000 soldados del CTV. Portugal, con un régimen de dictadura, apoyó a los rebeldes proporcionando unos millares de combatientes; igualmente hizo Irlanda con la llamada Legión de San Patricio.

Evolución de los Bandos en Conflicto

Evolución de la España Republicana

La sublevación militar provocó la inmediata dimisión del presidente del gobierno, Quiroga. El presidente de la República, Azaña, encargó entonces a Martínez Barrio formar un nuevo gobierno, pero su intento de frenar la rebelión, incluso negociando con el general Mola, fracasó. Tras su dimisión, el 19 de julio Azaña nombró a Giral como jefe del gobierno. Este tomó una decisión clave: entregar armas a las milicias de las organizaciones obreras para enfrentar el golpe de Estado. El 5 de septiembre de 1936, Azaña encargó formar gobierno a Largo Caballero, líder de la izquierda del PSOE. Su gobierno fue una amplia coalición que integró a republicanos, socialistas, comunistas y nacionalistas vascos y catalanes. Pocos días después, el 4 de noviembre, Caballero reformó su gabinete e incorporó, por primera vez en la historia, a cuatro ministros anarquistas, en un momento crítico en el que Madrid estaba siendo fuertemente atacado por las fuerzas sublevadas. Por esta razón, el gobierno se trasladó a Valencia a principios de noviembre. Durante los meses siguientes, el gobierno de Caballero emprendió importantes reformas. En el ámbito político, continuó con la reforma agraria y nacionalizó diversas industrias. En el plano militar, creó el Ejército Popular. Sin embargo, surgieron profundas tensiones internas entre los distintos sectores del bando republicano. Por un lado, los comunistas, fortalecidos gracias al apoyo soviético, y el PSOE defendían una estrategia moderada, centrada en ganar primero la guerra y luego hacer reformas. Por otro lado, los anarquistas y el POUM insistían en priorizar la revolución proletaria como medio para lograr la victoria. Las tensiones culminaron en mayo de 1937 con los enfrentamientos de Barcelona, donde se produjeron combates entre las distintas facciones republicanas. En ese contexto, fue detenido y asesinado Andreu Nin, líder del POUM. Como consecuencia de estos sucesos, el gobierno de Caballero cayó y fue sustituido por uno nuevo, presidido por el socialista Negrín. Negrín, partidario de mantener la unidad del bando republicano y cercano a las posiciones comunistas, asumió el poder en mayo de 1937. Trasladó la sede del gobierno de Valencia a Barcelona, con el objetivo de controlar las industrias de guerra catalanas. En un intento de negociar el fin del conflicto, el gobierno republicano presentó el 1 de mayo de 1938 el documento conocido como los “Trece Puntos de Negrín“, una propuesta de paz que fue rechazada categóricamente por Franco, quien no estaba dispuesto a pactar. Más adelante, así pudo comprobarlo el coronel Casado cuando se sublevó contra el gobierno de Negrín pensando que con ello se le abrirían las puertas para negociar con Franco el final de la guerra.

Evolución de la España “Nacional”

Los sublevados se definían como “nacionales”, por su defensa de la unidad de España, y terminaron construyendo un Estado autoritario en el que el poder se concentraba en una sola figura. La muerte del general Sanjurjo en un accidente aéreo el 20 de julio de 1936, cuando se dirigía a Burgos para encabezar la rebelión, impulsó la figura de Franco. A esto se sumó la muerte del general Mola en otro accidente aéreo el 3 de junio de 1937, dejando a Franco como el principal líder militar y político del bando sublevado. En julio de 1936, los rebeldes crearon en Burgos la Junta de Defensa Nacional, que actuó como embrión del nuevo gobierno y decretó el estado de guerra, suprimió los partidos del Frente Popular y devolvió las tierras a sus antiguos propietarios. A finales de septiembre, con la necesidad de un mando único, la Junta fue disuelta y Franco fue nombrado “Jefe del Gobierno del Estado español” y “Generalísimo”, jefe supremo de todos los ejércitos sublevados. Su proclamación oficial tuvo lugar en Burgos el 1 de octubre de 1936, consolidando su poder tanto político como militar. La debilidad de la Falange, debido al encarcelamiento de su líder Primo de Rivera, permitió a Franco ponerse al frente de esta organización. Gracias al Decreto de Unificación, redactado por Serrano Suñer en abril de 1937, se fusionaron falangistas y carlistas en un único partido: la Falange Española Tradicionalista y de las JONS, bajo la jefatura de Franco. Así se constituyó el partido único del régimen, el Movimiento Nacional, que agrupaba a todas las fuerzas políticas que apoyaban la sublevación. En enero de 1938 se formó el primer gobierno franquista, compuesto principalmente por militares, tradicionalistas y falangistas. Franco concentraba todos los poderes: el mando del ejército, la jefatura del Estado y la presidencia del gobierno. El proceso de legitimación del régimen se reforzó con el apoyo de la Iglesia: en julio de 1937, el episcopado español, a través de una carta colectiva escrita por el cardenal Gomá, presentó la guerra como una cruzada religiosa y respaldó abiertamente al bando nacional. Durante 1938 se tomaron medidas clave para consolidar el nuevo régimen. En abril, se creó el Servicio Nacional de Reforma Económica y Social de la Tierra, que devolvía a sus antiguos dueños las tierras expropiadas por la República. Ese mismo mes se aprobó una nueva Ley de Prensa que establecía los principios de la censura. Finalmente, en febrero de 1939, la Ley de Responsabilidades Políticas declaró rebeldes a todos los que se hubieran opuesto al “Movimiento” o apoyado la “subversión roja”, sentando las bases legales para la brutal represión que siguió.