Santo Tomás de Aquino
El problema de Dios, la realidad y el conocimiento
Santo Tomás de Aquino asume elementos de Aristóteles, como el hilemorfismo y la explicación del movimiento como paso de la potencia al acto, pero distingue dos modos de ser: Dios y las criaturas. Dios es un ser necesario, cuya esencia implica su existencia, mientras que las criaturas son seres contingentes, en los que esencia y existencia se distinguen.
La realidad se organiza jerárquicamente según los grados de perfección, entendidos como mayor o menor participación en Dios. Dios es acto puro, inmutable y perfecto, creador del mundo, al que conoce al pensarse a sí mismo y al que ama y cuida. Dado que la existencia de Dios no es evidente para la razón humana, Aquino sostiene que debe ser demostrada racionalmente.
Rechaza el argumento ontológico de San Anselmo y afirma que solo es posible demostrar la existencia de Dios a posteriori, a partir de los efectos. Así formula las cinco vías:
- Desde el movimiento: el motor inmóvil.
- Desde la causalidad: la causa primera.
- Desde la contingencia: el ser necesario.
- Desde los grados de perfección: el ser perfectísimo.
- Desde el orden del mundo: la inteligencia ordenadora.
El orden del universo se rige por la ley eterna, que se manifiesta como ley física en la naturaleza y como ley natural o moral en el ser humano. En cuanto al conocimiento, Santo Tomás distingue razón y fe como fuentes autónomas y complementarias, sin contradicción entre ellas. La razón parte de la experiencia sensible y, mediante abstracción, alcanza los conceptos universales, mientras que la fe amplía los límites del conocimiento racional.
El problema del ser humano
Para Santo Tomás de Aquino, el entendimiento o capacidad racional es la facultad más propia del alma humana, que constituye su esencia y principio de vida. El ser humano es una unión sustancial de cuerpo y alma, siguiendo el hilemorfismo aristotélico: el cuerpo es mortal y el alma racional es subsistente, inmortal e incorruptible.
El alma humana posee tres facultades:
- La vegetativa: común a todos los seres vivos y responsable de la nutrición y el crecimiento.
- La sensitiva: propia de los animales, que permite la sensación, el deseo y el movimiento.
- La racional: exclusiva del ser humano, que hace posible el pensamiento y el conocimiento intelectual.
El problema de la moral o ética
Santo Tomás de Aquino defiende una ética teleológica, según la cual el ser humano tiende por naturaleza a la felicidad como fin último, que consiste en el pleno desarrollo del alma. Esta felicidad perfecta solo se alcanza plenamente en la otra vida mediante la contemplación de Dios.
Aquino sostiene la existencia de la ley natural, expresión moral de la ley eterna de Dios inscrita en el alma humana y compatible con la libertad. Su principio fundamental es hacer el bien y evitar el mal, del que se derivan tres preceptos básicos:
- Conservar la vida: relacionado con la facultad vegetativa.
- Procrear y educar a los hijos: ligado a la facultad sensitiva.
- Buscar la verdad y respetar la justicia social: propios de la facultad racional.
Los preceptos de la ley natural son evidentes, universales e inmutables, pues están inscritos en la esencia humana. El ser humano posee una inclinación natural a conocerlos y cumplirlos, llamada sindéresis. A partir de ellos, la conciencia formula preceptos secundarios aplicables a situaciones concretas, que pueden admitir excepciones.
El problema de la sociedad o política
Para Santo Tomás de Aquino, el ser humano es social por naturaleza, ya que las facultades del alma solo pueden desarrollarse plenamente en sociedad. Este desarrollo debe orientarse por la ley natural, dada por Dios, que guía la realización de la esencia humana.
Dado que los preceptos de la ley natural son generales, es necesario concretarlos en leyes positivas, propias de cada sociedad. Estas leyes son convencionales, pero deben derivarse de la ley natural y respetarla; de lo contrario, son injustas y existe el derecho a desobedecerlas. La justicia constituye el nexo entre la moral y el derecho. En cuanto a las formas de gobierno, Santo Tomás considera mejores la monarquía, la aristocracia y la democracia, siempre que respeten la ley natural en la elaboración de las leyes positivas.
San Agustín de Hipona
El problema de Dios, la realidad y el conocimiento
San Agustín defiende el creacionismo: Dios crea el mundo y el tiempo desde la nada. Esta creación se explica mediante la teoría del ejemplarismo, según la cual Dios crea los seres a partir de las ideas eternas o arquetipos que existen en su mente, y mediante las razones seminales, gérmenes de los seres futuros depositados en la materia para su desarrollo progresivo.
Todo lo creado está compuesto de materia y forma y es conservado y gobernado por Dios a través de la ley eterna. El problema del mal se resuelve afirmando que el mal no es una realidad positiva, sino una carencia de ser o de perfección. Todo lo creado por Dios es bueno, y el mal solo existe desde un punto de vista parcial, ya que en el conjunto de la creación contribuye a un bien mayor; el mal moral humano se explica como consecuencia de la libertad.
Aunque la existencia de Dios se acepta por fe, San Agustín ofrece argumentos racionales para demostrarla, destacando el de las ideas eternas e inmutables presentes en el alma humana, que requieren como causa a un ser eterno e inmutable: Dios, conocido imperfectamente a través de sus huellas en las criaturas. San Agustín afirma la existencia de la verdad y distingue tres niveles de conocimiento:
- El sensible: que produce opinión cambiante.
- El racional inferior o científico: referido a lo universal de las cosas temporales.
- El racional superior o sabiduría: que permite conocer verdades eternas e inmutables.
Estas verdades se alcanzan mediante la iluminación divina, que las hace accesibles en la interioridad del alma. Finalmente, San Agustín sostiene la complementariedad entre razón y fe: no se oponen, sino que se ayudan mutuamente, aunque la fe tenga primacía. Su pensamiento se resume en el lema: «Comprende para creer y cree para comprender».
El problema del ser humano y el problema de la moral
Según San Agustín, el ser humano está hecho a imagen y semejanza de Dios, lo que implica que posee vida espiritual, a diferencia de los animales. Defiende un dualismo antropológico, afirmando que el hombre está compuesto de dos sustancias: el cuerpo (material, mortal y corruptible) y el alma (espiritual, inmortal), cuya unión con el cuerpo es accidental. El ser humano es fundamentalmente alma.
El alma humana posee tres facultades que constituyen una única persona:
- La memoria: que permite la identidad personal al unir pasado y presente.
- La inteligencia: que posibilita el conocimiento de la verdad.
- La voluntad: que orienta al amor y a la felicidad, alcanzables plenamente solo en Dios.
Por ello, el alma debe gobernar el cuerpo para retornar a Dios, su origen. San Agustín defiende el libre albedrío como capacidad de elegir entre pecar o vivir conforme a la ley de Dios. No obstante, debido al pecado original, la voluntad humana está debilitada y necesita la gracia divina para obrar bien.
Las acciones morales se juzgan según la intención: son buenas si se ajustan a la ley de Dios y pecaminosas si no. El mal moral es consecuencia del abuso del libre albedrío, que es en sí un bien mayor. Gracias a esta libertad existe responsabilidad moral. La voluntad humana tiende a la felicidad, fin último que solo se alcanza plenamente en la otra vida mediante la contemplación y el amor de Dios.
El problema de la sociedad o política
San Agustín de Hipona concibe la historia humana de forma teleológica y lineal: tiene un comienzo en la creación y un final en el Juicio Final, momento en el que adquiere su pleno sentido. La historia es el ámbito donde Dios se manifiesta al ser humano y donde se realiza la salvación, avanzando hacia una meta final que será la vuelta de Jesucristo y la instauración definitiva del Reino de Dios para los justos.
En este proceso histórico, San Agustín distingue dos comunidades según el objeto del amor:
- La Ciudad terrenal: formada por quienes se aman a sí mismos por encima de todo.
- La Ciudad de Dios: integrada por quienes aman a Dios por encima de todo.
Ambas ciudades coexisten y se entremezclan en todas las sociedades a lo largo de la historia, manteniendo una continua lucha ética. El sentido último de la historia es el triunfo y la salvación final de los miembros de la Ciudad de Dios.