Introducción a la Filosofía Política: Estado, Contrato Social y Modelos de Gobierno
Puede resultar indignante la cuestión acerca de que alguien pueda decirnos qué debemos hacer o castigarnos si no obedecemos. Un modo natural de abordar la cuestión sería pensar cómo serían las cosas si no viviéramos en una sociedad políticamente organizada, es decir, pensar en ese estado de naturaleza.
El Concepto de Estado de Naturaleza en la Filosofía Política
Aristóteles definió al ser humano como un animal político, pues las personas nos expresamos y desarrollamos más plena y propiamente en el contexto de la ciudad-Estado (polis), por lo que nuestro hábitat natural es el lugar donde nos relacionamos y donde colaboramos para establecer leyes y crear instituciones justas. Así, el ser humano es esencialmente político. De esta manera, el estado de naturaleza es una hipótesis metodológica que consiste en remontarse a la hipotética situación del ser humano antes del estado civil (derecho, autoridad política y normas morales). De este modo, se pretende conocer la situación natural de los seres humanos, así como su naturaleza y derechos. Sin embargo, no podremos llegar a saberlo verdaderamente, pues es difícil abolir el Estado para averiguarlo.
Visiones Clave del Estado de Naturaleza
Thomas Hobbes: La Guerra de Todos Contra Todos
Thomas Hobbes, muy preocupado por la Guerra Civil Inglesa, creyó que su país estaba cayendo en un estado de naturaleza. Según él, no hay nada peor que una vida sin protección del Estado, por lo que es crucial que exista un gobierno fuerte que impida que caigamos en una guerra de todos contra todos. En ausencia del gobierno, la naturaleza humana nos conducirá a un extremo conflicto. Esto se debe a que el ser humano está enfrascado en la búsqueda constante de la felicidad, entendida como el éxito continuado en conseguir todo lo que se desea. La búsqueda de una felicidad segura es lo que nos acaba conduciendo a la guerra. Para alcanzar la felicidad, deseamos poder, y esta búsqueda solo cesa con la muerte (es una búsqueda competitiva). Para Hobbes, los seres humanos somos iguales y cualquiera puede acabar matando a cualquiera por una escasez de bienes. No es que el ser humano sea cruel, sino que el miedo generado crea una situación que hace la vida miserable, por lo que las artes o las ciencias no pueden florecer. La salida a esto es la creación de un soberano fuerte que garantice el orden y la paz.
John Locke: Libertad, Igualdad y Ley Natural
Para el filósofo John Locke, por el contrario que Hobbes, sí sería posible, en general, vivir una vida aceptable en ausencia de gobierno. Su pensamiento se basa en la ley de la naturaleza, según la cual nadie debería perjudicar a otro en su vida, salud, libertad o posesiones. La razón de ello es que si bien aquí en la tierra nadie es superior a nosotros por naturaleza, en el cielo hay alguien que sí lo es: Dios. Así, Locke afirma que todos los seres humanos deben tener el derecho natural de castigar a aquellos que violen la ley de la naturaleza, ya que estos supondrían una amenaza para cada uno de nosotros y tienden a socavar la paz y la seguridad. El intento de administrar justicia constituye en sí mismo una poderosa fuente de disputa. Este es el principal inconveniente. Estos problemas, unidos a la escasez futura de recursos, hacen que el estado de naturaleza sea insostenible y se tenga que establecer un gobierno que brinde justicia.
Jean-Jacques Rousseau: El Buen Salvaje y la Piedad
Para Rousseau, Hobbes y Locke pasaron por alto la piedad y compasión humana y, consecuentemente, sobrestimaron la probabilidad de conflicto en el estado de naturaleza. Este cree que “el hombre siente una repugnancia innata a ver sufrir a un semejante”. Además, afirma que si pusiéramos a unos ciudadanos más moldeados y corrompidos, sí se comportarían como pensaba Hobbes. Pero según Rousseau, el hombre salvaje se mueve por autopreservación y piedad, y generalmente trata de evitar el daño a otros porque tiene aversión al daño incluso cuando no lo sufre en propia carne (teoría del buen salvaje). La explicación es que la naturaleza le ha equipado para sobrevivir solo, pero el ser humano no es como las bestias; tenemos dos atributos especiales: la voluntad libre y la capacidad de mejorarnos a nosotros mismos, lo cual es fuente tanto de progresos como de desgracias. Mediante la capacidad de automejorarse, iniciamos la civilización (invención de herramientas y cooperación); así, surgió el tiempo libre y, a su vez, se empezó a crear bienes de lujo que generaron “necesidades corruptas”. Aun así, pensó que en última instancia la vida sin gobierno sería intolerable.
La Perspectiva Anarquista: Cooperación y Apoyo Mutuo
Aunque la mayoría de los filósofos tuvieran el pensamiento de que en un estado de naturaleza, una vida sin gobierno sería una situación de extremo conflicto, algunos pensadores anarquistas trataron de oponerse a ello. Estos afirmaban que los seres humanos no solo podían perder toda su agresividad con una buena educación, sino que pueden llegar a ser altamente cooperativos. El anarquista ruso Piotr Kropotkin sostenía que todas las especies progresan mediante el apoyo mutuo, una alternativa a la teoría de Darwin según la cual la evolución es fruto de la competición. Para Kropotkin, las especies más aptas son aquellas que están preparadas para la cooperación. Por ello, los anarquistas suelen criticar que se proponga la creación de un gobierno como remedio a las conductas antisociales que pueden darse, y se oponían a la creación de un gobierno.
El Contrato Social: Fundamento de la Autoridad Política
Locke señala que, aunque sea más ventajoso tener un Estado, eso no significa que esté justificado. Los seres humanos tenemos un derecho natural a la libertad, por lo que el único modo de que se ejerza un poder político sobre mí es que yo dé mi consentimiento y, si eso no ocurre, ese Estado sería ilegítimo. Y esto es así aunque la vida en el estado de naturaleza sea peor que la vida en una sociedad civil. Detrás de la teoría del contrato social está el proyecto de la demostración de que cada individuo ha dado su consentimiento al Estado, obteniendo autoridad universal. Locke afirmaba que todos los seres humanos permanecen en estado de naturaleza hasta que, por su propio consentimiento, se hacen miembros de alguna sociedad política. Si cada uno de nosotros diéramos nuestro consentimiento, se obtendría la autoridad universal, es decir, tendrían autoridad sobre todos. Sin embargo, a mí nadie me ha preguntado si estoy de acuerdo en someterme a ningún gobierno, pero, indirectamente, cuando hago uso y disfruto de la protección y servicios que me proporciona el Estado, estoy dando un consentimiento tácito. Pero esta idea no resulta convincente; el hecho de residir en un lugar no puede interpretarse como consentimiento, ya que en muchas ocasiones no resulta fácil abandonar el país. De esta manera, Hume dijo que no podemos afirmar que el individuo es libre de abandonar su país cuando no conoce la lengua o las costumbres de otros y vive con un pequeño salario.
La posición anarquista piensa que no se puede justificar la obligación de obedecer al Estado puesto que nadie me ha preguntado; si acepto, la única razón que tengo para obedecer es la prudencia. Otra manera de verlo es admitir que la ley va ligada a la moral, por lo que uno debe realizar algunas cosas que el Estado ordena (asesinar, violar, herir), pero no porque el Estado lo ordene, sino porque considera que eso es lo correcto moralmente. Así pues, está claro que debe de haber un límite moral frente a la obligación de obedecer la ley, pero lo difícil es saber cuál.
¿Quién Debe Gobernar? Modelos de Gobierno y Autoridad
Aunque creamos o no que el Estado está justificado, la mayoría vivimos en uno y no cambiará pronto. Por lo tanto, a todos nos interesa quién debe gobernar y cómo debería hacerlo.
Platón: La Aristocracia de los Filósofos
La democracia es “el gobierno del pueblo, por y para el pueblo”, es decir, los gobiernos democráticos gobiernan en interés de los gobernados (aquellos que forman el electorado) y es el propio pueblo el que gobierna (autogobierno colectivo). El filósofo griego Platón se opuso al gobierno democrático mediante la analogía del oficio. Esta decía que para tomar decisiones políticas (en interés del Estado) se requieren ciertas habilidades y conocimientos, por eso Platón pide que la política esté en manos de expertos, es decir, filósofos, aquellos que saben verdaderamente lo que es el bien y puedan gobernar de manera justa, adecuada y genuina. Pero la idea de que los gobernantes se conviertan en filósofos no significa que tengan que pasarse años leyendo y reflexionando: Platón diseña todo un exigente plan de formación que comprende una vida entera y en la que se aprende el arte de las letras, la música, matemáticas, arte militar y educación física.
Jean-Jacques Rousseau: La Voluntad General y la Soberanía Popular
Aunque Rousseau comparte con Platón que la actividad de gobernar requiere un entrenamiento o educación especial, niega que los beneficiarios sean solo unos pocos. Es mejor que cada persona las adquiera y luego participe democráticamente en el gobierno, en cuanto parte de la ciudadanía que actúa colectivamente con autoridad sobre sí mismo. Por eso, los ciudadanos han de ser educados a “no querer nada que contradiga la voluntad general de la sociedad”. Esa voluntad general es como el interés general, el cual debe estar por encima de los intereses particulares. Las leyes se aplican por poder ejecutivo, hechas en asambleas populares, que reflejan esa voluntad general. Para que su sistema sea practicable, afirma que es preciso que no haya grandes desigualdades. Nadie debería ser tan rico como para poder comprar votos, ni tan pobre como para caer en la tentación de vender el propio.
John Stuart Mill: La Democracia Representativa
En comunidades que exceden ciertos límites de población, parece que resulta difícil que todos los ciudadanos participen personalmente en todos los asuntos públicos. El filósofo John Stuart Mill trataba de resolver este problema. En la democracia representativa, el pueblo elige a unos representantes y luego estos hacen las leyes y las ejecutan. Para Mill, favorecía el surgimiento de una ciudadanía activa y eso es positivo para la propia prosperidad del Estado. Es importante educar a los ciudadanos para la ciudadanía y el medio más eficaz para conseguir este fin consiste en hacer participar a la gente en los asuntos públicos.