Hegemonía portuguesa

9.1

Los Austrias del siglo

XVII. Gobierno de validos y conflictos internos

Felipe III, hijo y sucesor de Felipe II, carecía de vocación política.
Con él se inició la práctica de la privanza o delegación de las cuestiones de gobierno en manos de un hombre de confianza, el valido, que carecía de cargo oficial, pero, en la práctica, actuaba como un auténtico primer ministro.

El valido de Felipe III fue el duque de Lerma, político ambicioso, que colocó en los cargos relevantes a parientes y amigos. En el reinado Felipe III se dio la expulsión de los moriscos (unos 300.000).

En 1621 murió Felipe III y le sucedíó su hijo Felipe IV. Su principal valido fue el conde duque de Olivares, que tenía una sincera voluntad de reforma. Pretendía recuperar el prestigio exterior de la Monarquía Hispánica y fortalecer la Monarquía, unificando sus territorios bajo unas mismas leyes e instituciones, siguiendo el modelo de las de Castilla.

El conde duque, en plena Guerra de los Treinta Años, planteó el proyecto de la Uníón de Armas, un ejército permanente de 140.000 hombres reclutados de todos los reinos de la Monarquía. Lo que fracasó por la oposición de las Cortes de los reinos de la Corona de Aragón.

El descontento social y la oposición a la política de Olivares se generalizaron. Los reinos periféricos rechazaban las pretensiones unitarias de Olivares. Y las clases populares castellanas denunciaban la presión fiscal. Todo esto desencadenó la grave crisis de 1640.

Cuando Felipe IV murió, le sucedíó Carlos II, un débil niño de 4 años, que cuando crecíó evidenció su escasa capacidad intelectual. Los validos se sucedieron en el poder (Nithard, Valenzuela, Juan José de Austria, Medinaceli, Oropesa), en un clima creciente de inestabilidad política.


9.2. La crisis de 1640

Las protestas contra la política del conde duque de Olivares dieron lugar, en torno a 1640, a distintas revueltas: Vizcaya, Andalucía, Nápoles, Sicilia, y, las más graves, las rebeliones independentistas de Cataluña y Portugal, iniciadas en 1640.

La rebelión de Cataluña (1640-52). Las tensiones que había provocado en Cataluña el proyecto de la Uníón de armas del conde-duque de Olivares, junto a los roces de la población con las tropas castellanas e italianas que luchaban en la frontera contra Francia (la guerra Franco-española se inició en 1635), provocaron el estallido de una rebelión el 7 de Junio de 1640 (Corpus de Sangre) que desencadenó una larga Guerra Civil, en la que la Generalitat de Cataluña se separó de la Monarquía y aceptó la soberanía de Francia (Luís XIII). Tras la capitulación de Barcelona (1652), Cataluña volvíó a integrarse en la Monarquía Hispánica, pero respetando Felipe IV sus leyes e instituciones de gobierno.

La segregación de Portugal. Amplios sectores de la sociedad portuguesa consideraban que la incorporación a la Monarquía Hispánica había sido perjudicial. Portugal había atraído hacia sus territorios coloniales (Brasil, Indonesia) a los enemigos de España, como los holandeses.

La rebelión portuguesa tuvo carácter nobiliario e independentista. Se proclamó al duque de Braganza rey como Juan IV. La nueva monarquía portuguesa se consolido con la ayuda de Francia e Inglaterra. España reconocíó, la independencia de Portugal en 1668, ya en el reinado de Carlos II.


9.3. La España del Siglo XVII. El ocaso del Imperio español en Europa

La política pacifista de Felipe III y de su valido, el duque de Lerma pretendía diplomáticamente mantener la supremacía de los Habsburgo: paz con Inglaterra (1604) con los Países Bajos (Tregua de los 12 años) y enlaces matrimoniales con Francia (Ana de Austria-Luís XIII). Pero en 1618, comenzó la Guerra de los Treinta Años, lo que significó el inicio del fin de la hegemonía de los Habsburgo.

La Guerra de los Treinta Años (1618-48), que empezó siendo una guerra de religión alemana, entre católicos y protestantes, acabó convirtiéndose en una guerra general cuando intervinieron

España, los Países Bajos, Dinamarca, Suecia y Francia. Las dos ramas de los Habsburgo (Viena y Madrid: Felipe IV) consiguieron en las primeras etapas éxitos brillantes; pero fueron vencidas tras la intervención de la Francia del cardenal Richelieu. Los Habsburgo de Viena aceptaran la paz de Westfalia (1648); España que reconocíó allí la independencia de Holanda (paz de Münster), continuó la guerra con Francia. Por la derrota de Las Dunas, Felipe IV se vio obligado a firmar la paz de los Pirineos (1659) en la que se perdía Artois (Flandes) y las provincias transpirenaicas catalanas del Rosellón y la Cerdaña.

Durante el reinado de Carlos II, España, agotada económica y militarmente, jugó un pobre papel junto a Inglaterra, Holanda, Suecia y los Habsburgo de Viena, frente a la Francia de Luis XIV. España, en distintas guerras, perdíó ciudades fronterizas de Flandes y el Franco Condado en favor de Luis XIV.