El Período Entreguerras: La Crisis de 1929 y la Depresión Económica Mundial
El período entreguerras es una etapa que se desenvuelve entre la Primera Guerra Mundial y la Segunda Guerra Mundial, en la que Europa va a vivir una época de fuertes conflictos y tensiones. A nivel económico, este periodo está marcado por el desarrollo de la crisis bursátil de 1929 y sus repercusiones posteriores, y a nivel político, por la aparición y auge del fascismo. La evolución económica de este turbulento periodo nos sumerge en una época tan sugerente como convulsa, en la que se mezclan periodos de crisis y pesimismo con otros marcados por la expansión de la economía y el optimismo desaforado.
Es, por tanto, una etapa de reestructuración de las relaciones internacionales, sobre todo en Europa, donde en la Conferencia de París se decidió crear la Sociedad de Naciones (SDN), con el fin de solucionar cualquier conflicto entre países. Su sede radicaba en Ginebra y se había concebido como un parlamento mundial. Su mayor éxito consistió en llevar a cabo su programa de cooperación económica y humanitaria con naciones más necesitadas. Se fundaron otros organismos internacionales como la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Etapas de la Sociedad de Naciones
Se distinguen cuatro etapas dentro de la SDN:
- 1920-1923: Solución de los problemas de posguerra; se da también la renuncia a la integración de los EE.UU.
- 1924-1930: Época de los felices veinte; se firman los principales tratados en los que se basa el nuevo orden internacional. Son años de concordia y cooperación.
- El Pacto de Locarno, 1925.
- El Pacto Briand-Kellog, 1928, el desarme.
- 1931-1936: Secuelas de la depresión de 1929. Dificultades internacionales y auge de movimientos totalitarios.
- 1936-1939: Fin de la institución tras el comienzo de la II Guerra Mundial; transfiere en 1946 todas sus competencias a la Organización de Naciones Unidas (ONU).
1. La Crisis de Posguerra (1919-1923)
A lo largo de la primera mitad de la década de 1920, Europa se ve sumergida en una profunda crisis como consecuencia de los efectos de la Primera Guerra Mundial. El desempleo era muy elevado, la inflación demasiado alta y la economía permanecía estancada, creciendo muy poco la producción industrial. Esta situación se debía a una serie de circunstancias, que incluían grandes pérdidas humanas, millones de hombres, así como los enormes destrozos materiales de la guerra, que habían sido especialmente importantes en algunos países como Francia.
En el caso de Alemania, esta realidad se veía agravada por la pérdida de algunas de sus principales regiones industriales como Alsacia y Lorena, así como por la desaparición de su imperio colonial, pero también por el pago de fuertes indemnizaciones de guerra a los países vencedores. Todo ello lastraba gravemente su economía, llevando al país hacia la quiebra e imposibilitando la necesaria recuperación económica. Las tensiones sociales se acrecentaron enormemente y, como prueba de ello, se produjo el estallido de la revolución espartaquista en los meses siguientes a la capitulación de Alemania.
La situación de los países vencedores, sin ser tan grave, no era mucho mejor, pues Francia e Inglaterra se encontraban fuertemente endeudados con Estados Unidos, que había sufragado los enormes gastos del conflicto bélico. Tal deuda no podía ser zanjada mientras no recibieran el pago de las indemnizaciones de guerra alemanas.
La industrial y minera del Ruhr, la principal región industrial alemana, al perder su zona más rica y productiva, Alemania llegó al colapso económico, produciéndose una hiperinflación. La subida tan fuerte de los precios condujo a la pérdida total de valor de la moneda.
Se hacía necesario revisar la situación de Alemania. EE.UU., convertido en la primera potencia mundial, lanza entonces el denominado Plan Dawes, que pretendía recuperar la economía alemana con la intención de ponerla en condiciones de pagar a los franceses e ingleses, para que a su vez, estos pudieran saldar sus deudas con Estados Unidos. Para ello se tomaron dos medidas:
- Por un lado, la reducción de las indemnizaciones que debía pagar Alemania a los vencedores, especialmente a Francia.
- Por otro lado, la llegada masiva de inversiones y préstamos procedentes de Estados Unidos a Alemania y Austria, lo que permitiría a estos países recuperar el tejido industrial y económico y fortalecer su moneda.
La guerra aceleró la consolidación de la supremacía económica de EE.UU. frente a Reino Unido. El dólar poco a poco se fue imponiendo como moneda de cambio (frente a la lira), ya que era la única convertible en oro. La banca estadounidense se afirmaba como la más dinámica y EE.UU. se convertía en la única plaza financiera capaz de mantener un sistema de préstamos a largo plazo. Pasó así a ser el primer inversor mundial en sustitución de Reino Unido.
Este auge estadounidense también influyó en el desequilibrio comercial con Europa, pues su mayor competitividad (nuevos métodos de trabajo y nuevas tecnologías) provocó una balanza comercial favorable: EE.UU. exportaba a Europa mucho más de lo que importaba. Así, la economía norteamericana se convirtió en la única gran financiadora de la reconstrucción europea en la posguerra.