Julián Juan José Hernández

El dieciocho de Julio de 1936, un grupo de militares dirigido por Francisco Franco se sublevó contra el Gobierno de la República. Tras tres años de dura contienda, los militares sublevados derrotaron al ejército de la República y esto dio paso a una férrea dictadura que se prolongó durante cuarenta años. En este tiempo, la vida cultural estuvo condicionada por diversos factores: desaparición o represión de las élites intelectuales, ya sea por muerte, encarcelamiento o exilio; restricción de las libertades de expresión y pensamiento debido a la censura y, por consiguiente, la autocensura que los propios escritores se impónían para evitar ser vetados. Todo ello supuso, claro está, una situación de anomalía en relación a la literatura del momento.


Los autores que reflejan en sus obras las duras consecuencias sociales y políticas de la guerra son conocidos como Generación del 36
. Se caracterizaron por dotar a la poesía de esa humanización a la que se había renunciado en los movimientos artísticos anteriores a la guerra, movimientos que buscaban un arte puro, sin expresión de sentimientos.
Miguel Hernández es el primer poeta significativo de esta época. Tradicionalmente se le ha considerado el epígono de la Generación del 27 y antesala de la del 36. Su vida literaria se verá truncada por su temprana muerte, y su obra es un fiel reflejo de su biografía. Es un poeta que se nutre de su experiencia vital para escribir. Podemos distinguir dos etapas en su poesía: su primera etapa, entre 1933 y 1936, en la que


destaca su complejidad lingüística y su cercanía al estilo gongorino. Sus obras más importantes fueron Perito en lunas y El rayo que no cesa; su segunda etapa, que comienza con la Guerra Civil y termina con su muerte, está caracterizada por el compromiso social y político: Viento del pueblo y El hombre acecha. Su última obra, Cancionero y romancero de ausencias, fue escrita en la cárcel y presenta un lenguaje más sencillo y espontáneo. Es un canto de amor y nostalgia hacia su familia. La poesía de los años cuarenta, marcada tradicionalmente por las inquietudes existenciales y religiosas, se ha organizado en dos tendencias:

Poesía arraigada y poesía desarraigada

Los poetas arraigados eran aquellos que se reconocían afines al


régimen franquista. Tratan temas como el amor, la fe católica, el paisaje y la patria, unidos al ensalzamiento del régimen y sus valores. Su estilo es sobrio, íntimo y equilibrado, muy relacionado con la poesía renacentista; de hecho, el soneto es una de sus formas métricas favoritas. El autor más significativo fue Luis Rosales, poeta granadino que participó en la dirección de la revista Escorial. De entre sus obras, podemos destacar Abril, que recoge una visión cristiana y esperanzada del mundo, y La casa encendida, que presenta la vida como un camino que parte de la desesperanza hasta el hallazgo del sentido de la existencia, que solo se encuentra en la amistad, el amor y la familia. Los poetas desarraigados eran aquellos que, a pesar de ser contrarios al régimen franquista,


permanecieron en España y se sometieron a la censura. La carácterística esencial de esta poesía es la expresión constante de la angustia vital y la percepción de la realidad como un caos. Insisten en la falta de sentido de la existencia y el sentimiento de orfandad que les queda tras comprobar que Dios les ha abandonado. Su estilo es dramático y desgarrado, de enorme fuerza expresiva. La figura más representativa de dicha tendencia es Dámaso Alonso.
Poeta, crítico y profesor universitario que pertenecíó a la Generación del 27. En 1944 publica su obra de mayor trascendencia: Hijos de la ira. En ella reflexiona sobre la condición humana y el sinsentido de la existencia. La realidad que describe es un escenario donde destaca la injusticia social, la miseria


humana y el odio que se derivan de la posguerra.
En sintonía con esta última tendencia encontramos a los poetas en el exilio.
Muchos intelectuales comprometidos con la República tuvieron que marcharse y nunca tuvieron la oportunidad de regresar a España, ya que murieron en el extranjero. Este fue el caso de Juan Ramón Jiménez o Luis Cernuda. Su poesía trataba el tema de la derrota de la guerra, la nostalgia de la patria perdida, el anhelo del regreso o la crítica a las injusticias del régimen franquista. Conforme fue pasando el tiempo, su poesía evoluciónó y comenzó a reflejar otros temas más cercanos a su experiencia vital, como su adaptación a los países de acogida. Los autores más destacados fueron:



Manuel Altolaguirre y Emilio Prados, ambos malagueños y miembros de la Generación del 27. Otro autor llamativo fue Juan Gil -Albert, alicantino como Hernández, sí tuvo la oportunidad de volver a España, aunque siempre se consideró un exiliado interior. Sus obras más conocidas fueron Las ilusiones o El existir medita su corriente. La línea dominante de la lírica española a principios de los años cincuenta es la llamada poesía social.
Para estos poetas, la literatura se concibe como un instrumento de transformación política y social, cuya finalidad principal es ser testimonio de lo que acontece y ser agitador de conciencias adormecidas. Denuncia la injusticia y la falta de libertad, rechaza la expresión sentimental o autobiográfica y, por último,


declaran una voluntad de escribir una poesía útil que llegue a la inmensa mayoría. Esto se traduce en el empleo de un lenguaje claro y un tono llano. Esta tendencia tan crítica pudo realizarse gracias a una progresiva relajación de la férrea censura inicial y un cambio de mentalidad gracias a las nuevas generaciones. Destacan dos autores:
Blas de Otero, poeta vasco cuya obra está marcada por su vida y su ideología. Se distinguen tres etapas en su producción poética: etapa existencial, en la que destaca Ángel fieramente humano; etapa social, donde destaca Pido la paz y la palabra, obra en la que aparece la función social del poeta que lucha a favor de la justicia, y la etapa de búsqueda de nuevas formas expresivas, más personal e íntima, con su obra Mientras.


Gabriel Celaya, pseudónimo de Rafael Múgica, otro poeta vasco recordado por ser el autor de la poesía social más directa y de mayor carga política. Su obra más combativa fue Cantos iberos, que incluye su conocidísimo poema La poesía es un arma cargada de futuro. A finales de los años cincuenta se dio a conocer una promoción de poetas nacidos en los años previos a la Guerra Civil que recibe el nombre de Generación del Medio Siglo (también llamada Promoción del 60 o de los Niños de la Guerra). En ella se inscriben Jaime Gil de Biedma, José Ángel Valente, Ángel González o José Agustín Goytisolo.
La mayoría inicia su andadura en la poesía social; sin embargo, el abuso de esta provoca un debate sobre la conveniencia del utilitarismo


de la poesía. Consideran que debe ser vehículo de conocimiento, no solo instrumento de comunicación. Entre sus carácterísticas destaca el autobiografismo, desaparece el compromiso ideológico, en un intento de integrar la vivencia individual en la circunstancia histórica; diversidad temática, el amor, la amistad, la nostalgia de la infancia como paraíso perdido, el paso del tiempo; lenguaje conversacional e intimo, aparentemente sencillo y claro. Para los poetas de Medio Siglo, Antonio Machado se convierte en un referente tanto estético como ético.
José Hierro comienza su andadura poética dentro de la denominada poesía desarraigada, pero fue evolucionando hacia un estilo propio, que no es fácil de clasificar en las tendencias que


se sucedieron posteriormente. En su poesía puede encontrarse, al mismo tiempo, distintos tonos como el social y el existencial. Su estilo destaca por la mezcla de espacios y tiempos distantes, el desdoblamiento del yo y el gusto por la narración de experiencias triviales. Entre sus poemarios más conocidos, destacan: Tierra sin nosotros, Quinta del 42, Cuanto sé de mí, etc. La aparición de la antología Nueve novísimos poetas españoles en 1970, publicada por José Mª Castellet, certifican la irrupción en la poesía española de una nueva promoción de poetas, que recibirán el nombre de Novísimos.
Las figuras más destacadas fueron: Pere Gimferrer, Leopoldo Mª Panero, Ana Mª Moix, Manuel Vázquez Montalbán, Luis Alberto de Cuenca,



entre otros. Los rasgos comunes y más significativos de esta corriente poética son los siguientes: culturalismo, abundan las referencias artísticas, mitológicas e históricas, que recrean ambientes exóticos y decadentes; es frecuente el reflejo de la cultura de masas como el cine, la música o los cómics; escapismo, no hay referencias a la situación política o social del país; sin embargo, la creación de esos espacios de evasión encierra una sorda protesta contra el tardofranquismo; refinamiento y artificiosidad que recuerdan a aquellas tendencias modernistas que buscaban la belleza y la sensualidad; barroquismo. En contraste con el prosaísmo de la poesía social o de Medio Siglo, los Novísimos buscan un lenguaje rico y elaborado; influencia de las vanguardias, especialmente del Surrealismo (escritura automática, supresión de los signos de puntuación…).