La Imaginería Española en el Barroco
La escultura española del Barroco utilizó como material predilecto la madera, que revestía de policromía. Pinos, nogales, tejos, cedro y caoba americana, importada de La Habana en la Carrera de Indias, van a ser utilizados para fabricar retablos y pasos procesionales.
El retablo barroco es una estructura fragmentada en pisos horizontales por entablamentos y en calles verticales, por columnas, que decoran como un gran telón escénico la mesa de altar. Pero, además, es un instrumento pedagógico de la liturgia católica y, como tal, tiene la misión de narrar a través de imágenes y relieves los principales acontecimientos del catolicismo. Esta misión catequética a través del arte va a tener su complemento en los días de la Semana Santa.
Los dirigentes barrocos parten del convencimiento de que el paso procesional que sacan las cofradías es el mejor vehículo para enseñar el drama del Calvario a una población iletrada. También de que resulta mucho más fácil educar a través de la emoción y de los sentidos, que por la vía de la razón. Y para asegurarse, exigieron a los imagineros un lenguaje claro, sencillo, fácilmente comprensible, y una interpretación realista.
La austeridad castellana y la dureza de la meseta forjaron todo tipo de crucificados. Castilla pone su acento recio en las imágenes, buscando impactar con violencia en la primera impresión. Por el contrario, en Andalucía y Murcia, surgen Cristos apolíneos y Vírgenes adolescentes, donde se omite la sangre. Destaca el fastuoso aderezo que envuelve a Nazarenos y Dolorosas: túnicas, sayas y mantos bordados, potencias y coronas de oro. Los encargados de aplicar estos complementos son los vestidores y camareros. Los murcianos agregan, además, los típicos productos de la huerta.
A su vez, en Sevilla prima el carácter clásico y el amor por la belleza, mientras en Granada gusta lo pequeño y preciosista. Dos Inmaculadas: la Cieguecita sevillana de Montañés, de tamaño natural, y la Concepción granadina de Alonso Cano, son ejemplos de ambas preferencias.
La Escuela Castellana: Gregorio Fernández
Gregorio Fernández (Sarriá, Lugo, 1576 – Valladolid, 1636) es el mayor maestro del Barroco castellano. En su producción se advierten dos etapas: una fase manierista, que alcanza hasta 1616, y un período de madurez, donde afianza el naturalismo.
Sus obras, de talla completa y bulto redondo, están teñidas de patetismo, caracterizándose por la rigidez metálica de los ropajes. Son telas pesadas, recordando el arte hispanoflamenco. Destacan los postizos realistas que aplica a sus imágenes: ojos de cristal, dientes de marfil, uñas de asta y grumos de corcho para dar volumen a los coágulos de sangre.
La actividad de su taller y el prestigio de su estilo proyectó su influencia por el norte y el oeste español: desde La Rioja al País Vasco-Navarro, y desde León hasta Cáceres. Trabajó para iglesias, cofradías, la nobleza y el rey. Pero sus mejores clientes fueron las órdenes religiosas, construyendo retablos para los cartujos, cistercienses, franciscanos, carmelitas y jesuitas, a quienes labra también sus santos titulares.
Como creador de tipos iconográficos, dio forma en Castilla al modelo de la Inmaculada y al de la Virgen de la Piedad. Aunque las novedades que le reportaron fama fueron: el Flagelado, atado a una columna baja y troncocónica, y el Yacente, que reclina la cabeza encima de una almohada y reposa extendido sobre la sábana.
En cuanto a su famoso Yacente, baste decir que fue regalado por el monarca en 1614 con el propósito de que los religiosos se convirtieran en directores espirituales del Real Sitio.
De sus célebres pasos procesionales, ninguno se conserva íntegro. El más alabado es el del Descendimiento, de la iglesia penitencial de la Vera Cruz, de Valladolid. Fue contratado en 1623 y consta de siete figuras vestidas a la moda del siglo XVII.
La Escuela Andaluza: Juan Martínez Montañés, Juan de Mesa y Alonso Cano
Juan Martínez Montañés en Sevilla
Juan Martínez Montañés es el imaginero español que gozó de mayor fama y respeto popular entre sus contemporáneos. Artista precoz, se forma en Granada en el taller de Pablo de Rojas, pasando muy joven a Sevilla, donde a los diecinueve años adquiere el título de maestro escultor. Ya no abandonará esta ciudad, salvo una estancia en la Corte, donde acude en 1635, convocado por Velázquez, para modelar en barro el retrato de Felipe IV. Su estilo es clásico e idealizado, propio del manierismo, a cuyos postulados jamás renunció. Construyó retablos e imágenes para España y las Indias.
Como retablista, fue partidario de las estructuras arquitectónicas claras, del orden corintio y de la decoración con ángeles y elementos vegetales. Tres tipos destacan en su repertorio: retablos mayores de composición rectangular, como el de San Isidoro del Campo, en Santiponce, y Santa Clara, de Sevilla; arcos de triunfo (como el de San Juan Bautista); y tabernáculos-hornacinas, entre los que sobresale el de la Cieguita, en la catedral de Sevilla.
En el campo de la escultura devocional, definió los modelos del Niño Jesús y de la Inmaculada. En 1606, el Niño Jesús del Sagrario sevillano fue su éxito más clamoroso, y habría de convertirse en su obra más universal. Representó a la Purísima como una Virgen niña, que descansa sobre una peana de querubines, guardando una composición trapezoidal. Su obra maestra es la Cieguita.
En 1602 había realizado el Cristo del Auxilio, de la Merced, de Lima, y un año después, contrató el Cristo de la Clemencia, de la catedral sevillana. El nazareno de Jesús de la Pasión, concluido hacia 1615 para la cofradía de su mismo nombre, es su única talla procesional.
Juan de Mesa en Sevilla
Juan de Mesa introduce el naturalismo en la escultura andaluza. Este dramatismo, suave en comparación con lo castellano, pero más intenso con respecto a las tallas montañesinas, ha llevado a la crítica moderna a denominarlo el imaginero del dolor.
Mesa agregaba pocas exigencias en el precio. Quizás su fama de barato contribuyó también a que se convirtiera en el artista predilecto de las cofradías sevillanas. Sus grandes interpretaciones cristíferas aparecen firmadas con el detalle realista de una espina perforando la oreja y la ceja de Jesús.
La serie de crucificados que labró se abre con el Cristo del Amor, el más patético de su catálogo artístico, el Cristo de la Conversión del Buen Ladrón y el Cristo de la Buena Muerte. La impresión de serenidad que causó esa última obra hizo que sus contemporáneos la tomaran de modelo. Realizó en 1622 su crucificado más perfecto. Se trata del Cristo de la Agonía, venerado en San Pedro, en Vergara: un Cristo de grandes contrastes, entre la vida y la muerte, entre la tierra y el cielo elevándose.
En la cumbre de su fama, embarca con destino al virreinato del Perú los Cristos de las iglesias limeñas de San Pedro y Santa Catalina.
Mesa abordó en 1620 su imagen devocional más famosa: el imponente Jesús del Gran Poder. Un corpulento nazareno con la cruz al hombro, captado en el momento de dar una potente zancada y concebido para ser vestido con túnica de tela. Su último trabajo fue Nuestra Señora de las Angustias, de la iglesia cordobesa de San Pedro.
Alonso Cano en Granada
De todos los artistas españoles del Siglo de Oro, Alonso Cano es el único que se aproximó al ideal polifacético del genio universal. Fue arquitecto, escultor, pintor, dibujante excepcional y diseñador de mobiliario litúrgico: retablos, sillerías corales y lámparas de iglesia. Su perfil biográfico y artístico se desarrolla en tres etapas, que coinciden con las estancias prolongadas que pasó en Sevilla, Madrid y Granada.
Cano pasa su adolescencia en la capital hispalense, donde cursa el aprendizaje en el taller pictórico de Francisco Pacheco, siendo condiscípulo de Velázquez. Desarrolla su formación escultórica en los círculos de Martínez Montañés. En 1629 realiza el retablo de Santa María, de Lebrija, cuya imagen titular, la Virgen de la Oliva, inicia la serie de creaciones marianas.
En 1638 viaja a Madrid, incorporándose al séquito del conde-duque de Olivares. Así, realizó algunas piezas escultóricas, como el Niño Jesús de Pasión, que representa a un nazarenito camino del Calvario con la cruz a cuestas. Esta etapa madrileña se vio enturbiada por dos hechos dramáticos: la caída de su protector Olivares y el asesinato de su esposa. El criminal era un aprendiz del artista. La Inquisición sometió a tortura a Cano, denunciándolo como instigador. Finalmente, se le declaró inocente y fue puesto en libertad.
En 1652 se traslada a Granada. Son sus años gloriosos como escultor. El convento del Ángel Custodio le encarga las imágenes de San José con el Niño, San Antonio de Padua y San Diego de Alcalá; y la catedral, los bustos de Adán y Eva. Pero serán las figuras de pequeño formato las que le dan fama posterior: la dulce Inmaculada y la Virgen de Belén. A esta escala pertenecen también los santos limosneros: el lego franciscano San Diego de Alcalá y el hospitalario San Juan de Dios. Su exquisita técnica aparece reflejada en la rica policromía. De estas pequeñas imágenes, la única firmada es el San Antonio de Padua con el Niño Jesús, de la iglesia de San Nicolás de Murcia.
La Escuela Murciana: Francisco Salzillo
Francisco Salzillo es el mejor imaginero levantino. Se forma con su padre, el escultor napolitano Nicolás Salzillo, cuyo taller hereda en 1727. De este adquiere el encanto del sur de Italia, que funde en sus tallas con el naturalismo de los imagineros andaluces del Barroco. El resultado son figuras movidas y expresivas, que pregonan la estética rococó.
La producción de su taller fue cuantiosa; Ceán Bermúdez cita 1792 obras. Su éxito descansa en la espléndida serie de pasos procesionales y su Belén.
En 1752, don Joaquín Riquelme le encarga los pasos de La Caída y La Oración en el Huerto; este último misterio es su obra más famosa y el ángel que reconforta a Cristo, la imagen más ensalzada. Posteriormente, y con destino a la misma Cofradía, realiza La Cena, El Prendimiento y Los Azotes. Salzillo repetirá los modelos de la capital para las hermandades de Cartagena, Mula y Librilla. La versatilidad del maestro en el campo de la imaginería procesional se manifiesta también en: La Verónica, y el San Juan y la Dolorosa. El San Juan, de talla completa y gallarda apostura, es su mejor logro; la Dolorosa es imagen de vestir.
La tradición del Nacimiento se remonta a la Edad Media, pero en el siglo XVIII cobra en Nápoles un interés excepcional. Don Jesualdo Riquelme, hijo del mayordomo que le encargó los pasos de la Cofradía de Jesús, solicita un monumental belén para instalarlo durante la Navidad en el piso bajo de su casa. Salzillo modela 728 figurillas en barro, de las que 456 son personajes y el resto, animales, componiendo escenas evangélicas por las que desfilan sus vecinos murcianos.