Evolución política de la zona republicana
La revolución de julio del 36 y la debilidad del poder legal
Entre julio y septiembre de 1936 se produjo la revolución que llevó al Estado republicano a tener una dualidad de poderes, muy perjudicial para afrontar una guerra. Por un lado, estaban los poderes revolucionarios surgidos con el conflicto (juntas y comités obreros, y las milicias que formaron), que fueron claves para frenar el golpe fascista en muchos lugares. Por otro lado, se encontraba el gobierno legal, presidido por Casares Quiroga, que dimitió el día 19. Fue sustituido durante unas horas por Martínez Barrio. Tras el fracaso de este, se formó un nuevo gobierno presidido por José Giral (el mismo día 19), del partido de Azaña, que procedió a armar a las milicias obreras.
Durante esa revolución, la represión sobre los rebeldes o sus simpatizantes fue protagonizada por las milicias obreras, con un carácter descontrolado que el gobierno republicano no pudo evitar ni encauzar. Los sindicatos llevaron a cabo colectivizaciones de propiedades, servicios públicos, etc.
Las tropas republicanas iniciales combinaron milicias de partidos y sindicatos con soldados del ejército, lo que suponía la mezcla de guerra y revolución que promovían los sindicatos. Los gobiernos posteriores tratarían de «reconstruir» el Estado y de formar un ejército popular disciplinado, además de reorganizar la producción para poder abastecer al ejército y a las ciudades.
El gobierno de unidad de Largo Caballero
Entre septiembre de 1936 y mayo de 1937 tuvo lugar el primer intento de organizar el proceso revolucionario. Para ello, se logró la colaboración de los sindicatos y partidos obreros en un gobierno presidido por el dirigente de UGT, Largo Caballero.
En el gobierno de la Generalitat de Cataluña también se integraron el PSUC, la CNT y el POUM. El gobierno de Largo Caballero adoptaría las siguientes medidas:
- Legalizó las incautaciones de las propiedades de quienes apoyaron la rebelión, realizadas por los campesinos.
- Se militarizaron las milicias para reconstruir el Ejército, a pesar de la gran resistencia de los milicianos (especialmente de la CNT y el POUM).
- Se instituyeron Tribunales Populares de justicia para contener la represión indiscriminada.
Entretanto, los comunistas adquirían gran prestigio (gracias a su visión clara de lo que había que hacer para intentar ganar la guerra).
Se produjeron grandes rivalidades políticas: entre políticos y sindicalistas, por la paralización o continuación de la revolución; entre el ala moderada del PSOE y el ala izquierda por los fracasos militares adjudicados a Largo Caballero; y entre el Gobierno central y los poderes locales por el control militar y económico de la guerra.
Los enfrentamientos se resolvieron en los llamados «sucesos de mayo del 37» de Barcelona. Se produjo una batalla campal en la ciudad entre la UGT, el PSUC y las fuerzas de la Generalitat por un lado, y anarquistas y el POUM por otro. Estos últimos fueron vencidos, lo que supuso el repliegue del poder anarcosindicalista en las calles y la persecución del POUM por supuesta deslealtad a la República. Esto provocó la dimisión de Largo Caballero y su gobierno de coalición, lo que supuso la derrota sindicalista y el triunfo de los partidos políticos, en particular del ala derecha del PSOE (liderada por Indalecio Prieto) y del pragmático Partido Comunista.
El gobierno de Negrín
Entre mayo de 1937 y febrero de 1939 gobernó un equipo ministerial presidido por Juan Negrín (del ala derecha del PSOE), con Prieto como ministro de Guerra. El gobierno recuperó el control del Estado, la economía y el ejército.
En lo militar, Negrín propuso la resistencia a ultranza, confiando en que el inminente estallido de la guerra entre las democracias y el fascismo a nivel europeo llevaría a las primeras a ayudar finalmente a una República que, tras mayo del 37, mostraba una imagen menos revolucionaria y más moderada.
A causa del desastre de Teruel, Prieto dimitió. Negrín pasó a ocupar la cartera de Guerra, pero cada vez tenía menos apoyos (solo algunos socialistas y el PCE). El jefe de Gobierno plasmó su programa moderado en los «13 puntos» (mayo del 38), con el objetivo de atraerse a las democracias. Pero el apoyo no llegó, la Guerra Mundial no estalló y la derrota del Ebro desanimó a muchos a seguir luchando.
Tras la caída de Cataluña, Negrín regresó, pero se encontró con el golpe del coronel Casado (apoyado por políticos como Besteiro y dirigentes de la CNT), que buscaba negociar la rendición con Franco. Franco no negoció. Negrín y los comunistas huyeron, y la República capituló.
Evolución política de la zona sublevada: la concentración de poderes
La organización provisional
Tras la muerte de Sanjurjo en un accidente aéreo cuando se dirigía desde Lisboa para encabezar el Alzamiento, una Junta de Defensa Nacional, presidida por el general Cabanellas, asumió el control. Hasta septiembre del 36, el único proyecto fue anular la legislación del Frente Popular y liderar una represión sistemática contra todo «sospechoso» de ser republicano. Esta dura represión fue dirigida desde el poder (a diferencia del otro bando) durante toda la guerra.
La contrarrevolución y la represión fueron llevadas a cabo por la Junta de Defensa Nacional de Burgos, controlada por Mola, con una mínima presencia civil (milicianos requetés carlistas y milicias de Falange).
La proclamación del Caudillo
El 1 de octubre del 36, Franco fue elegido para ostentar el mando militar y político (Generalísimo de los ejércitos y jefe del Estado español). Además, se creó una Junta Técnica del Estado en Burgos para gobernar. La sublevación no tardó en ser calificada de cruzada por la jerarquía católica, y Franco fue presentado como un «elegido» por Dios. Esto añadió un carisma religioso a su figura de «Caudillo».
El Decreto de Unificación
Franco trató de articular un Estado de corte fascista, ideado en buena parte por su cuñado, Ramón Serrano Súñer. Buscó crear un Partido Único de corte fascista, militarizó las milicias y decretó la unificación de falangistas y carlistas (Comunión Tradicionalista) en un solo movimiento: Falange Española Tradicionalista y de las JONS (FET y de las JONS), cuyo jefe sería también el propio Franco. La oposición falangista fue sofocada; se caminaba hacia la dictadura personal.
El primer gobierno (febrero del 38)
El propio Franco fue su presidente, asumiendo así todo el poder: jefe de Estado, del Gobierno, del partido y del ejército. También fueron perfilándose las familias políticas del régimen franquista: militares, falangistas, carlistas, monárquicos alfonsinos y fascistas independientes.
El nuevo gobierno elaboró una legislación muy reaccionaria: control de la prensa, supresión del pluralismo político, legalización de la pena de muerte, restablecimiento del catolicismo como religión oficial, clericalización de la vida pública y abolición de todas las medidas laicas de la II República. En materia social, se aprobó el Fuero del Trabajo (1938), la primera de las Leyes Fundamentales del Franquismo, que recogía unos principios laborales generales y establecía los sindicatos verticales, los únicos autorizados.
Consecuencias de la guerra
Demográficas
Las pérdidas humanas ascendieron a cerca de un millón de personas, aunque se estima que solo unas 300.000 murieron en los campos de batalla. A estas hay que añadir los fusilados y asesinados. Además, el franquismo prolongó las ejecuciones directamente relacionadas con la guerra durante aproximadamente una década. Muchos de los presos murieron por enfermedades y desnutrición derivadas de las condiciones de la posguerra. A las muertes se debe añadir el descenso de la natalidad.
Consecuencias para la vida cultural
Las pérdidas por el exilio tuvieron tanto relevancia cuantitativa como cualitativa. Muchas personas huyeron de España debido al temor a la represión franquista. Los exiliados se encaminaron principalmente a Francia y México, así como a otros países iberoamericanos. El exilio fue duro, y para quienes emigraron a África o Europa, la Segunda Guerra Mundial y el avance nazi complicaron aún más la situación; numerosos españoles acabaron en campos de concentración nazis. El fenómeno del exilio afectó a una parte importante de la población activa. Fue especialmente demoledor para la vida cultural española, ya que numerosos intelectuales tuvieron que abandonar el país y continuar sus carreras en el extranjero. Además, la cultura no encuentra acomodo para su libre desarrollo en una dictadura.
Consecuencias morales y políticas
Además de los fusilados, hay que contar con los presos en campos de concentración franquistas, los condenados a trabajos forzados y las personas que permanecieron escondidas (los llamados «topos»). Otro capítulo lo constituyeron los «depurados», personas expulsadas de la Administración (funcionarios, maestros, etc.). La dictadura represiva afectó a la vida cotidiana y al panorama económico y social del país durante décadas, y produjo también un devastador efecto psicológico en los vencidos. Algunos antifranquistas constituyeron una guerrilla tras la guerra (los maquis) en las zonas montañosas.
Consecuencias económicas
Se produjeron innumerables pérdidas económicas directas. Se registraron descensos generales en los índices de producción de todos los sectores y graves destrucciones en la industria, viviendas e infraestructuras de transporte. La política autárquica del franquismo agravó la situación, por lo que España sufrió un gran retraso en sus niveles de crecimiento económico, que no recuperaron los niveles anteriores a la guerra hasta 20 años después.
Consecuencias sociales
Hubo grupos que se beneficiaron de la nueva situación, como los terratenientes, el Ejército y la Iglesia. También se restableció la autoridad en las empresas a favor de los empresarios. La legislación laboral republicana, favorable a los trabajadores, fue abolida. Entre los favorecidos surgió una nueva figura, la del excombatiente, que como premio a su colaboración en la guerra fue compensado con puestos en la Administración y concesiones para sus negocios. Muchos otros debieron hacerse perdonar cualquier «mancha» en su pasado, a base de sufrir humillaciones.
Incidencia de la Guerra Civil en Castilla-La Mancha
Casi todo el territorio regional quedó en manos de la República en julio del 36, y la mayoría seguiría así hasta el fin del conflicto. El levantamiento militar solo triunfó en algunos puntos de Albacete y Guadalajara (pronto controlados por la República) y fracasó asimismo en Toledo, aunque los sublevados, al no poder controlar la ciudad, se hicieron fuertes en el Alcázar. Allí resistieron el asedio hasta que las tropas de Franco lo liberaron (a finales de septiembre) por motivos propagandísticos, desviándose de su camino hacia Madrid. Estas tropas ascendían por Extremadura y, siguiendo la carretera N-V, ocuparon la comarca de La Jara y Talavera de la Reina. Desde Toledo, marcharon sobre Madrid.
El principal hecho bélico posterior en la región estuvo ligado a la lucha por Madrid y fue la batalla de Guadalajara: en marzo de 1937, las tropas franquistas (con una fuerte presencia de la expedición italiana) avanzaron sobre Guadalajara para controlar las carreteras de Barcelona y Valencia y así cercar Madrid. Pero el contraataque republicano fue un éxito y Guadalajara se mantuvo con la República.
Cabe destacar, por último, el papel de Albacete como centro de entrenamiento y organización de las Brigadas Internacionales. Igualmente, como en otros lugares, se practicó la colectivización agraria y de empresas industriales.
La represión contra personas favorables al golpe militar fue importante al principio de la guerra, así como el saqueo y la destrucción de iglesias. La represión contra los partidarios de la República fue más larga y sistemática, llevada a cabo por los poderes públicos del franquismo a partir del 1 de abril de 1939.
Y es que, salvo los movimientos ya indicados al principio de la guerra, la región no cayó en manos rebeldes hasta que se produjo el golpe del coronel Casado, derrumbándose el frente en marzo de 1939.