La Primera Guerra Carlista (1833-1840): Orígenes y Desarrollo
Contexto y Bandos Enfrentados
Tras la muerte de Fernando VII, los absolutistas carlistas se enfrentaron a los liberales isabelinos en territorios como Cataluña, Aragón, el País Vasco y Navarra.
El Bando Carlista
El bando carlista apoyaba el absolutismo monárquico, los fueros tradicionales, la propiedad tradicional de la tierra y el integrismo religioso. Estaban apoyados principalmente por el bajo clero, la nobleza rural y el campesinado. Destacaban especialmente en las provincias vascongadas y Navarra, donde Carlos V pretendía preservar las antiguas costumbres forales y, en cierta medida, fomentar un sentimiento de identidad regional.
En Cataluña y Aragón, el apoyo carlista se debía a la búsqueda de la restitución de derechos y privilegios perdidos tras la Guerra de Sucesión. A nivel exterior, contaban con el apoyo de la Santa Alianza.
El Bando Isabelino
Los isabelinos apoyaban el liberalismo, la uniformización legislativa, la centralización, el gobierno constitucional y una menor influencia de la Iglesia. Estaban conformados por sectores de la burguesía, la nobleza liberal y parte del ejército. Dominaban la mayor parte del territorio estatal, controlando las principales ciudades y contando con ejércitos bien organizados. Recibieron apoyo exterior de potencias como Portugal, Francia y el Reino Unido, que les proporcionaron dinero y tropas.
Detonante del Conflicto
La muerte del rey Fernando VII generó una profunda división sobre el modelo de gobierno y los cambios sociales necesarios. En el País Vasco, los cambios propuestos por los liberales desarticularon un equilibrio comunitario tradicional, afectando la propiedad de la tierra y provocando una desamortización eclesiástica. Esto impulsó el apoyo al carlismo, cuyo lema era “Dios, Patria y Rey”, en contraposición a la centralización estatal que defendían los liberales.
Desarrollo de la Guerra Carlista
La guerra se inició tras el levantamiento de Manuel María González, quien fue fusilado. Grupos aragoneses se organizaron en guerrillas, y surgieron formaciones como los Voluntarios Realistas.
Primera Fase (1833-1835): Dominio Carlista
Esta fase estuvo marcada por el dominio carlista en el norte, bajo la dirección de Tomás de Zumalacárregui, quien lideró un ejército carlista que infligió importantes derrotas a los liberales, aunque las grandes ciudades permanecieron bajo control isabelino. Hechos destacados:
- Victorias carlistas mediante tácticas de guerrilla.
- Descalabro liberal en la Batalla de las Améscoas.
- Sitio de Bilbao y muerte de Zumalacárregui.
- Ruptura del cerco bilbaíno.
Segunda Fase (1835-1837): Cambio de Iniciativa
Tras la muerte de Zumalacárregui y la dificultad carlista para encontrar un sucesor de su talla, la iniciativa pasó al bando liberal, que se enfrentó a los diferentes ejércitos carlistas e impidió el avance de Carlos V hacia Madrid. Sin embargo, Ramón Cabrera mantuvo una constante actividad carlista en el Maestrazgo.
Tercera Fase (1837-1840): Derrota Carlista y Fin del Conflicto
El fortalecimiento liberal, impulsado por la desamortización de bienes eclesiásticos, llevó a ambos bandos a un acuerdo. Se firmó el Convenio de Oñate (o Abrazo de Vergara), que reconocía los derechos al trono de Isabel II y donde el general Espartero se comprometía a respetar los fueros y a integrar a los militares carlistas en el ejército liberal.
Ante la falta de apoyo militar, Carlos V abandonó España. La resistencia carlista en Cataluña se mantuvo hasta la entrada de Espartero en la región, lo que marcó el fin definitivo de la guerra.
Los Fueros: Concepto y Relevancia
Los fueros eran disposiciones otorgadas por un soberano que fijaban el estatuto jurídico de un territorio. Por lo tanto, eran conjuntos de leyes y costumbres locales, unidas a inmunidades económicas y políticas, respaldadas por leyes a cambio de lealtad política a la monarquía. Estos englobaban todos los aspectos cotidianos y la forma de actuar vasca.
La mayor parte de los fueros económicos se consolidaron en el siglo XIX. Aun así, las provincias vascas no recibieron apoyo económico para hacer frente a los franceses, sino que los campesinos recibirían tierras a cambio de defender dichas zonas, habitando así áreas deshabitadas sin impuestos.
El Régimen Foral Vasco: Pilares Fundamentales
El régimen foral vasco se basó en tres pilares:
- El Pase Foral, que consistía en la facultad de no aplicar cualquier ley o disposición real sin la aprobación de las instituciones forales, permitiendo así ajustar las órdenes a la normativa foral y oponerse a las atribuciones centralistas.
- Las Juntas Provinciales, que apoyaban los consejos municipales donde se elegían a sus miembros. Al principio, estos tendían a ser adinerados, pero con el tiempo también se incluyeron artesanos.
- El Corregidor, que era el agente del rey y presidía las juntas para asegurar el acuerdo con la Corona y aprobar los fueros (con funciones judiciales).
El régimen foral otorgaba garantías, protección y libertad (por ejemplo, no había ejército propio ni tortura). En el ámbito fiscal, el régimen foral proporcionó ventajas económicas a las zonas rurales, aunque también pudo impedir un desarrollo más amplio. Finalmente, los fueros de régimen jurídico de derecho público se perdieron debido al rotundo avance del frente liberal, que impuso un modelo centralista. Esto creó un tinte democrático falseado, ya que no se extendían a todos los ciudadanos, y muchos de los altos cargos eran seleccionados por “limpieza de sangre”, prescindiendo del sufragio para la mayoría.
Espartero y los Fueros Vascos: Un Conflicto de Poderes
Durante la regencia de Espartero, los fueros vascos sufrieron varias modificaciones y un intento fallido de ser suprimidos por completo. Muchas de las provincias vascas se opusieron firmemente a los cambios promovidos por Espartero, a excepción de Navarra, que, al ser más centralista, recibió más ventajas.
Fruto de las negociaciones con Navarra, en 1841 se promulgó la Ley Paccionada, por la cual Navarra perdía su condición de reino, trasladaba sus aduanas a la frontera y aceptaba los derechos constitucionales, a pesar de conservar su autonomía administrativa.
Mientras tanto, Espartero extendió la legislación progresista, suprimiendo el Pase Foral, lo que llevó a una rebelión armada de sectores no liberales. La represión de Espartero fue inmediata y, con el apoyo de la burguesía donostiarra, firmó el 29 de octubre de 1841 un decreto que suprimía el Pase Foral, las diputaciones y las juntas, aplicando las leyes del Estado. Aun así, esto no suprimió completamente los fueros, que fueron conservados en parte por la intervención de militares.