La Primera Guerra Carlista: Orígenes y Contendientes
Durante los últimos años de vida de Fernando VII ya se planteó un problema por la sucesión al trono que, tras la muerte del rey, contribuyó a desencadenar una guerra civil en España. Cuando en septiembre de 1833 muere Fernando VII, su hermano Carlos reclamó los derechos a la corona contra la pequeña princesa Isabel, de tres años de edad. Se produjeron, en distintos lugares de la Península, numerosos levantamientos armados en favor de Don Carlos, comenzando así una guerra civil que enfrentó a los partidarios carlistas contra los isabelinos.
El Bando Isabelino
El bando isabelino recibió el respaldo mayoritario de las clases medias urbanas y de los empleados públicos, así como de casi todos los individuos pertenecientes a los grupos dirigentes y más poderosos. Tras la muerte de Fernando VII y como consecuencia de la minoría de edad de su hija Isabel, la reina viuda María Cristina de Nápoles pasó temporalmente a asumir la regencia (es decir, la jefatura del Estado).
Los Carlistas
El infante Don Carlos recibió el respaldo de todos aquellos sectores sociales que contemplaban con temor la posibilidad de una victoria liberal por estar convencidos de que las reformas amenazaban directamente sus intereses: los pequeños nobles rurales, una parte del bajo clero, algunos de los oficiales más reaccionarios dentro del ejército, etc.
El tradicionalismo carlista fue un movimiento contrarrevolucionario de resistencia al avance del liberalismo, eminentemente popular, ya que el ejército de Don Carlos estaba integrado casi exclusivamente por combatientes voluntarios.
El carlismo encontró una mayor implantación en Navarra, en las tres provincias vascas, en el norte del Ebro y en la región castellonense del Maestrazgo.
Los valores y principios ideológicos del carlismo eran:
- La defensa del absolutismo regio.
- El integrismo religioso.
- El mantenimiento de los fueros vascos y navarros.
- El inmovilismo y la completa oposición a cualquier reforma.
Etapas de la Guerra Carlista
Primera Etapa (1833-1835)
El general carlista Tomás Zumalacárregui empleó con éxito tácticas guerrilleras y logró controlar grandes espacios rurales en las provincias vascas y en Navarra, aunque solo consiguió dominar territorios discontinuos y no llegó a ocupar ninguna gran ciudad. Zumalacárregui murió mientras intentaba tomar Bilbao.
Segunda Etapa (1836-1837)
Tras su éxito en Bilbao, el general liberal Baldomero Espartero accedió al mando supremo del ejército isabelino y tuvo que afrontar una nueva ofensiva carlista. Las columnas armadas carlistas realizaron varias expediciones penetrando en Castilla, Andalucía, Santander y Asturias con el propósito de extender los combates a otros territorios. Sin embargo, todas estas operaciones fracasaron y los carlistas no encontraron nuevos respaldos de importancia entre las poblaciones del centro y sur peninsular.
Tercera Etapa (1838-1840)
El bando carlista, desmoralizado y debilitado por los enfrentamientos internos entre sus jefes, sufrió continuas derrotas. Los fracasos militares provocaron un aumento en las discrepancias, que terminaron por escindir a los dirigentes carlistas en dos facciones opuestas: por una parte, los ultras más duros, absolutistas extremistas e integristas católicos, que se negaban a aceptar cualquier intento de solución pacífica; y por otro lado, los carlistas más moderados, como el general Maroto, que eran conscientes de la imposibilidad de una victoria militar y se mostraban favorables a un pacto con los isabelinos a cambio del respeto de sus fueros. En 1840 la guerra civil concluyó con la victoria de las tropas liberales isabelinas, con la huida de Don Carlos a Francia y con la firma del Convenio de Vergara en 1839.
Conclusión y Consecuencias del Conflicto
La guerra concluyó con la firma del Convenio de Vergara, suscrito por el general carlista Rafael Maroto y por el general isabelino Baldomero Espartero, que fue un compromiso donde predominó la búsqueda de la reconciliación entre ambos bandos y el deseo de reintegrar a los derrotados carlistas en el nuevo sistema político liberal creado por los vencedores.
En 1841, se aprobaron varias leyes según las cuales Navarra perdía sus aduanas, sus privilegios fiscales, sus exenciones militares y sus instituciones propias de autogobierno. A cambio, sin embargo, los navarros consiguieron un sistema fiscal muy beneficioso, consistente en el pago de un cupo contributivo único anual, de reducida cuantía, a la Hacienda estatal.
También en 1841, las tres provincias vascas perdieron algunos de sus viejos y tradicionales privilegios forales. Pocos años después fueron introducidos los “conciertos económicos”, por medio de los cuales se calculaba la contribución anual de los ciudadanos vascos a los gastos generales del Estado.