La lírica española desde la posguerra hasta finales de los años cincuenta
La poesía del exilio
Tras la Guerra Civil, muchos de los grandes poetas españoles, como Juan Ramón Jiménez y la mayoría de los autores de la Generación del 27, se vieron obligados a marchar al exilio. Otros escritores, como José Moreno Villa, Juan José Domenchina, Concha Méndez y Ernestina de Champourcín, también continuaron escribiendo fuera de España. Lo mismo ocurrió con León Felipe, Pedro Garfias y Juan Gil-Albert. León Felipe siguió escribiendo poesía en México, donde vivió tras la guerra. En sus poemas habló sobre la España que perdió, defendió sus ideales republicanos y también se interesó por la vida y los problemas de los pueblos americanos entre los que vivió. Algunas de sus obras más destacadas de esta etapa son Español del éxodo y del llanto, El poeta prometeico y ¡Oh, este viejo y roto violín!.
Poesía arraigada
Justo después de la guerra, los poemas tuvieron un tono que apoyaba la guerra y que servía para convencer. Se alababa a los que ganaron y se criticaba a los que perdieron. Dentro de la ideología de los vencedores aparecieron dos revistas: Escorial y Garcilaso. En Escorial publicaron poetas relacionados con la Falange, como Dionisio Ridruejo, Leopoldo Panero, Luis Felipe Vivanco o Luis Rosales. En Garcilaso, dirigida por José García Nieto, escribieron autores más variados y su postura política no fue tan clara ni estricta. En general, en ambas revistas se defendió una poesía que usaba formas clásicas y hablaba de temas tradicionales. Los poemas mostraron una visión del mundo alegre y con esperanza. Por eso, Dámaso Alonso llamó a esta poesía «poesía arraigada», ya que mostraba que los autores estaban de acuerdo con la sociedad en la que vivían.
Poesía desarraigada
En 1944 se produjeron tres importantes hitos poéticos: Vicente Aleixandre y Dámaso Alonso publicaron Sombra del paraíso e Hijos de la ira, y en León apareció el primer número de la revista Espadaña. Estas revistas marcaron el inicio de la obra de algunos poetas que no estaban de acuerdo con el mundo que les rodeaba. En sus poemas expresaron una sensación de inquietud y vacío interior, además de las primeras señales de crítica social y política. Esta llamada «poesía desarraigada» tuvo una gran influencia en la evolución de la poesía española durante la década de los años cincuenta.
Dámaso Alonso (1898-1990)
Dámaso Alonso se dio a conocer como poeta con la publicación de Hijos de la ira, un libro de poemas escritos en versículos con un ritmo intenso y repetitivo. En ellos mostró una visión angustiada del mundo, marcada por el recuerdo de la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial. Ese mundo estaba lleno de odio e injusticia, y Dios, si realmente existía, parecía no hacer nada ante tanto sufrimiento. En Hijos de la ira también se usaron palabras cotidianas, repeticiones y estructuras similares a las de los salmos bíblicos, además de anáforas y preguntas retóricas. Por su contenido crítico y su rechazo a un estilo poético muy adornado, este libro supuso una auténtica revolución en la poesía española de su tiempo. La aparición de la revista Espadaña también marcó un cambio importante en la poesía de los años cuarenta. En ella se defendía una poesía más sencilla, alejada de lo decorativo y centrada en expresar los problemas reales de la sociedad, no solo en buscar la belleza formal. Sin embargo, Espadaña dio espacio a poetas muy distintos. Así, aunque en la revista abundaron los poemas en verso libre y lenguaje directo, también hubo textos con formas clásicas y estilo más tradicional. Dentro de la «poesía desarraigada» también hay que incluir la obra que Miguel Hernández escribió después de la Guerra Civil. Otros poetas importantes de esta corriente fueron Gabriel Celaya, Blas de Otero y José Hierro.
La poesía social de los años cincuenta
Durante los años cincuenta, muchos poetas que empezaron después de la guerra siguieron escribiendo. En este periodo destacó el realismo social, una poesía con un lenguaje simple y cotidiano, que se centró más en el contenido que en la belleza formal. Tuvo un tono narrativo y, a veces, sonó como si fuera prosa. Se consideró que la poesía debía servir para ayudar a las personas a entender mejor la realidad y, así, contribuir a cambiarla. Se buscó una literatura dirigida a todo el mundo, lo que Blas de Otero llamó «la inmensa mayoría», en contraste con la frase de Juan Ramón Jiménez, que decía escribir para «la inmensa minoría». En estos años también se valoró de nuevo la figura de Antonio Machado como referente.
Blas de Otero (1916–1979) fue uno de los principales representantes de la poesía social en España durante los años cincuenta y sesenta. Al principio escribió poesía desarraigada, en la que expresaba su angustia personal y una relación difícil con Dios. Más adelante, tras un viaje a París y su ingreso en el Partido Comunista, su poesía se centró en los problemas sociales del país, usando un lenguaje sencillo y directo. Su estilo pasó del uso de formas clásicas, como el soneto, al verso libre y a técnicas modernas como la intertextualidad y cambios en la estructura visual del poema.
Gabriel Celaya (Hernani, 1911 – Madrid, 1991). En los años cuarenta, su poesía mostraba influencias del surrealismo, pero poco a poco desarrolló un estilo propio. Empezó a usar un lenguaje cercano y narrativo. Esto se vio en Las cartas boca arriba, un libro con poemas en forma de carta y con contenido social. Su obra más importante de este estilo fue Cantos iberos (1955), donde muchos poemas tuvieron un tono de llamada a la acción y a la lucha.
José Hierro (Madrid, 1922 – 2002). Durante la Guerra Civil y los años que estuvo en la cárcel, escribió poemas con influencia del creacionismo de Gerardo Diego. En su primer libro, Tierra sin nosotros (1947), expresó tristeza por los sueños rotos y también muchas ganas de vivir. En Quinta del 42, empezó a hablar de los problemas sociales que afectaban a los seres humanos. A partir de ahí, combinó dos formas de escribir: una poesía realista y narrativa, y otra más irracional, imaginativa y reflexiva. En sus últimos libros, Agenda y Cuaderno de Nueva York, continuó tratando sus temas y estilos más habituales.
La poesía española desde los años sesenta hasta la actualidad
La promoción poética de los años sesenta
Durante los años sesenta, surgió un cambio significativo en la poesía española, impulsado por una generación de poetas nacidos entre 1925 y la Guerra Civil, como Ángel González, Jaime Gil de Biedma, José Agustín Goytisolo, José Ángel Valente, Antonio Gamoneda, Francisco Brines y Claudio Rodríguez. Aunque estos autores eran diversos, compartían algunas características comunes en su poesía que marcaron el rumbo de la poesía española de la época. En primer lugar, la poesía dejó de ser vista principalmente como un medio de comunicación, como lo había sido en la época del realismo social. En su lugar, se empezó a concebir la poesía como experiencia personal o conocimiento profundo. La subjetividad, la exploración de lo íntimo y la nostalgia se hicieron más prominentes. A pesar de este giro hacia lo personal, la crítica al sistema sociopolítico español seguía presente, aunque no como tema principal. Muchos poetas recurrieron a la ironía y el humor para hablar de sus emociones, y, a través de la sátira, también abordaron aspectos de la sociedad española. En cuanto al estilo, estos poetas adoptaron un lenguaje más coloquial y accesible, con una notable preferencia por el verso libre, aunque algunos seguían utilizando formas clásicas.
- Francisco Brines es un ejemplo de poeta reflexivo y grave, cuyo tema principal es el paso del tiempo y la aceptación de la muerte. En obras como Las brasas y El otoño de las rosas, combinó la reflexión sobre la fugacidad de la vida con una conexión profunda con el amor y la naturaleza.
- Antonio Gamoneda, por su parte, se centró en la presencia de la muerte, con una poesía sobria y meditativa en libros como Blues castellano y Libro del frío.
- Jaime Gil de Biedma fue conocido por su tono confesional y su uso de la ironía intelectual, transmitiendo una visión crítica y amarga de su clase social, la alta burguesía. Obras como Compañeros de viaje y Poemas póstumos son representativas de su estilo.
- Ángel González mantuvo su compromiso social, pero lo expresó a través de la ironía y un lenguaje coloquial, como en Áspero mundo y Tratado de urbanismo.
- José Agustín Goytisolo también utilizó el humor y el sarcasmo para satirizar la sociedad y reflexionar sobre la intimidad, como en Palabras para Julia y Salmos al viento.
- Claudio Rodríguez, con una poesía de fervor lírico, buscó la conexión con la naturaleza y lo inmediato, en libros como Don de la ebriedad y Alianza y condena.
- José Ángel Valente se dedicó a explorar la poesía como conocimiento profundo, con un estilo más sobrio y meditativo, en obras como La memoria y los signos y Treinta y siete fragmentos.
Los Novísimos (Generación de 1968)
A finales de los años sesenta, surgió un grupo de jóvenes poetas conocido como los Novísimos, también denominados la Generación de 1968. Entre los miembros de este grupo se encontraron Pere Gimferrer, Guillermo Carnero, Leopoldo María Panero, Ana María Moix y Manuel Vázquez Montalbán. Estos poetas nacieron después de la Guerra Civil y compartieron un enfoque vanguardista y provocador. Su poesía estaba fuertemente influenciada por los movimientos vanguardistas, aunque no rechazaban completamente la tradición literaria española. Su obra también mostró un gran conocimiento de la literatura extranjera, lo que les permitió crear un estilo culturalista. A menudo, se les conoció como los venecianos, debido a su gusto por lo decadente y lo exquisito, que se reflejó en los ambientes refinados, escenarios italianos y ciudades como Venecia que aparecieron en sus poemas. A pesar de esta inclinación hacia lo culto, los Novísimos también reflejaron la sociedad de consumo, utilizando términos y referencias a la cultura popular, como el cine, la música y la política. Además, consideraban la poesía como un valor absoluto en sí misma, y el poema debía ser un texto autosuficiente. En su estilo, los Novísimos recurrieron a procedimientos vanguardistas como la escritura automática, el collage (inclusión de textos ajenos dentro del poema) y el verso libre. Durante los primeros años de su carrera, los Novísimos se caracterizaron por su rebeldía juvenil y su deseo de llamar la atención. Sin embargo, con el tiempo, muchos de ellos moderaron su enfoque experimental y eliminaron los artificios retóricos innecesarios. Algunos de los libros más destacados de los Novísimos fueron Arde el mar y La muerte en Beverly Hills de Pere Gimferrer, Dibujo de la muerte de Guillermo Carnero, Tigres en el jardín de Antonio Carvajal, Así se fundó Carnaby Street de Leopoldo María Panero, y Sepulcro en Tarquinia de Antonio Colinas. Estos poetas dejaron una huella en la poesía española, renovando el panorama literario y llevando la poesía hacia nuevas formas de expresión.
La poesía desde 1975: Diversidad y nuevas sensibilidades
Tras la muerte de Franco, el grupo poético dominante en España fue el de los Novísimos. Durante los primeros años tras su revelación como grupo, los poetas Novísimos fueron ampliamente reconocidos, pero con el paso del tiempo, empezaron a buscar una expresión más personal. A partir de este momento, se comenzó a hablar de la Generación del 70, que abarcó a todos los poetas de la época, independientemente de si pertenecieron o no al grupo de los Novísimos. Al mismo tiempo, algunas líneas poéticas anteriores, como la metapoesía, que reflexionaba sobre el propio lenguaje poético, continuaron presentes en la poesía de esta nueva etapa. Un ejemplo de esto fue el libro Divisibilidad indefinida de Guillermo Carnero. También perduró la poesía experimental, que combinaba la expresión verbal con procedimientos visuales, como los tipográficos o pictóricos. Uno de los poetas más conocidos de esta corriente experimental fue José Miguel Ullán. En contraste con estas tendencias, la línea clasicista adquirió gran relevancia en las últimas décadas de la poesía española, con poetas como Luis Antonio de Villena, Antonio Colinas y Antonio Carvajal destacando por su regreso a las formas clásicas y una poesía de tono más elevado. Por otro lado, algunos poetas como Jaime Siles eligieron el camino de la poesía pura, creando una lírica de carácter intelectual que a menudo se ha denominado minimalista. En esta línea también se situó el poeta canario Andrés Sánchez Robayna. A lo largo de los años ochenta, comenzó a gestarse una nueva sensibilidad lírica, caracterizada por la recuperación de poetas anteriores a los Novísimos, como Jaime Gil de Biedma, y por la vuelta a la métrica tradicional. En este periodo se reintrodujeron elementos como el humor, el pastiche y la parodia. Además, los poetas de esta nueva corriente expresaron experiencias personales que a menudo resonaban con las vivencias cotidianas de sus lectores. Esta tendencia se conoció como la «poesía de la experiencia», cuyo carácter urbano y realista, el suave intimismo, el interés por lo cotidiano y el tono coloquial estuvieron presentes en poetas como Miguel d’Ors, Justo Navarro, Julio Llamazares, Felipe Benítez Reyes, César Antonio Molina y Carlos Marzal. En este contexto, poetas como Luis Alberto de Cuenca, que anteriormente se habían destacado por su culturalismo exhibicionista, también adoptaron este tono más accesible y cercano. Una corriente que surgió más tarde fue la denominada «poesía del silencio», que buscaba una mayor densidad expresiva en textos breves y concentrados. Esta poesía, de tono reflexivo y filosófico, se aproximaba a lo metafísico y se caracterizaba por un estilo minimalista. Poetas como Juan Barja, Miguel Casado, Olvido García Valdés, Amalia Iglesias y Álvaro Valverde pertenecieron a esta corriente, destacándose por su tendencia hacia la reflexión intelectual y la creación de textos densos y meditativos.
El teatro español desde la posguerra hasta la actualidad
El teatro de los años cuarenta
Durante los años cuarenta, el teatro español de posguerra se convirtió en un medio de propaganda política o en un simple entretenimiento que permitió al público evadirse de la dura realidad. La escena teatral de esta década no ofreció grandes innovaciones y se limitó, en su mayoría, a tres fórmulas: la comedia burguesa influida por la alta comedia de Benavente, el teatro de humor y un tipo de comedia sentimental cercana a la literatura rosa de quiosco. Dentro del teatro de propaganda política, encontramos obras de autores como José María Pemán, Gonzalo Torrente Ballester o Eduardo Marquina, que en los primeros años tras la Guerra Civil transmitieron mensajes ideológicos con un tono triunfalista. No obstante, con el tiempo, este contenido ideológico se suavizó o se disfrazó con otras formas más aceptadas por el público. El modelo teatral que acabó dominando fue la comedia burguesa benaventina, caracterizada por una estructura cuidada y una mezcla de escenas cómicas y sentimentales, que alternaban entre el humor y la emoción. Las tramas giraron principalmente en torno a conflictos matrimoniales, celos o infidelidades, con personajes de clase media que vivían en entornos cómodos y, en ocasiones, cosmopolitas. Los principales autores de este tipo de teatro fueron José López Rubio, Joaquín Calvo Sotelo y Víctor Ruiz Iriarte. Por otro lado, el teatro de humor también tuvo su espacio, aunque la mayoría de las obras de este estilo fueron consideradas ligeras y poco profundas. Sin embargo, dos autores destacaron por su talento y originalidad: Miguel Mihura y Enrique Jardiel Poncela. Ambos aportaron a sus obras un gran ingenio, imaginación, elementos fantásticos, absurdos e incluso situaciones inverosímiles. Entre sus obras más conocidas estuvieron Eloísa está debajo de un almendro y Los ladrones somos gente honrada.
El teatro de los años cincuenta
El teatro desde los años cuarenta hasta los setenta en España se caracterizó inicialmente por su uso como herramienta de propaganda política o como medio de entretenimiento inofensivo, muy alejado de la realidad social. Durante los años cuarenta, predominaron los melodramas, las comedias burguesas al estilo de Benavente y las obras de humor ligero, muchas veces superficiales. También siguieron presentes espectáculos como las zarzuelas, revistas y otros montajes musicales. Con el paso del tiempo, sin embargo, empezó a surgir un público más crítico, especialmente en ambientes universitarios, donde se buscó un teatro con contenido más profundo. Esto dio lugar a un teatro de crítica social que se enfrentó a la censura del régimen. En este contexto apareció un debate entre dos tendencias: el posibilismo, que optó por la crítica indirecta mediante símbolos y alegorías, y el imposibilismo, que defendió una crítica más abierta y directa. Los máximos exponentes de estas posturas fueron Antonio Buero Vallejo y Alfonso Sastre, respectivamente.
Antonio Buero Vallejo, nacido en 1916, defendió la República durante la Guerra Civil y fue encarcelado por su militancia comunista. En 1949 ganó el Premio Lope de Vega con Historia de una escalera, iniciando una prolífica carrera. Su teatro se caracterizó por una fuerte carga simbólica y una preocupación por los valores humanos como la libertad, la justicia y la verdad, además de una exploración de la condición humana. Entre sus obras destacaron también Un soñador para un pueblo, Las Meninas, El concierto de San Ovidio, El sueño de la razón, El tragaluz o La doble historia del doctor Valmy. En su última etapa, incorporó un enfoque más experimental.
Alfonso Sastre, nacido en 1926, representó el teatro más comprometido ideológicamente. En los años cincuenta escribió obras como Escuadra hacia la muerte, donde criticó el autoritarismo y la violencia de un poder injusto. Más adelante, desarrolló las llamadas «tragedias complejas», con elementos como fragmentación de escenas, uso de recursos multimedia, anacronismos, ironía y personajes grotescos, con el objetivo de generar conciencia social en el espectador. En esta línea destacaron obras como La sangre y la ceniza, Crónicas romanas, La taberna fantástica y El camarada oscuro. A pesar de estos intentos de renovación, el teatro comercial de los años cincuenta siguió dominado por obras de consumo fácil, entre el melodrama conformista y el humor intrascendente, representado por autores como Alfonso Paso y Miguel Mihura.
Miguel Mihura, sin duda el más destacado de estos últimos, fue autor de Tres sombreros de copa, una comedia escrita en los años treinta pero estrenada dos décadas después. En ella, combinó vanguardismo y teatro de humor, cuestionando la vida burguesa y las convenciones sociales a través de un humor absurdo, situaciones disparatadas y un uso creativo del lenguaje. Aunque sus obras posteriores fueron ingeniosas, no alcanzaron la profundidad ni la innovación de su primera comedia.
El teatro experimental y de vanguardia
En esta etapa, el teatro español siguió claramente dividido entre el teatro comercial y un teatro más comprometido, que encontró serias dificultades para representarse debido a la censura, la rigidez de las estructuras teatrales tradicionales y la escasa aceptación del público hacia propuestas innovadoras. Dentro del teatro comercial destacaron las comedias melodramáticas, de humor o de intriga. Un autor muy popular en este ámbito fue Antonio Gala, cuyas obras como Los buenos días perdidos, Anillos para una dama o Las cítaras colgadas de los árboles combinaron un estilo poético, símbolos sencillos, escenografías clásicas y un tono moralizante o didáctico. Continuó el desarrollo del teatro realista de intención social, representado por dramaturgos como Alfonso Sastre, José Martín Recuerda, José María Rodríguez Méndez y Lauro Olmo, que escribieron obras con voluntad crítica y de renovación estética, a pesar de los obstáculos para su difusión. Sin embargo, a partir de los años sesenta, muchos autores consideraron agotado el realismo social y buscaron nuevas formas de expresión. Surgió así el teatro experimental, que se alejó del texto como centro de la representación y apostó por una puesta en escena rica en elementos visuales y sensoriales: iluminación, escenografía, sonido, música, máscaras, maquillaje, expresión corporal… También se intentó romper con la división clásica entre escenario y público, promoviendo la participación directa de los espectadores. Aunque muchas de estas obras mantuvieron una fuerte carga de crítica política y social, lo hicieron desde una estética innovadora. Uno de los principales representantes del teatro experimental fue Francisco Nieva, conocido por su originalidad escénica y su proyección en el panorama teatral. Otro autor clave fue Fernando Arrabal, que en sus inicios cultivó un teatro antirrealista con tintes surrealistas e infantiles en obras como Pic-nic, El triciclo o El cementerio de automóviles. Más adelante desarrolló el teatro pánico, un estilo influido por el teatro del absurdo y las vanguardias, con el que buscaba provocar y escandalizar al espectador. Su obra combinó expresionismo, vodevil, sátira y compromiso ideológico, con mensajes antibelicistas o anarquistas como los de La aurora roja y negra o Oye, patria, mi aflicción.
En los últimos años del franquismo cobró fuerza el teatro independiente, con más de un centenar de grupos activos por toda España. Estos colectivos trataron de alejarse del teatro comercial y acercarse a la gente mediante propuestas alternativas y de fuerte contenido social o político. Destacaron formaciones como Los Goliardos, Tábano, el Teatro Experimental Independiente y Teatro Libre en Madrid, así como Els Joglars y Els Comediants en Barcelona, o La Cuadra, Tabanque y Esperpento en Andalucía.
El teatro español desde 1975: Tendencias actuales
En las últimas décadas, el teatro español ha seguido una doble línea: por un lado, un teatro comercial centrado en adaptaciones de comedias y musicales de éxito internacional, y por otro, una producción más diversa y autoral. En el ámbito comercial, han predominado los melodramas, los dramas costumbristas y las comedias humorísticas, con elementos del viejo sainete, la farsa o la pieza cómica. Mientras tanto, el teatro independiente que floreció en los últimos años del franquismo ha experimentado un declive notable, perdiendo la influencia que tuvo anteriormente. A pesar de ello, en el panorama teatral contemporáneo se observó una gran variedad de propuestas que abarcó desde obras realistas con intención social hasta piezas experimentales, farsas, dramas históricos o revisiones de clásicos. Entre los dramaturgos más destacados se encontró Francisco Nieva, considerado uno de los más importantes del teatro experimental español. Su estilo se alejó del realismo para sumergirse en lo surrealista, lo onírico y lo fantástico, con gran atención a la puesta en escena, el vestuario, la luz y los efectos sonoros. Obras como Sombra y quimera de Larra, La señora tártara o Coronada y el toro mostraron su personalísimo universo escénico.
José Sanchís Sinisterra, cuya producción se dividió en tres grandes líneas: obras inspiradas en textos clásicos como Ñaque o de piojos y actores, dramas históricos como ¡Ay, Carmela! o El cerco de Leningrado, y piezas formalmente innovadoras como Perdida en los Apalaches, todas ellas con una carga crítica o reflexiva.
Juan Mayorga, dramaturgo contemporáneo con formación en matemáticas y filosofía, que propuso un teatro de ideas. En Cartas de amor a Stalin reflexionó sobre la relación entre el arte y el poder, mientras que en La lengua en pedazos presentó un diálogo sobre la santidad y la locura a través del personaje de Teresa de Jesús. En Reikiavik, el ajedrez sirvió como metáfora de la Guerra Fría y de la propia existencia humana, abordando temas como la memoria y las múltiples posibilidades del destino.
El teatro español: De la Guerra Civil a los años cincuenta (Revisión)
El teatro de los años cuarenta
Durante los años cuarenta, el teatro español de posguerra estuvo profundamente condicionado por el contexto político del franquismo. En esta etapa, el teatro fue utilizado principalmente como instrumento de propaganda o como medio de evasión para un público que buscaba entretenimiento simple y alejado de la realidad social. En este periodo predominó la comedia burguesa al estilo de la alta comedia de Jacinto Benavente, junto con el teatro de humor y las comedias lacrimógenas, muchas de las cuales se acercan a la estética de la novela rosa. El teatro político de propaganda es evidente en algunas obras de autores como José María Pemán, Gonzalo Torrente Ballester o Eduardo Marquina, aunque este tipo de teatro pierde peso con el tiempo, camuflándose en fórmulas más aceptadas por el público. El modelo dominante acabó siendo el de la comedia benaventina, caracterizada por una cuidada construcción, tono amable y mezcla de humor y sentimentalismo. Sus tramas giraron en torno a la vida matrimonial, los celos o la infidelidad, con personajes de clase media en ambientes acomodados. Entre los autores más representativos estuvieron José López Rubio, Joaquín Calvo Sotelo y Víctor Ruiz Iriarte. En el ámbito del humor, también abundaron las comedias ligeras e intrascendentes. Sin embargo, destacaron dos figuras con propuestas más originales: Miguel Mihura y Enrique Jardiel Poncela, cuyas obras incorporan elementos de lo absurdo, lo fantástico y lo inverosímil. Ejemplos de ello son Eloísa está debajo de un almendro o Los ladrones somos gente honrada, donde el ingenio y la imaginación desafían las convenciones del teatro tradicional.
El teatro de los años cincuenta
El teatro desde los años cuarenta hasta los setenta en España se caracterizó inicialmente por su uso como herramienta de propaganda política o como medio de entretenimiento inofensivo, muy alejado de la realidad social. Durante los años cuarenta, predominaron los melodramas, las comedias burguesas al estilo de Benavente y las obras de humor ligero, muchas veces superficiales. También siguieron presentes espectáculos como las zarzuelas, revistas y otros montajes musicales. Con el paso del tiempo, sin embargo, empezó a surgir un público más crítico, especialmente en ambientes universitarios, donde se buscó un teatro con contenido más profundo. Esto dio lugar a un teatro de crítica social que se enfrentó a la censura del régimen. En este contexto apareció un debate entre dos tendencias: el posibilismo, que optó por la crítica indirecta mediante símbolos y alegorías, y el imposibilismo, que defendió una crítica más abierta y directa. Los máximos exponentes de estas posturas fueron Antonio Buero Vallejo y Alfonso Sastre, respectivamente.
Antonio Buero Vallejo, nacido en 1916, defendió la República durante la Guerra Civil y fue encarcelado por su militancia comunista. En 1949 ganó el Premio Lope de Vega con Historia de una escalera, iniciando una prolífica carrera. Su teatro se caracterizó por una fuerte carga simbólica y una preocupación por los valores humanos como la libertad, la justicia y la verdad, además de una exploración de la condición humana. Entre sus obras destacaron también Un soñador para un pueblo, Las Meninas, El concierto de San Ovidio, El sueño de la razón, El tragaluz o La doble historia del doctor Valmy. En su última etapa, incorporó un enfoque más experimental.
Alfonso Sastre, nacido en 1926, representó el teatro más comprometido ideológicamente. En los años cincuenta escribió obras como Escuadra hacia la muerte, donde criticó el autoritarismo y la violencia de un poder injusto. Más adelante, desarrolló las llamadas «tragedias complejas», con elementos como fragmentación de escenas, uso de recursos multimedia, anacronismos, ironía y personajes grotescos, con el objetivo de generar conciencia social en el espectador. En esta línea destacaron obras como La sangre y la ceniza, Crónicas romanas, La taberna fantástica y El camarada oscuro. A pesar de estos intentos de renovación, el teatro comercial de los años cincuenta siguió dominado por obras de consumo fácil, entre el melodrama conformista y el humor intrascendente, representado por autores como Alfonso Paso y Miguel Mihura.
Miguel Mihura, sin duda el más destacado de estos últimos, fue autor de Tres sombreros de copa, una comedia escrita en los años treinta pero estrenada dos décadas después. En ella, combinó vanguardismo y teatro de humor, cuestionando la vida burguesa y las convenciones sociales a través de un humor absurdo, situaciones disparatadas y un uso creativo del lenguaje. Aunque sus obras posteriores (como Melocotón en almíbar o Maribel y la extraña familia) fueron ingeniosas, no alcanzaron la profundidad ni la innovación de su primera comedia.
La narrativa española desde la posguerra hasta finales de los años sesenta
La novela de los años cuarenta
Durante los años cuarenta, la novela española reflejó las duras condiciones de la posguerra, y en general, ofreció un panorama literario de escasa calidad, dominado por un realismo mediocre y un costumbrismo elemental. Sin embargo, apareció una corriente más cruda, el tremendismo, caracterizada por ambientes sórdidos, violencia y un lenguaje abrupto, cuyo máximo exponente fue Camilo José Cela. Cela inició su trayectoria con La familia de Pascual Duarte (1942), obra que narró en primera persona la brutal vida de un campesino condenado a muerte, y que inauguró precisamente el tremendismo. Más adelante publicó La colmena (1951), una novela coral con más de trescientos personajes, estructurada en escenas breves que retrataron la vida gris del Madrid de posguerra. A lo largo de su carrera, Cela demostró una fuerte voluntad de experimentación formal y una mirada cruda y crítica sobre la realidad española. Fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1989. Junto a Cela, destacó también Gonzalo Torrente Ballester, autor prolífico cuya obra abarcó desde el realismo, como en la trilogía Los gozos y las sombras, hasta la experimentación narrativa en obras como La saga/fuga de J. B. Carmen Laforet irrumpió con fuerza en el panorama literario con Nada (1945), una novela que reflejó el vacío y la miseria moral de la posguerra a través de los ojos de una joven que se trasladó a Barcelona. La novela tuvo una enorme repercusión y reveló una nueva sensibilidad en la narrativa femenina de la época. Otro autor fundamental fue Miguel Delibes, quien se consolidó a partir de los años cuarenta. Su primera novela destacada, El camino (1950), retrató el mundo rural con ternura y nostalgia. Delibes mostró a lo largo de su obra un profundo interés por los marginados y por la vida en el campo, como en Las ratas (1962), que ofreció una visión cruda y desolada de la miseria rural castellana. En Cinco horas con Mario (1966), a través del monólogo de una mujer durante el velatorio de su marido, dibujó un retrato social y político de la España franquista. Más adelante, en Los santos inocentes (1981), combinó un realismo social con recursos narrativos innovadores para denunciar la desigualdad y la explotación en el mundo rural.
La novela de los años cincuenta: El realismo social
La novela social española, que se desarrolló entre 1954 y 1962, reflejaba la realidad de la sociedad bajo el franquismo. Durante este período, los autores buscaron captar las tensiones sociales, las contradicciones y los problemas derivados de la posguerra y la represión, utilizando un estilo realista y un enfoque que evitaba la intervención directa del narrador. Entre los principales escritores de la novela social se encontraron Rafael Sánchez Ferlosio, quien con su obra El Jarama presentó una crónica de un día de campo en la que, a través de los diálogos intrascendentes de los personajes, reflejó una crítica a la vida española trivial y anodina, que contrastó con la sombra de la Guerra Civil. Ignacio Aldecoa fue otro autor destacado por sus relatos breves y sus novelas como El fulgor y la sangre y Parte de una historia, en las que retrató la vida cotidiana y la situación de la España rural. Jesús Fernández Santos, por su parte, con su novela Los bravos, describió la vida en un pequeño pueblo leonés marcado por el caciquismo, la incultura y la violencia, mostrando un enfoque social y objetivo. Carmen Martín Gaite, autora de Entre visillos, ofreció un retrato de la vida provincial, centrado en las expectativas de las jóvenes que no tuvieron muchas perspectivas más allá del matrimonio o la soltería, mientras que en sus obras posteriores exploró temas como la soledad y la incomunicación. Juan Goytisolo fue otro escritor clave de este período, cuyo estilo experimental y crítico le permitió cuestionar y reflexionar sobre la sociedad española. Además, Ana María Matute, aunque también vinculada al realismo social, se distinguió por su tono lírico y poético en obras como Fiesta al Noroeste y Los hijos muertos, donde mezcló la crítica social con una mirada más emotiva y personal. Estos escritores fueron fundamentales para el desarrollo de la novela social en España y ayudaron a dar forma a la narrativa de la posguerra.
La narrativa española desde la década de los setenta hasta la actualidad
La novela experimental (años sesenta)
A partir de 1962, la narrativa española evolucionó desde el realismo social hacia la novela experimental. Este cambio se vio influido por el «boom» de la narrativa hispanoamericana y por autores como Proust, Kafka, Joyce o Faulkner. Características generales de esta novela:
- El argumento perdió importancia, hubo mínima acción y se mezclaron hechos reales y fantásticos.
- El protagonista fue difuso y los personajes secundarios se redujeron.
- El espacio fue vago o desapareció, y el tiempo narrativo se desordenó con saltos temporales.
- Se emplearon múltiples perspectivas narrativas, a veces incluso en segunda persona.
- Apareció la metaliteratura y la ruptura de límites entre géneros.
- El lenguaje se volvió complejo, con vocabulario culto, frases largas, o uso de lo coloquial y vulgar.
- Se experimentó con la forma: supresión de signos de puntuación, inclusión de imágenes, uso de caligramas o diferentes tipografías.
- Requirió un lector activo, capaz de captar referencias e intertextos.
Autores y obras principales:
- Luis Martín-Santos: Tiempo de silencio (1962) rompió con el realismo social y criticó la sociedad franquista. Usó lenguaje complejo e irónico, monólogo interior y técnicas modernas.
- Juan Benet: Volverás a Región (1967). Novela difícil, sin orden cronológico, con espacio mítico (Región). Rompió con la narrativa tradicional.
- Juan Goytisolo: Señas de identidad (1966), Reivindicación del conde don Julián (1970) y Juan sin tierra (1975). Experimentación formal y crítica profunda a la identidad española.
- Juan Marsé: Últimas tardes con Teresa (1966), Si te dicen que caí (1973). Ironía, crítica social, ambientes sórdidos de la posguerra barcelonesa.
- Luis Goytisolo: Con su tetralogía Antagonía (1973-1981), mostró una narrativa sofisticada, llena de referencias culturales, reflexión sobre la escritura y elementos autobiográficos.
La narrativa desde los años setenta hasta la actualidad
La novela se convirtió en el género literario más consumido. Se recuperó la trama y la narración realista, aunque con elementos posmodernos. Predominaron el intimismo, el neorromanticismo y el interés por lo individual. Hubo variedad de formas narrativas como la primera persona, el monólogo interior o la narración en segunda persona. Se utilizaron distintos géneros como la novela histórica, policíaca, psicológica o de aventuras.
- Eduardo Mendoza destacó desde 1975 con obras como La verdad sobre el caso Savolta o La ciudad de los prodigios, con estilo irónico y mezcla de géneros.
- Luis Mateo Díez ambientó sus novelas en el mundo rural simbólico de Celama, mostrando desolación existencial.
- Juan José Millás exploró la identidad y la soledad en relatos con tintes fantásticos y psicológicos.
- Javier Marías obtuvo prestigio internacional con novelas como Corazón tan blanco o Berta Isla.
- Antonio Muñoz Molina cultivó la novela negra y la histórica con obras como Sefarad o La noche de los tiempos.
- Almudena Grandes mezcló historia y ficción en Episodios de una guerra interminable, tras el éxito de Las edades de Lulú.
- Luis Landero escribió novelas de memoria con personajes que huyeron de la realidad hacia mundos interiores como en Juegos de la edad tardía.
- Javier Cercas destacó con Soldados de Salamina, novela histórica y periodística sobre la Guerra Civil.
- Dulce Chacón desarrolló una narrativa íntima y ética centrada en mujeres marcadas por el dolor y la esperanza, como en La voz dormida.
- Gonzalo Hidalgo creó mundos absurdos de tono kafkiano como en Paradoja del inventor.
- Jesús Carrasco destacó con tres novelas donde el paisaje natural marcó la vida y el destino de los personajes, destacando temas como libertad, tierra y muerte.
También han sido relevantes otros autores como Francisco Umbral, Manuel Vázquez Montalbán, Julio Llamazares, Rosa Montero, Lourdes Ortiz, Arturo Pérez Reverte o Álvaro Pombo.
Literatura hispanoamericana: Narrativa de la segunda mitad del siglo XX
Prosa modernista
- El cuento fue el principal vehículo. Destacaron Rubén Darío, Leopoldo Lugones (fantástico) y Horacio Quiroga, que evolucionó hacia relatos ambientados en la selva y lo criollo.
Novela de la tierra
- También llamada novela regionalista, buscó la identidad nacional en el paisaje y tradiciones.
- Obras clave: La vorágine (Rivera), Don Segundo Sombra (Güiraldes), Doña Bárbara (Gallegos).
Novela social
- Reflejó la realidad política, especialmente la Revolución mexicana.
- Estilo realista con origen periodístico. Ejemplo: Los de abajo (Mariano Azuela).
- Evolucionó en autores como Juan Rulfo y Carlos Fuentes.