Poesía de la posguerra

Poesia posguerra – La guerra civil trunca la creación artística. Autores como Lorca han muerto y otros muchos autores han tenido que huir de España. Desde el exilio siguieron escribiendo Rafael Alberti, Jorge Guillén (del 27) Juan Ramón Jiménez o León Felipe. Aunque cada uno desarrolló su estilo propio, comunes a ellos son temas como la patria perdida y la nostalgia.  Los que se quedaron en España tuvieron que sortear la censura del franquismo ó cantar al régimen. Podrían dividirse claramente entre vencedores . Dentro de los poetas que permanecen en España podemos establecer una clara división entre los vencedores y los vencidos:   Los vencedores publican en las revistas Gracilazo y Escorial. Escriben una poesía en estrofas tradicionales que busca la belleza y sin referencias a la posguerra. Hablan del amor, la muerte, Dios,… sin profundizar en la realidad española. Se inscriben en esta corriente Luis Rosales, Luis Felipe Vivanco, Leopoldo Panero o Dionisio Ridruejo. Es la poesía arraigada.  La poesía desarraigada será cultivada por los “vencidos”. En 1944 se publica Sombra del Paraíso de Vicente Aleixandre e Hijos de la ira de Dámaso Alonso que cambiarían la tendencia anterior. Escriben en verso libre y hacen alusiones a la realidad. Los autores que cultivan este tipo de poesía escriben en la revista Espadaña. De estos autores saldrán los de la llamada poesía social, en los 50, de corte más existencial y con preocupaciones sociales. Su poesía es objetiva y de denuncia. Los poetas son testigos de la vida cotidiana. Su lenguaje es fácil de comprender ya que les importa que su mensaje llegue a cuanta más gente mejor. A esta corriente pertenecen poetas como José Hierro, Gabriel Celaya, Blas de Otero.  A finales de los 50 se supera esta tendencia y los autores buscan una poesía más personal. Ángel González, Claudio Rodríguez, José Ángel Valente, Jaime Gil de Biedma,… renuevan el lenguaje. La poesía es comunicación pero también belleza. Emplean el verso libre. En los 70 aparecen los novísimos, con la publicación de Nueve novísimos poetas españoles. Père Gimferrer, Leopoldo María Panero, Ana María Moix…Se preocupan por la forma, se alejan de preocupaciones sociales, parecen modernistas por sus referencias culturales y también conectan con el surrealismo.

poesía después de 1936 La situación de la poesía después del conflicto tiene unas características específicas ya que hay autores que han muerto (LORCA) y otros que están exiliados (LEÓN FELIPE). Los poetas exiliados seguirán caminos diferentes, aunque siempre tratarán temas recurrentes comunes en todos ellos como el de la patria perdida, al principio evocando la lucha y las ilusiones perdidas que pasará luego a un sentimiento de nostalgia. Dentro de los poetas que permanecen en España podemos establecer una clara división entre los vencedores y los vencidos: Los vencedores publican en las revistas ‘Garcilaso’ y ‘Escorial’ una poesía de talante triunfal (llamada arraigada). La poesía desarraigada será cultivada por los ‘vencidos’ para los cuales 1944 será un año clave por la publicación de Hijos de la Ira de DÁMASO ALONSO y de Sombras del paraíso de VICENTE ALEIXANDRE, que, junto a la aparición de revistas como ‘Espadaña’, supone el comienzo de la renovación poética española. Dentro de esta poesía desarraigada destaca la aparición de la poesía existencial basada en la angustia ante la muerte y ante el paso del tiempo, es una poesía metafísica que ahonda en el dolor personal y que evolucionará hacia la poesía social de manos de autores como BLAS DE OTERO ya en los 50. La poesía social trata de situar los problemas humanos en su marco social, el poeta debe tomar partido ante los problemas del hombre y del mundo que le rodea, se utiliza la poesía como instrumento para transformar el mundo. Además del ya citado BLAS DE OTERO, destaca la producción social de CELAYA y JOSÉ HIERRO. A finales de los 50 comienzan a aparecer poetas nuevos que representan la superación de la poesía social. Todos están unidos por una decidida voluntad de superar los esquemas establecidos, aunque muestran cierto escepticismo respecto a la función social de la poesía. Lo característico de este nuevo lirismo es la creación de una poesía de la experiencia personal, hay una preocupación fundamental por el hombre. Subrayan el valor de la forma, del estilo y la palabra poética; renace el interés por las posibilidades del lenguaje y por los valores estéticos. Destacan Claudio Rodríguez, Ángel González, Gil de Biedma, etc.   En 1970 se publica la antología Nueve novísimos poetas españoles que reúne a algunos autores que escriben en una sociedad de consumo por lo que adoptan una nueva sensibilidad. Constituyen un nuevo vanguardismo ya que les importa el estilo frente a los contenidos, emprenden una renovación de la forma. Les importa la literatura en sí misma, no para cambiar el mundo. Los autores más importantes de esta tendencia son Père Gimferrer, Leopoldo María Panero, Ana María Moix…

Novela después de 1936 El ambiente de desorientación cultural de la primera posguerra es muy acusado en la novela. La década de los 40 será una etapa de búsqueda, un ensayo de fórmulas narrativas que permitan reanudar el camino interrumpido. Dos fechas marcan la resurrección del género: 1942, con La familia de Pascual Duarte de Cela, que inicia el tremendismo; y 1944, con Nada de Carmen Laforet.  Muchos autores seguirán la senda de reflejar lo amargo de la vida, junto a otros caminos que van de la creación imaginativa al conformismo. Algunos autores importantes son Zunzunegui, Torrente Ballester y, sobre todo, Miguel Delibes cuya trayectoria narrativa constituye una síntesis de las tendencias narrativas desde la posguerra hasta la actualidad. Ya en los 50 se consolida la literatura de los 40 y surge la llamada Generación de Medio siglo; la perspectiva literaria dominante es el realismo social. En esta tendencia vuelven a destacar Cela con La Colmena y Delibes con El camino, ambas novelas pretenden reflejar ambientes sociales concretos: el Madrid de la posguerra o un pueblo castellano. Sobre todo entre 1954 y 1962, surgirán los representantes más destacados de la novela social: Aldecoa, Sánchez Ferlosio, Caballero Bonald… Para todos ellos, el novelista debe ejercer un papel de testimonio o denuncia de miserias e injusticias sociales. De ahí que los temas y ambientes más frecuentes sean la dura vida del campo, el mundo del trabajo, la burguesía insolidaria y la evocación de la guerra. En lo concerniente a las técnicas narrativas, se prefiere lo sencillo y lo directo, A partir de 1960, se alzan voces que manifiestan el cansancio del realismo y acusan al escritor de su despreocupación por el lenguaje, se pide un enriquecimiento artístico. En 1962 Tiempo de silencio de Martín-Santos abre un nuevo camino, la denuncia social es patente, pero el autor se propone también una profunda renovación de las técnicas narrativas y del estilo.  Los novelistas comienzan a tener en cuenta a los grandes innovadores europeos y americanos, causa un fuerte impacto el ‘boom’ de la novela hispanoamericana y se rehabilita a ciertos novelistas no sociales sino imaginativos y creadores. La novela irá adquiriendo complejidad y riqueza en el tratamiento de los temas (con la entrada de lo imaginario, etc), en la estructura (por ejemplo, desorden cronológico), en las formas de narración, de descripción, de monólogo (es importante el llamado monólogo interior)… y el estilo dará entrada a muchas variedades y audacias. Desde finales de los 60, se produjo una corriente conocida como experimentalismo que manifestaba un rechazo total por la anécdota; destaca, sobre todo, Juan Benet con Volverás a Región. A partir de los 70, la novela española se caracteriza por la coexistencia de distintas tendencias y estilos anteriores. A pesar de esta variedad, pueden detectarse ciertos rasgos comunes como la vuelta al interés por la historia y variedad estilística, la variedad de temas y el interés por la literatura dentro de la literatura.