20 ejercicios con los elementos de la comunicación

El texto de Emilio Gómez pone el acento en la esencia que mantiene la realidad de una democracia a partir de dos elementos clave: en primer lugar, que a través de la votación en las urnas, el ciudadano dispone de la posibilidad de cambiar al gobernante y con ello unas directrices determinadas; en segundo lugar, que todos deseamos mejorar nuestras condiciones de vida. Teniendo en cuenta estos supuestos, debería estar clara la responsabilidad en el ejercicio de este derecho y privilegio. El hecho de que se vota por simpatía y sin que medie una mínima reflexión, simplemente por afinidad con un partido político puede condenarnos a un panorama sin opciones, centrado en un bipartidismo excluyente. La tesis viene avalada por el aparente inmovilismo en los resultados electorales donde, haga lo que haga el partido gobernante, los partidos mayoritarios mantienen unos votos similares.

El hecho de que el bipartidismo es cada vez más acusado en nuestro país no parece cuestionable. En las últimas elecciones, los dos grandes partidos han acaparado la inmensa mayoría de votos. Sin embargo, las causas aducidas por el autor se centran exclusivamente en la responsabilidad individual frente al hecho en sí. Es cierto que la decisión en el cerebro se realiza primero en el ámbito de los sentimientos. Parece que es la zona límbica la que decanta nuestras simpatías a la hora de realizar cualquier elección –un coche, una pareja, la ropa, un equipo de fútbol o un partido político-. La zona frontal, racional del cerebro, entra en juego más adelante justificando la decisión que goza de nuestras simpatías (nota 1).

También parece cierto que sin reflexión, sin que los hechos tengan consecuencias, el juego necesario para el correcto funcionamiento de la democracia no resulta operativo. Dar el salto de la intuición emocional a la decisión racional es algo necesario, pero ¿qué nos lo impide? La actitud crítica, la capacidad de reflexión, la personalidad en cuanto a mantener unos criterios propios más allá del entorno dominante son cualidades que deben educarse y es algo que no se hace. Cabe preguntarse si por fracaso del sistema o por intereses promovidos por quienes saben que incentivar la ignorancia y la falta de espíritu crítico son elementos esenciales para manipular las masas y lograr perpetuarse en el poder.


Noam Chomsky, el lingüísta norteamericano abogaba por esta tesis y es uno de los diez puntos que plantea en sus “Medios de manipulación de masas” (nota 2). Un pueblo inculto carece de recursos intelectuales para analizar la situación y extraer conclusiones propias más allá de lo que los medios de comunicación transmiten. Así, quien domina los medios de comunicación de masa tienen el poder de crear “conciencia social”, un opinión pública proclive a sus intereses electorales. Podríamos apostar por esta idea en base a la cantidad de leyes de educación aprobadas desde la llegada de la Democracia, la discutida LOGSE, los actuales criterios sobre competencias, la denostación de la enseñanza pública, etc., etc., idea de la que diversos autores se han ocupado por extenso –véase, por ejemplo, El panfleto antipedagógico-.

El artículo se centra en una perspectiva subjetiva, la del propio individuo ante la decisión. Hay otros elementos que deben ser revisados para que incentiven la reflexión y esto desde la propia ley electoral. La actual ley promueve el bipartidismo y potencia los partidos autonómicos en detrimento de otras opciones de carácter nacional. Solo basta comparar el número de votos y el de diputados obtenidos por IU o por UPD frente al número obtenido por partidos regionalistas como CIU o PNV. Por otra parte, la política de listas cerradas impide que el ciudadano pueda excluir en su votación a aquellos candidatos que por su trayectoria personal, ideología concreta, formación, actuaciones, no considere idóneos para representarle. La opción es o todo o nada. La reflexión que podría conducirnos a una línea pragmática excluyendo a quienes creemos inapropiados para ejercer la función pública, no tiene ninguna utilidad.

Por tanto, existe una responsabilidad subjetiva que debemos asumir como ciudadanos para el correcto funcionamiento de la Democracia. Pero el criterio ha de formarse, para lo cual el Estado debe actuar procurando una educación tanto en valores como la responsabilidad y la ética, como en capacidades intelectuales que puedan aplicarse a una crítica constructiva y responsable de la realidad cotidiana. Han de promoverse leyes que posibiliten votar con libertad y no sujetar al ciudadano a directrices partidistas. Y se ha de fomentar la pluralidad por encima de intereses regionales. Hace falta, en definitiva, visión de Estado que entienda como la Ilustración que no puede existir mejora sin cultura y conocimiento. No es que caminemos hacia el vacío por la falta de reflexión, vivimos en una falta de reflexión y una renuncia de valores porque se incentiva intencionadamente el modelo para lograr mantenernos en la ilusión óptica de la democracia en libertad cuando son otros los que deciden por nosotros.