Pensamiento Filosófico y Teológico: De San Agustín a Santo Tomás

Dios: Fuente de la Verdad y el Ser Inmutable

Dios ocupa un lugar central en el pensamiento filosófico y teológico, siendo la base de la verdad y el orden del universo. Los atributos de Dios, como la inmutabilidad, la omnisciencia y la perfección, lo distinguen como el fundamento de todo lo que existe.

Argumentos para la Existencia de Dios

Los argumentos utilizados ocasionalmente son el cosmológico y el consenso.

  • Argumento Cosmológico: Se basa en la necesidad de una causa primera que explique la existencia del universo. Dado que todo lo que existe tiene una causa, debe haber una causa no causada, eterna e inmutable, que es Dios.
  • Argumento del Consenso: La idea de Dios ha sido compartida por diversas culturas y épocas de la humanidad, lo que sugiere una intuición universal sobre la existencia de un ser superior. La unanimidad de esta creencia apunta hacia una verdad que trasciende las diferencias culturales y temporales.

El Fundamento de las Verdades Necesarias e Inmutables

El fundamento de las verdades necesarias e inmutables que encontramos en nuestra mente radica en las ideas ejemplares. Según esta perspectiva:

Las Verdades Necesarias e Inmutables en el Hombre

El ser humano descubre dentro de sí mismo verdades que no cambian con el tiempo, como los principios matemáticos, las leyes de la lógica o los valores éticos fundamentales. Estas verdades no dependen de la experiencia ni del cambio, lo que las diferencia del resto de las ideas humanas.

El Fundamento de Estas Verdades

Puesto que el alma humana es mutable y cambiante, no puede ser el fundamento de estas verdades eternas. Por tanto, estas verdades deben tener su origen en una realidad inmutable: Dios, quien es la Verdad misma.

Dios, como fuente y sustento de estas verdades, garantiza su universalidad e inmutabilidad, lo que demuestra que las ideas ejemplares tienen un fundamento divino.

La Libertad y el Problema del Mal

Dios, en su bondad infinita, creó al hombre con libertad para elegir, permitiéndole decidir entre el bien y el mal. Sin embargo, el hombre, al usar incorrectamente esta libertad, dio origen al pecado. El pecado no solo afecta la relación del hombre con Dios, sino también su propia naturaleza, convirtiéndose en la raíz de su inclinación al mal.

Por causa del pecado original, el alma humana, que debería guiar al cuerpo, se ve sometida a él. Esta inversión del orden natural genera una tendencia en el hombre hacia el mal. La herencia de esta condición de pecado es universal y afecta tanto a la naturaleza humana como a sus acciones.

El concepto de liberum arbitrium (libre albedrío) no es sinónimo de libertad en su sentido pleno. El libre albedrío es la capacidad de elegir, pero la verdadera libertad consiste en la capacidad de hacer el bien. El hombre alcanza su verdadera libertad cuando orienta sus elecciones hacia Dios y su amor.

Dado que el pecado original afecta la capacidad del hombre para elegir el bien, necesita la gracia divina para recuperar su verdadera libertad. La gracia de Dios purifica y eleva el alma humana, restaurando su capacidad para amar a Dios y actuar correctamente. Solo a través de la intervención divina puede el hombre superar su inclinación al mal y vivir en plenitud.

La Naturaleza del Mal

El mal no tiene entidad propia; es la privación o ausencia de un bien que debería estar presente. Desde este punto de vista, el mal no es una creación de Dios, ya que todo lo que Dios crea es bueno. El mal surge cuando los seres libres eligen apartarse de la perfección y el orden divino.

Se destacan dos males:

  • El Mal Físico: Es inherente a la naturaleza limitada de los seres. Incluye sufrimientos, enfermedades y desastres naturales, consecuencias de la finitud del mundo creado.
  • El Mal Moral: Proviene del uso incorrecto de la libertad humana. Cuando el hombre elige apartarse de Dios y de su voluntad, causa daño a sí mismo, a los demás y a la creación.

Filosofía de la Historia: La Ciudad Terrena y la Ciudad de Dios

San Agustín introduce la idea de dos “ciudades” que coexisten a lo largo de la historia humana:

La Ciudad de Dios

Representa la comunidad de aquellos que viven según la voluntad divina, buscando la justicia, el amor y la paz. Los ciudadanos de esta ciudad son los fieles que, a través de su fe en Dios, se orientan hacia la vida eterna. No es un lugar físico, sino una comunidad espiritual y moral.

La Ciudad Terrena

Es la ciudad del amor propio y la búsqueda de poder, donde los hombres viven según sus intereses egoístas. Es una ciudad temporal, sujeta a las pasiones y vicios humanos, y cuyo fin es la destrucción. Esta ciudad representa a aquellos que priorizan el orden material sobre el espiritual, y cuya vida se orienta hacia el disfrute de los placeres mundanos.

Estas dos ciudades están presentes en toda sociedad humana y se mezclan constantemente, pero sus destinos son diferentes. La ciudad terrena, aunque puede alcanzar grandes logros materiales, es esencialmente transitoria y corruptible. En cambio, la ciudad de Dios es eterna y se perfeccionará en el juicio final.

San Agustín describe la historia como una lucha constante entre dos amores fundamentales:

  • El amor a Dios, que da origen a la Ciudad de Dios y a todos los actos de justicia y virtud.
  • El amor a uno mismo y al poder, que da origen a la Ciudad Terrena y a las pasiones desordenadas.

Al final de los tiempos, según la visión de San Agustín, se llevará a cabo el juicio final, en el cual Dios recompensará a los justos y castigará a los malvados. En este juicio, la Ciudad de Dios alcanzará su victoria definitiva, mientras que la Ciudad Terrena desaparecerá. La historia culmina con el triunfo de la verdad y la justicia divinas, y la humanidad será purificada.

Es importante subrayar que, para San Agustín, la Ciudad de Dios no se identifica con la Iglesia como institución, aunque los miembros de la Ciudad de Dios son, en su mayoría, parte de la Iglesia. La Ciudad de Dios es una comunidad espiritual que trasciende cualquier organización terrenal, mientras que la Iglesia es un medio a través del cual los fieles son llamados a vivir según los principios divinos.

De igual manera, la Ciudad Terrena no se identifica con el Estado. La Ciudad Terrena es producto de la acción humana, y su fin es inevitable, a diferencia de la Ciudad de Dios, cuyo fin es eterno y glorioso.

La Felicidad y la Posesión de Dios

San Agustín comienza su búsqueda de la felicidad con un anhelo profundo: encontrar la verdad que satisfaga completamente el corazón humano. A lo largo de su vida, experimentó muchas formas de satisfacción que resultaron ser vacías, desde el placer mundano hasta las falsas creencias filosóficas. Sin embargo, fue al encontrar la Verdad divina, personificada en Dios, cuando descubrió la verdadera fuente de felicidad. Para Agustín, la felicidad no puede basarse en lo transitorio, sino en lo eterno y permanente.

San Agustín sostiene que todo lo que es perecedero, como el poder, la riqueza o los placeres mundanos, es incapaz de otorgar una felicidad verdadera y duradera. Estos bienes son inestables, y su disfrute depende de factores externos que están fuera del control humano. La verdadera felicidad solo puede encontrarse en aquello que no cambia, en aquello que es inmutable: Dios.

Por esta razón, Agustín critica a aquellos que buscan la felicidad en lo material o en lo efímero, pues saben, de manera implícita, que no es allí donde reside la verdadera satisfacción. La única fuente de dicha felicidad es la posesión de Dios, quien es eterno y lleno de toda bondad.

San Agustín formula la idea de que la felicidad verdadera consiste en poseer a Dios, y lo hace de tres maneras que destacan diferentes aspectos de esta posesión:

  1. Felicidad en la Contemplación de la Verdad Divina: El hombre es feliz cuando tiene la capacidad de contemplar a Dios, quien es la Verdad suprema que da sentido a todas las cosas. Esta posesión implica una relación directa con la divinidad, más allá de las verdades parciales que se encuentran en el mundo.
  2. Felicidad en la Unidad con Dios: La verdadera felicidad radica en la unión perfecta con Dios, lo cual se alcanza solo por medio de la fe y la gracia divina. Al acercarse a Dios, el alma se reconcilia consigo misma y alcanza la paz interior.
  3. Felicidad en el Amor a Dios: Finalmente, Agustín explica que la felicidad es el resultado del amor a Dios. El amor verdadero no busca el beneficio propio, sino que se entrega plenamente al Creador, encontrando en Él el propósito de su existencia.

Para San Agustín, la felicidad no es un estado pasajero ni un sentimiento, sino una posesión activa de la Verdad última, que es Dios. Esta verdad no se encuentra en el conocimiento parcial que ofrece el mundo, sino en la verdad total y eterna de Dios. La persona que ha llegado a conocer a Dios y a amarlo encuentra en Él una fuente de felicidad que no depende de las circunstancias externas ni de las fluctuaciones del mundo material.

San Agustín Frente al Escepticismo

San Agustín se enfrenta a los escépticos, como los filósofos académicos de su tiempo, que sostenían que la certeza sobre cualquier cosa era inalcanzable y que la verdadera sabiduría radicaba en reconocer la incapacidad de conocer. Agustín refuta esta postura con varios argumentos:

  1. Los Escépticos no Consiguen lo que Desean, Luego no son Felices y Tampoco Sabios: Agustín afirma que los escépticos, al no estar dispuestos a aceptar ninguna verdad con certeza, no pueden alcanzar la felicidad ni la sabiduría. Su constante duda los priva de la posibilidad de encontrar una base sólida para su vida. De acuerdo con Agustín, la sabiduría implica un conocimiento cierto, y la verdadera felicidad solo se puede alcanzar cuando se conoce la verdad.
  2. La Tesis de los Escépticos es Contradictoria: La tesis escéptica de que no podemos conocer nada con certeza es autocontradictoria. Si los escépticos no pueden conocer nada con certeza, ¿cómo pueden estar seguros de que su propia tesis es verdadera? Agustín utiliza esta contradicción para cuestionar la validez de la postura escéptica.
  3. “Si fallor, sum” (si me equivoco, existo): Agustín plantea esta famosa fórmula como respuesta al escepticismo. Esta expresión implica que, incluso si alguien se equivoca, hay una certeza indiscutible de que él mismo existe. El hecho de que podamos dudar o equivocarnos implica que somos seres conscientes, capaces de pensar y reflexionar. Esta es una forma primitiva de conocer la verdad: el ser humano no puede dudar de su propia existencia.

Fe y Razón: Para Comprender

San Agustín no es un filósofo en el sentido estricto de la palabra, pues no se basa únicamente en la razón. Acepta, en cambio, la fe como fuente legítima de conocimiento, entendiendo que la razón y la fe no son excluyentes, sino que deben colaborar para alcanzar la verdad.

La fe permite al ser humano aceptar la revelación divina, que no puede ser alcanzada solo a través de la razón. A través de la fe, el cristiano se abre al conocimiento de Dios y busca comprender esa revelación.

San Agustín no establece límites estrictos entre la fe y la razón. Al contrario, ve en su interacción un proceso continuo de enriquecimiento mutuo:

  1. La Razón Ayuda a Conseguir la Fe: Al principio, la razón juega un papel importante en llevar al hombre hacia la fe, mostrándole la existencia de la verdad divina.
  2. La Fe Guía e Ilumina la Razón: Una vez que se posee la fe, esta ilumina la razón, dándole acceso a la verdad revelada, que de otro modo sería inaccesible.
  3. La Razón Clarifica los Contenidos de la Fe: Finalmente, la razón tiene la tarea de clarificar y profundizar los contenidos de la fe, ayudando a entender más profundamente lo que se cree.

En la visión de San Agustín, fe y razón actúan como compañeras en la búsqueda de la verdad, trabajando juntas en armonía. Esta relación es fundamental para la comprensión de la verdad cristiana.

Este enfoque sigue siendo relevante hoy, aunque la autonomía de la razón y su limitación ante ciertos misterios divinos se reconocen como más irrefutables, cuestionando así la plena suficiencia del modelo agustiniano en el contexto contemporáneo.

San Agustín y la Influencia Platónica

San Agustín intentó una síntesis entre el pensamiento cristiano y la filosofía platónica, integrando la visión filosófica de Platón con los principios cristianos. A pesar de la distancia entre ambas tradiciones, Agustín encuentra en Platón un marco conceptual útil para desarrollar su propio sistema de pensamiento.

Concepto de las Ideas

San Agustín adopta el concepto platónico de las Ideas, pero lo adapta a su concepción cristiana. En Platón, las Ideas existen en un mundo de formas inmateriales y perfectas. Para Agustín, esas Ideas existen en la mente de Dios, quien es la fuente de toda verdad. Así, la metafísica agustiniana mantiene un dualismo ontológico: lo material y lo espiritual, pero enfocado en la idea de que las Ideas están fundadas en la mente de Dios.

Tipos de Conocimiento

Siguiendo a Platón, Agustín introduce el concepto de dos tipos de conocimiento: uno basado en la experiencia sensorial (conocimiento empírico) y otro que se refiere al conocimiento interior, más profundo y espiritual. Para Agustín, la verdadera sabiduría proviene de la interiorización, el acto de mirar hacia el interior del alma para acceder al conocimiento divino. De manera similar a Platón, Agustín cree que solo a través de la iluminación divina puede el ser humano comprender las verdades eternas.

Naturaleza del Alma

Platón defendía la preexistencia del alma, pero Agustín rechaza esta idea. Según Agustín, el alma no preexiste antes del cuerpo, sino que es creada por Dios en el momento de la concepción. Sin embargo, Agustín adopta la visión platónica de que el alma es inmortal y tiene un papel fundamental en la búsqueda de la verdad. Aunque no comparte la doctrina de Platón sobre la preexistencia, el pensamiento de Agustín sigue siendo profundamente platónico al subrayar la naturaleza inmaterial y eterna del alma.

Dios como Eje Central

Mientras que para Platón las Ideas representan una realidad eterna e independiente que da sentido a la existencia, para Agustín, es Dios quien ocupa el lugar central. Así, la doctrina cristiana de la creación y la revelación divina trascienden la visión platónica, otorgando a Dios un papel activo en la existencia del mundo y en el proceso de conocimiento.

La influencia de Platón en San Agustín es clara en varios aspectos de su pensamiento, especialmente en la concepción de las Ideas, el conocimiento interior y la naturaleza del alma. Sin embargo, Agustín lleva la filosofía platónica más allá al integrarla con el cristianismo, poniendo a Dios como el eje central de su filosofía.

Santo Tomás de Aquino: Fe y Razón en Armonía

Santo Tomás de Aquino establece una distinción entre la razón y la fe. La razón, vinculada a la filosofía, se ocupa del mundo natural, mientras que la fe, vinculada a la teología, se refiere al mundo sobrenatural y a la revelación contenida en las Sagradas Escrituras. A diferencia de pensadores anteriores al siglo XIII, que veían una oposición entre ambas, Santo Tomás busca delimitar sus contenidos, métodos y criterios, buscando la armonía entre ambas y demostrando que sus conclusiones no pueden contradecirse.

Contenidos de la Razón y la Fe

  • Filosofía (Razón): Los objetos de la razón son los del mundo natural, es decir, todo lo que es accesible a la experiencia humana y el conocimiento empírico. La filosofía trata de entender y explicar la realidad natural mediante la observación, la reflexión y el uso de la lógica.
  • Teología (Fe): Los objetos de la fe son los del mundo sobrenatural, lo que trasciende la experiencia humana directa y pertenece al dominio de lo divino, como la creación, la gracia, la salvación y la vida eterna, revelados a través de las Sagradas Escrituras.
  • Común a Ambas: Existen algunas verdades que son comunes a ambas, como la existencia de un ser supremo, aunque las formas en que se abordan son diferentes. La razón puede conocer ciertos aspectos de Dios (como la existencia de Dios a través de la naturaleza), mientras que la fe proporciona una comprensión más profunda y completa de Dios y su voluntad.

Métodos de la Razón y la Fe

  • Método de la Razón: El método de la razón es la abstracción. A través del razonamiento y la lógica, el filósofo abstrae de la realidad particular para llegar a principios universales y naturales. El conocimiento filosófico, entonces, se basa en la observación, la deducción y la inferencia.
  • Método de la Fe: El método de la fe, por su parte, es la revelación. La fe no depende del esfuerzo humano para descubrir la verdad, sino que depende de la transmisión divina a través de las Escrituras y la tradición de la Iglesia.

La Armonía entre Fe y Razón

Santo Tomás de Aquino defiende que no puede haber contradicción entre la fe y la razón. Si llegamos a encontrar una contradicción aparente entre ambas, debemos revisar lo que afirma la razón, ya que la fe es infalible. La fe, como don divino, nunca puede fallar. Así, los errores que puedan surgir en el uso de la razón no invalidan la verdad contenida en la fe. Si alguna vez se percibe una contradicción, debe ser entendida como una falta de conocimiento o de comprensión en la razón humana.

Armonía Esencial

Santo Tomás sostiene que la razón y la fe deben coincidir en sus conclusiones, ya que ambas provienen del mismo Dios. Dios es la fuente tanto de la razón humana como de la revelación divina. Al ser el creador de la razón y el autor de la fe, Dios no puede contradecirse, por lo que cualquier conclusión verdadera de la razón debe estar en acuerdo con las enseñanzas de la fe.

La Razón y la Búsqueda de la Verdad

Mientras que muchos pensadores anteriores a Santo Tomás de Aquino sostenían que la razón humana era incapaz de alcanzar la verdad completa, Santo Tomás defiende que la razón tiene la capacidad de conocer la verdad por sí misma, sin necesidad de la iluminación directa de la fe. La razón es capaz de llegar a ciertas verdades fundamentales (como la existencia de Dios) a través de la observación de la naturaleza y el uso de la lógica.

Sin embargo, para comprender plenamente la verdad divina, la razón humana necesita de la fe, ya que algunas verdades, como la Trinidad o la redención a través de Jesucristo, no pueden ser alcanzadas solo por la razón. En este sentido, Santo Tomás concibe una relación de cooperación entre fe y razón, en la que la fe completa y eleva lo que la razón por sí sola no puede alcanzar.

Las Cinco Vías para Demostrar la Existencia de Dios

Santo Tomás de Aquino parte de una concepción del conocimiento que se basa en la experiencia. Sin embargo, esto no significa que la existencia de Dios sea imposible de conocer; al contrario, Santo Tomás busca demostrarla mediante la razón. Para ello, parte del conocimiento sensible y aplica la ley de la causalidad, un principio fundamental en su filosofía, que sostiene que todo lo que ocurre en el mundo tiene una causa. Desde este punto de partida, Tomás propone cinco vías para demostrar la existencia de Dios.

  1. La Primera Vía: El Movimiento (Aristóteles)

    Esta vía se basa en el concepto de movimiento, que Aristóteles definió como el paso de un potencial a un acto. Santo Tomás observa que todo lo que se mueve debe ser movido por algo, ya que no es posible que algo se mueva sin una causa que lo inicie. Este proceso de movimiento debe ser puesto en marcha por algo que, a su vez, no haya sido movido por otro. Esta “causa inmóvil” es lo que Santo Tomás identifica como Dios, la primera causa que mueve todo sin ser movido por nada más.

    Argumento: Si todo movimiento requiere una causa anterior, debe haber una primera causa inmóvil, y esta causa es Dios.

  2. La Segunda Vía: Las Causas Eficientes (Aristóteles)

    En esta vía, Santo Tomás se basa en la noción de causa eficiente, también heredada de Aristóteles. Todo en el mundo tiene una causa que lo genera o lo produce. Sin embargo, no puede haber una cadena infinita de causas eficientes, ya que en tal caso no habría ninguna causa primera. Por lo tanto, debe existir una causa primera, no causada por ninguna otra, y esa causa es Dios.

    Argumento: Todo efecto tiene una causa, pero no puede haber una cadena infinita de causas, por lo que debe existir una causa primera, que es Dios.

  3. La Tercera Vía: Los Seres Contingentes (Avicena)

    En esta vía, Santo Tomás se basa en la idea de los seres contingentes, es decir, aquellos que existen pero podrían no haber existido. Todo ser contingente depende de otro ser para existir, y si todo fuera contingente, entonces no habría nada que existiera. Debe existir, por tanto, un ser necesario, cuya existencia no dependa de nada más, y este ser necesario es Dios.

    Argumento: Si todo lo que existe es contingente, debe haber algo necesario, un ser cuya existencia no dependa de otro, y ese ser es Dios.

  4. La Cuarta Vía: Los Niveles de Perfección (Platón y San Agustín)

    Esta vía se basa en la idea de los grados de perfección que se encuentran en el mundo. Santo Tomás observa que en la naturaleza hay una jerarquía de perfección: algunos seres son más perfectos que otros en términos de bondad, verdad, belleza, etc. Para que exista esta graduación de perfección, debe haber algo que sea la máxima perfección, el ser más perfecto en todos los aspectos. Ese ser es Dios.

    Argumento: La existencia de grados de perfección implica la existencia de un ser que es la máxima perfección, y ese ser es Dios.

  5. La Quinta Vía: El Orden del Mundo (Platón y Aristóteles)

    Esta vía se basa en la observación del orden y la finalidad en el mundo natural. Santo Tomás argumenta que el universo muestra un orden, una regularidad que no es aleatoria, sino que sigue un propósito. Este orden debe haber sido establecido por un ser inteligente, que dirige todo hacia su fin. Ese ser inteligente es Dios.

    Argumento: El orden y la finalidad que observamos en el mundo no pueden ser producto del azar; deben haber sido diseñados por un ser inteligente, que es Dios.