La Literatura del Siglo XVIII: Contexto, Etapas y Autores Clave

El contexto sociocultural de la literatura dieciochesca

El contexto sociocultural que rodea la literatura dieciochesca es de total sometimiento a la razón: la nueva clase burguesa va a disputarle el poder a la aristocracia, y para esa clase estará dirigida la Ilustración, movimiento que no se inclina ante ningún dogma político ni religioso. Es la época del Despotismo ilustrado, que desembocará en la Revolución francesa de 1789. El Tratado de Utrecht (1713) liquida a España como imperio y como potencia mundial.

Producción literaria en el siglo XVIII

En cuanto a producción literaria, el XVIII es de los más pobres: nada hay destacable en poesía, la novela también decae y el teatro será tardío. La literatura será de tipo práctico e instrumental: se convierte en un elemento de propaganda acerca del estado de la sociedad. En todos los géneros se busca el didactismo, aunque de una forma diferente a la de los siglos precedentes, ya que la Iglesia pierde poder en este sentido.

Lo prioritario es la difusión de las ideas (por ello se le da el sobrenombre de Siglo de las Luces, de la Razón…), y para ello el vehículo más apropiado es la prosa. La temática no siempre es literaria, aunque su desarrollo y forma lo sea. Así, muchas obras, como los ensayos, tienen un dudoso carácter literario, aunque están escritos con voluntad literaria y estilo cuidado.

Principales vías de penetración de la Ilustración en España

  • Las traducciones de libros extranjeros, especialmente franceses.
  • La acción antibarroquizante del Padre Feijoo.
  • La difusión de la filosofía racionalista, gracias al empirismo de Locke y a la Enciclopedia de Diderot y D’Alembert (37 volúmenes que compilan todo el saber humano).
  • La difusión de las ideas jurídicas basadas en el derecho natural.
  • Los viajes de la burguesía a Francia: lo afrancesado será moda.
  • La publicación de los primeros periódicos y revistas, que servirán como medio de divulgación y discusión de los temas más variados.

Este reformismo fue calando poco a poco hasta la llegada de Carlos III, que junto a sus ministros encarnan el espíritu ilustrado en España.

Instituciones culturales

  • Biblioteca Nacional (1712), fundada con Felipe V.
  • Real Academia Española (1713): creada por un grupo de intelectuales, aspiraba a mantener la pureza del idioma. En 1714 el rey Felipe V la hace oficial. Entre sus logros están: la publicación del Diccionario de Autoridades (1726-39), la publicación de la Ortografía (1741) y la publicación de la Gramática (1771).
  • Real Academia de la Historia (1735): pretende rescatar, conservar y valorar los documentos del pasado español.
  • Museo del Prado (1785) y Jardín Botánico (1755).
  • Otras instituciones que también son importantes instrumentos para la reforma económica y cultural del país: las Sociedades Económicas de Amigos del País, las Juntas de Comercio

Etapas literarias del XVIII

  1. Lucha contra el Barroco: se empieza a tomar contacto con el clasicismo francés e italiano (aprox. hasta 1750). Es más importante la crítica que el ingenio, apenas se cultiva literatura creativa, sino el “ensayo” y la sátira. El estilo es sencillo y claro.
  2. Neoclasicismo: hasta fin de siglo, bajo el imperio de la razón y de los preceptos franceses, se imita a los clásicos italianos. Por ejemplo, vuelve la regla de las tres unidades en teatro, se cultiva la oda filosófica, la lírica se reduce a poemas insulsos y todo se impregna de prosaísmo.
  3. Prerromanticismo: en las últimas décadas, oponiéndose al triunfante Neoclasicismo, ciertos autores tienen una reacción sentimental (el movimiento se origina en Inglaterra) hacia temas emotivos, nocturnos…, que preludian el Romanticismo posterior. En España lo vemos, por ejemplo, en las Noches lúgubres de Cadalso (1798).

Autores principales de la etapa antibarroca

  • Ignacio Luzán: en Poética (1737) intenta regular la literatura mediante preceptos, como en Francia.
  • Fray Benito Feijoo y Montenegro (1676-1764): catedrático de Teología, tuvo tantas adhesiones como enemigos. El único género que cultivó fue el ensayo: Teatro crítico universal (8 tomos), Cartas eruditas (5 tomos escritos en un estilo sencillo, donde expone problemas filosóficos, científicos, literarios…). Ataca, por ejemplo, las falsas creencias populares.
  • Francisco de Isla: ridiculiza el barroquismo de la oratoria de la Iglesia en su novela Historia del famoso predicador fray Gerundio de Campazas, alias Zotes (el cual aún no sabía leer ni escribir y ya sabía predicar).

En el Neoclasicismo

(etapa más creativa), los principales rasgos son:

  • En teatro: la preferencia por la prosa; la adopción rigurosa de la regla de las tres unidades (unidad de lugar, de tiempo y de acción); proscripción de todo lo imaginativo, fantástico o misterioso; separación radical entre lo cómico y lo trágico; la finalidad didáctica de las obras.
  • En lírica: los temas pastoriles, anacreónticos o filosóficos; el poeta enmascara sus sentimientos; se desechan las metáforas violentas; el estilo es prosaico e instrumental.

El Neoclasicismo se manifestó en España bajo dos escuelas (que tarde o temprano se van impregnando de Prerromanticismo):

  • Escuela salmantina, donde destacan: José Cadalso, con Cartas marruecas; Juan Meléndez Valdés, autor de poesía pastoril y anacreóntica; pero sobre todo Jovellanos, político y reformador (1744-1811), que se preocupó mucho por los problemas económicos y sociales del país y, aunque su producción estrictamente literaria es escasa (dos dramas, El Pelayo y El delincuente honrado, y varios poemas), son importantes sus obras didácticas en prosa: escribe sobre política, historia, economía, filosofía, filología… Gaspar Melchor de Jovellanos formula críticas y propone reformas socio-políticas: Memoria para el arreglo de la policía de espectáculos y diversiones públicas (1790), donde hace una exposición de las diversiones que han sido históricas, en ocasiones erróneas, y propone medidas para el bien general; Informe sobre el expediente de la Ley Agraria (1994), propuesta de reforma de la propiedad agrícola; Memoria del castillo de Bellver
  • Escuela madrileña, donde incluimos a: Nicolás Fernández de Moratín, lírico (poesía didáctica, como Arte de la caza y Arte de putear, entre otras) y dramaturgo (una comedia, La Petrimetra y tres tragedias, como Guzmán el Bueno, por ejemplo); dos fabulistas en verso, como Tomás de Iriarte y Félix Mª Samaniego; García de la Huerta, autor de teatro (por ejemplo, Raquel); Ramón de la Cruz, dramaturgo y autor de más de 300 sainetes sobre la vida madrileña (por ejemplo, Manolo), así como de comedias y zarzuelas; pero destaca, sobre todo, Leandro Fernández de Moratín, autor que mejor representa los preceptos del Neoclasicismo.

Leandro Fernández de Moratín (1760-1828)

Cultivó la poesía satírica (dentro de Lección poética, sátira contra los vicios introducidos en la poesía castellana) y escribió alguna obra en prosa satírica con marcado carácter antibarroco (La derrota de los pedantes). Como poeta lírico, fue quizás el más interesante del siglo, poco dado a exhibir los sentimientos. Pero Moratín será, por encima de todo, el más importante autor dramático del Neoclásico español.

Escribió cinco comedias en las que trata de deleitar, al tiempo de instruir moralmente, creando una acción que imite de modo verosímil la realidad. No escribió tragedias, a pesar del éxito del que gozaban en aquel tiempo, porque consideraba que la comedia es la que “pinta a los hombres como son”, imita las costumbres, los vicios y errores, los incidentes de la vida cotidiana, y de ellos crea una fábula verosímil, instructiva y agradable para el espectador.

Por supuesto, en su teatro, sigue rigurosamente las tres reglas clásicas de unidad de tiempo, espacio y acción:

  • La comedia nueva o El café: contra los malos poetas dramáticos, ignorantes de las reglas.
  • La mojigata: contra la falsa piedad.
  • En las tres siguientes obras, El barón, El viejo y la niña y El sí de las niñas, defiende la libertad de la mujer para elegir marido.

El sí de las niñas fue escrita en 1801 y publicada en 1805, pero no estrenada hasta 1806. Fue la última y más importante obra de Moratín, y un éxito absoluto. En ella vemos cómo refleja sus propias preocupaciones a través del protagonista, don Diego: un maduro caballero retira generosamente sus pretensiones de casarse con una joven basándose en la razón, pero en el fondo está el problema de los matrimonios concertados y el de la mujer que se somete a la voluntad de los mayores. Aunque podría ser considerado un alegato feminista, Moratín nunca es un revolucionario, solo un reformista.

La acción abarca 10 horas y transcurre en la sala de paso de una posada de Alcalá.