Las Campañas Militares Clave (1937-1939)
Franco intentó por segunda vez tomar Madrid. La Batalla del Jarama, que se desarrolló del 6 al 27 de febrero de 1937, fue una de las más duras, y en la de Guadalajara las tropas italianas de Mussolini fueron derrotadas. La ofensiva republicana de Brunete también fracasó. Franco cambió de estrategia y aceptó entonces que esta iba a ser una guerra larga, centrándose en la conquista del norte.
Tras la conquista de Bilbao, que tuvo lugar el 26 de abril de 1937, el bombardeo de Guernica por parte de la Legión Cóndor y la ofensiva republicana de Belchite (del 24 de agosto al 6 de septiembre del mismo año) también fueron fallidas. A finales de 1937, los republicanos desarrollaron una ofensiva en el Bajo Aragón, entrando en Teruel a principios de 1938. Sin embargo, los nacionales recuperaron pronto el territorio y se dirigieron al Mediterráneo, cortando las comunicaciones entre los dos territorios de la República con la toma de Vinaroz.
Las tropas republicanas lanzaron la ofensiva sobre el Ebro para evitar el avance hacia donde se encontraba su gobierno en Valencia. Fue una batalla que duró tres meses (del 25 de julio al 16 de noviembre) y supuso un gran desgaste para muchos de los republicanos. Ganaron los nacionales, conquistando fácilmente Cataluña en enero de 1939, y las personas empezaron a exiliarse en masa a Francia.
Tras la dimisión de Azaña como presidente de la República, hubo un golpe de Estado por el coronel Casado, quien intentó la paz con los golpistas. El 28 de marzo, las tropas franquistas ocuparon Madrid y la República se derrumbó definitivamente en Ciudad Real, Albacete, Murcia y Valencia. El 1 de abril de 1939 se comunicó el fin de la guerra.
El Caos y la Reorganización en la Zona Republicana
Tras el estallido de la guerra, ambas zonas se encontraban caóticas a nivel militar y político, sobre todo la zona republicana. La pérdida del control hizo que hubiera matanzas espontáneas y descontroladas de derechistas, eclesiásticos y terratenientes. El más sonado fue el Fusilamiento de Paracuellos (de los presos de Madrid).
El Gobierno Giral se hizo con algunas empresas; los capitales fueron inmovilizados, las tierras de propietarios huidos fueron ocupadas y las propiedades de la Iglesia, confiscadas.
En el verano de 1936, la España republicana tenía dos tendencias principales: por un lado, comunistas, socialistas, moderados y republicanos que querían una economía de guerra que permitiera vencer a los sublevados; y por otro, los anarquistas, trotskistas y socialistas radicales que tenían la necesidad de hacer una revolución a la par que la guerra.
El Gobierno intentó regular las milicias para convertirlas en Ejército Popular, y en septiembre se formó un Gobierno de unidad presidido por Largo Caballero. Los posteriores enfrentamientos y el juicio al POUM hicieron que Largo Caballero dimitiese. Entonces llegó un nuevo gobierno presidido por Juan Negrín, apoyado por el PCE, recuperando el control del Estado y restringiendo las colectivizaciones. Sin embargo, dentro del Gobierno surgieron voces contrarias, pues algunos querían que se negociara y otros querían llegar hasta el final.
Tras la caída de Cataluña, Azaña dimite como presidente, y en Madrid el coronel Casado quería negociar la paz con Franco, mientras este último quería una rendición incondicional.
La Consolidación del Poder en la Zona Sublevada
En el territorio sublevado existían muchas corrientes ideológicas, pero se tradujo en una férrea unidad que fue la clave para la victoria. Tras el fallecimiento de Sanjurjo, se estableció la jefatura única y una Junta de Defensa Nacional presidida por el general Cabanellas. Se decretó el restablecimiento de la bandera roja y gualda, además de la extensión del estado de guerra en todo el territorio.
Pero Cabanellas era torpe políticamente hablando, y la jefatura única recayó sobre Franco, cuyo prestigio militar aumentaba con el traslado de las tropas de África, la rápida conquista de Extremadura y la liberación del Alcázar de Toledo.
El Estado tomó rápidamente un giro antirrepublicano para transformarse en Alzamiento Nacional y en Cruzada, definiéndose así las características fundamentales del Estado franquista: nacionalismo español y catolicismo.
A nivel político, se produjo la unificación inmediata de todas las fuerzas (la FET de las JONS, que aglutinaba a tradicionalistas carlistas y falangistas). Esta centralización del poder giró en torno a Franco y su partido único, con la Ley de Administración del Estado que le concedía poderes ejecutivos, legislativos y judiciales, sin división de poderes.
Cabe destacar el apoyo de la Iglesia, de ahí el término Cruzada, y se inició la represión de los sectores democráticos y republicanos con la intención de eliminarlos mediante matanzas colectivas y ejecuciones individuales. Esta represión se fue sistematizando durante la guerra.
El Contexto Internacional y las Consecuencias de la Guerra
La guerra, anticipo de la II Guerra Mundial, hizo que el Comité de No Intervención, por el miedo a una extensión del conflicto, perjudicara sobre todo a la República, pues Franco siguió contando con la ayuda de italianos y alemanes. La República siempre contó con el apoyo de México, la Unión Soviética (que aportaron aviones y carros de combate), y en menor medida, de Francia.
Como consecuencias, se destacan las grandes pérdidas humanas, de las que no hay una cifra muy estudiada, siendo la más aceptada la de 500.000 entre guerra y posguerra. También se observó el hambre, la reducción de la natalidad y la pérdida de población joven. Los niños de la guerra fueron evacuados a países extranjeros y hubo un gran éxodo entre enero y febrero de 1939, calculándose unos 450.000 exiliados.
Tampoco hay que olvidar que la guerra fue desastrosa económicamente, ya que su nivel de renta no se recuperó hasta 1950, debido a la destrucción de la industria y el retorno a la agricultura primaria. Pero quizás lo más importante fue la fractura real entre vencedores y vencidos y la dictadura franquista que se mantuvo hasta el año 1975.