Ortega y Gasset: La Razón Vital y el Perspectivismo
La Razón Vital: Un Instrumento al Servicio de la Vida
Para Ortega y Gasset, la razón es una función intrínseca de la vida humana: es el instrumento que permite al sujeto obtener su perspectiva vital. La razón vital se concibe como una razón al servicio de la vida, no opuesta a ella, a diferencia del vitalismo irracionalista propuesto por Nietzsche.
Frente a la filosofía tradicional, que consideraba la naturaleza como un modo de ser fijo y universal para todos los individuos, Ortega —junto con Dilthey y Heidegger— rechaza esas categorías (esencia, naturaleza) para describir la existencia humana. La racionalidad propia del ser humano es la razón vital, expresada en categorías similares a las existenciales de Heidegger.
La razón vital se opone a la razón científica, adecuada para conocer la naturaleza, que se rige por leyes necesarias expresadas en fórmulas matemáticas gracias a la regularidad del tiempo natural. Sin embargo, el tiempo de la existencia es cualitativamente distinto.
Siguiendo a Dilthey, las ciencias del espíritu buscan comprender, no explicar, los fenómenos humanos, porque estos no son meros casos de leyes generales. Comprender es captar el sentido de un fenómeno humano en su contexto específico. La vida se comprende mejor que se explica: comprendemos un suceso vital al valorarlo dentro de nuestra propia existencia. Intentar explicarla lleva a un reduccionismo determinista que niega la libertad de la persona. Por tanto, la razón vital, en lugar de explicar, comprende.
La Doctrina del Punto de Vista: Perspectivismo y Verdad
La teoría del conocimiento de Ortega, enmarcada dentro de su filosofía raciovitalista, se denomina doctrina del punto de vista.
Con el término “vida”, Ortega se refiere a la existencia humana concreta. La vida utiliza la razón como instrumento para obtener su perspectiva del mundo.
El error del racionalismo fue sustituir la vida por la razón, es decir, reemplazar al sujeto particular y concreto por el sujeto trascendental, que supuestamente capta la realidad tal como es, sin alterarla. Para Ortega, este sujeto trascendental no existe y es imposible lograr un conocimiento absoluto. Frente al relativismo, que sostiene que la realidad depende enteramente del sujeto, Ortega propone que el sujeto conoce solo aquella porción de la realidad que se ajusta a su circunstancia.
Ortega compara este proceso con una red lanzada al mar: cada sujeto, según su situación vital, atrapa una parte de la realidad, pero no el todo. Así, cada uno tiene su punto de vista. La perspectiva es tanto el modo en que la realidad se muestra como la manera de conocerla. Sin los sujetos, la realidad quedaría desconocida.
El perspectivismo de Ortega no es relativismo: el hecho de que existan múltiples perspectivas no niega la existencia de la verdad, sino que la verdad es múltiple y se construye sumando perspectivas.
Ortega lo ilustra con el ejemplo de un paisaje: solo puede contemplarse desde un lugar y momento concretos, que determinan cómo se organiza la visión (figura, fondo, colores). Desde otro lugar, el paisaje se verá de otro modo, y ambas visiones son auténticas. No existe un paisaje arquetípico que sea igual desde cualquier punto de vista.
Nietzsche: Crítica a la Metafísica y la Moral
La Crítica a la Metafísica Tradicional
La obra de Nietzsche rompe con la metafísica del racionalismo griego. No busca un sistema cerrado, sino expresar intuiciones de forma libre y provocadora, exaltando la irracionalidad como vía para el pensamiento.
Nietzsche critica el cristianismo como ideología contraria a la vida: fomenta la obediencia, la negación de los deseos, el culto a la vida ultraterrena y un Dios moralista; promueve el amor a la debilidad y el odio a la fuerza.
La metafísica tradicional incluye el racionalismo, el ideal de verdad, un mundo suprasensible, la confianza en la ciencia y en principios morales objetivos, apoyados en categorías que Nietzsche considera falsas (finalidad, unidad, ser), creadas para calmar la inseguridad ante un mundo caótico.
Nietzsche considera que los antiguos griegos captaron el sentido trágico de la vida, que fue desplazado por el predominio de la razón tras Sócrates. Para él, la realidad es devenir, un flujo constante que escapa a la razón. Entender la vida racionalmente es traicionarla. Solo Heráclito comprendió que “todo fluye”.
Según Nietzsche (empirista), los sentidos revelan la realidad, pero la tradición cristiano-racionalista los desacreditó, creando un mundo superior e inmóvil (Parménides, Platón, cristianismo). Esta es la gran traición de la metafísica al mundo terrenal.
Los conceptos son los instrumentos de este engaño. Sus errores son: 1) Creer que la razón puede fijar la realidad; 2) Valorar más los conceptos complejos (identidad, esencia, ser). Para Nietzsche, el ser es solo “el último humo de la realidad”. El error metafísico es difícil de desmontar, pues se basa en el lenguaje. Los filósofos platónicos han explotado este error, originado en la debilidad de la voluntad.
La Crítica a la Moral: La Transvaloración de los Valores
La crítica de Nietzsche a la metafísica tiene su raíz en la crítica de la moral, puesto que el origen de los conceptos de la metafísica es el rencor de la voluntad débil, que se venga de la vida invirtiendo los valores del mundo terrenal (gozar es pecado, ser libre es imprudente, el ser humano solo debe vivirse desde la razón, todo lo irracional atenta contra la idea de Dios…).
En la obra La genealogía de la moral, Nietzsche expone la dinámica de la inversión de los valores, denominada transvaloración: aquello que originalmente era bueno pasó a ser considerado malo por los filósofos socráticos y pensadores de la religión judía y cristiana. En Homero (tragedia griega), la virtud equivalía a excelencia y unía en su concepto la fuerza, la riqueza, la belleza y el poder. En cambio, malo era ser humilde, pobre y pasar desapercibido.
Sin embargo, a partir de Sócrates, el concepto de virtud se relacionó con la salud del alma y el comportamiento conforme a la razón. Por su parte, la tradición judeocristiana divulgó el anuncio del castigo eterno para los malvados y la salvación para los buenos, pero dándole un significado invertido a estos términos: los buenos son ahora los débiles y enfermos, los que sufren, mientras que los fuertes y poderosos pasan a ser los malvados.
Descartes: El Fundamento del Racionalismo Moderno
Las Primeras Verdades: El Cogito y la Esencia del Yo
La primera verdad del sistema de Descartes es “pienso, luego existo” (Cogito ergo sum), una intuición que ni el genio maligno podría refutar: al dudar, el sujeto se da cuenta de que existe.
De esta verdad se derivan:
- La esencia del sujeto, dada por el cogito.
- El criterio de verdad.
- La existencia de Dios.
La segunda verdad: “yo soy una cosa que piensa” (res cogitans), afirma la esencia del yo. Siguiendo el esquema escolástico, Descartes distingue entre existencia (el hecho de ser) y esencia (lo que algo es). Define:
- Sustancia: lo que no necesita de otra cosa para existir.
- Atributo: propiedad que define la sustancia (en el yo, el pensamiento).
- Modo: modificación de una sustancia.
Concluye que el yo es una sustancia pensante: el sujeto sabe que existe cuando piensa, aunque puede dudar de tener cuerpo.
Retomando el dualismo platónico (y criticando a Aristóteles), afirma: “yo soy mi alma, una cosa que piensa” (res cogitans), distinta del cuerpo, que puede existir sin él. Para Descartes, el cuerpo es un mecanismo gobernado por la mente (como un capitán a su nave).
Esta separación radical entre pensamiento (alma) y extensión (cuerpo) plantea el problema de cómo se comunican ambas sustancias: cómo la mente ordena al cuerpo, cuestión que los críticos consideran no resuelta en el sistema cartesiano.
Mecanicismo y Concepción del Ser Humano
Tras probar la existencia de Dios, Descartes obtiene el criterio de verdad: un ser perfecto garantiza que el sujeto no está siendo engañado.
Esto permite:
- Anular la hipótesis del genio maligno, pues el Creador no es falaz.
- Asegurar que las ideas percibidas clara y distintamente son verdaderas.
Descartes llama res extensa a la sustancia cuyo atributo es la extensión geométrica; por tanto, sus propiedades son las que podemos percibir clara y distintamente como reales.
De aquí deriva su visión del mundo:
- Modelo mecanicista: el mundo es como una máquina, un sistema de cuerpos en movimiento, sometido a fuerzas en un espacio geométrico.
- El mecanicismo es determinista: conociendo un estado de la materia, se puede predecir el siguiente, eliminando la visión teleológica (finalista) de Aristóteles, y quedando solo la causalidad eficiente.
- Reducción de la realidad material: excluye las cualidades secundarias (color, olor, sabor), al no poder traducirse a ecuaciones matemáticas.
Pruebas de la Existencia de Dios
Las pruebas de la existencia de Dios son la última etapa del sistema cartesiano. Hasta este punto, Descartes solo acepta con certeza la existencia del propio yo; si no demostrara que existe algo fuera del sujeto, su filosofía caería en el solipsismo.
Estas pruebas tienen dos características fundamentales: deben partir del cogito, ya que es lo único indudable, y no pueden basarse en la deducción, invalidada por la duda metódica, sino que deben derivar de la intuición del cogito.
Descartes propone tres pruebas para demostrar la existencia de Dios:
- Primera prueba (a posteriori): En la mente del sujeto existe la idea de Dios como ser infinito y eterno. Esta idea no proviene de los sentidos (no es adventicia) ni ha sido construida por el sujeto (no es facticia), por lo que debe ser innata. El sujeto no puede ser causa de esta idea porque es finito, y una causa debe ser proporcional al efecto. Por tanto, solo un ser infinito, es decir, Dios, puede ser la causa de esta idea.
- Segunda prueba (a posteriori): Si Dios no fuese causa de la existencia del sujeto, el sujeto debería haberse causado a sí mismo. Pero si así fuera, se habría hecho perfecto. Como el sujeto es imperfecto, finito y limitado, no puede haberse causado a sí mismo. Por ello, Dios debe ser su causa.
- Tercera prueba (a priori u ontológica): La idea del ser perfecto incluye su existencia, igual que no se puede concebir un triángulo sin tres ángulos. Por tanto, el ser perfecto (Dios) debe existir necesariamente.