Al-Ándalus: La Conquista Musulmana de la Península Ibérica. El Emirato y el Califato de Córdoba
Aprovechando la crisis de la monarquía visigoda (disputa entre los partidarios de Don Rodrigo y los hijos de Witiza), en el año 711 un ejército de musulmanes (predominantemente bereberes) desembarcó en la Península y derrotó a Don Rodrigo en la Batalla de Guadalete. La ocupación de la Hispania visigoda fue rápida, gracias a los pactos y capitulaciones y a la indiferencia de la población. No obstante, los nuevos gobernantes respetaron a cristianos y judíos. Tras un primer momento de inestabilidad política y conflictos étnicos (entre bereberes, árabes y sirios), se estableció un Emirato dependiente del Califato Omeya de Damasco, que estableció su capital en Córdoba. Los Omeyas fueron reemplazados por la familia abasí. Como consecuencia, Abderramán I (único miembro superviviente) proclamó en Al-Ándalus, en el año 756, el Emirato Independiente, lo que supuso la secesión política del califato abasí. En este periodo se organizó el territorio, la hacienda y los impuestos, la justicia, se estableció la sucesión hereditaria y se creó un ejército profesional. Abderramán III accedió al emirato en medio de revueltas internas y el hostigamiento de los cristianos. Pacificó el territorio (resolviendo problemas en las marcas y en el sur, controlado por Umar ibn Hafsun), detuvo el avance de los reinos cristianos (como el de Ramiro II) y se proclamó en el año 929 Califa de Córdoba. El Califato fue la época de mayor esplendor andalusí (económico, comercial y cultural). Durante la minoría de edad de Hisham II, el poder se concentró en la figura de Almanzor. Con su muerte, se inició la desintegración del Califato, que culminaría en el año 1031, abriendo una nueva etapa política: la de los Reinos de Taifas.
Al-Ándalus: Economía, Sociedad y Cultura
Una de las principales aportaciones de Al-Ándalus fue el desarrollo de la agricultura y la gestión de los recursos hídricos (norias, acequias, canales, etc.). Los musulmanes cultivaron hortalizas, caña de azúcar y legumbres. Esta actividad se desarrollaría tanto en tierras comunales como en pequeñas propiedades. En cuanto a la ganadería, además de ovejas y cabras, se aportaron nuevas especies como el dromedario o el camello. Destacó la artesanía del cuero, el vidrio y el textil. El comercio urbano se concentraba en los zocos, pero la Península se integró en las rutas comerciales del Norte de África y Asia, desde donde se importaban productos de lujo.
La sociedad andalusí se estructuraba en torno a factores étnicos, económicos y religiosos. Los árabes constituyeron el grupo social con el estatus más alto (acumularon cargos y tierras), seguidos por los bereberes (agricultores y ganaderos) y, por último, los muladíes (conversos). Judíos (dedicados al comercio y los negocios) y mozárabes debían pagar el impuesto personal (yizya) y sobre la tierra (jarach), pero se organizaban en comunidades propias con relativa autonomía. Las aportaciones culturales islámicas son numerosas, abarcando desde la literatura. Desarrollaron la medicina (disección y curación psicológica) y farmacología; destacaron en astronomía y matemáticas. Introdujeron hábitos de higiene, diversificaron la dieta y establecieron el orden en las comidas. En Al-Ándalus se desarrolló una cultura muy personal que combinaba elementos orientales e hispanos. La Mezquita de Córdoba o la Alhambra de Granada son una clara muestra del esplendor del arte andalusí.
Los Primeros Núcleos de Resistencia Cristiana. Principales Etapas de la Reconquista y Modelos de Repoblación
La ocupación musulmana no alcanzó a todo el territorio peninsular. En las montañas cántabras y en el Pirineo se fueron formando pequeños núcleos que se convertirían en reinos e iniciarían la expansión peninsular. La Batalla de Covadonga en el 722, una escaramuza entre musulmanes y el caudillo Don Pelayo, marca el comienzo de la «Reconquista» y del futuro Reino de Asturias (posteriormente Astur-Leonés). A la muerte de Ramiro II, Fernán González unió varios condados y el Condado de Castilla se hizo autónomo. Por su parte, el Reino de Pamplona consolidó la dinastía Jimena que, con Sancho III el Mayor, alcanzó su momento de esplendor y controló los territorios de Castilla y diversos condados pirenaicos. Los carolingios establecieron la Marca Hispánica y, aunque Wifredo el Velloso, Conde de Urgell, amplió sus territorios y los convirtió en hereditarios, la desvinculación de los carolingios no se produjo hasta el siglo X (Borrell II).
La desintegración del Califato en Taifas favoreció el avance cristiano y, en el siglo XI, los reinos cristianos tomaron la iniciativa. Fernando I de Castilla fue el primero en imponer parias a los musulmanes y su hijo Alfonso VI tomó Toledo (1085), abriendo la línea del Tajo. Aragón se expandió a costa de la Taifa de Zaragoza y, en el siglo XII, se formó la confederación catalano-aragonesa (Petronila y Ramón Berenguer IV). Navarra, sin posibilidad de expansión, quedó vinculada en el siglo XI a la política francesa. Un momento decisivo de la conquista fue la victoria en la Batalla de las Navas de Tolosa (1212), gracias a la coalición formada por Alfonso VIII de Castilla, Pedro II de Aragón y Sancho VII de Navarra contra los almohades. A partir de esta fecha, los musulmanes dejaron de ser un peligro para los reinos cristianos y se abrió la conquista del sur peninsular. Fernando III unificó definitivamente Castilla y León en 1230, conquistó Córdoba y Sevilla; se repartió el Levante con Jaime I de Aragón y se convirtió en recaudador de las parias pagadas por Granada. Aragón se centró a partir de ese momento en la expansión mediterránea.
Para asegurar el territorio conquistado, era necesario repoblarlo. Se trató de una empresa de dominación del territorio que los monarcas intentaron controlar y que se produjo de diversas formas; algunas de ellas presentes a lo largo de toda la conquista, como la repoblación señorial (monacal, eclesiástica o laica), que daría lugar a grandes señoríos. Sin embargo, generalizando, podemos establecer que, en un primer momento, las tierras del Duero fueron ocupadas por presura; a partir del siglo XI, los reyes concedieron fueros o cartas pueblas y aparecieron los concejos en las villas. Las Órdenes Militares repoblaron los valles del Tajo y Guadiana, y los territorios del valle del Guadalquivir, Valencia y Murcia (zonas con mucha población musulmana) se repoblaron por repartimientos en el siglo XIII. La forma de repoblar influyó en el tamaño y la forma de propiedad de la tierra. La repoblación privada posibilitó que la gente sin medios se convirtiera en propietaria y dio lugar a la pequeña propiedad, mientras que la repoblación por parte de señores y la Iglesia (con medios) tuvo como consecuencia la creación de latifundios.
Los Cristianos en la Edad Media: Organización Política, Régimen Señorial y Sociedad Estamental
Las monarquías hispánicas medievales tuvieron un sistema feudal que se consolidó en los siglos XI y XII debido a la debilidad del poder monárquico, la inexistencia de un poder centralizado y, como consecuencia, al fortalecimiento de la nobleza. Esto empezó a revertirse a partir del siglo XIII. Aunque en la cima del poder se encontraba el rey, su poder estaba limitado por los señoríos y los usos y costumbres, y estaba obligado a respetar los privilegios de la nobleza y el clero. Era el «primus inter pares». Le ayudaban en su gobierno instituciones como la Curia Regia (la corte), que era itinerante. En ella había cargos como el Mayordomo (que organizaba y administraba la casa real, bajo cuyo mando estaban el tesorero, el camarero o capellán) y el Alférez (jefe militar).
Las Cortes surgieron a partir del siglo XII. En un principio, eran reuniones extraordinarias convocadas por el rey cuando lo consideraba necesario. Asistían la nobleza, el clero y, finalmente, se acabó integrando en ellas el estado llano (representantes de la oligarquía urbana). Se discutían y votaban las peticiones económicas del rey. Se cree que en 1188, Alfonso IX de León fue el primero en convocar a la burguesía. La organización municipal estuvo en manos de la oligarquía urbana (en Castilla, los concejos y, a finales del siglo XIV, aparecería la figura del corregidor) y, en Aragón, el cabildo. En Cataluña, gobernaban los jurats, asesorados por el Consell (Consejo de Ciento). La sociedad era estamental. La nobleza la formaban las grandes familias (cristianos viejos), rentistas y propietarios de señoríos que mantenían gracias a los matrimonios y, a partir del siglo XIV, al mayorazgo. Aunque no pagaban impuestos y gozaban de privilegios jurídicos, encontramos situaciones muy diversas, desde los magnates hasta la baja nobleza (hidalgos). En la Baja Edad Media, adquirieron importancia, dentro de la nobleza de cargo, los letrados. El Clero tenía privilegios y recibía el diezmo. Era también un grupo heterogéneo (el alto clero estaba formado por miembros de la nobleza y el bajo clero por párrocos y monjes). En cuanto al pueblo llano, lo integraban, desde grandes comerciantes y burgueses hasta campesinos en regímenes diversos (aparcería, servidumbre, domésticos, etc.), a lo que hay que sumar judíos y mudéjares. Su función era proporcionar el sustento a otros estamentos, no tenían privilegios y soportaban una gran carga fiscal.
Organización política de la Corona de Castilla, de la Corona de Aragón y del Reino de Navarra al final de la Edad Media
Para comprender la organización política, debemos atender a tres instituciones fundamentales y su evolución: la monarquía, las Cortes y los municipios. En Castilla, desde finales del siglo XIII, gracias a la difusión de las teorías sobre el origen divino del poder que se consolidaron en toda Europa, la autoridad del rey se fue fortaleciendo, a pesar de las sucesivas crisis políticas. Esto se logró gracias a la centralización del poder real, que se materializó en la elaboración de un conjunto de leyes que reforzaban el poder del rey, como «Las Partidas» de Alfonso X o el «Ordenamiento de Alcalá» de 1348. Las Cortes, fusionadas de Castilla y León, sin competencias legislativas, experimentaron un declive ininterrumpido. El rey trató de consolidar su poder centralizando la administración. Se crearon instituciones como el Consejo Real (siglo XIV, 1385), formado por expertos en leyes que asesoraban al rey; la Cancillería, que se encargaría de la burocracia; la Audiencia (1371), órgano supremo de justicia y más tarde llamado Chancillería. También se reorganizó la hacienda, con la creación de las Contadurías y la figura del Mayordomo Real, principal responsable de los gastos e ingresos. Por su parte, los municipios vieron recortadas sus competencias y autonomía inicial. Los concejos abiertos dieron paso a los ayuntamientos o regimientos: concejos restringidos, de 20 personas que asumían el poder municipal. Los regidores y los corregidores se encargaban de hacer llegar hasta allí la autoridad real.
En Aragón, la estructura territorial de la Corona y sus usos políticos dificultaron el establecimiento del autoritarismo monárquico. La aventura política exterior iniciada a partir del rey Jaime I, la expansión por el Mediterráneo, provocó gran debilidad en el interior del reino: los monarcas, para financiar sus gastos, cedieron patrimonio, privilegios y derechos a los grandes señores e hicieron todo tipo de concesiones a las Cortes. El Privilegio General (1283), concedido a la nobleza por Pedro III, o el Privilegio de la Unión, dado por Alfonso III en 1287, son una prueba de la concesión de privilegios a los nobles. Esta Corona era una confederación de territorios, en la que cada uno tenía leyes e instituciones propias y donde la figura del virrey representaba al rey en los otros reinos en los que este no residía. El monarca se encontraba muy limitado por las Cortes, que sí tenían competencias legislativas. Se mantuvo la existencia separada de las Cortes catalanas, valencianas y aragonesas, aunque en alguna ocasión se reunieron conjuntamente en Monzón. Algunos órganos generales, como la Diputación del General, se encargaban de velar por el cumplimiento de lo acordado en las Cortes. En 1359, la Generalitat adquirió un carácter permanente. El Justicia de Aragón era un cargo específico de Aragón, cuya misión era interpretar y defender los fueros propios de este reino. En los municipios, el representante del rey fue perdiendo atribuciones. En su lugar, unos magistrados con funciones ejecutivas (consellers) y un consejo municipal les asesoraba (en Barcelona, el Consell de Cent, representantes de los artesanos y burgueses de las ciudades). En Navarra, se adoptaron instituciones como el Consejo Real y las Cortes. Disponía de unos Fueros Generales que el rey había de jurar, y una organización administrativa de merindades y concejos, similar a la castellana.
Los Reyes Católicos: Unión Dinástica e Instituciones de Gobierno
El matrimonio de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón (ambos de la dinastía Trastámara) se produjo en 1469. Esta Unión Dinástica supuso el gobierno de dos reinos (Aragón y Castilla) bajo la misma casa real; en ningún caso, la unidad de los estados ni la uniformidad institucional, legal o lingüística. La política institucional emprendida por los Reyes Católicos se orientó hacia la creación de una monarquía autoritaria capaz de enfrentarse a la nobleza, la Iglesia y las ciudades, y hacer más efectiva la administración del Estado. Para ello, se reorganizó el Consejo Real de Castilla, máximo órgano político. Formado por letrados, se encargaba de la política exterior, era el tribunal supremo de justicia y gestionaba la hacienda real. Otros consejos fueron los de Aragón y el Consejo de Órdenes Militares. Se crearon nuevos cargos como los secretarios reales o los virreyes. Se redujo el papel de las Cortes de Castilla, cuyas competencias fueron asumidas por los consejos, a la vez que la Chancillería asumía la función judicial por encima de las Audiencias. En cuanto a la administración municipal, se revitalizó el papel de los corregidores y se creó la Santa Hermandad con función policial y judicial. También el ejército y la Inquisición contribuyeron a reforzar el papel del Estado, pues dependían de los monarcas. Aunque las reformas afectaron a ambos reinos, en Aragón fueron menos efectivas, siguiendo este reino comportándose como una federación en la que fue fundamental la figura del virrey. Este reforzamiento del Estado continuaría en los reinados de Carlos I y Felipe II.
El Significado de 1492: La Guerra de Granada y el Descubrimiento de América
1492 es una de las fechas que tomamos como inicio de la Edad Moderna y es un año clave en la Historia de España, pues se produjeron la Conquista de Granada, la expulsión de los judíos y el Descubrimiento de América, lo que supuso la unificación religiosa de los reinos hispanos y la ampliación del espacio conocido por los europeos. La Conquista de Granada fue un cruento conflicto desarrollado entre 1483 y 1492 y respondió al objetivo político de los Reyes Católicos de unificar los territorios peninsulares bajo una misma religión. Se financió en parte gracias a la bula de cruzada otorgada por Alejandro VI y se consiguió gracias a una política agresiva, aprovechando las disputas internas del Reino de Granada, gobernado por Boabdil, y a la creación de un ejército propio, ya de un Estado moderno. Si bien en un principio se promovieron conversiones de forma amistosa, la situación cambió a partir de 1495 con las conversiones forzosas bajo pena de expulsión, lo cual generó la aparición de un nuevo grupo de difícil asimilación, los moriscos, que finalmente serían expulsados en 1609 por Felipe III.
El Descubrimiento de América hay que situarlo en el contexto de los viajes de exploración de portugueses y castellanos que venían produciéndose (el reparto de Azores, Canarias y Madeira se cerró en el Tratado de Alcaçovas en 1479). El proyecto de Cristóbal Colón (viajar hacia occidente para llegar hasta las Indias) fue aceptado por los Reyes Católicos. Era necesario trazar nuevas rutas debido a la presencia turca en el Mediterráneo, y la aventura fue sufragada por la Santa Hermandad, la villa de Palos y el propio Colón, entre otros. La expedición colombina fue posible gracias a los avances técnicos (brújula, astrolabio, carabela). Los descubrimientos de Colón hicieron resurgir las tensiones con Portugal por el control del Atlántico, que fueron resueltas en el Tratado de Tordesillas en 1494. Este tratado supuso trasladar la línea de demarcación a 370 leguas al oeste de las islas Cabo Verde, quedando así Brasil incluido en zona portuguesa.
Desde 1499, los Reyes Católicos autorizaron viajes de exploración privados, de los que se reservarían el quinto real. Gracias a ellos, se realizaron expediciones desde Florida al Río de la Plata y se consolidó el dominio sobre las Antillas. El resultado de esta empresa fue la apertura de comunicaciones a través de los océanos, el paso a una Europa dominadora de grandes espacios más allá del mar; la aparición de un mundo en el que lo urbano y el comercio tienen cada vez más peso; la apertura de nuevos horizontes intelectuales y los primeros pasos de la hegemonía de la Monarquía Hispánica.
Exploración y Colonización de América. Consecuencias de los Descubrimientos en España, Europa y América
Tras la exploración de las Antillas y el conocimiento del Pacífico por parte de Núñez de Balboa, los españoles se lanzaron a la conquista de las Indias occidentales. Entre los años 1519 y 1522 tuvo lugar la primera vuelta al mundo, iniciada por Magallanes y culminada por Juan Sebastián Elcano. Desde el año 1495, los reyes concedieron permisos de capitulación y conquista, por los cuales los conquistadores aportaban financiación y hombres, y la Corona incorporaba nuevos territorios y se quedaba con 1/5 parte de los beneficios (el quinto real). Desde Cuba partió la expedición de Hernán Cortés en 1519, que se hizo con el territorio azteca (México), y entre 1527 y 1533, Francisco Pizarro ocupó el Imperio Inca (Ecuador, Perú y parte de Bolivia). Los protagonistas de la conquista americana fueron segundones de familias hidalgas, antiguos soldados y aventureros que vieron en las Indias una oportunidad de hacer fortuna. Muchos de ellos eran veteranos de las guerras europeas y ocuparon rápidamente los territorios gracias a la superioridad de sus armas, a la ayuda de las tribus sometidas por incas y aztecas, y a la difusión de enfermedades que mermaron a la población indígena.
Las nuevas tierras eran propiedad del rey de Castilla y se administraban a través del Consejo de Indias (escindido del Consejo de Castilla) y de la Casa de la Contratación de Sevilla, que controlaba todo lo que iba y venía de América. El rey nombraba a los virreyes de los sucesivos virreinatos que se formaron, a los gobernadores provinciales y capitanes generales, así como a obispos y altos cargos de la Iglesia. En los municipios se formaron cabildos encargados de repartir las tierras. Lo que permitió establecerse a los españoles fue la agricultura; se importaron nuevas especies (patata, tomate, cacao, etc.) y se llevaron especies ganaderas (ovejas, cabras, caballos, etc.). Los sistemas de explotación fueron los repartimientos, las encomiendas y el concierto (mestizos). Gracias a las denuncias de explotación indígena por parte del padre Montesinos o de Fray Bartolomé de las Casas, se prohibió la explotación de los indios, aunque el sistema de mitas pervivió en las minas; se extrajo gran cantidad de plata durante el siglo XVI, pero esta decaería en el siglo XVII. Las consecuencias del descubrimiento abarcan desde la catástrofe demográfica (debido a las epidemias, la conquista, el impacto de la dominación, el sistema laboral y el mestizaje), hasta las geográficas (conocimiento real del mundo), la aparición de un comercio a escala mundial y su desplazamiento atlántico, y las culturales (conocimiento de nuevas culturas, expansión del catolicismo y europeización del mundo). Supuso también el inicio de la supremacía de los reinos hispanos.
Los Austrias del Siglo XVII: El Gobierno de los Validos. La Crisis de 1640
Felipe III abandonó todas o casi todas sus funciones de gobierno en un personaje no real, el privado o valido (en su caso, el Duque de Lerma). Era un noble de gran prestigio que ejercía de gobernante por delegación real. No fue un sistema popular y nunca un valido abarcó todo un reinado; sin embargo, su caída no supuso el fin de este sistema. Su reinado coincidió con el último momento de esplendor gracias al prestigio de los Tercios, al desarrollo de labores diplomáticas y a los grandes envíos de plata americana. En cuanto a su política interior, primaron los intereses personales y lo más destacable fue la expulsión de los moriscos en 1609, que tuvo graves consecuencias económicas. Su economía estuvo marcada por los gastos de la corte y la guerra. En cuanto al exterior, este periodo se conoce como la Pax Hispánica, pues Felipe III firmó la paz con Francia, Inglaterra y se estableció la Tregua de los Doce Años con las Provincias Unidas. Murió en 1621, dejando la Hacienda sin dinero y recién comenzada la Guerra de los Treinta Años.
Los primeros años de reinado de su sucesor, Felipe IV, aún fueron exitosos; sin embargo, en 1640 se inició la crisis de la Monarquía Hispánica. Su valido, el Conde-Duque de Olivares, llevó a cabo una política agresiva y centralista, rompiendo el respeto a la diversidad de los reinos hispanos. Se iniciaron movimientos separatistas como reacción a sus exigencias fiscales, el reclutamiento forzoso y las crisis de subsistencia. El primer conflicto estalló en Cataluña (Guerra dels Segadors) y fue seguido por la rebelión de Portugal (que vería reconocida su independencia en 1668 durante el reinado de Carlos II), Andalucía, Navarra, Aragón, Nápoles y Sicilia. Estos acontecimientos marcaron el inicio del fin de la hegemonía hispánica. El reinado de Carlos II estuvo marcado por la incapacidad del rey, la crisis económica, la paulatina pérdida de territorios y la crisis sucesoria. Con su muerte en 1700, se inició la Guerra de Sucesión, que finalizaría con la llegada al trono hispano de una nueva dinastía, la Casa de Borbón. A lo largo de esta centuria, se impuso el modo de vida barroco. La decadencia española afectó al plano político y económico, no así al cultural, que ha proporcionado artistas y escritores de primer orden. Se conoce como el Siglo de Oro español.
La Guerra de los Treinta Años y la Pérdida de la Hegemonía Española en Europa
La Guerra de los Treinta Años se inició en 1618, en los últimos años del reinado de Felipe III. Sus causas fueron tanto religiosas como políticas. En ella intervinieron la mayoría de las potencias europeas del momento y causó la devastación de territorios enteros, hambrunas, enfermedades y llevó a la bancarrota a muchas de ellas. Se inició con el reconocimiento de Fernando II como rey de Bohemia y su intento de supresión del protestantismo en sus territorios. Los Austrias españoles apoyaron a los Habsburgo alemanes. Las victorias de las tropas imperiales provocaron la intervención de Francia, de modo que un conflicto sucesorio se convirtió en una guerra internacional contra los Habsburgo. Esta guerra finalizó con la Paz de Westfalia en 1648, que supuso el ascenso de Francia a primera potencia y el fin de la hegemonía de los Habsburgo en Europa. Se vieron obligados a reconocer la independencia de las Provincias Unidas y la libertad religiosa de los príncipes alemanes, así como la incorporación de Alsacia y Lorena al territorio francés, lo que cortó las comunicaciones del Camino Español (de Milán a Bruselas). Supuso también el establecimiento del equilibrio como principio de las relaciones internacionales.
Principales Factores de la Crisis Demográfica y Económica del Siglo XVII y sus Consecuencias
Durante el siglo XVII, los reinos hispánicos sufrieron una profunda crisis que afectó especialmente a la Corona de Castilla. El declive demográfico se debió a las malas cosechas y crisis de subsistencia, la sucesión de pestes que dificultaron la recuperación de la población, los conflictos bélicos y levas para los Tercios que dejaron los campos sin mano de obra, la repercusión de la expulsión de los moriscos y la emigración a América. Se produjo un descenso de la producción agrícola, por falta de mano de obra, el atraso técnico y las enormes cargas fiscales de la población, que hicieron subir los precios. Los pequeños propietarios no pudieron conservar sus tierras y los poderosos se hicieron con grandes latifundios en los que no se invirtió en mejoras, pues su objetivo era vivir de las rentas. También se observó un declive del sector textil por falta de competitividad: decadencia de la industria lanera, un deficiente comercio interior debido a los impuestos y numerosas aduanas, la carencia de una red de transporte y la quiebra del monopolio de América por el contrabando francés, holandés e inglés, así como por los piratas y corsarios. Paralelamente, descendió la llegada de metales de América. La política imperial de los Austrias, que gravaba a la población con impuestos y se endeudaba con préstamos y emitiendo juros (deuda pública), era insostenible y condujo a la bancarrota (el Estado se declaró en quiebra en 1627, 1647, 1656 y 1665). Algunos intelectuales y economistas (arbitristas como Tomás de Mercado, Sancho de Moncada o Martín González de Cellorigo) denunciaron los problemas del Estado y propusieron reformas fiscales para mejorar la producción y repartir de forma más equitativa las cargas fiscales, en línea con las propuestas mercantilistas (comercio y exportación). Pero su influencia fue escasa. Al final de la centuria, empezó a notarse cierta mejoría.
El Imperio de los Austrias: España bajo Carlos I. Política Interior y Conflictos Europeos
Al morir Fernando el Católico, en 1516, Carlos I, de la familia de los Habsburgo, fue declarado heredero tras una breve regencia del Cardenal Cisneros. El hijo de Juana la Loca y Felipe el Hermoso recibía así de sus abuelos maternos, los Reyes Católicos, las Coronas de Castilla y Aragón; y de sus abuelos paternos, María de Borgoña y el emperador Maximiliano I, los Países Bajos, el Franco Condado, Austria, Tirol, y el derecho a ser elegido emperador. Un extenso patrimonio, pero disperso y heterogéneo. La llegada de Carlos a Castilla, joven e inexperto, desconociendo las costumbres e idioma de su reino, hizo que depositara su confianza en los nobles borgoñones que le acompañaban, a los que procuró altas dignidades, lo que aumentó el recelo de las Cortes, reunidas en Valladolid en 1518. Estas le hicieron diversas demandas, como el juramento de las leyes castellanas, mantener a su madre Juana como reina, nombrar castellanos para los principales cargos o aprender el idioma. Prosiguió su viaje a Aragón para ser coronado por sus Cortes, pero lo interrumpió al conocer su elección como emperador, sin cumplir gran parte de lo solicitado, y exigió grandes sumas para sufragar su viaje a Alemania y coronación. El malestar se reflejó en las sublevaciones de las Comunidades en Castilla (1520-1522) y de las Germanías en Valencia y Mallorca (1519-1523). En la primera, importantes ciudades castellanas se levantaron contra la autoridad del rey, descontentas al haber dejado gran parte de las peticiones de las Cortes sin cumplir y con un regente extranjero. Los comuneros, unidos en la Santa Junta, terminaron derrotados por las tropas imperiales en Villalar, siendo sus líderes Bravo, Padilla y Maldonado ejecutados. Por su parte, las Germanías, hermandades de defensa frente a la piratería en las ciudades costeras de Valencia y Mallorca, protagonizaron una revuelta. Como en Castilla, la alianza entre monarquía y nobleza acabó con el conflicto en 1523. La Corona y la nobleza salieron reforzadas, las Cortes debilitadas y Castilla terminó convirtiéndose en el centro político y administrativo del Imperio. En su reinado, tuvo que enfrentarse a problemas externos. Se enfrentó a Francisco I de Francia en cuatro guerras, con diferentes resultados, por la hegemonía en Europa y el interés de ambos países por controlar Italia, Navarra o Borgoña; destacando victorias como la de Pavía (1525) y la anexión del Milanesado. Debió afrontar la amenaza del Imperio turco en Europa oriental, defendiendo Viena (1532), y en el Mediterráneo frente a los piratas berberiscos del Norte de África, aliados de los turcos, logrando tomar Túnez en 1535, pero fracasando frente a Argel. La Reforma Protestante, iniciada por Lutero en 1527, unió las cuestiones religiosas a las políticas en Alemania, al extenderse y ser aceptada por muchos príncipes alemanes enfrentados al emperador y unidos en la Liga de Smalkalda. Carlos V intentó resolver el problema por medio de la diplomacia y por la fuerza. Pese a victorias militares como en Mühlberg (1547), terminó firmando la Paz de Augsburgo (1555) y admitiendo la posibilidad de elegir a los gobernantes alemanes. Cansado y enfermo, se retiró a Yuste, dejando los reinos hispánicos a su hijo Felipe II y el Imperio a su hermano Fernando.