El Conocimiento y la Realidad según David Hume
Hume, filósofo de la Época Moderna, abordó en varias de sus obras el problema del conocimiento y la realidad.
Impresiones e Ideas
Según Hume, todos nuestros conocimientos son impresiones o ideas. Las impresiones son aquellas percepciones que captamos directamente con los sentidos y proceden de la experiencia sensible. Por otra parte, las ideas son el recuerdo de estas impresiones, representaciones mentales más débiles que derivan de ellas.
Tipos de Conocimiento
Hume considera que hay dos clases de conocimiento:
- Relaciones de ideas: Son conocimientos basados en la lógica y la matemática, cuya verdad es necesaria y universal (ej. un triángulo tiene tres lados). Se descubren por la mera operación del pensamiento, independientemente de lo que exista en el universo.
- Cuestiones de hecho: Son conocimientos que provienen de la experiencia sensible. Sus enunciados son contingentes, lo que significa que su contrario es siempre posible y no implica contradicción. Un ejemplo clásico es el del cisne negro: aunque solo hayamos visto cisnes blancos y afirmemos “todos los cisnes son blancos”, siempre es posible que aparezca un cisne negro que contradiga nuestra afirmación basada en la experiencia pasada.
El Límite del Conocimiento y la Crítica a la Metafísica
Para Hume, un enunciado sobre el mundo solo tiene validez si, en última instancia, procede de la experiencia sensible (una impresión). Esto le lleva a preguntarse: ¿qué podemos conocer realmente? Su respuesta es: todo aquello que nos aporte la experiencia sensible. Afirma que no existen las ideas innatas, por lo que nuestro conocimiento es limitado. Como consecuencia directa, Hume sostiene que la metafísica tradicional, que pretende ir más allá de la experiencia, no es posible como ciencia; no podemos conocer realidades como Dios, el alma o el mundo como sustancia.
Crítica al Principio de Causalidad
Además, Hume añade a su pensamiento una crítica fundamental al principio de causalidad. Con ella, busca demostrar que las demostraciones basadas en este principio (la idea de que un evento A necesariamente causa un evento B) son incorrectas desde una perspectiva empírica estricta. Para Hume, no observamos una conexión necesaria entre causa y efecto en la realidad.
Considera que esta conexión no se percibe con los sentidos; solo percibimos la sucesión temporal y la contigüidad espacial entre eventos. La idea de conexión necesaria la establece nuestra mente (el entendimiento) por hábito y costumbre, tras observar repetidamente la conjunción de ciertos fenómenos. Por tanto, la causalidad no es una ley objetiva del mundo, sino una creencia subjetiva, útil para la vida, pero contingente.
Consecuencias Filosóficas: Escepticismo Moderado
Esta crítica tiene importantes consecuencias. Por ejemplo, dado que la percepción sensible es diferente en cada persona y no podemos ir más allá de nuestras impresiones, no se puede definir ninguna sustancia permanente (ni material ni espiritual). Las ‘sustancias’ son simplemente conjuntos de impresiones particulares que asociamos. Incluso el ‘yo’ o ser humano como sustancia unificada no puede ser percibido directamente; solo percibimos un flujo constante de impresiones y ideas.
Aun así, Hume no adopta un escepticismo radical. Admite que, aunque no podamos conocer las sustancias o la causalidad necesaria, sí podemos tener un conocimiento probable del mundo basado en el fenomenismo (el conocimiento se limita a los fenómenos, a lo que aparece en la experiencia sensible). Podemos desenvolvernos en la vida práctica gracias a la costumbre y la creencia.
Conclusión sobre Hume
En conclusión, Hume afirma que de aquello sobre lo que no podemos tener impresiones sensibles (como las cuestiones metafísicas) es mejor no hablar. Considera que la metafísica tradicional no es posible como conocimiento riguroso. Su filosofía, especialmente su crítica a la causalidad, tuvo una influencia decisiva en pensadores posteriores, destacando Immanuel Kant, a quien ‘despertó de su sueño dogmático’ y le llevó a desarrollar su idealismo trascendental.
La Ética de la Virtud en Aristóteles
En su obra Ética a Nicómaco, Aristóteles sostiene que el fin último (telos) de la vida humana es la eudaimonía, término que se suele traducir como felicidad, florecimiento humano o vida lograda. Esta felicidad se alcanza fundamentalmente a través del ejercicio de la virtud (areté).
La Virtud como Justo Medio
La virtud se alcanza al buscar el justo medio entre dos extremos viciosos: el exceso y el defecto. Este equilibrio no es una mediocridad, sino una excelencia adaptada a cada individuo y situación. Se cultiva mediante la práctica constante de acciones moderadas y se guía mediante la prudencia (phrónesis), una virtud intelectual que permite deliberar correctamente y tomar las decisiones adecuadas en cada contexto particular.
Teoría Hilemórfica y el Alma Humana
Para explicar la naturaleza humana, Aristóteles emplea su teoría del hilemorfismo, según la cual todo ser natural está compuesto inseparablemente de materia (hylé) y forma (morphé). En el ser humano, esto se manifiesta en la unión sustancial de cuerpo (materia) y alma (forma). El alma es el principio vital y tiene tres aspectos o funciones jerarquizadas:
- El alma vegetativa: Responsable de las funciones básicas de nutrición, crecimiento y reproducción (compartida con las plantas).
- El alma sensitiva: Permite la percepción, el deseo y el movimiento (compartida con los animales).
- El alma racional: Exclusiva de los seres humanos, nos capacita para el pensamiento, la deliberación y la búsqueda de la verdad, permitiéndonos actuar conforme a la virtud.
Tipos de Virtudes: Éticas y Dianoéticas
Aristóteles distingue dos tipos principales de virtudes:
- Virtudes éticas (o morales): Perfeccionan el carácter y regulan las emociones y deseos, situándose en el justo medio. Ejemplos son la valentía (medio entre la cobardía y la temeridad) o la templanza (medio entre la insensibilidad y el desenfreno). Se adquieren mediante el hábito.
- Virtudes dianoéticas (o intelectuales): Perfeccionan el ejercicio del pensamiento y la razón. Entre ellas destacan la prudencia (phrónesis), fundamental para guiar la vida práctica y determinar el justo medio en las acciones, y la sabiduría (sophia), que permite el conocimiento de las verdades universales y los primeros principios. La sabiduría es la base de la vida contemplativa.
La Vida Contemplativa como Ideal
Aunque Aristóteles valora enormemente la vida ética o activa (la vida del ciudadano virtuoso) como necesaria para la eudaimonía, sostiene que la vida contemplativa, dedicada a la búsqueda y contemplación de las verdades eternas a través de la sabiduría, representa la forma de vida más elevada y feliz, pues ejercita la parte más divina del ser humano (la razón) y acerca al hombre a la actividad propia de los dioses. No obstante, reconoce que esta felicidad plena es difícil de alcanzar de forma continua para la mayoría de las personas.
Meritocracia y Justicia
Otro concepto relevante en la ética y política de Aristóteles es una forma de meritocracia. Según él, no todos los individuos tienen la misma capacidad innata o desarrollada para alcanzar la virtud y, por ende, la felicidad plena. Esta capacidad depende tanto de las facultades racionales como del contexto social y la educación. Así, considera justo que quienes demuestran una mayor capacidad para razonar y vivir conforme a la virtud ocupen un estatus superior y tengan mayor influencia en la polis (ciudad-estado), estableciendo una especie de jerarquía natural en la distribución de honores y responsabilidades.
El Justo Medio como Criterio
Finalmente, Aristóteles reitera el justo medio como criterio fundamental para la virtud ética. La virtud se sitúa siempre entre dos extremos viciosos, como el valor, que está entre la temeridad (exceso) y la cobardía (defecto). Es importante destacar que este medio no es aritmético, sino relativo a cada persona y a las circunstancias específicas, y requiere del juicio prudente para ser determinado. Sin embargo, Aristóteles aclara que no todas las acciones o pasiones admiten un término medio; algunas son intrínsecamente malas (como la envidia, el asesinato o el adulterio). De manera similar, en ámbitos como la verdad, no hay término medio: algo es verdadero o no lo es.
Conclusión sobre Aristóteles y Cuestión Final
En resumen, la ética de Aristóteles presenta un marco complejo que combina la teoría del hilemorfismo con una detallada distinción de virtudes prácticas (éticas) y teóricas (dianoéticas). Propone la vida ética, guiada por la prudencia y el justo medio, como esencial para la eudaimonía, pero sitúa la vida contemplativa, basada en la sabiduría, como el ideal máximo de felicidad humana. Sin embargo, su visión meritocrática y su aceptación de ciertas jerarquías sociales (incluyendo su justificación de la esclavitud en su contexto) introducen tensiones. Cabe preguntarse: ¿Es esta postura compatible con el ideal de florecimiento humano propuesto en su ética o representa una contradicción interna en su pensamiento?