Descartes vs. Hume: El Problema de la Causalidad
La Perspectiva Empirista de Hume
El texto nos muestra una versión del problema de la causalidad según David Hume. De acuerdo con esta visión empirista, no podemos explicar la relación entre causa y efecto basándonos en una impresión directa, ya que no existe un acontecimiento específico que nos permita percibir o deducir esa conexión necesaria. Para ilustrarlo, se menciona el ejemplo del billar: cuando una bola golpea a otra, el movimiento subsiguiente de la segunda bola no puede atribuirse directamente a la primera como su causa necesaria a través de la simple observación. Es nuestra imaginación, basada en la experiencia repetida, la que crea esa relación causal.
Hume distingue dos aspectos clave. Por un lado, tenemos impresiones sensoriales claras y vívidas, es decir, aquello que percibimos directamente con nuestros sentidos. La expresión “primera vez” en el texto original señala el origen de estas impresiones intensas; sabemos que existen porque las sentimos. Por otro lado, la conexión necesaria entre los acontecimientos no es algo que podamos percibir directamente. No hay una impresión clara de la causalidad en sí misma; solo observamos que ciertos eventos ocurren conjuntamente (contigüidad) o en sucesión temporal.
Para entender esta conexión, nuestra imaginación juega un papel fundamental. Gracias a la costumbre y la repetición de observar eventos sucediéndose, aprendemos a anticipar que un acontecimiento seguirá a otro. Es debido a este hábito mental que empezamos a designar a uno como “causa” y al otro como “efecto”.
La Perspectiva Racionalista de Descartes
René Descartes, en cambio, busca encontrar un conocimiento absolutamente cierto, indudable. Para ello, utiliza la duda metódica: dudar sistemáticamente de todo aquello que no se presente a la mente de forma clara y distinta. A partir de esta duda radical, llega a su famosa primera certeza: “Pienso, luego existo” (Cogito ergo sum). Esto significa que el propio acto de dudar demuestra irrefutablemente que existe un sujeto que piensa y, por lo tanto, existe.
Descartes confía en la razón como la herramienta fundamental para comprender la realidad. Para él, la causalidad y otros principios que rigen el mundo pueden ser entendidos a través del intelecto, sin depender necesariamente de la experiencia sensorial, la cual considera engañosa. La veracidad de nuestras ideas claras y distintas, incluidas las relaciones causales entendidas racionalmente, está garantizada en última instancia por la existencia de un Dios perfecto y bueno, quien no permitiría que nos engañásemos sistemáticamente al usar correctamente nuestra razón.
Contraste Fundamental
En conclusión, Descartes y Hume abordan el conocimiento y la causalidad desde perspectivas opuestas. Descartes, como racionalista, busca un conocimiento seguro basado en la razón, considerando la causalidad como un principio inteligible comprendido por la mente y garantizado por Dios. Por su parte, Hume, como empirista, sostiene que nuestra idea de causalidad no deriva de la razón ni de una impresión directa, sino que es una construcción mental, una creencia útil producto de la costumbre y el hábito, sin fundamento en una certeza objetiva o necesaria observable en el mundo.
La Filosofía de Descartes: Más Allá de la Causalidad
El Problema de la Libertad Humana
El problema de la libertad humana es complejo, especialmente al considerar que el mundo físico parece operar según leyes deterministas. Dado que las acciones humanas se manifiestan a través del cuerpo en este contexto físico aparentemente determinado, surge la pregunta: ¿cómo podemos afirmar que el comportamiento humano es libre? Y, más importante aún, ¿cómo podemos fundamentar la responsabilidad moral por nuestros actos?
Para Descartes, la capacidad misma de dudar es una prueba de nuestra libertad. La duda solo es posible si poseemos la libertad de suspender el juicio o de elegir entre distintas opciones mentales. Si nuestro pensamiento, que es libre, influye en nuestra conducta, entonces somos responsables de las acciones que se derivan de nuestras deliberaciones y decisiones. No obstante, conciliar esta libertad del alma (res cogitans) con el determinismo del cuerpo y el mundo físico (res extensa) representó un desafío significativo para Descartes y otros filósofos racionalistas, especialmente al intentar explicar la interacción mente-cuerpo y defender la libertad en un universo regido por leyes naturales que la ciencia busca explicar.
El Problema de la Moral Cartesiana
Felicidad, Razón y Virtud
Descartes postula que el objetivo último del ser humano es alcanzar la felicidad, entendida como un contento o satisfacción del espíritu (“contentement d’esprit”). Para lograr una felicidad duradera, son necesarias dos condiciones fundamentales: el uso correcto de la razón y la práctica de la virtud.
La virtud, según Descartes, consiste en tener una voluntad firme y constante de hacer aquello que juzgamos como lo mejor, utilizando nuestro entendimiento para discernir correctamente el bien y el mal. La razón nos guía mostrándonos lo que es bueno o malo a través de los “dictados de la razón”. Además, ser virtuoso implica dominar nuestras pasiones (emociones). Las pasiones en sí mismas no son malas, pero deben ser gobernadas por la razón para no conducirnos a acciones incorrectas.
Las Tres Reglas Morales Provisionales
En su “Discurso del Método”, Descartes propone una moral provisional resumida en tres máximas principales (aquí presentadas de forma adaptada según la descripción del texto):
- Esforzarse por conocer siempre lo mejor que se debe hacer en cada situación.
- Tener una resolución firme y constante de seguir lo que la razón dicta como lo mejor, una vez decidido, sin dejarse desviar por las pasiones o la irresolución.
- Aceptar los límites de nuestro poder, comprendiendo que solo nuestros pensamientos están enteramente en nuestro control, y acostumbrarnos a no desear aquello que está fuera de nuestro alcance.
Así, la ética cartesiana presenta un carácter intelectualista (el conocimiento del bien es clave), estoico (énfasis en el dominio de las pasiones y la aceptación de lo inevitable) y con influencias cristianas (la búsqueda de la virtud como camino a la satisfacción espiritual). Juzgar bien, actuar con firmeza según la razón y aceptar los límites de nuestra condición son los pilares para alcanzar la felicidad.
El Problema de Dios en Descartes
La Idea Innata de Dios
Para Descartes, la idea de Dios es una idea innata, es decir, no proviene de la experiencia sensorial (no es adventicia) ni es una creación de nuestra imaginación (no es facticia). La encontramos en nuestra mente como la idea de un ser infinito, eterno, inmutable, omnisciente y omnipotente. Descartes argumenta que esta idea no solo existe en nuestro pensamiento, sino que corresponde a una realidad externa: Dios existe.
Argumentos sobre la Existencia de Dios
Descartes ofrece varios argumentos para demostrar la existencia de Dios, partiendo principalmente del análisis de la propia idea de Dios o de la existencia del yo pensante, ya que la existencia del mundo exterior aún está bajo la suspensión de la duda metódica en las etapas iniciales de su filosofía.
- Argumento Ontológico: (Demostración a priori) Este argumento, similar al de San Anselmo, parte de la definición misma de Dios como el ser sumamente perfecto. Si concebimos a Dios como el ser que posee todas las perfecciones, y la existencia es una perfección, entonces Dios necesariamente debe existir. Si no existiera, le faltaría una perfección (la existencia), y podríamos concebir un ser más perfecto (uno que sí existiera), lo cual contradice la idea inicial de Dios como el ser sumamente perfecto.
- Argumento Noológico o Causalidad de la Idea de Infinito: (Demostración a posteriori, basada en la idea en la mente) Sostiene que la idea de un ser infinito que encontramos en nuestra mente (que es finita) debe tener una causa adecuada. Dado el principio de que la causa debe tener al menos tanta realidad como el efecto, nuestra mente finita no puede ser la causa de la idea de un ser infinito. Por lo tanto, debe existir un ser realmente infinito (Dios) que haya puesto esa idea en nosotros.
- Argumento de la Contingencia del Yo: (Demostración a posteriori, basada en la existencia del yo) Reconocemos nuestra propia existencia como seres pensantes, pero también reconocemos nuestra imperfección y finitud (dudamos, ignoramos). Si nos hubiéramos creado a nosotros mismos, nos habríamos dado todas las perfecciones que concebimos (como la infinitud, la omnisciencia). Como no las poseemos, no somos la causa de nuestra propia existencia. Necesitamos una causa externa que nos conserve en la existencia, y esta causa última debe ser un ser necesario y perfecto, es decir, Dios.
Dios como Sustancia Infinita: Necesidad y Contingencia
La existencia contingente de nuestra realidad (podríamos no haber existido, comenzamos y terminaremos) requiere un fundamento último que sea necesario. Ese fundamento es Dios, cuya esencia implica su existencia. Dios no solo existe como idea en la mente, sino como una realidad exterior, la sustancia infinita que da origen y sustento a todo lo demás que existe (las sustancias finitas: el pensamiento y la extensión).
En Dios, y solo en Él, esencia y existencia se identifican; su naturaleza misma es existir. Por eso, su existencia es necesaria e infinita. Todos los demás seres dependen de Él para existir; su existencia es contingente (recibida, no necesaria por sí misma).
Apuntes sobre Epistemología Tomista y la Naturaleza del Conocimiento
(Nota: La siguiente sección parece referirse a la teoría del conocimiento de Tomás de Aquino, influenciada por Aristóteles, que difiere de la de Descartes).
Tomás de Aquino distingue entre esencia (lo que una cosa es) y existencia (el hecho de que sea) en los seres creados para explicar la creación desde la nada y la distinción entre el Creador y lo creado. En todos los seres finitos, la existencia está limitada por su esencia particular. Influido por Platón (a través del neoplatonismo), establece grados de ser, con Dios en la cima como el Ser perfectísimo, cuya esencia es su misma existencia (Ipsum Esse Subsistens).
En cuanto al proceso de conocimiento humano según esta perspectiva:
- Los sentidos perciben objetos concretos y particulares del mundo exterior.
- La memoria y la imaginación conservan estas percepciones como imágenes (llamadas “fantasmas” en la terminología escolástica), que son representaciones sensibles de los objetos, aún ligadas a lo particular pero menos detalladas o vívidas que la percepción directa.
- El entendimiento agente (intelecto activo) actúa sobre estos fantasmas, abstrayendo o separando la forma universal o esencia de las condiciones materiales y particulares.
- El entendimiento paciente (intelecto pasivo) recibe esta forma abstraída (la especie inteligible) y, a través de ella, forma el concepto universal (la idea).
- Conocer es alcanzar la verdad, que se define clásicamente como la “adecuación entre el entendimiento y la realidad” (adaequatio rei et intellectus). Cada persona posee su propia capacidad de entender, compuesta por estas dos funciones del intelecto (agente y paciente).