La Prehistoria abarca desde la aparición del ser humano hasta la invención de la escritura. En este periodo se distinguen dos grandes etapas: el Paleolítico y el Neolítico.
El Paleolítico se caracteriza por la vida nómada y una economía depredadora basada en la caza, la pesca y la recolección. Los seres humanos utilizaban herramientas de piedra tallada, dominaban el fuego, habitaban en cuevas o refugios temporales y realizaban enterramientos. En este periodo apareció el Homo sapiens y, en la Península Ibérica, destacan yacimientos como Atapuerca, donde se hallaron restos de Homo antecessor.
En el Neolítico se produjo una profunda transformación conocida como la revolución neolítica. Con el desarrollo de la agricultura y la ganadería surgió el sedentarismo, y con él, los primeros poblados estables. Aumentó la población, se desarrollaron la cerámica, los tejidos y las herramientas de piedra pulida. En esta etapa aparecieron culturas importantes como la Cultura de Almería y los sepulcros de fosa en Cataluña.
Arte Rupestre
Durante el Paleolítico Superior se desarrolló el arte rupestre cantábrico, cuya máxima expresión son las pinturas naturalistas y policromas de animales encontradas en cuevas como Altamira. Más tarde, durante el Epipaleolítico, surgió la pintura levantina, que se caracteriza por representaciones humanas estilizadas y escenas narrativas realizadas en abrigos rocosos al aire libre.
La Conquista Romana
Tras la caída del Imperio romano en el siglo V, varios pueblos bárbaros entraron en Hispania. Entre ellos, los visigodos, que tras ser expulsados de la Galia establecieron su reino en la Península, con capital primero en Toledo. Formaron el Reino visigodo de Toledo, que consiguió integrar a la población hispanorromana y fortalecer el control del territorio. Tres reyes destacan especialmente:
- Leovigildo, que unificó casi toda la península y sometió a suevos y vascones.
- Recaredo, que abandonó el arrianismo y adoptó el catolicismo en el III Concilio de Toledo (589).
- Recesvinto, que unificó las leyes mediante el Fuero Juzgo, fusionando el derecho romano y el germánico.
La monarquía visigoda tenía carácter electivo, lo que provocó frecuentes luchas internas entre nobles.
La conquista romana de la Península fue un proceso largo que se desarrolló entre los siglos III y I a. C. y respondió al interés de Roma por frenar el poder cartaginés y explotar las riquezas del territorio. La expansión se realizó en tres etapas: primero el dominio del este y sur durante la Segunda Guerra Púnica; después la ocupación del centro y oeste, con episodios como la resistencia de Numancia y las guerras contra los lusitanos dirigidos por Viriato; finalmente, en tiempos de Augusto, se completó la conquista con la incorporación del norte peninsular.
La dominación romana impulsó la romanización, un proceso mediante el cual los pueblos indígenas adoptaron la lengua latina, el derecho romano, la religión, las costumbres y la organización social del Imperio. Se construyeron ciudades, calzadas como la Vía Augusta, puentes, acueductos y edificios públicos. El latín dio origen a las lenguas romances y el cristianismo se convirtió, desde el siglo IV, en la religión oficial, dejando un legado cultural decisivo para la historia posterior de España.
La Conquista Musulmana
La conquista musulmana comenzó en 711 con la derrota visigoda en Guadalete, aprovechando la debilidad del reino visigodo. En apenas cinco años se completó la ocupación de la Península. Primero se estableció un emirato dependiente del califato omeya (711–756), marcado por conflictos internos, especialmente por revueltas bereberes. Con Abderramán I nació el emirato independiente (756–929), desligado del califato abasí, aunque sin título de califa. El periodo de mayor esplendor llegó con Abderramán III, que en 929 proclamó el Califato de Córdoba (929–1031), una etapa de gran estabilidad y desarrollo. Sin embargo, la crisis provocada por la dictadura de Almanzor y la debilidad de Hisham II llevó a la disgregación en los reinos de taifas.
Ante el avance cristiano (conquista de Toledo en 1085), las taifas pidieron ayuda a los almorávides, que unificaron Al-Ándalus pero acabaron desintegrándose, dando paso a un segundo periodo de taifas. Después llegaron los almohades, que frenaron a los cristianos momentáneamente, pero fueron derrotados en Las Navas de Tolosa (1212). A partir de entonces, el poder musulmán se redujo al reino nazarí de Granada, que sobrevivió hasta 1492.
La Sociedad Andalusí
La sociedad andalusí era muy diversa y estratificada. Estaba dividida por religión (musulmanes, cristianos y judíos), origen étnico (árabes, bereberes, eslavos, hispanovisigodos) y clase social (pueblo llano y élites). Esto generó tensiones y episodios de inestabilidad. La economía de Al-Ándalus fue muy próspera gracias al desarrollo de la agricultura de regadío, la introducción de nuevos cultivos y técnicas orientales, la amplia red comercial mediterránea y los importantes centros artesanales de ciudades como Córdoba y Sevilla. En el plano cultural, Al-Ándalus alternó etapas de tolerancia y esplendor intelectual con otras de mayor rigidez religiosa.
Durante los periodos más abiertos florecieron las artes, la literatura, la filosofía y las traducciones científicas. La comunidad judía sefardí vivió una Edad de Oro entre los siglos VIII y XI, produciendo importantes filósofos, científicos, médicos y poetas que influyeron en toda Europa.
Los Primeros Núcleos Cristianos
Los primeros núcleos cristianos surgieron en la Cordillera Cantábrica, donde nació el Reino Astur tras la victoria de Pelayo en Covadonga, y en los Pirineos, en torno a la Marca Hispánica bajo la influencia franca. A partir del siglo X, el Reino Astur evolucionó hacia el Reino de León, y el Condado de Castilla comenzó a ganar autonomía. En los Pirineos se formaron los condados catalanes, Aragón y Pamplona. En el siglo XI se produjo un avance decisivo con la conquista de Toledo (1085) por Castilla y León, aunque la llegada de los almorávides frenó momentáneamente a los cristianos.
En el siglo XII, Aragón y los condados catalanes iniciaron su expansión por el valle del Ebro. Tras la victoria cristiana en Las Navas de Tolosa (1212), Castilla y León (unificados por Fernando III) conquistaron el valle del Guadalquivir, mientras que la Corona de Aragón ocupó Valencia y Baleares. Políticamente, este proceso estuvo marcado por la concepción patrimonial del poder, lo que provocó frecuentes divisiones y uniones entre reinos. Con el tiempo fueron surgiendo instituciones como las Cortes, que representaban a los estamentos.
La Baja Edad Media
En la Baja Edad Media, Castilla y Navarra evolucionaron como reinos unitarios, mientras que la Corona de Aragón se configuró como una confederación de reinos con leyes e instituciones propias (Aragón, Cataluña, Valencia y Mallorca). En Castilla, el rey tenía un gran poder debido a la idea del origen divino de la monarquía. En Aragón y Navarra, en cambio, existía una concepción más pactista del poder, donde las instituciones podían limitar la autoridad real.
Las Cortes representaban a los estamentos, pero en Castilla tenían un papel casi consultivo, mientras que en Aragón y Navarra sus decisiones eran vinculantes y restringían al rey. Las ciudades gozaban de autonomía gracias a sus fueros, aunque en Castilla los reyes limitaron esa autonomía mediante la figura del corregidor. En Aragón, las tensiones sociales derivaron en conflictos como la Busca y la Biga en Barcelona.