La narrativa desde los 70


La narrativa desde los años 70 a nuestros días
La novela a partir de 1970 está marcada por varios fenómenos: el fin del franquismo y la apertura de la transición; los criterios comerciales de los noventa, las nuevas tendencias experimentales del nuevo siglo… Tiene un aspecto en común con la novela: el alejamiento temático de la Guerra Civil y la dictadura franquista. El final del siglo XX está marcado por la imposición de internet, con lo que consiguen nuevos formas de editar y difundir textos.

1. DÉCADA DE LOS 70: El ambiente de libertad en el que comenzó a desarrollarse la cultura española tras la muerte del general Franco (20 de noviembre de 1975), permitió un mejor conocimiento de la literatura española en Europa y de la literatura occidental en España. A ello contribuyó significativamente la desaparición de la censura (lo que supuso la publicación de novelas españolas prohibidas en nuestro país y editadas en el extranjero, expurgadas o inéditas), la recuperación de la obra de los escritores exiliados y un mayor conocimiento de la narrativa de otros países.

Los novelistas de esta década enlazan con la renovación iniciada por Luis Martín-Santos, y seguida por Juan Benet y otros, es decir, que se sigue practicando una novela experimental, en busca de nuevos caminos y formas, hasta llegar a lo más insospechado, en una línea antirrealista con fuerte presencia de lo onírico, lo imaginativo y hasta lo absurdo y caracterizada por la investigación en el campo de la estructura narrativa y el lenguaje ( estructura en secuencias, con ruptura temporal y punto de vista múltiple; con la técnica del contrapunto; con monólogo interior y digresiones; de lenguaje culto y sintaxis compleja)
Sin embargo, esta especie de frenesí experimental empieza a calmarse a partir de 1975, porque son muchos los intentos interesantes, pero pocos los aciertos y logros definitivos, de forma que se empieza a observar una moderación de los experimentos, salvándose las novedades más sólidas y desechándose las audacias infructuosas. Muchos autores jóvenes vuelven la mirada a elementos y recursos tradicionales, revalorizando el valor de la «historia». Los excesos experimentales comenzaron a mitigarse ya antes de 1975 con autores como Torrente Ballester, que parodia el modelo experimental en su novela La saga/fuga de J.B (1972) -mezclando lo mágico, lo real, lo mítico, la historia; los gráficos con las digresiones, poemas, textos en una lengua inventada…- y Eduardo Mendoza, quien aúna el experimentalismo (mezcla de puntos de vista múltiples y géneros narrativos) y la recuperación de la intriga y el relato tradicional en La verdad sobre el caso Savolta (1975).Pero a partir de 1975, con la muerte de Franco, la llegada de la democracia y el fin del aislamiento tradicional español, se abre un nuevo periodo para la narrativa. Ahora hay un auge de los grupos de comunicación de masas y una generalización de la cultura, que acaba incluso por mercantilizarse.
Como hemos dicho, se vuelve al relato tradicional y la historia interesante en sí misma, desprendiendo con frecuencia una sensación de desencanto tras los pasados intentos de cambiar el mundo; un escepticismo generalizado suele rechazar muchos valores imperantes en diversos órdenes, pero la mirada de estos novelistas se distancia de los problemas colectivos e incluso adopta un tono cínico y amargo, cuando no se buscan incluso formas de evasión. La temática vuelve a estar protagonizada por problemas existenciales: soledad, intimidad, amor, infancia, realización individual. Es llamativa en este sentido la presencia cada vez más abrumadora del erotismo, tratado abiertamente. Los autores más destacados de esta etapa pertenecen a distintas generaciones, de forma que narradores de posguerra renovados (Camilo José Cela, Miguel Delibes, Gonzalo Torrente Ballester, Álvaro

Cunqueiro) conviven con autores de los años 60 (Juan Marsé, Carmen Martín Gaite) y de los 70 (Juan Benet, J. Mª Guelbenzu, Juan Goytisolo).
2. DÉCADA DE LOS 80 y 90: En estos veinte años hay un eclosión de nuevos narradores sin una tendencia imperante, conviviendo diferentes estilos temas y calidades literarias. Un intento de clasificar este variopinto panorama nos lleva a un catálogo como éste:
Metanovela, que consiste en incluir la narración misma como centro de atención del relato y reflexionar sobre la creación novelística: Beatus ille (1986) de Antonio Muñoz Molina, en que el lector descubre que lo que está leyendo -la búsqueda de un apócrifo del 27 encontrado por el protagonista Minaya- es obra del propio apócrifo; El cuarto de atrás de Carmen Martín Gaite; La orilla oscura y La novela de Andrés Choz ambas de José Ma Merino, La Gramática parda (1982) de García Hortelano, etc.
Novela histórica: G. Torrente Ballester en Crónica del rey pasmado, 1989; No digas que fue un sueño (1986) de Terenci Moix se inspira en Cleopatra y Marco Antonio; Urraca (1981) de Lourdes Ortiz y En busca del unicornio (1987) de Juan Eslava Galán recrean la Edad Media; Miguel Delibes escribe sobre los protestantes del siglo XV en su última novela, El hereje (1998); José Luis Sampedro, sobre la Guerra Civil en Octubre, octubre (1981) o Arturo Pérez-Reverte, sobre una pintura renacentista en La tabla de Flandes (1990).
Novela intimista: retorno al ámbito privado con un análisis psicológico de los personajes femeninos, como en el caso de Rosa Montero: Te trataré como a una reina (1983) o Soledad Puértolas o propone historias amorosas como en El desorden de tu nombre de Juan José Millás entre un ejecutivo y la mujer de su siquiatra con mezcla de humor y novela negra; se puede recrear la infancia o juventud: Malena es un nombre de tango (1994) de Almudena Grandes, y La soledad era esto de J.J.Millás; los sentimientos republicanos: Manuel Rivas en El lápiz del carpintero (1998) o los espacios rurales, legendarios: Obabakoak (1989) de Bernardo Atxaga, en donde también hay metanovela.
Novela neorrealista ambientada tanto en una ciudad de provincias o en una gran urbe, pero siempre conocidas: Miguel Delibes (Diario de un jubilado de 1994), y Luis Mateo Díez (La fuente de la edad de 1986). En este grupo se incluyen los escritores jóvenes de la Generación X de finales de los años 90: visión desencantada de la vida, protagonistas muy jóvenes, fuerte presencia de la violencia (muchas veces gratuita e injustificada, con el único fin de salir del tedio), continuas referencias musicales y cinematográficas anglosajonas y jerga del mundo de la noche o las drogas. Destacamos de esta generación a Ray Loriga (Caídos del cielo, 1995); Lucía Etxebarría (Amor, curiosidad, Prozac y dudas, 1998) y José Ángel Mañas (Historias del Kronen, 1994) .
Novela lírica o poemática por su parecido con el poema en prosa, y el memorialismo narrativo o relato de formación: narraciones intimistas, existenciales, que describen el proceso de formación de un individuo: La lluvia amarilla de Julio Llamazares (monólogo del último so-breviviente de un pueblo abandonado de León) y las obras de Javier Marías: Todas las almas y Corazón tan blanco.
Novela policíaca, muy influida por la novela y el cine negro americano: Manuel Vázquez Montalbán y su detective Carvalho; Antonio Muñoz Molina (El invierno en Lisboa, Beltenebros); Eduardo Mendoza (El laberinto de las aceitunas), Arturo Pérez-Reverte (El Club Dumas, La tabla de Flandes).


3. SIGLO XXI: perviven las tendencias enumeradas en el parágrafo anterior, aunque hay un mayor cultivo del género cuentístico: Alberto Méndez, que en Los girasoles ciegos (2004) engarza cuatro historias de posguerra y de vencidos. Los microrrelatos de Luís Mateo Díez, J. Mª. Merino o Juan Pedro Aparicio también tienen mucho éxito. El panorama general de estos años es de lo más variado: memorias, autobiografías, libros de viaje, cuentos, relatos, microrrelatos y, por supuesto, novelas, a las que hay que sumar las fantásticas, las de ciencia ficción, las infantiles y juveniles…). Los avances en las nuevas tecnologías de la información permiten publicar en nuevos formatos (blogs, foros…). Por destacar una de las tendencias más exitosas, habría que destacar un nuevo auge de la novela histórica, con la novedad de que no sólo ya se tratan temas más o menos lejanos en el tiempo, sino que se empiezan a tratar con mejor perspectiva los temas de nuestra historia reciente, que habían sido aparcados por una especie de autocensura impuesta por los propios creadores a sí mismos bien para adquirir mayor perspectiva temporal, bien para colaborar con el ambiente de reconciliación nacional que trajo consigo la transición democrática.