La nueva narrativa hispanoamericana y su reflejo en La casa de los espíritus

En resumen: la copiosa producción novelística de los setenta y ochenta en Hispanoamérica demuestra una diversificación de estilos y tendencias ideológicas. A pesar de una vuelta hacia modelos narrativos más “legibles”, incluso novelas como El amor en los tiempos del cólera (1985) y El general en su laberinto (1989) de García Márquez no pueden llamarse “tradicionales” en el sentido estricto de la palabra. No cabe duda de que la experimentación formal —llevada a sus proporciones vertiginosas en las décadas anteriores— ha dejado una huella indeleble sobre la manera en la que el narrador hispanoamericano enfrenta y moldea la complejísima materia llamada Latinoamérica.

Respecto a La casa de los espíritus, que sigue siendo la obra más conocida de Isabel Allende, pertenece a una narrativa difícil de situar en un panorama cada vez más complejo. Si nos atenemos a la mera ubicación cronológica, pertenece al llamado postboom (el que sigue los modos y recoge los éxitos de los grandes narradores de los años sesenta). Sin embargo, presenta dos rasgos en cierto modo encontrados, por una parte, heredera del realismo mágico de Juan Rulfo (Pedro Páramo) o de García Márquez (Cien años de soledad) donde lo fantástico aparece inserto en un discurso realista que lo presenta como anodino. Sin embargo, por otra parte, este relato de la familia Trueba a lo largo de cuatro generaciones adopta un lenguaje funcional y comunicativo, abandonado experimentalismos, preocupaciones metanarrativas (novela reflexionando sobre sí misma) y dificultades lingüísticas que lo puedan alejar del lector común.

La novela reproduce ciertos rasgos temáticos y formales de la narrativa coetánea. A mediados los setenta ya se hablaba del final del boom. Los autores mayores (Cortázar, Rulfo, Borges, Sábato…) e incluso los más jóvenes (García Márquez, Vargas Llosa…) estaban asentados en el canon y parecía haberse llegado a la cima de la novela compleja (Rayuela de Cortázar como paradigma de modernidad). Sin embargo, algunos novelistas de transición (Manuel Puig, Severo Sarduy…) continuaron el proceso de indagación lingüística y enriquecimiento estructural, en contra de la vieja tradición realista(o en pos de una realidad no solo aparente). La generación siguiente no responde a un impulso creativo homogéneo ni a modelos comunes: nada tiene que ver Allende con Bolaño o éste con Iwasaki. Sin embargo, resulta visible un intento de rescatar anteriores tradiciones temáticas (novela de dictador, telurismo) o incluso narratológicas (entre, ellas, un realismo mágico de nuevo cuño). Pero todo ello-y aquí sí podemos hablar de un denominador común- sin abandonar el propósito de llegar al gran público, sobre la base de que mercado y calidad no son realidades inconciliables. En este sentido,

La casa de los espíritus adquiere entidad de paradigma que explica su extraordinario éxito.Rasgos de la nueva novela presentes en La casa de los espíritus:

La memoria y el testimonio personal como instrumento de denuncia y de conocimiento del presente y del pasado.
la importancia del universo femenino.
importancia de la sexualidad.
abandono de la experimentación formal.

perspectivismo (visión de un hecho desde distintos puntos de vista).

9) En contraste con la prosa del boom, la novísima narrativa abandona tanto los grandes metadiscursos (el mito) como la obsesiva búsqueda de la identidad latinoamericana.

10) Distorsión temporal, pero menor investigación formal.

11) Elementos de la cultura popular: cine, moda, música, televisión, deportes.

12) Humor y parodia.