La Segunda República Española: Del Frente Popular al Estallido de la Guerra Civil

La Segunda República: La Etapa Final (1936)

Las elecciones de febrero de 1936 y la victoria del Frente Popular

A diferencia de lo ocurrido en 1933, la izquierda acudió unida a las elecciones de febrero de 1936. Se conformó una coalición electoral que agrupaba a los republicanos de izquierdas, el PSOE y el PCE, conocida como el Frente Popular. Su programa se basaba en dos puntos clave:

  • Decretar una amnistía para los presos de la revolución de 1934.
  • Restablecer la legislación reformista del primer bienio, como respuesta a la corrupción y el reaccionarismo del gobierno radical-cedista.

La CNT, aunque no participó en la coalición, no llamó a la abstención, lo que favoreció a la izquierda. Por su parte, la derecha intentó contrarrestar esta unión agrupándose en torno al Bloque Nacional, liderado por José Calvo Sotelo. Sin embargo, carecían de un proyecto común y de unidad, salvo en algunas provincias.

La campaña electoral se vivió con una enorme tensión, planteada como una lucha a muerte: entre el bien y el mal, según la derecha, y contra la amenaza del fascismo, según el Frente Popular. El país se había polarizado en dos bloques de fuerza similar. El Frente Popular ganó las elecciones con un 48% de los votos, obteniendo la mayoría en las grandes ciudades y zonas industriales (Madrid, Barcelona, Valencia). La derecha, con un 46,5%, venció en zonas de ambas Castillas, León y Navarra. A pesar del ajustado resultado en número de votos, el sistema electoral, que premiaba a las coaliciones, otorgó un triunfo arrollador en escaños al Frente Popular.

Tras las elecciones, Niceto Alcalá Zamora fue destituido como presidente de la República el 7 de abril de 1936, acusado de haber disuelto las Cortes dos veces de forma irregular. Manuel Azaña fue elegido como nuevo Presidente de la República. El nuevo gobierno, dirigido por Casares Quiroga, estuvo formado exclusivamente por republicanos de izquierda (Izquierda Republicana y Unión Republicana), mientras que los socialistas y el resto de la coalición le brindaron apoyo parlamentario.

El gobierno del Frente Popular y la polarización social

El nuevo gobierno puso en marcha de inmediato el programa pactado. Sus primeras medidas fueron:

  • Decretar una amnistía general para los presos políticos.
  • Obligar a las empresas a readmitir a los obreros despedidos por motivos políticos.
  • Restablecer el gobierno de la Generalitat de Cataluña y su Estatuto de Autonomía.
  • Iniciar las negociaciones para los estatutos de autonomía del País Vasco y Galicia.
  • Retomar las reformas del primer bienio.

El clima social se radicalizó rápidamente. Los partidos de izquierda y los sindicatos llamaron a la movilización popular para exigir mejoras laborales, y los jornaleros comenzaron a ocupar tierras. El líder socialista Largo Caballero consideró agotada la vía de colaboración con la “democracia burguesa” y adoptó una retórica revolucionaria que caló hondo en la juventud socialista.

La derecha reaccionó con contundencia: los empresarios respondieron con cierres de fábricas (lock-out) y fuga de capitales, los terratenientes se opusieron frontalmente al gobierno y la Iglesia intensificó su campaña contra la República. Los partidos de centro-derecha perdieron fuerza frente a un extremismo que no podían controlar. En las Cortes, José Calvo Sotelo, monárquico de extrema derecha, desplazó a Gil Robles como líder del bloque conservador, demandando un viraje autoritario y corporativista. Paralelamente, los jóvenes de la CEDA comenzaron a engrosar las filas de Falange Española.

La Falange aumentó su protagonismo, formando patrullas armadas que atentaban contra líderes de izquierda, en lo que se conoció como la “dialéctica de los puños y las pistolas”. El objetivo era fomentar un clima de enfrentamiento civil y máxima crispación política que justificara una intervención militar.

La conspiración militar y el camino hacia el golpe de Estado

El creciente clima de violencia favoreció a los sectores militares decididos a derrocar la República mediante un golpe de Estado. Ya la misma noche de las elecciones de febrero, Francisco Franco intentó, sin éxito, que se declarara el estado de guerra. En marzo, un grupo de generales acordó organizar un alzamiento, pero la conspiración carecía de fuerza y buena organización hasta que el General Emilio Mola, apodado “El Director”, asumió el mando y se convirtió en el auténtico cerebro del golpe.

El plan de Mola consistía en un pronunciamiento militar simultáneo en todas las guarniciones peninsulares, otorgando un protagonismo clave al Ejército de África, el más preparado y experimentado, que estaría dirigido por el General Franco. El gobierno republicano, aunque conocedor de los rumores, se limitó a tomar medidas insuficientes, como trasladar a Mola a Pamplona y a Franco a las Islas Canarias, pero no se atrevió a detener a los principales conspiradores. La trama golpista contó con el apoyo de partidos de derecha y estableció contactos con la Alemania nazi y la Italia fascista.

El detonante final fue una espiral de violencia política. El 12 de julio de 1936, pistoleros de extrema derecha asesinaron al Teniente José Castillo, un conocido instructor de milicias socialistas. Como represalia, en la madrugada del 13 de julio, un grupo de guardias de asalto y militantes socialistas secuestraron y asesinaron al líder monárquico José Calvo Sotelo. Este magnicidio aceleró los planes golpistas.

El 17 de julio de 1936 se inició la sublevación en las guarniciones de Marruecos. Al día siguiente, el 18 de julio, el alzamiento se extendió a la Península, dando comienzo a la Guerra Civil Española (1936-1939).

Causas del fracaso de la experiencia republicana

El colapso de la República española no se debió únicamente a sus propias vacilaciones o limitaciones, sino a una combinación de factores. Entre ellos destacan la extrema polarización y las pasiones políticas que dividían a la sociedad española, en un contexto europeo de auge de la violencia y los totalitarismos. El modelo de la Revolución soviética inspiraba a una parte de las masas populares, mientras que la derecha miraba como ejemplos al fascismo italiano y al nazismo alemán.

Además, los cambios políticos impulsados por el nuevo régimen chocaron frontalmente con las estructuras de poder económico y social tradicionales, que se resistieron a perder sus privilegios. Finalmente, fue decisiva la deslealtad de una parte fundamental del ejército, imbuido de una ideología conservadora, católica y nacionalista. En estas condiciones, la consolidación de la experiencia democrática republicana tenía escasas probabilidades de éxito.