La Transición al Estado Liberal en España (1788-1902): Historia y Conflicto de los Fueros

1. La Crisis del Antiguo Régimen (1788-1833)

La crisis del Antiguo Régimen en España se desarrolló entre el reinado de Carlos IV y la muerte de Fernando VII, marcando la transición entre la monarquía absoluta y el Estado liberal. Durante el reinado de Carlos IV (1788-1808), el país mantenía aún la estructura absolutista y estamental del siglo anterior, aunque las ideas ilustradas y el impacto de la Revolución Francesa empezaban a cuestionar el sistema.

El Descrédito de la Monarquía y la Guerra de la Independencia

El gobierno de Manuel Godoy, caracterizado por su política exterior errática y su favoritismo, llevó al descrédito de la monarquía. Las derrotas frente a Inglaterra —sobre todo la de Trafalgar (1805)— y la crisis económica generaron un profundo descontento.

El Motín de Aranjuez (1808) forzó la caída de Godoy y la abdicación de Carlos IV en su hijo Fernando VII, pero Napoleón aprovechó el caos para imponer las Abdicaciones de Bayona, entregando el trono a su hermano José Bonaparte. Esto desencadenó la Guerra de la Independencia (1808-1814), que fue al mismo tiempo una guerra nacional contra el invasor francés y un conflicto ideológico entre absolutismo y liberalismo.

Las Cortes de Cádiz y el Conflicto Foral

Durante la guerra, las Cortes de Cádiz (1810-1812) elaboraron la Constitución de 1812, que proclamaba:

  • La soberanía nacional.
  • La división de poderes.
  • La igualdad ante la ley.
  • La libertad de imprenta.
  • La abolición de los privilegios señoriales y de los fueros regionales.

Aquí aparece por primera vez el conflicto foral, ya que los territorios forales (País Vasco y Navarra) veían en esas medidas una amenaza a su sistema jurídico tradicional, basado en privilegios históricos y autogobierno local. Aunque Cádiz apenas podía aplicarse sobre el terreno, los principios liberales quedaron sembrados.

El Retorno al Absolutismo y la Crisis Sucesoria

La restauración de Fernando VII en 1814 puso fin a la experiencia liberal. Con el Manifiesto de los Persas, el rey abolió la Constitución y restableció el absolutismo. Durante el Sexenio Absolutista (1814-1820) reprimió con dureza a los liberales. Sin embargo, las malas cosechas, el aislamiento internacional y las independencias americanas debilitaron al régimen.

El pronunciamiento de Riego (1820) dio inicio al Trienio Liberal, que reimplantó la Constitución de 1812 y reactivó las reformas. Los liberales intentaron uniformar la administración y eliminar los fueros, lo que provocó tensiones con las provincias vascas y Navarra, muy apegadas a su régimen foral.

La intervención de la Santa Alianza mediante los Cien Mil Hijos de San Luis (1823) restauró de nuevo el absolutismo. Durante la Década Ominosa (1823-1833), Fernando VII mantuvo una política represiva, aunque en sus últimos años se vio forzado a ceder ante los liberales moderados. La Pragmática Sanción (1830), que permitía reinar a su hija Isabel, desencadenó una crisis sucesoria: los carlistas, defensores del absolutismo, el catolicismo y los fueros tradicionales, se alzaron en armas a la muerte del rey (1833), iniciando la Primera Guerra Carlista.

2. La Construcción del Estado Liberal (1833-1868)

La regencia de María Cristina de Borbón (1833-1840) y el reinado de Isabel II fueron el escenario de la transformación del Antiguo Régimen en un Estado liberal centralizado. La Primera Guerra Carlista (1833-1840) enfrentó a los isabelinos —liberales partidarios de la monarquía constitucional— y a los carlistas, que defendían el absolutismo y los fueros vascos y navarros.

Definición y Negociación de los Fueros

Los fueros eran sistemas jurídicos propios del País Vasco y Navarra, que garantizaban su autonomía fiscal, militar y administrativa. Para los carlistas, representaban la defensa de la tradición y de los derechos históricos frente al centralismo liberal. Los liberales, en cambio, los veían como un obstáculo para la igualdad ante la ley y la unidad del Estado. Por ello, la cuestión foral fue un elemento clave del conflicto carlista: los vascos y navarros apoyaron mayoritariamente al carlismo por considerar que el liberalismo suponía la abolición de sus fueros.

Tras la victoria liberal, el Convenio de Vergara (1839) entre el general carlista Maroto y el liberal Espartero reconoció los grados militares de los carlistas rendidos y prometió “respetar los fueros”, aunque “adaptándolos a la Constitución”. En 1841 se promulgó la Ley Paccionada de Navarra, que suprimió el reino y lo convirtió en provincia foral con ciertos privilegios fiscales y administrativos. En el País Vasco, los fueros se mantuvieron parcialmente hasta la derrota carlista de 1876, aunque con recortes progresivos.

Consolidación del Estado Centralizado

Durante esta etapa se consolidó el Estado liberal mediante:

  • La supresión de los señoríos.
  • La implantación de una administración centralizada con provincias (división de Javier de Burgos, 1833).
  • La desamortización de bienes eclesiásticos y comunales (Mendizábal, 1836; Madoz, 1855).

Las constituciones de 1837 y 1845 reflejaron las tensiones entre progresistas y moderados: la primera más democrática, la segunda más conservadora.

El Bienio Progresista (1854-1856) reactivó el espíritu reformista con leyes de modernización económica, mientras que la Unión Liberal (1856-1868) buscó un equilibrio político. Sin embargo, el creciente descontento por el caciquismo, la corrupción y la marginación política culminó con la Revolución de 1868 (La Gloriosa), que destronó a Isabel II y abrió paso al Sexenio Democrático.

3. El Sexenio Democrático (1868-1874)

La revolución de 1868 puso fin al régimen isabelino y abrió un periodo de experimentación democrática. El Gobierno Provisional presidido por Serrano y Prim elaboró la Constitución de 1869, la más avanzada del siglo XIX, que proclamaba la soberanía nacional, el sufragio universal masculino, la libertad de cultos y un Estado descentralizado.

Conflictividad y la Tercera Guerra Carlista

Tras una búsqueda de monarca constitucional, fue elegido Amadeo I de Saboya, cuyo reinado (1871-1873) estuvo marcado por el aislamiento político y la conflictividad: la Tercera Guerra Carlista (1872-1876) y la Guerra de los Diez Años en Cuba (1868-1878). Los carlistas volvieron a levantar la bandera de los fueros y la religión, sobre todo en el País Vasco y Navarra. El nuevo liberalismo centralista amenazaba con eliminar los últimos restos forales, lo que reforzó el apoyo rural al carlismo.

La abdicación de Amadeo dio paso a la Primera República (1873-1874), dividida entre federalistas y unitarios. Los republicanos federales, como Pi y Margall, propusieron un modelo que reconocía la autonomía de las regiones —incluyendo la posibilidad de conservar instituciones forales—, pero el caos de la revolución cantonal y las guerras internas precipitaron su caída.

El golpe del general Pavía (enero de 1874) disolvió las Cortes republicanas, y el pronunciamiento de Martínez Campos (Sagunto, diciembre de 1874) restauró la monarquía borbónica en la persona de Alfonso XII.

4. La Restauración Borbónica (1875-1902)

La Restauración, diseñada por Cánovas del Castillo, buscó estabilizar España tras décadas de conflictos. La Constitución de 1876 fue el pilar del régimen: flexible, moderada y duradera, consagró la soberanía compartida entre el rey y las Cortes y permitió alternar pacíficamente en el poder a los partidos Conservador (Cánovas) y Liberal (Sagasta) mediante el turno pacífico, sostenido por el caciquismo y el fraude electoral.

El Cierre de la Cuestión Foral: Conciertos Económicos

Uno de los primeros desafíos del nuevo régimen fue la cuestión foral, reavivada tras la derrota carlista. Tras la Tercera Guerra Carlista (1876), el gobierno de Cánovas decretó la abolición de los fueros vascos y navarros, considerando que eran incompatibles con el principio liberal de unidad legislativa y fiscal. Sin embargo, ante la resistencia de las élites locales, se negoció en 1878 el Concierto Económico, un acuerdo que permitía a las provincias vascas recaudar sus propios impuestos y enviar una cantidad pactada al Estado. Navarra mantuvo su régimen fiscal propio (Convenio Económico). Este sistema híbrido —la desaparición del fuero político pero la pervivencia del económico-administrativo— fue el cierre histórico de la cuestión foral, aunque la memoria de la pérdida de los fueros alimentaría el futuro nacionalismo vasco.

Crisis del Sistema Canovista

En el plano político, el sistema restauracionista dio estabilidad, pero marginó a republicanos, obreros y nacionalistas. Durante la Regencia de María Cristina (1885-1902) se mantuvo el turno pacífico mediante el Pacto del Pardo. En lo social, crecieron los movimientos obreros (PSOE 1879, UGT 1888, auge anarquista) y los nacionalismos periféricos: el catalán y el vasco, este último muy influido por la pérdida de los fueros.

La derrota colonial de 1898, con la pérdida de Cuba, Filipinas y Puerto Rico, marcó una crisis moral y política que cuestionó el régimen canovista. El siglo XIX español se cerraba con la desaparición del Antiguo Régimen, la implantación del Estado liberal centralizado y la persistencia de tensiones sociales, regionales y políticas que marcarían el siglo XX.