San Agustín: Filosofía, Vida y Legado en el Pensamiento Occidental

San Agustín: Testigo e Intérprete del Fin de una Era

Hacia el final del Imperio Romano de Occidente, San Agustín se convirtió en testigo e intérprete de este hundimiento y, al mismo tiempo, estableció las bases para la creación de un mundo diferente.

2.1. Un hombre entre dos épocas

Agustín nació en el año 354 en Tagaste, en el África romana: era hijo de un pequeño propietario pagano y de madre cristiana, la futura santa Mónica. Vivió en su propio hogar los dos mundos. A los diecinueve años se hizo adepto al maniqueísmo. Manes y sus seguidores afirmaban la existencia de dos principios igualmente fuertes y en lucha constante, el principio del bien y del mal, defendían un rígido dualismo. Posteriormente abandonó el maniqueísmo y aceptó una opción, el escepticismo. Profesor en su ciudad, Roma. Por entonces comenzó a leer obras de Plotino. Se convirtió al cristianismo, más adelante fue consagrado sacerdote y luego obispo de Hipona. Murió en el año 430. Su pensamiento es el resultado de la confluencia de cuatro factores:

  1. El proceso de degeneración de las filosofías helenísticas. Por un lado, el pensamiento dominante era el escepticismo, por el otro, abundaban las filosofías con numerosos elementos de misterio, el interés por la ciencia era muy escaso.
  2. La aparición de una filosofía de gran calidad y rigor, la de Plotino, que incluía una visión sobrenatural del mundo y de la vida.
  3. La aparición del pensamiento cristiano.
  4. El rápido proceso de hundimiento moral y político del mundo romano.

2.2. Demarcación entre neoplatonismo y cristianismo

Pensaba como los neoplatónicos antes de convertirse al cristianismo y después vio la necesidad de hacer entender a todo el mundo la gran diferencia existente entre el modo de ser neoplatónico y el cristiano. A pesar de que la filosofía neoplatónica habla de Dios y afirma que todo procede de Él, describe el proceso de emanación desde Dios hasta la naturaleza como un hecho necesario. San Agustín afirma que Dios no se desborda, sino que crea el mundo desde la nada en un acto absolutamente libre y amoroso. Además, considera que el misticismo de Plotino es un misticismo racionalista: es la razón la que lleva hacia Dios, pero no nos habla de la caridad ni de la fe ni de la Encarnación.

2.3. Razón y fe

Durante un tiempo adoptó el escepticismo, pero después consideró que este, en cierta manera, se autosuperaba, pues quien duda, al menos sabe que duda. Esta capacidad de dudar lleva a aceptar unas verdades mínimas: la existencia de un yo, de un sujeto que duda. (Si fallo, existo), el llamado”cogito agustinian”. Ya cristiano, San Agustín era un creyente que pensaba, que hacía filosofía. Reconocía que la razón y la fe teóricamente pertenecen a ámbitos diferentes. La razón ayuda al ser humano a obtener la fe, (entiende para creer). A su vez, la fe orienta y guía la razón, por eso dijo (creer para entender). Primero hay que creer para entender porque en el orden natural la autoridad precede a la razón y porque la revelación contiene verdades que la razón no puede demostrar. Pero, posteriormente, hay que entender para creer, porque el hombre necesita el entendimiento para comprender las verdades de la fe. Ambas, razón y fe, se fusionan en la sabiduría. Consideraba que el camino de la fe es la vía más segura, la única que puede dar satisfacción plena. El camino hacia el conocimiento superior es el de las verdades eternas. Se inicia con la experiencia interior o autoconciencia, en el interior de uno mismo se encuentra la verdad. Mediante ese proceso de mirar hacia su propio interior, el ser humano tiene acceso a las más elevadas verdades, aunque esto solo le es posible si recibe una iluminación divina. La fuente de las verdades eternas (como las verdades matemáticas) no pueden ser las cosas sensibles ni el alma, que son cambiantes, sino solo un ser eterno, Dios mismo. Conocemos las verdades eternas porque Dios ilumina la mente humana, al igual que el sol hace visibles las cosas.

2.4. Dios y el mundo

Todas las cosas del mundo tienen en Dios sus correspondientes ideas ejemplares desde la eternidad. A partir de estas ideas eternas existentes en Dios, ha sido creado el mundo. Cristianización tanto del pensamiento de Platón como el de Plotino. San Agustín busca conciliar la cultura indoeuropea, según la cual el mundo es eterno, con la cultura semita o judía, que considera que el mundo fue creado. Así, a diferencia de las ideas ejemplares o modelos, que son eternos, el mundo material y corpóreo ha sido creado, y todas las cosas creadas son contingentes, es decir, no necesarias, y tienen su causa en Dios. La interpretación de la realidad que hace San Agustín supone la existencia de un orden jerárquico. En la cima se encuentra Dios, causa de todo. Dios creó las razones seminales de las cosas, e insertando un principio racional de desarrollo emparentado con el número y la medida. Después están las almas. En un nivel inferior se hallan los cuerpos de todas las cosas materiales. Aquí surgen problemas: ¿Dios es también el creador del mal existente en el mundo? San Agustín se basa en el pensamiento de Plotino para afirmar que el mal es negatividad, privación, falta de ser. Por lo tanto, el mal no es un ser y como solo el ser ha sido creado por Dios, el mal no proviene de Él.

Junto con el mundo material fue creado el tiempo. Antes de la creación no había tiempo, solo el Dios eterno, y ser eterno significa estar fuera del tiempo. Llega a considerar que ni el pasado ni el futuro existen, solo el presente tiene existencia real.

2.5. Visión del ser humano

San Agustín interpreta al ser humano según el modelo dualista platónico: el hombre es un alma inmortal, que ocupa y se sirve de un cuerpo mortal. Esta alma no ha existido eternamente, sino que fue creada por Dios. No obstante, como herencia del pecado original, esta alma está dominada por el cuerpo. Para salvarse el ser humano necesita una ayuda exterior: la gracia divina. Este pensador aplica al alma humana la concepción trinitaria de Dios: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. El alma entiende (es inteligente), quiere (tiene voluntad) y recuerda (su identidad perdura en el tiempo). El alma está ligada, pues, a la temporalidad, ella vincula el pasado (tiene memoria) y el futuro (tiene expectativas) con el presente. Uno de los temas que todos los pensadores cristianos tratan es la libertad humana. El cristianismo habla de un premio o castigo en un más allá, y tanto el uno como el otro exigen que el ser humano sea responsable de su actuación. Distingue entre libertas y liberum arbitrium:

  • Libertas o máxima libertad: es el deseo de amar el supremo bien y de satisfacer así la búsqueda humana de la felicidad. En su visión cristiana, Dios es el bien supremo. Cuando el ser humano desea a Dios y ama a Dios, hace pleno uso de su libertad. Así el hombre más libre es aquel que realiza lo que le es más necesario para su supremo bien.
  • Liberum arbitrium o libre albedrío: consiste en la capacidad de decidir libremente. El ser humano a causa de su naturaleza corrompida a menudo tiende al mal. Solo puede elegir y hacer el bien si recibe la gracia divina. Con la gracia, el libre albedrío se transforma en libertad y tiende al bien.

2.6. Concepción de la historia

El saqueo y la caída de Roma fueron vistos por muchos paganos como un castigo de los antiguos dioses romanos por el abandono de las viejas tradiciones religiosas. San Agustín comenzó a escribir su obra La Ciudad de Dios, en la que critica los argumentos a favor de las viejas divinidades.

Ofrece una visión lineal de la historia, con la muerte de Cristo como gran momento y opuesta a la concepción cíclica del tiempo, propia de los antiguos pensadores griegos. El tiempo lineal tiene un principio y tiene un final, frente al tiempo circular de los griegos. Toda la historia de la humanidad es la lucha entre dos ciudades: la de la luz o celestial, simbolizada por Jerusalén, y la de la oscuridad o terrenal, simbolizada por Babilonia o Roma. En nuestro mundo la ciudad celestial y la ciudad terrenal están mezcladas, pero la auténtica ciudad o comunidad de los elegidos por Dios es invisible, en esta vida no podemos saber quiénes son los elegidos. Conflicto que cada individuo sufre, es decir, su lucha interna entre el bien y el mal, entre el amor de Dios y el amor de las cosas del mundo. Es una reproducción del viejo conflicto entre Abel y Caín. Mientras que el mal físico es consecuencia de la imperfección (el no ser) de la materia, el mal moral es causado por el hombre al hacer mal uso de la libertad. Debido al pecado original, el hombre tiene una inclinación inevitable hacia el mal. Para superarla necesita la ayuda de la gracia divina. Las ciudades son dos ideas abstractas que no necesariamente coinciden con organizaciones reales, es decir, un hombre puede ser cristiano y pertenecer a la Iglesia, pero a causa del amor que se tiene a sí mismo y no a Dios forma parte de la ciudad terrenal. La ciudad de Dios está formada por todos aquellos que anteponen el amor a Dios al amor a las cosas materiales. La ciudad terrenal, por el contrario, por los que dan prioridad a los bienes materiales. Por tanto, estas dos ciudades no simbolizan la Iglesia y el Estado. La revelación cristiana garantiza que al final triunfará el bien sobre el mal.