España en el Siglo XIX: De la Restauración Absolutista a la Primera República

Trienio Liberal (1820-1823): Reformas y Conflictos

Tras el pronunciamiento de Riego, se inició un breve periodo de gobierno liberal caracterizado por:

  • Abundante legislación encaminada a eliminar privilegios (régimen señorial, mayorazgo) y a crear, entre otras, una Contribución Territorial Única para mejorar la maltrecha Hacienda del Estado.
  • La Inquisición fue abolida de nuevo.
  • La actitud involucionista del rey Fernando VII, contrario a la política liberal y a las medidas antieclesiásticas, abusó de su derecho de veto.
  • La inestabilidad gubernamental, producida por la división de los propios liberales en moderados y exaltados:
    • Los moderados eran partidarios de realizar las reformas con prudencia y de llegar a acuerdos con el rey, la nobleza y el clero. Rechazaban la participación política de las clases populares y estaban a favor de un gobierno fuerte, sufragio censitario, Cortes bicamerales y libertad de prensa limitada.
    • Los exaltados eran partidarios de acelerar las reformas y de satisfacer los intereses de amplias capas populares, aunque ello implicara enfrentarse al rey, la nobleza y el clero. Estaban a favor de un Gobierno controlado por las Cortes, sufragio más amplio, Cortes unicamerales y amplia libertad de prensa.

La presencia de liberales más radicales y los levantamientos absolutistas en el norte crearon una mayor sensación de inestabilidad en el gobierno constitucional. Esta situación culminó con la intervención en España de las potencias absolutistas, unidas en la Santa Alianza, para restaurar el absolutismo. Se envió un ejército francés, conocido como los Cien Mil Hijos de San Luis, que, con el apoyo de los absolutistas españoles y sin apenas oposición popular, entró en España y finalmente “liberó” al monarca, restaurando así el absolutismo.

La Década Ominosa (1823-1833): Restauración Absolutista y Crisis Sucesoria

Este periodo se caracterizó por el retorno al absolutismo y una intensa represión hacia los liberales. Lo primero que hizo Fernando VII al recuperar sus poderes fue la anulación de toda la legislación del Trienio y la abolición de la Constitución de 1812. Después, siguieron las medidas represivas, persiguiéndose a los liberales en todas partes:

  • Se crearon Comisiones Militares en el Ejército para procesar a todos los que habían desempeñado cargos destacados.
  • Se crearon Juntas de Purificación para depurar a todos los funcionarios y profesores de tendencia liberal.
  • Se crearon los Voluntarios Realistas, milicias cuya misión era defender el absolutismo.
  • La Inquisición, que había sido abolida, no volvió a crearse, aunque fue sustituida por las Juntas de Fe, encargadas de la censura.

Aunque la represión fue muy dura en los primeros años, la situación comenzó a cambiar debido a la quiebra absoluta de la Hacienda. Para intentar controlar la Hacienda, se racionalizó el gobierno, se redujeron los gastos y se confeccionaron presupuestos, contando incluso con ministros reformistas, considerados los más capacitados para desempeñar esas funciones. Estas medidas, aunque no solventaron la grave situación económica del país, sí originaron un nuevo problema: la división de los absolutistas en dos bandos: los reformistas y los “apostólicos” o partidarios del absolutismo total, quienes tenían en Don Carlos a su principal valedor.

En 1829, Fernando VII contrajo matrimonio por cuarta vez con su sobrina María Cristina, y esta vez sí tuvo descendencia: en 1830 nació la infanta Isabel, originando un grave problema sucesorio. Fernando publicó la Pragmática Sanción, por la cual se permitía que el trono pudiese pasar a una princesa en caso de no haber un descendiente varón. Don Carlos y sus partidarios no aceptaron esta disposición, y a la muerte del rey en 1833, estalló la guerra civil, que fue al mismo tiempo una guerra de sucesión al trono español y un episodio más en el enfrentamiento entre liberales y absolutistas.

El Carlismo y la Primera Guerra Civil (1833-1840)

A la muerte de Fernando VII, Don Carlos, su hermano, reclamó sus derechos dinásticos, iniciándose así la guerra civil entre sus partidarios y los de Isabel II, encabezados por la reina madre María Cristina, quien sería la Regente del reino hasta 1840. Fue un conflicto tanto dinástico como político, que enfrentó a los carlistas y a los cristinos o isabelinos.

Los carlistas defendían el Antiguo Régimen, la monarquía absoluta de origen divino y el mantenimiento de las leyes e instituciones tradicionales propias de las diversas regiones españolas. Fueron apoyados por una parte de la nobleza, una parte del ejército, la mayoría del bajo clero y una gran parte del campesinado propietario de la mitad norte de España, muy conservador y tradicionalista. A nivel territorial, sus bases se hallaban en las provincias vascas, Navarra, Galicia, Castilla la Vieja, el interior de Cataluña y la comarca del Maestrazgo.

Los cristinos o isabelinos defendían un sistema de libertades tanto políticas como económicas y una uniformidad institucional para el conjunto del país. Recibieron el apoyo de los reformistas del absolutismo, buena parte del Ejército y del alto clero, así como de los liberales, la burguesía y la población urbana de las principales ciudades. Fue muy importante, además, el apoyo internacional de Francia, Inglaterra y Portugal.

Fases de la Primera Guerra Carlista

1. Insurrección y consolidación carlista (1833-1835)

Los carlistas intentaron una insurrección general en toda España tras la muerte de Fernando VII, aunque solo consiguieron controlar las provincias vascas y Navarra en el norte, y el Maestrazgo en el Levante. Fue en el norte, con el general Zumalacárregui, donde se creó un auténtico ejército que puso sitio a Bilbao, la principal ciudad de la zona. Sin embargo, estas tropas nunca ocuparon una capital de provincia, y en el sitio de Bilbao, el propio Zumalacárregui perdió la vida, lo que significó la pérdida de su mejor general para los carlistas.

2. Expediciones carlistas y contraofensiva liberal (1836-1837)

Los carlistas llevaron a cabo varias expediciones hacia el sur, que fracasaron por el escaso apoyo popular que encontraron. La figura más destacada de este periodo fue el general Espartero, quien se convirtió en un verdadero héroe para los liberales al derrotar a los carlistas a las puertas de Madrid y levantar el largo sitio de Bilbao.

3. Resistencia carlista y fin del conflicto (1838-1840)

Esta etapa se caracterizó por la resistencia carlista en las provincias vascongadas y Navarra ante el avance del ejército cristino. La guerra concluyó con el famoso “Abrazo de Vergara” en 1839 entre los generales Espartero y Maroto. Se pactó la rendición del ejército carlista con el reconocimiento de los grados y empleos militares de los vencidos, además de la promesa de respetar los fueros.

El Reinado de Amadeo I de Saboya (1871-1873) y la Primera República (1873-1874)

Tras el asesinato de Prim a la llegada a España de Amadeo I, principal valedor del nuevo rey, la situación política empeoró drásticamente. El monarca se encontró aislado, con una oposición creciente: por un lado, los monárquicos, partidarios de los Borbones, con la aristocracia y la jerarquía eclesiástica a la cabeza; por otro, los republicanos. La división de los progresistas imposibilitó la estabilidad gubernamental, resultando en seis gobiernos y tres elecciones generales con una creciente abstención. Además de la guerra en Cuba, se produjo un rebrote del carlismo, estallando la Tercera Guerra Carlista, con la proliferación de partidas en las provincias vascas, Navarra, Aragón y Cataluña. Ante esta situación y tras un nuevo conflicto con las Cortes, Amadeo I optó por abdicar. Las Cortes, sin entusiasmo, tuvieron que proclamar la República, que nació en un contexto sumamente adverso.

La Primera República Española (1873-1874)

Por un lado, las guerras de Cuba y la Tercera Guerra Carlista empeoraban por momentos. Por otro, la mayoría de los partidos pasaron a la oposición: no solo los carlistas y los alfonsinos, que cada vez tenían más partidarios ante el desorden creciente, sino también grupos progresistas como los de Sagasta, que acabaron apoyando la causa alfonsina. Los propios republicanos se dividieron entre unitarios y federales, y estos últimos, a su vez, entre benévolos e intransigentes.

Mientras se redactaba una nueva Constitución en 1873, apareció un nuevo problema: la insurrección cantonal, que llevó a la formación de municipios independientes. Para acabar con el problema cantonal, llegó a la presidencia de la República el unitario Emilio Castelar, quien obtuvo plenos poderes de las Cortes, suspendió las Cortes por tres meses y reforzó el Ejército. El Ejército fue poco a poco dominando la situación, y los republicanos federales, desacreditados, perdieron fuerza frente a los republicanos unitarios. Cuando se reabrieron las Cortes el 2 de enero de 1874, la mayoría federal no quiso seguir otorgando su apoyo a Castelar. Con el respaldo de la burguesía conservadora, el general Manuel Pavía dio un golpe de Estado, irrumpiendo el 3 de enero en el Congreso con guardias civiles y desalojando a los diputados. Castelar dimitió al no querer mantenerse en el poder respaldado por un pronunciamiento. Le sucedió el general Francisco Serrano, quien estableció un sistema autoritario apoyado en el ejército y en políticos republicanos unitarios y del Partido Progresista. Ante esta conflictiva situación, los partidarios de restaurar la dinastía borbónica en la figura del príncipe Alfonso fueron aumentando, no solo entre las clases dirigentes sino, en general, entre la burguesía y el propio ejército.