Evolución de la Poesía Española del Siglo XX: De la Edad de Plata a Miguel Hernández

La Poesía Española del Siglo XX: De la Edad de Plata a la Posguerra

La historia literaria española conoció entre 1900 y 1939 uno de sus períodos más florecientes y ricos, hasta el punto de que se le ha denominado como la Edad de Plata. Los movimientos y autores que se suceden y conviven durante estos años suelen agruparse bajo las etiquetas que a continuación se describen:

Modernismo y Generación del 98

La poesía lírica española se encontraba estancada entre el Romanticismo más tópico y el Realismo de final del siglo XIX. Solo la figura de Bécquer, posromántico y presimbolista, ofrecía modernidad y calidad. La crisis de final de siglo (XIX) dio lugar al nacimiento de movimientos renovadores. Estas tendencias ocuparon un período que va aproximadamente desde 1880 hasta 1914.

El Modernismo

El Modernismo, nombre con que se designa al principio a este movimiento general, se circunscribe después al que agrupa a un conjunto de escritores —poetas, preferentemente— obsesionados por la renovación estética, por la búsqueda de un arte elitista y de un modo de vida —la bohemia— que los alejara de la realidad vulgar que los rodeaba. Nacido en Hispanoamérica y difundido por el magisterio de Rubén Darío, este movimiento inaugura en las letras hispanas la poesía moderna: se incorporan la música y el ritmo, nuevos metros (alejandrinos y eneasílabos), y el verso libre. Sin embargo, el Modernismo no será en España un movimiento homogéneo y, además, habrá una ramificación literaria nacional con rasgos diversos: la Generación del 98.

La Generación del 98 y Antonio Machado

Comenzaron en el Modernismo poetas como los hermanos Machado. La llamada Generación del 98, a la que se adscriben figuras como Antonio Machado, se caracteriza por una profunda preocupación por España y su destino.

Antonio Machado Ruiz (1875-1939)

Antonio Machado Ruiz (Sevilla, 1875 – Collioure, Francia, 1939) está considerado como una de las cimas de la poesía española del siglo XX. Fue miembro tardío de la Generación del 98.

  • La primera etapa de su obra poética está representada por Soledades, Galerías y otros poemas (1907), influenciada por el Modernismo.
  • En 1912 se publica Campos de Castilla. Estamos en la segunda etapa de su obra. Machado entra de lleno en las preocupaciones de la Generación del 98. Este libro de Machado no se centra, como el anterior, en su melancolía, sino en la visión del paisaje y la personalidad de una región.
  • Su siguiente libro, Nuevas canciones (1924), abre la tercera etapa, que se caracteriza por un abandono del poema en el sentido más lírico y emocional a favor de un estilo más filosófico y sentencioso: los proverbios y cantares serán lo más característico de este ciclo, son reflexiones breves e ingeniosas.

Novecentismo, Vanguardias y Generación del 27

Entre 1914 y 1930 se impulsa una actitud diferente ante la literatura y el arte. Sus ansias de renovación son más radicales.

El Novecentismo

En el Novecentismo se agrupan críticos, novelistas, filósofos, etc., entre los que se encuentran José Ortega y Gasset y Ramón Pérez de Ayala. El Novecentismo supone la aparición de un nuevo tipo de artista e intelectual opuesto al modernista: tiene una sólida preparación universitaria. Persigue el arte puro y el placer estético mediante una construcción rigurosa de sus obras. El ensayo y la novela serán los géneros preferidos por estos autores, aunque esta generación está dominada por la gran figura del poeta Juan Ramón Jiménez.

Juan Ramón Jiménez (1881-1958)

Juan Ramón Jiménez (Moguer, Huelva, 1881 – San Juan, Puerto Rico, 1958) es el prototipo del poeta consagrado por entero a su Obra, como a él le gustaba escribir cuando se refería a ella. Él redujo las etapas de su poesía a tres:

  • Época sensitiva: Sus primeros libros muestran influencias de Bécquer y muy pronto también del Modernismo: Arias tristes y Platero y yo son auténticos poemas en prosa escritos entre 1900 y 1915.
  • Época intelectual (poesía desnuda): Escribe Diario de un poeta recién casado con motivo de su boda. El autor lo consideraría siempre su mejor libro. Persigue una poesía pura, desnuda, intelectual.
  • Época esencial o verdadera: Ya en el exilio, lleva su poesía hacia una vertiente mística. Se busca una unión mística entre la palabra y el mundo, entre él mismo y Dios. Prescinde totalmente de la rima e incluso del verso. Obras de este periodo: Animal de fondo, Dios deseado y deseante. Escritos entre 1937 y 1956, año en que recibe el Premio Nobel.

Las Vanguardias

Las Vanguardias son aún más radicales. Defensoras del antirrealismo, de la autonomía del arte, del recurso a lo ilógico y a lo onírico, los movimientos —los ismos— se suceden con rapidez. En España, los de más huella fueron el Creacionismo (1918-1925), el Ultraísmo (1919-1923) y, sobre todo, el Surrealismo (1925-1930). Juan Ramón Jiménez marcará los primeros pasos de la Generación del 27; su obra Diario de un poeta recién casado se considera el inicio de la “poesía pura”.

La Generación del 27

La Generación o Grupo poético del 27 (Rafael Alberti, Federico García Lorca, Jorge Guillén, Gerardo Diego, entre otros), marcó realmente el inicio de la poesía contemporánea española e implicó la posibilidad de una verdadera fusión entre tradición y vanguardia. Durante sus comienzos, fusionaron las Vanguardias (Ultraísmo y Surrealismo). La poesía surrealista rechaza el concepto de la “poesía pura”. Con la entrada de la década de los treinta, comenzará lo que Neruda llamará la “poesía impura”, manchada de sudor, lágrimas y humanidad. Vicente Aleixandre, con su poemario La destrucción o el amor (1935), marca un hito en el surrealismo español.

Miguel Hernández: Epígono del 27

Miguel Hernández sobresale en la lírica escrita durante la Guerra Civil por la calidad e intensa emoción que traspasa toda su producción poética. Se le ha clasificado como epígono del 27.

Imágenes y Símbolos en la Poesía de Miguel Hernández

Toda la obra de Miguel Hernández será un constante esfuerzo por elevar hasta la belleza del lenguaje poético las cosas feas y tristes de su existencia. Sus poemas están llenos de símbolos que giran en torno a los grandes temas de su obra: vida, amor y muerte. Algunas de sus obras donde aparecen sus símbolos son:

Perito en lunas (1931)

En su primer libro, Perito en lunas (1931), encontramos varios símbolos característicos: la palmera, elemento paisajístico mediterráneo, que es comparada con un chorro; la luna, el más importante, símbolo de plenitud, la belleza, lo irreal y lo mágico. Otros elementos tomados de la vida cotidiana del poeta en su Orihuela natal son: la granada, el gallo, la higuera, la sandía, el pozo. Son nuevos matices, es el caso del toro, que significa sacrificio y muerte, pero que más adelante representará la figura del amante.

El rayo que no cesa (1936)

El rayo que no cesa (1936) tiene como tema fundamental el amor insatisfecho y trágico, y en torno a él giran todos los símbolos. Así, el rayo, que es fuego y quemazón, representa el deseo amoroso, enlazando con nuestra tradición literaria (Llama de amor viva, de San Juan de la Cruz) y añadiendo el concepto de “herida”: el rayo es la representación hiriente del deseo, como lo es el cuchillo o la espada. A su vez, la sangre es el deseo sexual; la camisa, el sexo masculino y el limón, el símbolo femenino (como vemos en el soneto Me tiraste un limón…). La frustración que produce en el poeta la esquivez, la negativa de la amada a sus deseos, se simboliza en la pena. Todos estos motivos quedan resumidos en Como el toro he nacido para el luto, donde el toro representa la masculinidad, la bravura, la pasión noble y desbordada.

Viento del pueblo (1937)

Viento del pueblo (1937) ejemplifica lo que es poesía de guerra, poesía como arma de lucha. En este libro hay un desplazamiento del yo del poeta hacia los otros. Así, viento es la voz del pueblo encarnada en el poeta. El pueblo cobarde y resignado que no lucha es identificado con el buey, símbolo de sumisión; el león, en cambio, junto con leones, águilas y toros, son símbolos del orgullo, la rebeldía y la lucha. La pena es, ahora, el fruto de la injusticia.

El hombre acecha (1938)

En El hombre acecha (1938) el símbolo que predomina es la tierra; la tierra es aquí la “madre” y se unirá al símbolo de España. En este libro encontramos el tema del hombre como fiera, con colmillos y garras. La garra es símbolo de fiereza; a su vez, fiera es símbolo de la animalización del ser humano a causa de la guerra y el odio. Todo ello lo podemos observar en la Canción primera (las de su interior atormentado eran de El rayo que no cesa). Del libro destacan los poemas que tratan de los desastres de la guerra. Las dos Españas, enfrentadas, aparecen en El hambre. Se cierra este poemario con la Canción última, un claro homenaje a Francisco de Quevedo y a su poema Miré los muros de la patria mía, ya que la casa es símbolo de España, como en el poema de Miguel Hernández.

Cancionero y romancero de ausencias (Obra póstuma)

Cancionero y romancero de ausencias, obra póstuma, se abre con elegías a la muerte del primer hijo. La guerra, la muerte del hijo, la cárcel. Aparece la simbología del vientre como fecundidad, amor humano (“Menos tu vientre”). El vientre y el sexo femenino constituyen el centro de la vida, el refugio seguro. Aparecen la sangre como símbolo de muerte, dolor y tragedia, hachas, cuervo y, sobre todo, cárceles y cementerio.

En el poema Sino sangriento la imagen de la vida del hombre como una alcoba vacía adelanta otro símbolo, el de la casa-alcoba-lecho. La casa es defensa que el hombre procura para la mujer y el hijo.

En el poema Nanas de la cebolla aparecen varios núcleos simbólicos. Por una parte está el simbolismo del ave, del vuelo, que visualiza la pureza y alegría de la criatura. Por otra parte tenemos el núcleo de la luminosidad: “Es tu risa en los ojos / la luz del mundo”.

Vida, Amor y Muerte en la Poesía de Miguel Hernández

Miguel Hernández elaboró una obra poética sólida, equilibrada, llena de pasión y sentimiento, en la que funde como ningún otro poeta trayectoria vital y creación artística. En los poemas “La Boca” y “Llegó con tres heridas” el poeta menciona explícitamente las tres heridas que lo atraviesan a él y a todos los seres humanos, y que están presentes en toda su obra: “vida, amor, muerte”. Estos son los tres grandes temas de su poesía. Su mundo poético se concreta en este tríptico de elementos que están en correspondencia mutua.

La Vida

La vida está en la naturaleza. El poeta, que por ser cabrero, pasó interminables horas en el campo y en la sierra, es un “Perito en lunas”, un incansable observador de la transmisión de la vida, de la fecundidad, de la fertilidad en las plantas, en los animales y en los hombres. Miguel hará poesía de su vida y vida de su poesía, en la que plasma sus preocupaciones humanas válidas para todos. Para él, su vida es el centro de su obra. Su vitalismo trágico reside en lo cotidiano, en la “herida” constante del amor y en el presentimiento de la muerte desde el principio.

El Amor

En la vida y obra de Miguel Hernández, el amor lo traspasa todo. En sus poemas encontramos el amor a la naturaleza, a su mujer, a sus hijos, a sus amigos poetas y a su pueblo. En el tema del amor encontramos todos los matices y grados: el amor esperanzado, el amor más apasionado, el amor sensual y la separación y la ausencia. Su experiencia amorosa se articula sobre tres tópicos dominantes: la queja dolorida; la amada esquiva y el amor como muerte. El amor utiliza diferentes símbolos (los más conocidos: rayo, cuchillo, toro, etc.).

El tema del amor sufre una evolución a lo largo de sus distintos libros:

  • La concepción platónica, espiritual, de sus primeros poemas.
  • Las connotaciones sexuales de Perito en lunas.
  • La angustia ante la amada ausente o inaccesible; una herida en el corazón del poeta, en El rayo que no cesa.
  • El amor ardientemente carnal por ser ansia de vida, de fecundación, de alumbramiento, en Cancionero y romancero de ausencias.

En su libro de amor por excelencia, El rayo que no cesa, se funden vitalidad y tendencia a la tragedia; las ganas de vivir y el goce de amar chocan con los prejuicios de su entorno que ahogan al poeta en una profunda pena. Tres mujeres configuraron el universo amoroso de Miguel Hernández en este libro: Josefina, Maruja y María.

Miguel Hernández se personifica de cuatro formas diferentes en esta obra para diferenciar estos tres amores:

  1. Como él mismo: como persona, ante el amor de Josefina Manresa, un amor correspondido pero no plenamente satisfecho en el ámbito sexual.
  2. Como el toro: símbolo de pasión noble, de masculinidad y bravura, que le otorga el placer de amar y a la vez el dolor de la muerte.
  3. Como barro: el poeta pierde la entidad propia; él adquiere sentido en su vida únicamente a través de la huella de su amada (Poema “Me llamo barro”).
  4. Como el buey dócil y manso: acata los deseos y caprichos de su amada, con el único objetivo de conseguir su atención y amor.

El amor en Miguel Hernández es, al mismo tiempo, una fuerza vital y destructora. El amor a la familia, al hijo, a la única novia y esposa, la idea de la fecundidad y la trascendencia cósmica del amor son rasgos típicos de la poesía amorosa hernandiana.

La Muerte

La muerte es la consecuencia de una vida trágicamente amenazada y la desazón, angustia y herida producidas por el amor. Influencias en sus poemas a la muerte: primero fue la muerte de Ramón Sijé, a quien dedica su universal “Elegía”. Otras muertes que marcarán su existencia serán la del poeta Federico García Lorca, asesinado al comienzo de la Guerra Civil, y la de su primer hijo Manuel Ramón, ocurrida a los nueve meses. En poemas como “A mi hijo” o “Sino sangriento” se advierte la fatalidad que planea sobre su vitalismo. En Cancionero y romancero de ausencias, la sensación omnipresente de la muerte es palpable. En toda su poesía, que rebosa vitalidad, hay siempre una constante premonición de la muerte. Amor, vida y muerte son ejes inseparables en la poesía de Miguel Hernández; vivencias y experiencias unidas que configuran un universo poético sólido, equilibrado, lleno de pasión y sentimiento.

Tradición y Vanguardia en la Poesía de Miguel Hernández

La poesía de Miguel Hernández es, como la de todos los grandes poetas, absolutamente personal. Sin embargo, para llegar a su estilo personal, nuestro poeta pasó por una serie de influencias en las que se mezclan la tradición poética castellana con la vanguardia poética propia de los años en que vivió. Este es, pues, el contexto en el que Miguel Hernández comienza su obra literaria.

En su obra inicial, de adolescencia, se deja influir por el costumbrismo regionalista en composiciones en panocho e imita el modernismo tardío de Gabriel y Galán en poemas como “Pastoril” u “Oriental”. Por tanto, no es de extrañar que su primer libro, Perito en lunas, consista también en un ejercicio de estilo gongorino. La influencia más evidente es la de Góngora: el libro está compuesto por 42 octavas reales, como el Polifemo de Góngora. Pero no solo la métrica es el homenaje a la tradición gongorina, también su concepción del poema como transformación metafórica de la realidad: el triunfo de la inteligencia sobre la emoción. Este libro trata de contar sus experiencias de pastor del siglo XX en una transformación gongorina. Destacan poemas como Palmera, Gallo, Gota de agua, Granada, Toro

Miguel Hernández sufre la otra gran influencia que será determinante para su obra: Pablo Neruda y su influencia surrealista, que quiere acabar con la “poesía pura”. Vicente Aleixandre también forma parte de esta tendencia, con el cual la “vanguardia” deja de ser la poesía pura.

El rayo que no cesa: Fusión de Tradición y Vanguardia

En El rayo que no cesa podemos observar claramente esa dualidad. La tradición se encuentra en los maestros del soneto amoroso (Lope, Quevedo, Garcilaso). Con esta obra, se aleja de la poesía pura de Perito en lunas para acercarse a la “impureza” que había desarrollado Neruda en Residencia en la tierra. La expresión del dolor, aunque recuerde en muchas ocasiones a Quevedo y sus dolorosos sonetos amorosos, llega a un territorio nuevo marcado por la carne, la tierra, la pasión… elementos que empiezan a inundar la poesía de Miguel Hernández, a quien llegan, como hemos dicho, a través de la poesía de Pablo Neruda y de Vicente Aleixandre.

Viento del pueblo: La Poesía Comprometida

Con Viento del pueblo, movido por la urgencia de la guerra y por la necesidad de una poesía más directa que pudiera mover a los soldados y animarlos, esta evolución hacia lo impuro se confirma de forma radical. La influencia de Neruda se hace totalmente patente, y se muestra también en la dedicatoria del libro a Vicente Aleixandre. Con esta obra, Miguel Hernández olvida ya las resonancias clásicas de Quevedo, Góngora o Lope y, por supuesto, olvida la vanguardia de la poesía pura para adentrarse definitivamente en una concepción de la poesía comprometida. No obstante, en la métrica se combina la tradición castellana (romances, cuartetas octosílabas, décimas) con la renacentista y barroca. Lo que sí aumenta en esta obra es la imagen visionaria de influencia surrealista, que ya empezó a aparecer en El rayo que no cesa, con imágenes violentas para expresar la violencia de la guerra y la pasión de la lucha.

El hombre acecha: Dolor y Surrealismo

En El hombre acecha, continúa en esta línea expresiva desbordada, de imagen surrealista nacida del corazón y, ahora más que en Viento del pueblo, del dolor, de la herida, de la muerte. Encontramos la alternancia de estrofas tradicionales populares como el romance, estrofas tradicionales cultas como el soneto y el verso libre vanguardista.

Cancionero y romancero de ausencias: La Sencillez Personal

Con Cancionero y romancero de ausencias llegamos al libro en que es más difícil hablar de influencias. La torrencialidad surrealista heredada de Neruda y de Aleixandre y que Hernández hizo suya en los libros anteriores prácticamente desaparece aquí, y solo pervive en poemas como “Hijo de la luz y la sombra” u “Orillas de tu vientre”. En estos, encontramos la imagen telúrica y cósmica unida al verso libre.

Sin embargo, lo que domina el resto del libro es el poema corto de verso breve y emoción contenida y reflexiva. Ese tono lo acerca a poetas como Antonio Machado o Gustavo Adolfo Bécquer. Desaparece la anterior sonoridad y el poeta canta y llora en voz baja o entrecortada. Se puede afirmar que con este último libro Miguel Hernández supera totalmente la dualidad entre vanguardia y tradición a través de un estilo absolutamente personal basado en la sencillez absoluta.