Fundamentos Filosóficos del Mensaje Bíblico: Transformación del Pensamiento Occidental

Ideas Bíblicas Fundamentales con Importancia Filosófica

1. El Alcance Revolucionario del Mensaje Bíblico

La Biblia se presenta como la Palabra de Dios y, como tal, su mensaje es objeto de fe. Quien pretenda poner la fe entre paréntesis y leer la Biblia como un científico puro, de la misma manera que se lee un texto de Platón o Aristóteles, realizaría una operación contraria al espíritu de dicha escritura. Aunque la Biblia no constituye una Filosofía en el sentido griego del término, la visión general que ofrece sobre la realidad y el hombre implica una serie de ideas fundamentales que poseen una importancia filosófica de primer orden, hasta el punto de que el mensaje bíblico modifica de manera irreversible el rostro espiritual de Occidente.

Después de la difusión del mensaje bíblico, y particularmente del mensaje de Cristo, solo podrán adoptarse estas posturas:

  1. Filosofar desde la fe, es decir, creyendo.
  2. Filosofar tratando de distinguir entre el ámbito de la razón y el de la fe, creyendo también.
  3. Filosofar desde fuera de la fe y contra la fe, es decir, no creyendo.

Ya no será posible filosofar desde fuera de la fe en el sentido de filosofar como si el mensaje bíblico jamás hubiera existido. Por esta razón, podemos decir que estructuralmente el horizonte bíblico continúa siendo un horizonte imposible de superar, un horizonte más allá del cual uno no puede colocarse.

2. El Monoteísmo

La filosofía griega había llegado a concebir la unidad de lo divino como la unidad de una esfera que por esencia admitía en su propio ámbito una pluralidad de entidades, de fuerzas y de manifestaciones con grados y planos jerárquicos diferentes. No había llegado a concebir la unicidad de Dios y, por lo tanto, jamás se había planteado el dilema de si Dios era uno o muchos. Por consiguiente, había permanecido siempre más acá de una concepción monoteísta.

Solo mediante la difusión del mensaje bíblico en Occidente se impone la idea de un Dios uno y único, con un poder absoluto y totalmente distinto a todo lo demás. Con esta concepción de Dios, nace una nueva y radical noción de Trascendencia y se elimina cualquier posibilidad de considerar como divino, en el sentido más fuerte del término, a ninguna otra cosa. Incluso los máximos pensadores griegos, como Platón y Aristóteles, habían admitido como divinos o como dioses a los astros. La Biblia rechaza en bloque toda forma de politeísmo e idolatría.

3. El Creacionismo

Desde Parménides, que negaba cualquier forma de devenir, hasta los pluralistas que postulaban unas combinaciones de elementos eternos; Platón proponía un Demiurgo con una actividad demiúrgica, y Aristóteles se refería a la atracción de un Motor Inmóvil. Los estoicos, por su parte, proponían una forma de monismo panteísta. Como vimos, todas estas soluciones encierran contradicciones y, por lo tanto, no aclaran totalmente el problema.

El mensaje bíblico, desde el comienzo mismo, ofrece su propia solución al problema del origen de los seres: «EN EL PRINCIPIO DIOS CREÓ LOS CIELOS Y LA TIERRA». Y los creó a través de su palabra: Dios dijo, y las cosas fueron. Dios no se sirvió de algo preexistente, como el Demiurgo platónico, ni se valió de intermediarios en la creación; todo se produjo de la nada.

Gracias a esta concepción de la creación ex nihilo (de la nada), caían por la base la mayor parte de las aporías que desde la época de Parménides habían obstaculizado la filosofía griega. Dios crea libremente, mediante un acto de su voluntad, por causa del bien. Produce las cosas como un don gratuito. Lo creado, pues, es algo positivo: «Vio Dios que todo era bueno».

El creacionismo se impondrá como la solución por excelencia al antiguo problema de cómo y por qué los muchos derivan del Uno y lo finito de lo infinito.

4. El Antropocentrismo

La concepción antropocéntrica entre los filósofos griegos manifestó un alcance bastante limitado, a pesar de los avances logrados por Sócrates y las escuelas helenísticas. De todas maneras, el antropocentrismo no es un rasgo característico del pensamiento griego, que siempre se mostró Cosmocéntrico: el hombre es visto siempre como parte del cosmos, y este, al igual que el hombre, está dotado de alma y de vida. El hombre nunca fue visto como la realidad más elevada del cosmos, así lo afirma Aristóteles: «Existen muchas cosas que por naturaleza son más divinas y perfectas que el hombre, como los astros que componen el universo».

En la Biblia, por el contrario, el hombre no es considerado como un elemento más del cosmos, sino como una criatura privilegiada de Dios, hecha a imagen del mismo Dios y señor de todas las demás cosas creadas por Él. Puesto que el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios, debe esforzarse por todos los medios para asemejarse a Él. Asemejarse a Dios, santificarse, significa hacer la voluntad de Dios, esto es, querer lo que Dios quiere, y esta capacidad de hacer libremente la voluntad de Dios es lo que eleva al hombre por encima de todas las cosas creadas.

5. El Dios Legislador y la Ley de la Physis

Los griegos habían considerado la ley moral como la ley de la physis, la ley de la naturaleza misma: una ley que se impone, al mismo tiempo, a Dios y a los hombres, en la medida en que no ha sido formulada por Dios, sino que Dios se halla vinculado a ella. La noción de un Dios que prescribe una ley moral, un Dios legislador, es algo totalmente ajeno a los filósofos griegos.

Por el contrario, el Dios bíblico entrega al hombre la ley como mandato. Dios escribe directamente los mandamientos. La virtud, el supremo bien moral, consiste en la obediencia a los mandatos de Dios, y esta obediencia coincide con la santidad, virtud que la visión naturalista de los griegos colocaba en un segundo plano. Por lo contrario, el pecado, el supremo mal moral, consiste en una desobediencia a Dios, y se dirige contra Dios, al ir en contra de sus mandatos.

La vida de Cristo, su pasión y su muerte, se desarrollan por completo bajo el signo de hacer la voluntad del Padre que lo ha enviado. El antiguo intelectualismo griego se transforma así del todo en un voluntarismo. La ley moral es el «querer de Dios», y la virtud del hombre consiste en querer lo que quiere Dios. La buena voluntad se convierte en el signo distintivo del hombre moral.

6. La Providencia Personal

De todas maneras, la providencia de los griegos nunca se refiere al hombre individual. En cambio, la Providencia bíblica no solo es la propia de un Dios personal en grado sumo, sino que, además de velar por todas las cosas creadas, se dirige de una manera especial al hombre individual, a los más humildes y más necesitados, y a los pecadores mismos. Por ejemplo: *las parábolas del hijo pródigo y de la oveja perdida*, *mirad los lirios del campo*, *mirad las aves del cielo*.

Este es un mensaje de seguridad total, destinado a imponerse sobre las frágiles seguridades humanas que habían construido los sistemas de la época helenística.

7. El Pecado Original, sus Consecuencias y su Redención

Al igual que cualquier otro pecado, el pecado original constituye una desobediencia al mandato divino original de no comer el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal. La raíz de esta desobediencia estuvo en la soberbia del hombre, el no tolerar ninguna limitación, el rechazar los vínculos del bien y del mal (los mandatos), y por lo tanto, querer ser como Dios.

A la culpa de Adán y Eva le sigue, en calidad de castigo divino, la expulsión del Paraíso terrenal con sus consecuencias de dolor, mal, muerte y alejamiento de Dios. En Adán pecó toda la humanidad; el pecado se introdujo en la historia de los hombres, lo mismo que sus consecuencias. El hombre solo no habría podido salvarse del pecado original y sus consecuencias.

Y así como la Creación fue un don, al igual que fue un don la Antigua Alianza tantas veces traicionada por el hombre, la Redención constituyó también un don, el más grande de todos: Dios se hace hombre y con su pasión y muerte redimió el pecado de la humanidad, y con su resurrección venció a la propia muerte, consecuencia del pecado.

La venida de Cristo, su pasión que sirvió para expiar el antiguo pecado, y su resurrección resumen todo el sentido del mensaje cristiano, que invierte totalmente el marco característico del pensamiento griego. El nuevo mensaje propuesto por la Biblia no solo muestra la realidad de la culpa como una rebelión contra Dios, sino que enfatiza la imposibilidad de redención autónoma del hombre; es necesaria la intervención de Dios mismo hecho hombre y la participación del hombre en la pasión de Cristo mediante la dimensión de la fe.

8. La Nueva Dimensión de la Fe y el Espíritu

La filosofía griega había minusvalorado la fe o creencia (*pistis*) desde el punto de vista cognoscitivo. Es cierto que Platón le daba importancia como componente del mito, pero en conjunto el ideal de la filosofía griega es la *EPISTEME*, el conocimiento científico. El nuevo mensaje cristiano exige que el hombre trascienda esta dimensión y coloque la fe por encima de la ciencia.

Esto no significa que la fe no posea su propio valor cognoscitivo, pero se trata de un valor de una naturaleza muy diferente al del conocimiento racional e intelectual y que solo se impone a quien posea dicha fe, lo cual se constituye en una auténtica provocación para el intelecto y la razón. El hombre ya no es visto solamente como cuerpo y alma (entendiendo alma como intelecto o razón, *NOUS*), sino que el hombre es también Espíritu (*PNEUMA*), el cual consiste en la participación de lo divino por la fe. La apertura del hombre a la Palabra y a la sabiduría divinas le colman de una nueva fuerza y le otorgan en cierto sentido una nueva estatura ontológica. Los griegos habían conocido la dimensión del *NOUS*, pero no la del *PNEUMA*, que será, en cambio, la dimensión de los cristianos.

9. El Eros Griego, el Ágape Cristiano y la Gracia

En uno de sus puntos culminantes, y sobre todo con Platón, el pensamiento griego creó la admirable teoría del *Eros*. Sin embargo, el *Eros* no es Dios, porque es deseo de perfección, tensión mediadora que posibilita el ascenso desde lo sensible hasta lo inteligible, fuerza que tiende a adquirir la dimensión de lo divino.

El nuevo concepto bíblico de amor (*Ágape*) es de una naturaleza muy distinta, ya que el amor no es un ascenso del hombre sino un descenso de Dios hasta los hombres; el amor no es algo adquirido sino un don; el amor es espontáneo y gratuito.

Mientras que para los griegos es el hombre el que ama y no Dios (recordemos que el amor era considerado como una pasión y las pasiones son imperfecciones, por lo tanto Dios no podía amar; *Cfr. Aristóteles*), para el cristiano es sobre todo Dios el que ama y el hombre puede amar en la medida en que se esfuerza en vivir la vida divina por la fe. El amor de Dios es infinito, sin límites, llega hasta el extremo del sacrificio en la cruz. Dios ama al hombre incluso en sus debilidades, y es precisamente en ellas en que más se manifiesta la gratuidad y el don del amor divino. En el mandamiento del amor, Cristo resume la esencia de los mandamientos y la ley en su conjunto.

10. La Revolución de los Valores

Sin lugar a dudas, el mensaje cristiano señaló la revolución más radical de los valores en la historia humana. La formulación de los nuevos valores se encuentra en el *Sermón de la Montaña* (las bienaventuranzas). De acuerdo con la nueva escala de valores, es preciso retornar a la sencillez y a la pureza del niño, porque el que sea primero según el juicio del mundo, será el último según el juicio de Dios, y viceversa.

La humildad se convierte en la virtud fundamental para el cristiano: el camino estrecho que permite entrar en el Reino de los cielos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz».

Para el filósofo griego este planteamiento resultaría sencillamente incomprensible. Cae por su base el ideal del sabio helenístico que había comprendido la vanidad del mundo y de todos los bienes externos y del cuerpo, pero que se atribuía a sí mismo la certidumbre suprema, proclamándose autárquico, absolutamente autosuficiente, capaz de alcanzar por sí solo el fin último. Este ideal del hombre griego era sin duda un ideal noble, pero el mensaje cristiano lo convierte en ilusorio: la salvación no puede venir de las cosas, pero tampoco de uno mismo: «Sin mi ayuda nada podréis hacer… mi gracia te basta…»

11. La Inmortalidad del Alma y la Resurrección de los Muertos

El mensaje cristiano planteó el problema del hombre en términos completamente distintos. En la Biblia el término *alma* no aparece en sus acepciones griegas. El cristianismo no niega que, al morir el hombre, sobreviva algo de él; al contrario, afirma expresamente que los muertos son acogidos en el seno de Abraham. Sin embargo, el cristianismo no insiste para nada en la inmortalidad del alma, sino en la Resurrección de los Muertos, y la resurrección implica que el cuerpo también vuelva a la vida.

Precisamente esto debía constituir un gravísimo obstáculo para los filósofos griegos: les parecía absurdo que aquel cuerpo que ellos consideraban como obstáculo, despreciable y fuente de males, tuviese que renacer (*Cfr. Pablo en el Areópago de Atenas*).

12. El Nuevo Sentido de la Historia y de la Vida del Hombre

Los griegos no poseyeron un sentido preciso de la historia, por lo que su pensamiento resulta substancialmente ahistórico. En general, no les fue familiar la idea de progreso, ya que casi todos explicaban el devenir histórico de una manera cíclica y repetitiva.

Por lo contrario, la concepción de la historia que se manifiesta en el mensaje bíblico posee un carácter Rectilíneo, no cíclico. En el transcurso del tiempo tienen lugar acontecimientos decisivos e irrepetibles, que constituyen una especie de etapas que señalan el sentido de la historia. El final de la historia es también el fin para el que han sido creados: el juicio de Dios y la venida del Reino de Dios en su plenitud.

De este modo, la historia que avanza desde la Creación hasta el Juicio Final, pasando por todas las etapas de la Historia de Salvación, adquiere un sentido de conjunto y un sentido en cada una de sus fases. Como consecuencia, el hombre se comprende a sí mismo mucho mejor: comprende mejor de dónde viene, dónde se encuentra ahora y dónde está llamado a llegar.

13. Pensamiento Griego y Mensaje Cristiano

En el pensamiento griego existe indudablemente una gran riqueza; no obstante, el mensaje cristiano va mucho más allá, superándolo en los puntos claves. Sería un grave error, empero, creer que esta enorme diferencia solo implica antítesis insolubles. Aunque algunos piensan así en la actualidad, no fue esta la actitud de los primeros cristianos, quienes después de un choque frontal, trabajaron por construir una síntesis entre filosofía griega y mensaje cristiano.

Los griegos, con mucha rectitud, anhelaron y buscaron la Verdad, pero se equivocaron cuando quisieron hallar en el hombre lo que solo encontrarían en Dios. Otro error de fondo de los griegos consistió en negar dialécticamente las realidades que no se ajustaban a sus esquemas racionales perfectos; así unos negaron el movimiento, otros la muerte, el dolor, etc.

Después del mensaje cristiano, la medida griega del hombre adquiere una nueva dimensión. El hombre, a quien tanto habían exaltado los griegos, resulta para el cristiano mucho más grande de lo que lo habían concebido los griegos, pero por razones distintas y en una dimensión diferente: Dios decidió confiar a los hombres la difusión de su propio mensaje y, además, se hizo hombre para salvar al hombre.