Edad Media: Alta y Baja, Épica y Religiosidad

Alta Edad Media (siglos V a XIII)

En los inicios de la Alta Edad Media se asientan en la Península visigodos, de cuyo legado destacan las Etimologías de San Isidoro de Sevilla, auténtica recopilación del saber de la época. A partir del año 711, se abre otro período cultural de suma importancia con la llegada de la civilización musulmana que desarrolla en el Al-Andaluz las bases del conocimiento occidental: poetas, músicos, médicos, filósofos, teólogos, matemáticos, astrónomos… irradian nueva luz sobre la Europa medieval. Durante este tiempo conviven, pues, en nuestra península tres grandes culturas: la cristiana, que perdura desde los tiempos del Imperio Romano, la hebrea y la musulmana. La imagen que nos ha llegado de la Edad Media nos muestra una sociedad predominantemente cristiana y caracterizada por un acusado teocentrismo, ya que la vida gira en torno a Dios y a la religión. En cuanto a la sociedad, tres son los estamentos fundamentales, propios del régimen señorial del Medievo. Al final de la Alta Edad Media (en especial hasta el siglo XIII), se respira un aire de convivencia entre cristianos, musulmanes y judíos que no se ha vuelto a repetir desde entonces en ninguna parte del mundo.

Baja Edad Media (siglos XIV-XV)

Un hecho crucial al hablar de este período es la aparición de un nuevo grupo de ciudadanos que no dependen ya económicamente de ningún señor: los burgueses, habitantes de las ciudades, que se convirtieron a partir del siglo XIV en el nuevo centro de actividad económica. Para este grupo, la religión posee ya un peso tan marcado, lo que propiciará un ambiente social más vitalista y práctico. La ciudad contará ahora con un mayor protagonismo. Incluso las edificaciones religiosas, que en el Románico se habían levantado en parajes aislados, se constituirán, ahora con el Gótico, en el centro de las ciudades, rodeadas de casas civiles. Podemos definir las jarchas como estrofas breves escritas en romance mozárabe que se incluían al final de una moaxaja árabe o hebrea. Parece ser que la jarcha era el centro de la composición: un poeta culto se sentía atraído por la letrilla popular y escribía una moaxaja de introducción. Las primeras jarchas no se descubrieron hasta 1948, aunque las más antiguas datan del siglo X.

La épica medieval: el mester de juglaría

Los cantares de gesta son obras de género épico que narran, en verso, hazañas de héroes. En España aparecen hacia el siglo XII (1140, según Menéndez Pidal, fecha de composición del Poema de Mio Cid). Hay noticias de la existencia de más cantares, pero por desgracia, no han llegado hasta nuestros días. La difusión oral de estas historias correspondía a los juglares, actores y cantores errantes que iban de villa en villa actuando en plazas o en castillos. Su espectáculo debía reunir diversos ingredientes: música, mímica, dramatización, malabarismo, etc., para atraer y mantener la atención del público. El juglar se dedicaba profesionalmente a la recitación, que era su única fuente de ingresos. El oficio de los juglares se denomina mester de juglaría (del latín Ministerium > mester).

El mester de clerecía

En la primera mitad del siglo XIII surge el mester de clerecía. Se llama así a la escuela de los escritores cultos (es decir, clérigos) que eligen el romance como lengua literaria. Los clérigos compondrán una literatura mucho más regular que la juglaresca, con mayor cuidado de los aspectos formales.

Teocentrismo y religiosidad

La vida y la literatura medievales están claramente marcadas por la religión, por la relación del hombre con Dios. La posición cultural dominante de la Iglesia impone su visión del mundo: vida como tránsito, como sufrimiento, como valle de lágrimas, que tendrá su recompensa con la vida eterna. Sin embargo, aunque este sentimiento impregna todos los órdenes de la existencia humana, hay que entender que, en esta época, lo religioso está íntimamente unido a lo profano, de manera que ambos aspectos se funden. Ejemplo de ello sería el sentido sacro-profano de las festividades, romerías y carnavales; muchos ritos paganos se cristianizaron, pero seguían celebrándose, a veces con gran escándalo. El transcurrir de la Edad Media supone un proceso de paulatina desacralización, que nunca llegó a ser total en nuestra cultura. De esta manera, el hombre medieval va alejándose progresivamente del teocentrismo y acercándose al antropocentrismo.

Predominio de la oralidad

La mayoría de las manifestaciones literarias medievales tienen origen oral (la lírica primitiva, los cantares de gesta, etc.) o se conciben para su lectura en público. Ello conlleva que las obras contengan una gran cantidad de recursos orales: apelaciones a los oyentes, reiteraciones, paralelismos, anáforas, etc. A pesar de ello, no debemos olvidar que los textos han llegado a nosotros gracias a algún individuo culto, letrado, que decidió escribirlos y hacerlos perdurar. Por lo tanto, lo que hoy conocemos de la época medieval nos viene mediatizado. Didactismo. La literatura medieval busca habitualmente una utilidad práctica: la difusión de una enseñanza moral y religiosa. En una época en la que el analfabetismo está muy extendido, la literatura (como el resto de las artes) se concibe como el mejor medio de difusión ideológica.